Sale a la luz un enorme edificio en el yacimiento tartésico de Turuñuelo de Guareña (Badajoz)

Foto: Escalinata monumental de época tartésica hallada en el yacimiento del Turuñuelo de Guareña (Badajoz).SANTI BURGOS.

Fuera de contexto, la imagen de unos escalones en mitad de un gran agujero que acompaña este texto podría no decir mucho. Sin embargo, su contexto —la excavación de un enorme edificio tartésico de hace 2.500 años en la comarca de Las Vegas del Guadiana, en Badajoz— los convierte en un descubrimiento extraordinario. Y no solo porque esa escalinata monumental de dos metros y medio de altura apunta a una insólita edificación de dos plantas del siglo V antes de Cristo, la primera que se conserva de aquella época; sino porque está construida con unas técnicas y unos materiales que se pensaba que no se habían utilizado en todo el Mediterráneo occidental hasta mucho tiempo después.

La mitad de los escalones están hechos a modo de sillares, es decir, colocando unos bloques rectangulares a continuación de otros y luego unos encima de otros. Pero no utilizan grandes piezas de piedra cortada, como se hacía en construcciones similares de la época en el Mediterráneo oriental (en Grecia, por ejemplo), sino una especie de mortero de cal y granito machacado, probablemente encofrado después (la mezcla se colocaba a fraguar entre tablas hasta que se secara). Algo así como un protocemento, solo que un siglo antes de que apareciera el primer material de este tipo documentado hasta ahora: el opus caementicium del Imperio Romano.

El yacimiento del Turuñuelo de Guareña, cuya excavación arrancó en 2015, ya había sorprendido a los investigadores por su tamaño (es el más grande localizado de aquella época, en torno a una hectárea), la riqueza de materiales encontrados y su extraordinario estado de conservación. Todo tipo de joyas, puntas de lanza, recipientes, semillas, restos de tejidos, parrillas de bronce o calderos enormes prometían desde el principio arrojar nueva luz sobre la cultura de Tartesos. Una civilización prerromana que ocupó el suroeste de la Península Ibérica en el primer milenio antes de Cristo sobre la que se ha levantado todo tipo de mitos y leyendas (sobre todo, en torno a su misteriosa decadencia y su abrupto final), debido, entre otras cosas, a la escasez de restos materiales. Una escasez que la excavación dirigida por los arqueólogos del CSIC Sebastián Celestino —que también es director del Instituto de Arqueología de Mérida— y Esther Rodríguez está compensando a marchas forzadas, y eso que apenas se ha desenterrado hasta el momento el 10% de la construcción.

“Una escalinata constituye un elemento arquitectónico único de algo, además, que no pensábamos que fueran capaces de ejecutar. Existen escaleras durante la protohistoria en la Península, pero ya en época posterior. De esta cronología como máximo había dos o tres escalones de piedras y adobe para salvar un desnivel”, explica Rodríguez. En este caso, son 10 escalones (al menos; todavía puede haber alguno más) de 2 metros de largo, 40 centímetros de anchura y 22 de altura. Los cinco superiores están cubiertos por lajas de pizarra y los inferiores son los que están hechos a modo de sillares cuadrangulares con mortero de granito machacado envuelto en cal.

“Lo más sorprendente ha sido su profundidad. Dos metros y medio significa que debajo hay otra planta, que estamos accediendo a una planta superior sobre-elevada”, completa Celestino. Se había especulado sobre la existencia de este tipo de edificaciones en época tartésica, a partir de textos de la Biblia, pero nunca se había encontrado ninguno. “Este edificio será el primero que conserva las dos plantas”, insiste.

Dos caballos sacrificados

A un lado de la asombrosa escalinata, han aparecido los cuerpos de dos caballos sacrificados, perfectamente colocados en posición anatómica, con todo su herraje puesto, lo que apunta sin duda a un sacrificio ritual, pues estos animales, símbolo del lujo, no solían comerse en aquella época. Al otro lado, sin embargo, han hallado restos de una vaca que los moradores del lugar sí llegaron a consumir en una especie de festín. Los investigadores del CSIC, de hecho, cada vez ven más claro que a finales del siglo V antes de Cristo se produjo allí una gran celebración justo antes de la destrucción del edificio.

Foto: Restos de dos caballos sacrificados en el yacimiento tartésico del Turuñuelo. SANTI BURGOS.

La mayor parte de las construcciones de aquella época localizadas en el Valle medio del Guadiana –una zona que recibió grandes oleadas de inmigración desde en núcleo central de Tartesos, en el Guadalquivir y Huelva, tras una profunda crisis económica en el siglo VI— fue destruida por sus propios moradores hacia finales del siglo V, o principios del IV a.C. Prefirieron echarlas abajo antes de verlas saqueadas por los pueblos del norte, de etnia céltica, que estaban a punto de llegar.

La del Turuñuelo de Guareña también fue incendiada y después sepultada bajo arcillas sacadas del río Guadiana. Pero su formidable estructura, que incluye muros de varios metros de grosor, hizo que se mantuviera en pie pese a todo.

Ahora, el trabajo de Celestino y Rodríguez —que cuenta con el apoyo de la Secretaría General de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Junta de Extremadura y el Ayuntamiento de Guareña, y con la financiación de la Diputación Provincial de Badajoz— será seguir excavando este gigantesco edificio. La próxima campaña será en mayo y, entre sorpresa y sorpresa, intentarán vislumbrar cómo fue aquella celebración de despedida y descubrir con ello qué tipo de edificio fue el del Turuñuelo de Guareña.

La dificultad añadida es que se trata de algo completamente nuevo, muy distinto de las otras construcciones tartésicas halladas en la zona, como el santuario de Cancho Roano, en Zalamea de la Serena; o La Mata (en Campanario), con un perfil más económico. Tiene características de palacio, pero también de gran monumento funerario. “La planta de arriba, con varios altares, tiene una función ritual clarísima, pero la religión entonces estaba mezclada con todo. A partir de ahí, hay elementos que hacen pensar en el enterramiento, como el hecho de que no tenga suelos construidos a pesar de la riqueza de todo lo demás. Sin embargo, el hecho de que tenga dos plantas apunta hacia otro lado”, explica Celestino. Las respuestas irán llegando, casi con toda seguridad, a medida que la excavación vaya sacando a la luz ese otro 90% del edificio que todavía permanece enterrado entre los campos de tomates de las Vegas del Guadiana.

EL TROZO DE LANA MÁS ANTIGUO DE LA PENÍNSULA

Cuando sus pobladores quemaron el edificio del Turuñuelo de Guareña a finales del siglo V antes de Cristo, las cenizas, junto a la arcilla que utilizaron para sepultarlo después, crearon una especie de urna protectora. Esta ha mantenido en un estado de conservación magnífico gran parte de los objetos que llevan 25 siglos atrapados en su interior, desde los marcos de las puertas hasta distintos tipos de tejido.

De hecho, los investigadores han hallado fragmentos de lana (el más antiguo encontrado en la Península Ibérica) y de lino, además de varios saquitos de esparto que contenían cereales. Todos ellos los están analizando especialistas de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) dentro de un proyecto llamado Procon, que investiga la producción y uso de productos textiles en la Europa Mediterránea.

En el Laboratorio de Restauración de la Universidad Autónoma de Madrid (Secyr) se están restaurando otros importantes objetos recogidos durante a excavación, entre otros, metales como un juego de siete ponderales (piezas de medida de peso) de bronce o tres ricos ungüentarios fenicios de pasta vítrea.

Todo ello se suma a otros sorprendentes objetos hallados hasta el momento, como vasijas y platos que los lugareños construían imitando utensilios griegos o etruscos llegados a través del comercio fenicio, o una rarísima bañera de 1,70 metros de largo, posiblemente del mismo mortero utilizado en la escalinata, pero mucho más refinado.

 

Fuente:  J. A. AUNIÓN | El País, 17 de abril de 2017

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Comentario por Alicia M. Canto el abril 17, 2017 a las 6:48pm

Buena noticia, aunque el titular puede pasar al "museo de los horrores periodísticos" de este portal (suponemos que es cosa del periodista, claro).

Primero, porque lo de "tartésico" está por probarse, habida cuenta de lo lejos que está Guareña de Sevilla y el Guadalquivir (supuesto valle natal de Tartessos), y casi más aún de Huelva (la otra opción) y de lo fenicio que ha terminado siendo El Carambolo (Sevilla), aunque llevaba medio siglo de buque insignia oficial del "tartesismo", y de la "tartesitis" (que también la hay). Segundo, porque Guareña no está lo que se dice ni cerca del "Mediterráneo Occidental". Y tercero, porque, si el edificio "es único en el Mediterráneo occidental", un lector despistado podría entender que, en cambio, los debe de haber a puñados  "en el Mediterráneo Oriental" ¡¿?!

En fin... que sea enhorabuena, y a ver si con el estruendo que siempre produce El País, y con ayuda de esa preciosa escalera de dos acabados, y de los dos caballos sacrificados, consiguen al menos una financiación decente para una buena y detenida excavación.

Comentario por Juan Collado el abril 18, 2017 a las 9:07am

   Guareña, efectivamente, está lejos de Sevilla, al igual que Siruela lo está de Villamanrique de la Condesa, lugares ambos en los que fueron encontradas inscripciones con mensajes muy parecidos. También más al norte de la antigua Ilipa (Alcalá del Río), que algunos han querido utilizar como límite entre lo tartésico y lo no tartésico, encontramos no solamente elementos de prestigio comunes, sino una común arquitectura (por poner un caso, el edificio de Cancho Roano se ajusta en su diseño al santuario de Coria del Río). Si en ambas zonas las manifestaciones culturales son similares (a lo que se añade elementos nucleares de la cultura, tales como el idioma), lo extraño sería no incluir ambas zonas en un mismo ámbito, tradicionalmente denominado tartésico.

   Hago una puntualización a esa idea tan extendida según la cual para los defensores de un Tartessos pre-fenicio, en su conjunto, el tesoro del Carambolo constituía un "buque insignia". Para Juan de Mata Carriazo, hace ya más de medio siglo, seguramente lo fue. Pero desde un primer momento era evidente que su interpretación hacía aguas (de igual forma que, décadas antes, la interpretación del emplazamiento de Tartessos según Schulten también había hecho aguas). Desde que se cometieran aquellos errores en la década de los años 20 y 50 del siglo pasado, ha transcurrido tiempo más que suficiente para olvidarse de ellos y pasar página.

   Lo que no es lógico es que a estas alturas del siglo XXI estemos arrastrando aún el "problema tartésico" del que ya hablaba Maluquer de Motes en la primera página de su libro de 1970 ("Tartessos. La Ciudad sin Historia"). Para concluir, quisiera hacer referencia no a la situación de crisis, sino de verdadero caos, que existe actualmente en España en relación a cómo asimilar que fue precisamente en suelo español en donde aparecieron los primeros textos escritos de Europa Occidental. Tradicionalmente han sido denominados textos tartesios, pero últimamente el interés ha sido quitarle el nombre (ya se sabe: de las cosas sin nombre es más fácil olvidarse), puesto que a la expresión que le ha sustituido ("textos de la lengua del S.O.") ni siquiera se le puede llamar nombre. Efectivamente, no hay ni tan sólo un idioma en el mundo para cuya denominación se haya empleado la orientación indicada por la brújula. Nuestro país, de nuevo, es único en algo. Y lo peor es que para conseguir esa peculiaridad, el precio a pagar no es cualquier cosa. Al primer idioma escrito de Europa Occidental (con manifestaciones en un amplio territorio del suroeste de la Península), lejos de concederle la importancia que merece, en España se le quita el nombre.

Comentario por Alicia M. Canto el abril 18, 2017 a las 4:02pm

Tres puntualizaciones propias a la puntualización del Sr. Collado sobre el carácter que en mi anterior mensaje atribuí a El Carambolo como "buque insignia del tartesismo".

1) En primer lugar, que no me encuentro entre los "defensores de un Tartessos pre-fenicio" que según Ud. serían los principales al evocar El Carambolo. Más bien a la contra, yo siempre he creído (y enseñado) que El Carambolo tenía que ser fenicio, pero por una causa que no solía tenerse tan en cuenta como el famoso tesoro áureo, pero que en realidad, y al menos desde mi especialidad académica principal, es de primera magnitud, la epigráfica, ya que la única inscripción conocida del yacimiento era fenicia, y mencionaba a Astarté.

Pero es que esa teoría no era nueva, y en 2006, hace más de 11 años, elaboré y publiqué un artículo con motivo de la gran noticia de ese año, que llamé "El Tesoro del Carambolo deja de ser tartésico" (veo que anda por las 64.185 visitas, válgame el Cielo), en el que dediqué un espacio a mostrar cómo, cuando empezaron las nuevas excavaciones, los propios autores decían que este yacimiento "se considera el más importante de la época tartésica", opinión que cambiaron con el tiempo ("Escacena intepreta lo hallado por Carriazo como un santuario fenicio dedicado a la diosa Astarté"), pero sin evocar como a mi juicio se debía a los varios y pioneros precedentes que tenía la "tesis fenicia", a cuyo detalle dediqué el comienzo de la parte II del mismo artículo ("PARTE II. ALGUNOS ANTECEDENTES"). Relacioné entonces a Antonio Blanco Freijeiro (1959 y 1979), que fue el primero en poner en duda el "fondo de cabaña", y considerarlo un lugar de culto; a Joan Maluquer de Motes (1960 y 1994), Matthias Delcor (1969), José Mª Blázquez (1975-1998) (que cita al efecto a C. González Wagner y J. Alvar), o María Belén, José Luis Escacena y Fernando Amores (1992-1998). Porque creo bueno que se cite a todos los que han contribuído a una nueva teoría, que en este caso no eran precisamente pocos, ni la teoría fenicia tan nueva. Se acostumbra a irlos olvidando (por desgracia sobre todo a los ya fallecidos), y no me parece justo.

2) En cuanto a mi definición concreta del Carambolo como "buque insignia del tartesismo", no podía ser Ud. más oportuno. Ya que, lejos de haberse "pasado página", y a pesar de las nuevas excavaciones y sus conclusiones, El Carambolo sigue encabezando, o sigue siendo portada y reclamo, de toda monografía o exposición "tartésica" que se precie. Y le pongo sólo dos ejemplos:

El primero está aún "calentito", como suele decirse. Es del número monográfico de la revista Desperta Ferro. Arqueología e Historia, dedicado a Tartessos, este abril de 2017. Como podrá ver, no sólo lleva el bonito collar del Carambolo en la portada:

sino que, en su interior, pueden verse ilustraciones de la última hipótesis sobre el uso de las piezas (para mí bastante inverosímil, aunque el Museo de Sevilla la aceptara enseguida y con gran entusiasmo):

y hasta una bonita reconstrucción virtual del santuario:

2) Por ponerle algo más antiguo, pero no mucho, el conocido libro patrocinado por la RAH: Mariano Torres Ortiz, Tartessos, Real Academia de la Historia, Bibliotheca Archaeologica Hispana nº 14, Madrid, 2002, que asimismo lucía en la portada el mismo precioso collar, puede servir perfectamente como muestra intermedia del sólido puente que aún está tendido, entre el Tartessos y El Carambolo de Carriazo, y el Tartessos y El Carambolo de nuestros días.

(Foto original de aquí)

Parece, pues, a la vista de estas pruebas, que se puede concluir que aquella "interpretación que hacía aguas" de Carriazo, "hace ya más de medio siglo", de alguna forma sigue  manteniéndose a flote aunque ni entonces, ni menos ahora, pudiera hablarse con propiedad de un "Carambolo tartésico". A veces me pregunto si en esa supervivencia influirá ese poder de atracción que tiene el oro ;-)

3) Por último, dos palabras sobre "la escritura del SO" (así la enseño de siempre en mis clases), definición que no le gusta a Ud. Pero no es ningún "desprecio": Cuando no se puede atribuir con seguridad una escritura, o lo que sea, a una etnia concreta, es prudente recurrir a definiciones geográficas o de otro tipo. Me viene ahora a la cabeza otro ejemplo, y doble: la "cultura castreña" y "del NO" (aunque en este caso sí lo veo innecesario).

Pero, en todo caso, según las últimas hipótesis de John T. Koch, de la Universidad de Gales, bien presentadas en múltiples publicaciones (como Ud. sabe bien), y encima con apoyos extra de peso como el de Colin Renfrew, esas estelas, su lengua y su escritura, deberían ser... celtas. Recomiendo, por ejemplo, "LAS INSCRIPCIONES DEL SUROESTE Y EL TARTESO DE LA ARQUEOLOGÍA Y DE ... (aunque para mí éste es un trabajo algo más conciliador y "sincrético" que otros suyos anteriores):

“…el panorama presentado por los topónimos prerromanos muestra una diversidad lingüística en la región, con el uso tanto de idiomas indoeuropeos como de idiomas no-indoeuropeos, así como semítico intrusivo…” (p. 541).

Como vemos, habría de todo un poco, en plan "potpourri". Pero ahora, y desde las excavaciones de M. Almagro en Medellín, los que están de moda son los Kynetes, Cunetes, Κυνησιοι o Kónioi, que según él llegarían nada menos que hasta la muy lejana Conimbriga (Koch, cit., p. 545, pero esto ya se leía en J. Alarcão hace muchos años). En el mapa de distribución de Koch (es su fig. 1), a Sevilla y El Carambolo se les deja ya poco lugar...

¿Debemos, o podríamos, llamarla ya "escritura cynética"? Es algo que tardaría muchísimo tiempo en penetrar en el sólido mundo de los familiares dogmas de la antigua Iberia...

Además, encajar a los Celtas (los de verdad) en los distintos y conocidos escenarios "tartésicos", e incluso fenicios, ése sí que es un problema, y gordo, que sólo se podría resolver con explicaciones como la coexistencia, la influencia, la interacción... ¿Eran Celtas los Cynetes, o sólo eran indoeuropeos? Etc. etc...

En este momento de "shock" es justo en el que muchos veteranos tartesiólogos (y también muchos filólogos de prehispánicas, comprometidos con otras líneas de trabajo) se encuentran ahora.

A ver cómo sale todo el mundo del embrollo ;-)

Saludos a todos. A. M. Canto

Comentario por Guillermo Caso de los Cobos el mayo 20, 2017 a las 9:33pm

Las excavaciones en el yacimiento tartésico de Guareña (Badajoz) arrojan datos sobre cómo vivían sus moradores

Las excavaciones en el yacimiento tartésico de Guareña (Badajoz) arrojan datos sobre cómo vivían sus moradoresMÉRIDA | EUROPA PRESS

La actual campaña de excavaciones en el yacimiento tartésico de El Turuñuelo, en Guareña (Badajoz), han arrojado algunas evidencias sobre la forma en la que vivían los moradores de este singular templo con 2.500 años de historia.

De este modo, los restos analizados han proporcionado ya un conocimiento bastante aproximado del estilo de vida que se desarrolló en este espacio. Así se deduce de los bronces de "calidad extraordinaria", cerámica griega o restos de alimentos, entre los que hay carnes y conchas de mariscos.

O de la vajilla, que cuenta con un conjunto de 200 platos que invita a pensar que en este lugar se reunían de forma ocasional grandes grupos de personas que compartían ceremonias religiosas y su posterior celebración festiva.

Cabe recordar que la primera aproximación a este yacimiento se realizó en 2013 y se han desarrollado campañas de excavación sólo durante tres años, por lo que los expertos consideran que a este yacimiento aún le queda mucho por contar.

Cabe destacar que los hallazgos más numerosos de esta civilización se habían realizado hasta el momento en la cuenca del Guadalquivir y no en la del Guadiana.

Los restos del templo se encuentran situados en una finca particular, en el extremo de una plantación de tomates, y van saliendo de las entrañas de un montículo artificial donde hasta ahora se sembraban garbanzos y que hace siglos crearon quienes, por razones aún desconocidas, incendiaron este templo y lo cubrieron de tierra para evitar que fuera profanado. La capa de cenizas contribuyó a la mejor conservación del edificio que ahora se excava.

Foto: Una vasija asoma en una habitación del yacimiento del Turuñuelo, del siglo V antes de Cristo, en los alrededores de Mérida. CARLOS MARTÍNEZ. 

Este lugar fue visitado en este viernes por el presidente de la diputación provincial de Badajoz, Miguel Ángel Gallardo, a quien acompañaba el director general de Desarrollo Rural de la Junta de Extremadura, Manuel Mejías; y los alcaldes de Guareña, Abel González Ramiro; Valdetorres, Almudena García; y Cristina, Lucas Sancho, entre otras personas.

En el lugar se encontraban excavando en ese momento diez personas junto a los directores de los trabajos, los arqueólogos Esther Rodríguez y Sebastián Celestino, según informa la Diputación de Badajoz.

La institución provincial contribuye a la financiación de esta excavación que durante el verano entrará en periodo de análisis y recapitulación de datos y que se espera poder continuar en el próximo otoño.

Entre los hallazgos más llamativos hasta el momento se encuentra una hermosa escalera de once peldaños, los primeros de los cuales están construidos en pizarra y otros a base de sillares de cal, que lleva a un segundo piso inédito hasta ahora en este tipo de edificios. En estos momentos, el equipo científico de la excavación planea minuciosamente la forma de acceder a ese segundo piso de la manera menos invasiva para la estructura del edificio.

Igualmente llama la atención una pesada bañera de cal encontrada en una de las habitaciones, un espacio ritual donde también se localizaba una pileta.

Este pasado viernes se trabajaba también en los alrededores una oquedad donde se han encontrado los restos de dos caballos provistos de sus correspondientes arreos, que sólo están descubiertos de forma parcial hasta el momento.

Fuente: lainformacion.com | 20 de mayo de 2017

Comentario por José Luis Santos Fernández el junio 28, 2017 a las 10:05am

Hallados restos de 16 caballos sacrificados en el santuario tartésico del Turuñuelo

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El santuario tartésico del Turuñuelo de Guareña, en Badajoz, del siglo V a.C., una joya arqueológica por sus novedosas técnicas arquitectónicas y por su estado de conservación, sigue revelando secretos que muestran su pasado esplendor. Un equipo de investigadores del Instituto de Arqueología-Mérida, del CSIC, ha hallado junto a la escalinata del templo los restos de 16 caballos, dos toros y un cerdo, que fueron sacrificados en un costoso ritual de clausura antes de la destrucción final del santuario. El Turuñuelo se ha convertido en un modelo para estudiar la cultura tartésica del interior, y aporta información muy valiosa sobre su organización social, sus mecanismos comerciales y sus rituales.

“El sacrificio consistió en una gran ofrenda a los dioses antes de abandonar definitivamente el lugar”, explica Sebastián Celestino, director de la excavación junto a la investigadora Esther Rodríguez, y director del Instituto de Arqueología-Mérida.

“Da idea de la enorme riqueza del sitio, pues el caballo era un elemento de prestigio. Además de los numerosos animales sacrificados (19 hasta el momento, pues no se ha terminado de excavar este espacio) han aparecido ánforas y cestos con cereales y otros elementos de gran valor, lo que da una idea de la importancia de ese sacrificio final, previo a la destrucción del monumento y su posterior amortización”. 

Medio Departamento de Comunicación. 28/06/2017
Comentario por José Luis Santos Fernández el julio 10, 2017 a las 12:47pm

El templo tartésico que fue sellado para siempre tras un sacrificio

En el templo de Turuñuelo, en Badajoz, se ofrendaron los cuerpos de 19 animales, aunque los motivos y propósitos se desconocen

Existen pocas certezas respecto a Tartessos, la considerada como primera civilización europea. Se sabe que existió en el período 1200-500 a. C., en el triángulo de las provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz, y que estrecharon lazos culturales y económicos con los fenicios. Pero hoy en día, solo sus restos pueden decir algo respecto a su caída; como los del santuario del Turuñuelo (Badajoz). Hace menos de un año, no se había excavado ni un 10% de este santuario y, sin embargo, las señales que se encontraron ya resultaban muy prometedoras. Siete meses después, el templo tartésico arrojaba más preguntas, al descubrirse una escalera central que configuraba la construcción como un edificio de dos plantas. Sin embargo, el último descubrimiento pertenece a unos animales sacrificados en un ritual de propósito y motivaciones desconocidas.

Recientemente, el equipo de arqueólogos que investiga el Turuñuelo ha encontrado los restos de dieciséis caballos, dos toros y un cerdo junto a la escalinata central del templo, en lo que se supone es un ritual de clausura. Sebastián Celestino, director de la excavación, en la que participan el Instituto de Arqueología-Mérida, el centro mixto del CSIC y la Junta de Extremadura, afirma que "hasta este momento, desconocíamos que hubiese podido producirse un sacrificio de semejantes dimensiones. Además, estaba teatralizado en cierta manera: todos los animales fueron sacrificados de la misma forma, y los dieciséis caballos mantienen los bocados puestos", explica Celestino.

Se presupone que el cierre de este templo tuvo algo que ver con una segunda crisis que sufrió Tartessos, desconocida hasta el momento, pero relacionada con la invasión de los pueblos celtas hacia el sur de la península. "Además, aunque la hipótesis más probable fuese que la ceremonia de clausura tenía algo que ver con una guerra cercana, el cierre del templo plantea muchas preguntas", continúa el arqueólogo. "El edificio estaba tapado y sellado, con tierra primero y arcilla después. Las ofrendas de bronce del interior siguen en su sitio, pero rotas, como si quisiesen inutilizarlas. Esto abre la hipótesis de que pensasen que sufrían algún castigo divino", concluye el director.

Por otra parte, José Escacena, catedrático de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla, sopesa las posibilidades de una segunda hipótesis, relacionada con la dualidad de la civilización de Tartessos. "Tartessos nació como una mezcla de dos civilizaciones: por un lado, la población indígena de la península Ibérica, y por otro, los extranjeros fenicios. En lo referente a la religión, hay investigadores que piensan que se produjo una cultura religiosa mixta, y otros creemos que cohabitaron juntos, pero no revueltos", detalla el catedrático. "El hecho es que conocemos mucho mejor la religiosidad de la comunidad fenicia porque era una religiosidad más urbana, con mayores santuarios, como el del Turuñuelo o el del Carambolo. La indígena era una religiosidad más natural, más relacionada con el agua, con ofrendas de objetos en tramos de ríos sagrados".

Escacena establece una teoría basándose en los paralelismos históricos. "Hay una hipótesis basada en que, cuando una comunidad tiene que abandonar un territorio debido a un cambio de poder, sus santuarios son destruidos por la comunidad que ha obtenido el poder, como cuando Israel abandonó Gaza y sus sinagogas fueron destruidas por los palestinos", compara el arqueólogo. "Sin embargo, digamos que la comunidad que expulso a los fenicios les permitió de alguna forma clausurar su templo "razonablemente", y los propios usuarios del templo lo sellarían para que no fuese destruido o saqueado", concluye el investigador.

Fuente: Jorge Coloma | El País, 10 de julio de 2017

Comentario por Guillermo Caso de los Cobos el febrero 21, 2018 a las 9:07pm

El último misterio de Tartesos

Animales sacrificados en un ritual celebrado hace 2.500 años en un edificio hallado en Guareña (Badajoz). La escalinata de la derecha convierte esta construcción tartésica en algo insólito en el Mediterráneo occidental. CARLOS CARCAS.

Hace 2.500 años, muy cerca de lo que hoy es el municipio de Guareña, en Badajoz, los lugareños se reunieron en un enorme edificio de dos plantas para celebrar un banquete y una ceremonia ritual en la que sacrificaron decenas de valiosos animales. Después lo quemaron todo, lo sepultaron y lo abandonaron para siempre. Los últimos días de aquella insólita construcción, congelados en el tiempo gracias a la mezcla de las cenizas y arcilla que ha protegido sus restos todos estos siglos, pueden ser claves para entender la última etapa de Tartesos. Y, de paso, para cubrir algunos de los huecos que durante tantos años se han rellenado a base de mitos y leyendas (de Hércules al rey Argantonio) sobre la gran civilización que floreció en el suroeste de la península Ibérica, de la mano del comercio con los fenicios, en la primera mitad del primer milenio antes de Cristo. Tartesos confluyó con la colonización fenicia y llegó a ser tan brillante y rica que excitó la imaginación de los historiadores griegos. Perduró unos cinco siglos, y su decadencia y desaparición total, hacia el 500 antes de Cristo, aún está por aclarar.

El río Guadiana a su paso por Guareña, cerca del yacimiento del Turuñuelo. CARLOS CARCAS



“Faltan muchos análisis que hacer y mucho edificio por desenterrar, apenas se ha excavado el 10%”, advierten Sebastián Celestino y Esther Rodríguez, arqueólogos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y responsables del yacimiento de las Casas del Turuñuelo de Guareña, que empezó a excavarse en 2015. Pero los huesos de 22 caballos, 3 vacas, 2 cerdos, 2 ovejas y 1 asno sacrificados (eso de momento, puede haber más) no solo representan un hallazgo extraordinario —es la mayor hecatombe de animales localizada hasta ahora en todo el Mediterráneo, la primera de tamaño comparable a los holocaustos religiosos que se describen en el Antiguo Testamento o en la Iliada y la Odisea—, sino que abren nuevas pistas para entender qué pasó allí.



El de Guareña no es el único edificio que entre finales del siglo V y principios del IV antes de Cristo tuvo ese mismo final en las Vegas Altas del Guadiana, un territorio que había cobrado vida e importancia económica apenas un siglo antes, gracias a las oleadas migratorias llegadas por culpa de una gran crisis económica desde el núcleo central de Tartesos, entre lo que hoy es Huelva y Sevilla. Toda una serie de construcciones similares —como el santuario de Cancho Roano, en Zalamea de la Serena, o La Mata, en Campanario, con un perfil más económico—, encargadas de la gestión del territorio y del control del paso por el Guadiana, acabaron también autodestruidas casi al mismo tiempo, algunas tras un gran festín como el del Turuñuelo. La gran diferencia es el desmesurado sacrificio de animales, incluidos todos los caballos, claros símbolos de abundancia y distinción en aquel tiempo, colocados además en posturas teatrales: la mayoría en parejas, ­algunos con las cabezas entrelazadas.

Esto, sumado a las otras riquezas enterradas (sacos de grano, vasos de pasta vítrea, juegos de ponderales, bronces destrozados a propósito), abre la hipótesis de que aquellos hombres y mujeres pensasen que los dioses... y que estuvieran intentando ponerle remedio sacrificando los más valioso que poseían, explica Sebastián Celestino.




Fuentes y copa de vino de la excavación. CARLOS CARCAS


Perdería entonces fuerza la idea tradicional que dice que se marcharon por miedo a una inminente invasión de los pueblos celtas del norte, algo que tampoco concuerda con la casi absoluta ausencia de armas (común en realidad a todo Tartesos) y la enorme cantidad de tiempo y mano de obra que se debió de necesitar para ocultar semejante construcción (se calcula que el edificio ocupa casi una hectárea de terreno). Los expertos creen que se debió más bien a algún cambio brusco del clima, alguna gran catástrofe natural o gran epidemia.

Los investigadores insisten en que se trata de resultados e interpretaciones provisionales. Podrán afinar mucho más, por ejemplo, cuando sepan cómo fueron sacrificados los animales, a qué edad o si fueron eviscerados o descarnados después de muertos. Desde que comenzaron los trabajos en 2015 ya han desenterrado una habitación llena de ricos objetos —joyas, puntas de lanza, cerámicas, semillas, parrillas de bronce y un gigantesco caldero extraordinariamente conservados—, otra gran sala con un altar de adobe típico tartésico (que representa una piel de toro) y una rarísima bañera-sarcófago. Además, está la escalinata monumental de tres metros de altura (en la que se utilizó una especie de protocemento un siglo antes de que el Imperio Romano empezara a usar el opus caementicium) que conduce al patio donde se han hallado los animales y frente a la que se abre un camino de pizarra y se intuye una gran puerta en un lateral. El hecho de que conserve las dos plantas también convierte el edificio en un descubrimiento único en todo el Mediterráneo occidental.


Uno de sus dos directores de la excavación, Sebastián Celestino. CARLOS CARCAS


Con todos esos ingredientes, no es extraño el interés que el yacimiento ha despertado en la comunidad científica. Los responsables de la excavación reciben constantes ofertas de colaboración por parte de decenas de expertos e instituciones. Celestino, que también dirige el Instituto de Arqueología de Mérida (centro mixto del CSIC y la Junta de Extremadura), y Rodríguez aceptan muchas de ellas para superar la limitación de medios a la que suelen enfrentarse este tipo de trabajos en España; en su caso, su única subvención procede de la Diputación de Badajoz. Así, por ejemplo, el laboratorio de restauración de la Universidad Autónoma de Madrid está recomponiendo algunos de los restos hallados en Badajoz; mientras, en la Universidad de Cambridge se analizan sus fragmentos de tela; entre ellos, la que es probablemente la lana más antigua encontrada en la Península.

Y también un equipo de ingenieros de la Universidad de Extremadura ha recorrido la excavación con un escáner para tomar información que permitirá reproducir en 3D a escala 1:1 las estancias. Eso servirá después, entre otras cosas, para el desarrollo de algoritmos específicos que permitan recomponer, a partir de los fragmentos encontrados, la forma precisa de la bañera o de la puerta del patio, explica la investigadora Pilar Merchán. Además, el registro exacto de cómo era el patio con los animales sacrificados será especialmente importante por si en un futuro (de momento, bastante lejano) se plantea abrir el yacimiento al público y colocar reproducciones de los huesos.


Esther Rodríguez, codirectora de la excavación (en el centro). CARLOS CARCAS


De momento, y ante el rápido deterioro de los esqueletos, seis zooarqueólogos de diferentes centros de investigación se disponen a transportarlos a sus respectivos laboratorios para analizarlos y, en algunos casos, prepararlos para su conservación (una vez restaurados, todos los restos pasan a disposición del Museo Arqueológico de Badajoz). “Cuando eran solo dos caballos [los primeros que salieron a la luz], yo podía hacerme cargo, pero cuando siguieron saliendo y saliendo, vi que esto era demasiado, que necesitaba ayuda”, cuenta a pie de obra Rafael Martínez Sánchez, arqueólogo experto en restos animales de la Universidad de Granada. Así, de la forma más natural, durante una cena tras un taller celebrado en Mérida el pasado mes de octubre sobre Los sacrificios de caballos en la península Ibérica durante la I Edad del Hierro, nació el improvisado equipo.


Melchor Rodríguez Fernández, obrero especializado en trabajos arqueológicos. CARLOS CARCAS


Sacar de la tierra con piqueta y paletín los restos de una treintena de animales de hace 2.500 años es un trabajo delicado que requiere un plan de ataque: por dónde empezar, cómo nombrar a cada individuo… Mientras lo deciden en el yacimiento (Pilar Iborra y Rafael Martínez Valle, del Instituto Valenciano de Conservación y Restauración, llevan la voz cantante), repasan las primeras impresiones: aquel parece un ternero; este, un asno de cabeza enorme; a esta cerda le falta una paletilla delantera (¿se la comerían durante el festín?); al caballo quizá le cortaron las patas antes de sacrificarlo… A los especialistas se les ve abrumados, pero también entusiasmados; muy raramente pueden trabajar con semejante muestra, que les permitirá conocer, por ejemplo, pautas de alimentación y enfermedades (de esto se encarga Silvia Albizuri, de la Universidad de Barcelona). O indagar a través de su ADN, si el estado de conservación lo permite, en el proceso de domesticación del caballo en la Península, explica Jaime Lira, del Centro Mixto Universidad Complutense de Madrid-Instituto de Salud Carlos III y miembro del equipo de Atapuerca.

Son sin duda enormes las posibilidades que se abren en este yacimiento de las Casas del Turuñuelo para saber mucho más sobre cómo eran, cómo se organizaban o cuál era la relación de esa cultura tartésica tardía con los lejanos países del otro extremo del Mediterráneo; se han encontrado objetos griegos, pero también imitaciones hechas en los alrededores, y en los bloques rectangulares que sostienen la escalinata monumental se puede ver una versión local de los sillares de piedra que usaban en Grecia. Y como además existen muy pocos restos de envergadu­ra en la zona central de Tartesos en torno al Guadalquivir —probablemente porque sobre ellos se fueron superponiendo capas y capas de los pueblos que llegaron después—, también pueden ayudar a entender mejor aquella gran civilización.

Desde que empezaron a excavar en Guareña, Celestino y Rodríguez, con la inestimable colaboración de Melchor Rodríguez Fernández, un obrero especializado en este tipo de trabajos desde hace más de 20 años, que ha abierto a pico y pala gran parte del yacimiento, no han hecho más que encontrar a cada paso objetos únicos, construcciones insólitas y los restos más antiguos y mejor conservados en la protohistoria mediterránea (¡hasta los marcos de madera de algunas puertas!). Y todavía falta el 90% restante.

Fuente: elpais.com | 20 de febrero de 2018

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