Los primeros humanos europeos no usaban fuego para consumir alimentos

Mandíbula encontrada en la Sima del Elefante

Un nuevo estudio liderado por investigadores de ICREA, la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y la Universidad de York ha revelado la prueba directa más antigua del consumo de alimentos por el género Homo en la placa dental de la mandíbula de un hominino de 1,2 millones de años, recuperada por el equipo de investigación de Atapuerca en 2007, en el yacimiento de Sima del Elefante.

En el análisis de los microfósiles incrustados en la placa dental de uno de los molares, los científicos identificaron trazas de tejido animal crudo, granos de polen de una especie de pino, gránulos de almidón crudos que indican el consumo de plantas herbáceas gramíneas, fragmentos de insectos y esporas fúngicas. Hallaron también un resto de fibra vegetal no comestible junto a un surco interdental, lo que sugeriría su posible uso como palillo dental.

El estudio, publicado en The Science of Nature, demuestra así que ninguno de los restos había sido sometido al fuego, y tampoco se encontró evidencia de la inhalación de microcarbón, lo que normalmente es un claro indicador de proximidad al fuego.

“Obtener pruebas de cualquier aspecto de la vida de los homininos de hace más de un millón de años es un gran reto. En este trabajo hemos podido demostrar que los europeos más antiguos entendían y explotaban su entorno para obtener una dieta equilibrada hace 1,2 millones de años, comiendo diversidad de alimentos y combinando plantas ricas en almidón –carbohidratos– con carne”, explica Karen Hardy (izquierda), profesora investigadora ICREA en la UAB, que ha liderado el estudio.

Comienzo del uso del fuego para cocinar

El momento en que se empezó a usar el fuego para cocinar alimentos es un tema de controversia. Algunos investigadores lo sitúan alrededor de hace 1,8 millones de años, mientras otros sugieren que fue posterior, hace entre 300.000 y 400.000 años.

“En algunos yacimientos muy antiguos de Áfricase han hallado posibles evidencias del uso del fuego. Sin embargo, la falta de pruebas en la Sima del Elefante sugiere que este conocimiento no lo tenían los primeros homininos que abandonaron el continente africano. En Europa, las pruebas más antiguas del uso del fuego datan de 800.000 años, en el yacimiento de Cueva Negra (Murcia) y luego poco después en Israel, en el yacimiento de Gesher Benot Ya’aqov. Todo ello nos hace pensar que el desarrollo de las técnicas para controlar y usar el fuego tuvo lugar en algún momento entre hace 1,2 millones y 800.000 años, lo que revela una nueva cronología sobre cuándo los primeros humanos empezaron a cocinar los alimentos”, destaca Hardy.

 
Conocer cuándo se produjo el uso intencionado del fuego tiene implicaciones significativas para ayudar a entender la evolución humana, porque los alimentos cocinados proporcionan mayor energía y su uso para cocinar puede estar vinculado al rápido incremento en el tamaño del cerebro ocurrido a partir de hace 800.000 años. 


“Esta nueva cronología también se correlaciona bien con investigaciones previas que hemos liderado en las que hipotetizamos que el momento en que se empezaron a cocinar alimentos está vinculado a la multiplicación del gen de la amilasa salival, necesaria para procesar el almidón cocinado, y que estos productos ricos en almidón fueron un elemento esencial para facilitar el desarrollo cerebral. Contrariamente a la creencia popular sobre la “paleodieta”, el papel de los carbohidratos en la dieta del Paleolítico fue importante”, concluye la investigadora.
 

Para Anita Radini (derecha), investigadora de la Universidad de York, calificó los resultados como “fascinantes", porque destacan el potencial del cálculo dental para almacenar información alimenticia y medioambiental del pasado evolutivo humano. "También resulta interesante ver que el polen está preservado a menudo en mejores condiciones que en el suelo de la misma época. Es, en general, un paso muy positivo en la disciplina por lo que se refiere a la preservación de material en la matriz del cálculo”, subraya Radini. 

En el estudio, publicado en The Science of Nature, han participado también investigadores del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), el Institut Català de Paleoecologia Humana i Evolució Social (IPHES), la Universitat Rovira i Virgili y la Sydney University (Australia).

Fuente: SINC | 15 de diciembre de 2016

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Comentario por Guillermo Caso de los Cobos el diciembre 21, 2016 a las 11:23pm

¿Qué comía el primer europeo? Analizando el sarro de los dientes

La revista Springer Nature acaba de publicar un artículo sobre el análisis de los cálculos dentales obtenidos de los dientes de la mandíbula ATE9-1 del yacimiento de la Sima del Elefante de la sierra de Atapuerca. Recordemos que esta mandíbula fue obtenida en 2007. Su cronología, estimada por el método de los núclidos cosmogénicos en 1.200.000 años, la convertía en el fósil humano más antiguo de Europa. Su descripción y primera interpretación se publicó en la revista Nature y fue portada del número correspondiente. El nuevo trabajo sobre ATE9-1 ha sido liderado por la investigadora Karen Hardy (ICREA, Universidad Autónoma de Barcelona).

Mandíbula ATE9-1, obtenida en el yacimiento de la Sima del Elefante (sierra de Atapuerca). Fotografía del autor.

El estudio del contenido de los cálculos dentales (popularmente conocido por “sarro”) es una línea de investigación relativamente reciente. La falta de higiene dental en el pasado posibilitaba la acumulación de sales de calcio y fósforo sobre la superficie de los dientes debido a la acción de las bacterias que tenemos en la boca y que viven en ella gracias al entorno favorable que se forma después de cada comidas. Una limpieza exhaustiva de la boca evita la formación de sarro; pero la higiene bucal sistemática es una costumbre muy reciente. Si no se produce esa limpieza poco a poco se forma la “placa bacteriana”. Poco a poco se endurece y solo es posible eliminarla con la limpieza mediante los equipamientos que utilizan los odontólogos. En el pasado esto no era posible y los dientes podían incluso quedar totalmente cubiertos por el sarro.

Cuando se analiza el contenido de los cálculos dentales puede obtenerse información sobre la dieta de los individuos afectados. Algunos componentes específicos de la dieta quedan atrapados en la placa. La identificación no es sencilla, porque esos componentes son microscópicos. Para obtener resultados basta con una muestra de unos pocos miligramos. En nuestro caso se analizaron dos muestras de 0,5 y 0,8 microgramos. Las muestras se someten a un proceso químico complejo de espectrometría y cromatografía antes de la recuperación de los elementos identificables, que apenas miden unas cuantas micras de diámetro.

En el caso de la mandíbula ATE9-1 se tomaron muestras de un premolar. Tras el análisis se obtuvieron evidencias del consumo de ciertas gramíneas, polen de coníferas, carne e insectos. No resulta sorprendente que la dieta de aquellos humanos fuera omnívora, porque desde siempre hemos comido de todo, con mayor proporción de productos vegetales y animales en función de diferentes factores. En nuestras primeras etapas evolutivas, cuando África estaba totalmente cubierta por bosques, la dieta debió de ser fundamentalmente vegetariana. En la Europa de las glaciaciones la carne era casi el único alimento disponible durante el invierno. En cualquier caso, siempre nos hemos adaptado a vivir en todos los ambientes y a comer de casi todo. La poca especialización en la dieta ha sido uno de los factores de nuestro éxito evolutivo.

Los restos de alimentos encontrados en ATE9-1 sugieren un ambiente de bosque húmedo y grandes praderas. Hace 1,2 millones de años el clima de la meseta era más cálido que en la actualidad y la vegetación más exuberante. Las evidencias demuestran que esos alimentos no fueron procesados con fuego. Este resultado era esperable, porque hasta el momento no se ha encontrado ninguna evidencia del uso sistemático de hogueras en ninguno de los yacimientos del Pleistoceno de la sierra de Atapuerca. El control de fuego se socializó en Europa hace unos 400.000 años, de acuerdo con los datos obtenidos en ciertos yacimientos del Pleistoceno Medio. Los homininos de la península Ibérica no tuvieron conocimientos de este gran adelanto cultural hasta finales final de ese período, hace unos 150.000 años.

Microfósiles obtenidos en la placa bacteriana de un premolar de la mandíbula ATE9-1. Imagen publicada por la revista Springer Nature.

Finalmente, entre los restos del sarro de ATE9-1 hay fragmentos microscópicos de madera. Desde hace más de un millón de años los humanos hemos utilizado palillos de materiales desconocidos para extraer los alimentos que quedan atrapados en los espacios interdentales. Un desgaste de aspecto muy particular aparece en la dentina de los dientes de los individuos con dientes más gastados, con reabsorción del hueso alveolar. Estos verdaderos “surcos” de desgaste se encuentran en los homininos de todo el Pleistoceno, incluidos los neandertales, así como en las poblaciones más recientes de épocas históricas. La mandíbula ATE9-1 tiene dientes muy gastados, reabsorción muy evidente del hueso alveolar y la huella evidentes de un quiste en la zona de los incisivos. Un surco de desgaste en el premolar demuestra que el individuo al que perteneció esta mandíbula usaba palillos de dientes para retirar los restos de alimentos que se alojaban entre los dientes. Si la interpretación de Karen Hardy es correcta, ahora podemos especular con la idea de que esos “palillos” eran de algún tipo de madera, como lo que usamos en la actualidad. No hemos cambiado tanto.

Fuente: quo.es | 20 de diciembre de 2016

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