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'Homo erectus' en África oriental rodeado de fauna contemporánea. / ©Mauricio Antón
La dieta desempeña un papel importante en la vida cotidiana de cada animal, no solo para su supervivencia y reproducción, sino que también puede condicionar las preferencias de hábitat, los patrones de movimiento, la energía destinada a la actividad, la competencia, el riesgo de depredación, las interacciones sociales y la comunicación, entre otros.
En el caso de los seres humanos, si nos remontamos a nuestros antepasados, la alimentación constituyó una función esencial en cuanto al hábitat, las migraciones y las interacciones con el medio ambiente y sus organismos.
“Una vez que los primeros humanos empezaron a comer carne, es probable que se aventuraran en entornos donde los animales habrían muerto de forma natural para recogerlos y se habrían encontrado con otros depredadores más a menudo, lo que provocaría una mayor competencia y riesgo de depredación”, ejemplifica a SINC Briana L. Pobiner, investigadora en el departamento de Antropología de la Smithsonian Institution en EE UU.
Briana L. Pobiner de pie junto a una réplica del esqueleto de 'Lucy' en el Salón de los Orígenes Humanos de la 'Smithsonian Institution', en EE UU.
Así, la dieta carnívora también pudo tener un gran impacto en la evolución del comportamiento humano y los rasgos anatómicos. Al no poseer dientes afilados como los depredadores para desgarrar la carne y acceder al tuétano de las presas, los humanos empezaron a servirse de la industria lítica a través de herramientas de piedra.
De hecho, la aparición del Homo erectus, hace unos dos millones de años, parecía haber sido el punto de inflexión en la evolución de la dieta humana: el aumento del consumo de animales pudo haber impulsado un mayor tamaño de cerebro y cuerpo y una reorganización del intestino. Estos rasgos se mantuvieron en el Homo sapiens.
Sin embargo, un nuevo estudio internacional, publicado en la revista PNAS, refuta ahora esta hipótesis de que "la carne nos hizo humanos" y pone en duda la primacía de la ingesta de carne en la evolución humana temprana. Hasta ahora, los estudios que sostenían la importancia del consumo animal se basaban en el incremento de las evidencias paleoantropológicas con la aparición del Homo erectus.
Huesos fósiles de 1,5 millones de años de antigüedad con marcas de corte procedentes de Koobi Fora, Kenia. / Briana Pobiner.
Pero para que un cambio dietético generalizado conduzca a la adquisición de características claves en esta especie de hominino debería ser persistente en el registro zooarqueológico a lo largo del tiempo. Y esto solo puede demostrarse de forma convincente mediante un análisis a gran escala, más allá de un único yacimiento o localidad.
“La mayoría de los estudios sobre huesos fósiles con marcas de carnicería se limitan a examinar las pruebas de un solo yacimiento, o incluso de una sola capa de un yacimiento”, dice a SINC la investigadora Pobiner.
Para tener una mirada más amplia sobre las primeras evidencias de nuestro consumo de carne, el equipo sintetizó todas las pruebas publicadas hasta el momento sobre este tipo de restos en nueve áreas principales de investigación en África oriental, incluyendo 59 niveles de yacimientos, desde hace 2,6 millones de años hasta 1,2 millones de años.
“Comparamos los patrones de los huesos fósiles con marcas de carnicería con la cantidad de evidencia fósil en general, para ver si esto era realmente una señal de aumento de la ingesta de carne, o si era solo que la excavación de más fósiles hace que sea más probable encontrarlos con marcas de carnicería. Resulta que fue esto último”, confirma la experta.
Los investigadores descubrieron que, cuando se tiene en cuenta la variación en el esfuerzo de muestreo a lo largo del tiempo, no hay un aumento sostenido en la cantidad relativa de pruebas de consumo de carne después de la aparición de Homo erectus.
Los resultados sugieren, por tanto, que los hallazgos sobre la dieta carnívora serían el reflejo de un muestreo intensivo, más que de los cambios como tal en el comportamiento humano. El estudio "socava así la idea de que comer grandes cantidades de carne impulsó los cambios evolutivos de nuestros primeros ancestros”, recalca W. Andrew Barr (izquierda), profesor adjunto de Antropología en la Universidad George Washington, EE UU, y autor principal del estudio.
“Generaciones de paleoantropólogos han ido a sitios famosos bien conservados como la Garganta de Olduvai (Tanzania) en busca de evidencias directas de consumo de carne por los humanos primitivos y encontrado un impresionante número de ellas, promoviendo el punto de vista de que hubo una explosión del consumo de carne después de hace 2 millones de años", agrega Andrew Barr. "Sin embargo, cuando sintetizas cuantitativamente los datos de gran número de sitios en África oriental para probar esta hipótesis, como hicimos en el estudio, la narrativa evolutiva de 'la carne nos hizo humanos' comienza a desmoronarse".
Huesos fósiles de 1,5 millones de años con marcas de corte de Koobi Fora, Kenia. Crédito: Briana Pobiner.
A pesar de ello, el consumo de carne ha desempeñado un papel importante en nuestra historia evolutiva. “Tenemos pruebas de que algunas especies humanas primitivas, como los neandertales, comían cantidades significativas de carne”, comenta Pobiner.
En la actualidad, la investigadora –que lleva 20 años excavando y estudiando fósiles marcados por cortes– subraya que “la cultura (y la economía) son el gran motor de la variedad en la cantidad de carne que consumen las personas en las distintas sociedades”.
“Creo que este estudio y sus conclusiones son de interés no solo para la comunidad paleoantropológica, sino para todas las personas que actualmente basan sus decisiones dietéticas en alguna versión de esta narrativa del consumo de carne”, apunta Barr.
Según los investigadores, son necesarios grandes conjuntos de datos para comprender los grandes patrones de nuestra historia evolutiva. “Este estudio cambia nuestra comprensión de lo que nos dice el registro zooarqueológico sobre el consumo de carne prehistórico más antiguo, pero también muestra cuán importante es que sigamos haciéndonos grandes preguntas sobre nuestra evolución, mientras continuamos descubriendo y analizando nuevas evidencias sobre nuestro pasado. Necesitamos más muestras fósiles de periodos de tiempo no muestreados, como antes de hace 2 millones de años, a fin de poder comprobar la importancia de comer carne durante esos periodos de tiempo anteriores”, concluye Pobiner.
En el futuro, los investigadores enfatizaron también la necesidad de explicaciones alternativas de por qué surgieron ciertos rasgos anatómicos y de comportamiento asociados con los humanos modernos. Las posibles teorías alternativas incluyen el suministro de alimentos vegetales por parte de las abuelas y el desarrollo de fuego controlado para aumentar la disponibilidad de nutrientes a través de la cocción. Los investigadores advierten que ninguna de estas posibles explicaciones tiene actualmente una base sólida en el registro arqueológico, por lo que queda mucho trabajo por hacer.
Fuentes: agenciasinc.es | scitechdaily.com | 24 de enero de 2022
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Muy relevante
Cierto, José de Teresa, la noticia del post es muy relevante, dado que se encuadra -como bien señalan los antropólogos que se citan en el mismo- dentro del polémico asunto que supone la importancia e implicaciones que se le ha venido dando al consumo de carne en el crecimiento del cerebro, y, en consecuencia, en la evolución humana, pero también dentro del debate actual sobre el excesivo consumo de carne (que, al parecer, existe) y las derivadas que ello tiene en la problemática del llamado, y siempre recurrente, 'cambio climático'.
La investigación que se ha llevado a cabo es muy interesante en sí misma, ya digo, pero no deja de ser sospechoso que aparezca este tipo de estudios precisamente en el contexto actual de advertencia sobre los perjuicios que para el clima de la Tierra implica un excesivo consumo mundial de carne con que nos vienen bombardeando desde muchos medios determinadas personalidades relevantes y organismos u organizaciones multinacionales. El posible sesgo ideológico y político-económico al respecto, en el que se inscribe esta investigación, conviene tenerlo presente, porque determinadas casualidades en muchas ocasiones no lo son tanto.
Por lo demás, y yendo a la tesis concreta que se mantiene en el estudio, de que la narrativa sobre la evolución humana basada en el hecho de que "el consumo de carne nos hizo humanos" habría que ponerla en cuestión, es, a mi juicio, una conclusión que todavía debe ser muy verificada para ser tomada con cierta consideración. No basta con lo ofrecido, y los mismos investigadores así lo reconocen. Hay que tener presente su estudio, claro está, dado que todo debe ser siempre suficientemente demostrado, pero no cabe duda que el camino que tienen por delante aquellos que cuestionan el papel que jugó el consumo de carne en la evolución humana es largo, complejo y difícil, dado el gran cúmulo de evidencias que juegan en su contra. Habrá que ir viendo cómo se desarrolla este interesante debate, del cual hay que pedir que no llegue a estar excesivamente trufado de intereses ideológicos y político-económicos que lo desvirtúen).
Un saludo
Estimado Guillermo,
Por supuesto concuerdo en que las dos cuestiones deberían estudiarse y decidirse objetivamente, cada cual en sus propios términos; idealmente evitando pues, en lo posible, la contaminación ideológica entre ambos temas. Me refiero, naturalmente, a (1) el papel supuestamente central de un consumo frecuente de carne en la evolución del cerebro, desde el h. erectus hasta el surgimiento de nuestra especie; y (2) la muy previsible reacción de los privilegiados de hoy ante las conclusiones de la nota, dada la patente imposibilidad de que la humanidad entera adopte los patrones de consumo propios de las clases medias (no digamos las élites) occidentales, digamos de 1950 a la fecha.
Podría parecer extraño el que estas dos cuestiones se entrelacen de forma estrecha en nuestra mente, pero aparte de satisfacer una curiosidad no pragmática por el pasado, al menos desde Tito Livio se ha creído que la historia es nuestra gran maestra, puesto que sólo ella autoriza extraer lecciones válidas para la acción individual o colectiva. Si el crecimiento del encéfalo se considera quintaesencial para la condición de humano, como declara el artículo reseñado, y además éste dependiera del consumo masivo de carne, entonces por un lado se justificará reclamar la alimentación carnívora como un derecho humano, y por el otro cabría inferir que gran parte de las poblaciones agrícolas (especialmente, las tercermundistas) desde hace largo tiempo --sea voluntariamente, o por una imposición del entorno-- han renunciado a persistir en la condición de humanos verdaderos. Si nos vemos en aprietos ellas merecen, pues, irse por el caño.
El tema de la nota es propiamente (1), y resulta alentador que los investigadores señalen las principales alternativas que, a falta de un consumo continuado (o incluso, rutinario) de carne, pudieron impulsar el desarrollo de nuestro encéfalo: el cuidado de los infantes por abuelas ya estériles, y el desarrollo de la cocina. Casualmente puedo dar la referencia a un trabajo (DOI: 10.1098/rspb.2012.1751) que según creo, con otros semejantes indirectamente apoya el primer punto.
Saludos cordiales.
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