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Fuente: quo.es | 21 de junio de 2016
Si se me pregunta por alguna diferencia importante entre Homo sapiens y las especies ancestrales del Pleistoceno pensaría de inmediato en el incremento de ciertas capacidades cognitivas. Entre otras, citaría la posibilidad de innovar. Es muy posible que la globalización y la interacción entre cientos de individuos haya sido uno de los motores, sino el más importante, para conseguir incrementar de manera exponencial nuestro nivel de desarrollo cultural mediante innovaciones constantes. Pero no es menos cierto que durante miles de años las poblaciones de especies pretéritas fueron incapaces de producir avances significativos en la tecnología.
Una de las mejores evidencias de las posibilidades del cerebro de Homo sapiens ha sido y es la capacidad para generar convergencias culturales. Es decir, las mentes pensantes del planeta están ahora mismo llegando a conclusiones similares sobre temas dispares, aún cuando no exista ninguna relación entre ellas. Por ejemplo, la aparición de la agricultura y la domesticación de animales silvestres hace unos 7.000 años antes del presente se produjo en diferentes lugares del planeta, sin que hubiera ninguna conexión entre las poblaciones que lograron una innovación tan trascendental. Pero, ¿sucedió lo mismo con las especies anteriores a la nuestra? Por poner un ejemplo, ¿conocemos convergencias culturales en Homo erectus?
La tecnología achelense, que pude considerarse como un gran salto tecnológico, apareció en África hace 1.700.000 años. Sin embargo, la posibilidad de tallar un trozo de roca por las dos caras con intencionalidad de generar formas bien planificadas y estandarizadas tardó casi un millón de años en llegar a Eurasia. Al menos es lo que apuntan los datos más fiables. En Europa, existen algunos indicios de talla por las dos caras en fechas cercanas al millón de años. Pero son puntuales y quizá el fruto de intentos fallidos o casualidades, que no llegaron a cuajar. Los primeros bifaces o los hendedores se encuentran en yacimientos de menos de 700.00 años de antigüedad.
Lo mismo sucede en Asia. Concretamente, los investigadores Hao Li, Kathleen Kuman y Chaorong Li acaban de revisar la presencia del achelense de China. Su estudio se ha centrado en cuatro yacimientos clásicos, de sur a norte, Bose, Danjiangkou, Luonnan y Dingcun. La distancia entre Bose y Dingcun es de unos 2.000 kilómetros. Las dataciones más antiguas llegan a los 800.000 años en Bose y Danjiangkou, mientras que los otros yacimientos son notablemente más recientes. Sin entrar en detalles tediosos sobre la características de las materias primas y los aspectos técnicos de cada yacimiento, añadiré que Hao Li y sus colegas son partidarios de la entrada en China de una nueva población procedente del oeste, portadora de la nueva tecnología. Se trata de la misma hipótesis propuesta para explicar la entrada del achelense en Europa. La ruta desde el sur hacia el norte de China es la que parecen haber seguido todas las poblaciones del Pleistoceno de esta enorme región de Eurasia. Las dataciones, mucho más antiguas en el sur que en norte, apoyan esta idea. En definitiva, parece que el achelense no se inventó varias veces, sino que fue importado de África, un millón de años después de su innovación.
Cuando observamos las herramientas achelenses solemos pensar que se trata tan solo de piedras trabajadas. Nada que ver con nuestra sofisticada tecnología!! La idea de tallar una roca por las dos caras en lugar de hacerlo solo por una de ellas quizá se nos antoje como una paso mental muy simple. Sin embargo, el esfuerzo cognitivo necesario para llegar a esa conclusión debió de ser enorme para nuestros ancestros del Pleistoceno. La prueba de ello está en el hecho de que los habitantes de Eurasia fueron incapaces de conseguir la convergencia cultural, que les hubiera llevado a fabricar bifaces, picos o hendedores como lo hicieron sus parientes de África. ¿Por qué no se le ocurrió a ninguno de nuestros antepasados de Eurasia la posibilidad de fabricar herramientas más complejas? La materia prima era de excelente calidad y sus cerebros eran tan grandes como los de sus primos africanos ¿Qué habilidad cognitiva tenemos los humanos actuales para ser capaces de llegar a las mismas innovaciones, aún sin comunicarnos entre nosotros?
En definitiva, nos planteamos la misma pregunta del paleontólogo George Gaylord Simpson, cuando en los años 1990 presentó el dilema de la evolución progresiva vs. la evolución cuántica. Simpson proponía que la evolución podría suceder con saltos cualitativos muy notables, después de “estasis evolutivas” prolongadas. Este podría ser el caso de Homo sapiens. Nuestro cerebro podría haber desarrollado en muy poco tiempo determinadas capacidades cognitivas en un “tiempo evolutivo” muy corto, que nos abrió las puertas hacia la enorme capacidad para la innovación.
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