El consumo de carne cruda cambió la fisonomía de los primeros humanos

Hace 2,5 millones de años nuestros antepasados comían carne de forma regular./ Fotolia

Fuentes: SINC | EL Mundo.es | 9 de marzo de 2016

Al contrario de lo que pueda parecer, los productos vegetales que consumían los primeros homínidos eran más difíciles de masticar que la carne procesada. Según un estudio publicado en Nature, la disminución del tamaño de los dientes, de la fuerza de los músculos masticadores y del tamaño de los intestinos del Homo erectus no tendrían su origen en la cocina de los alimentos, sino en el abandono del vegetarianismo, para pasarse a una dieta con carne tratada por herramientas simples de piedra.

“Sabemos que hace 2,5 millones de años nuestros antepasados comían carne de forma regular. También que las herramientas de piedra más básicas se hicieron comunes hace 2,6 millones de años”, explica Daniel Lieberman  (izquierda), investigador de la Universidad de Harvard (EE UU) y autor del estudio.

“Así que nos preguntamos hasta qué punto esto influyó en la masticación de los seres humanos y en los cambios evolutivos que podemos observar unos miles de años después”, continúa el científico.

Los investigadores realizaron distintos experimentos en los que varias personas masticaron comida procesada de la manera más simple posible, como habría podido estarlo en el Paleolítico inferior, es decir, cortada y golpeada con el objetivo de hacerla más blanda y manejable.

El equipo descubrió que masticar carne –en este caso, de cabra– habría sido más fácil para el Homo erectus que consumir vegetales como zanahorias o remolachas, consideradas parte de la alimentación de estos homínidos. Los científicos apuntan a que el abandono del vegetarianismo contribuyó a la evolución de su aparato masticador, que ya no necesitaba la misma energía para funcionar.

Según los resultados del trabajo, si la carne supusiera un tercio de la dieta, el número de masticaciones por año habría disminuido en un 17% y la fuerza requerida habría menguado en un 26%. Más tarde el hecho de cocinar y calentar los alimentos tuvo importantes beneficios, pero la carne cruda y el uso de herramientas ya transformaron el sistema intestinal humano más de un millón de años antes.

El tejido muscular es más denso desde un punto de vista calórico que la inmensa mayoría de los vegetales, pero es muy difícil de masticar con las muelas romas y con pocas crestas propias de los homínidos y grandes simios.

"Los carnívoros, por el contrario, tienen molares afilados y dientes diseñados para cortar que les permiten masticar la carne cruda", ha asegurado  Katherine Zink (derecha) del Departamento de Biología Evolutiva Humana de Harvard y coautora del trabajo.

"La carne cruda en grandes pedazos es algo muy difícil de masticar. Puedes masticar y masticar y masticar... y no ocurre nada. Esto pasa porque es algo muy elástico y se necesita una dentición afilada, diseñada para cortar, para poder comerla de forma eficiente. Nuestra dentición no está preparada para eso. Por ello los primeros humanos necesitaron la ayuda de las herramientas. Es algo que también le ocurre a otros grandes simios. En nuestro experimento vimos cómo un chimpancé adulto puede tardar 11 horas en consumir un pequeño mono de 4 kilos de peso, del tamaño de un gato, y aunque el cuerpo incluye huesos, cartílagos y otras estructuras difíciles de masticar, la mayor parte del tiempo se requiere para el consumo de carne cruda con una dentición poco afilada", asegura Lieberman.

“Las evidencias sobre la introducción de la cocina son controvertidas. Los restos más antiguos se remontan a un millón de años. Pero la demostración del uso regular data únicamente de 500.000 de años atrás”, destaca Lieberman.

Recreación de un 'Australopitecus', a la izquierda, y de un 'Homo erectus', a la derecha. EM

La importancia del tiempo de masticado

“Hemos analizado un tema de gran importancia, sobre el que no pensamos demasiado. El masticado influye en la manera en la que vivimos como humanos. La gente que vive fuera de la sociedad industrializada, en el medio rural, solo emplea un 5% de su día en masticar. La gente de las sociedades más avanzadas aún menos”, remarca el investigador.

“En la actualidad, nuestra dieta está determinada por la calidad de la misma y la forma de cocinar. Sin embargo, el cambio en la evolución humana proviene de mucho antes”, concluye el científico.

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Comentario por Guillermo Caso de los Cobos el abril 12, 2016 a las 11:03am

¿Cómo influyó el mayor consumo de carne y el uso del fuego en el ta...

Fuente: Quo.es | 12 de abril de 2016

En 1995 publicamos un artículo científico, en el que comparábamos el tamaño de los premolares y molares de los homininos obtenidos en el yacimiento de la Sima de los Huesos de la sierra de Atapuerca con el de otros homininos y con el de las poblaciones humanas modernas. Disponíamos ya entonces de una amplia muestra dental del yacimiento burgalés, que permitía análisis estadísticos fiables. Con la excepción de los Neandertales del Pleistoceno Superior, no existía una muestra dental tan amplia y de tanta antigüedad (430.000 años) en el registro fósil del género Homo. La hipótesis manejada por los expertos, entre los que destacaba la figura de Loring Brace, asumía un tamaño respetable para los dientes destinados a la trituración de alimentos crudos y de cierta consistencia. De manera sorprendente, las dimensiones de la superficie de masticación de los premolares y molares de aquellos humanos de Atapuerca resultaron ser similares a las de las poblaciones actuales.

Fuente: wageevans.com

Según Loring Brace, la invención del fuego y la cocción de los alimentos habría relajado la presión de la selección natural permitiendo la reducción del tamaño de los dientes relacionados con la masticación. Este hecho habría sucedido en tiempos relativamente recientes. Para sostener esta hipótesis los expertos habían recopilado información procedente de diferentes homininos y de poblaciones de nuestra especie. Las muestras de dientes del registro fósil suelen ser pequeñas y con frecuencia se ha recurrido a mezclar poblaciones de épocas y lugares muy diferentes. Todo ello con la idea de poder realizar análisis estadísticos. Loring Brace y sus colegas pretendían demostrar la existencia de una reducción significativa de los dientes tras el uso generalizado del fuego y, sobre todo, cuando los miembros más recientes de Homo sapiens idearon todo tipo de utensilios para cocinar los alimentos.

El yacimiento de la Sima de los Huesos proporcionó una muestra procedente de la misma población y con un tamaño adecuado. Por primera vez podía realizarse una comparación fiable entre una población del Pleistoceno con poblaciones recientes de nuestra especie. Además y tras cerca de 40 años de excavaciones, no se han encontrado evidencias del uso controlado del fuego en los yacimientos del Pleistoceno de Atapuerca. En definitiva, el reducido tamaño de los dientes de los humanos de la Sima de los Huesos refutaron de manera definitiva la hipótesis de Loring Brace.

Recreación de Homo habilis por Raúl Martín

La revista Nature acaba de publicar (marzo de 2016) un trabajo firmado por Katherine Zink y Daniel Lieberman, en el que se da un paso importante para comprender la reducción dental aún en tiempos muy remotos. La investigación diseñada por estos investigadores es tan elaborada, que la lectura del capítulo de los métodos empleados impresiona por su meticulosidad. Un cierto número de voluntarios se ofrecieron para participar en un experimento muy complejo, que trataba de averiguar la eficacia en la masticación de los alimentos de acuerdo con su origen (animal o vegetal) y de su procesado previo. Nuestros ancestros empezaron a fabricar herramientas de piedra hace unos tres millones de años. Entre otros usos, cabe pensar que la comida, ya fuera de origen animal o vegetal, podía trocearse y comerse con mayor facilidad. La carne empezó a formar una parte sustancial de la dieta, porque los miembros del género Homo ya no contaban con la presencia de los bosques frondosos de los que disfrutaron los australopitecinos.

Zink y Lieberman anotaron todo tipo de datos sobre la energía necesaria para obtener calorías, dependiendo de la naturaleza del alimento y de su preparación previa según unos patrones muy elaborados. Como era de esperar, los alimentos cárnicos necesitaban un porcentaje significativamente menor de movimientos de los músculos de la masticación (maseteros y temporales), que aún disminuía cuando la carne se cortaba y se consumía en trozos más pequeños. Los ciclos de masticación se reducían hasta un 13% cuando los voluntarios consumían carne en lugar de ciertos vegetales (boniatos, zanahorias y remolachas rojas). La fuerza requerida para triturar la carne también se reducía hasta en un 15%. Los porcentajes de reducción eran aún mayores cuando la carne se cortaba en trozos pequeños.

Con esos datos, Zink y Lieberman concluyen que las fuerzas selectivas dejaron de operar de manera significativa en las especies del género Homo para mantener una maquinaria masticatoria tan compleja como la que tuvieron los australopitecinos. La posesión de maxilares y mandíbulas muy robustos, capaces de servir de anclaje a premolares y molares de gran tamaño y soportar la fuerza ejercida por potentes músculos maseteros y temporales, dejó de ser una “prioridad biológica” para los homininos que se adaptaron a vivir en las sabanas africanas. La energía destinada a la masticación de alimentos vegetales pudo utilizarse en otras funciones y la presencia de dientes más pequeños no fue un problema para la supervivencia de las especies que incluyeron una mayor cantidad de carne en su dieta. El tamaño de los dientes de los homininos de la Sima de los Huesos ya no puede sorprendernos. Aquellos humanos sobrevivieron sin problema con premolares y molares tan pequeños como los nuestros. Aunque la preparación de los alimentos mediante el uso del fuego haya servido para favorecer su digestión, esta importante innovación cultural no fue decisiva en la reducción del aparato masticador de los homininos.

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