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Diferencias craneofaciales entre humanos modernos y neandertales (arriba), y entre perros y lobos (abajo). Imagen: PLOS ONE
La autodomesticación humana es una hipótesis que defiende que, entre los motores de la evolución humana, se encontrarían los mismos seres humanos, que debieron de seleccionar entre sus congéneres a los que tenían actitudes más sociales. Investigadores de un equipo de la Universidad de Barcelona liderado por Cedric Boeckx (izquierda), profesor ICREA del Departamento de Filología Catalana y Lingüística General y miembro del Instituto de Investigación en Sistemas Complejos de la Universidad de Barcelona (UBICS), han encontrado evidencia genética de este proceso evolutivo.
El estudio, publicado en la revista científica PLOS ONE, compara los genomas de los humanos modernos con los de algunas especies domesticadas y los de sus equivalentes salvajes, con el fin de encontrar genes coincidentes relacionados con rasgos de la domesticación, como por ejemplo una fisonomía más grácil o la docilidad. Los resultados muestran un número significativo de genes relacionados con la domesticación que se solapan entre animales domésticos y humanos modernos, pero no con sus parientes salvajes, como por ejemplo los Neandertales.
Según los investigadores, estos resultados refuerzan la hipótesis de la autodomesticación humana y «ayudan a revelar información sobre uno de los aspectos que nos hace humanos: nuestro instinto social».
Un nuevo tipo de evidencia: los genomas de los parientes extinguidos de los humanos
La autodomesticación se daría en algunas especies que muestran rasgos anatómicos y de comportamiento característicos de los animales domésticos en comparación con sus parientes salvajes. La diferencia es que en este caso la domesticación habría tenido lugar sin la intervención de ninguna otra especie. Distintos estudios han planteado la hipótesis de que los humanos —y otras especies, como los bonobos— se domesticaron a sí mismos. El objetivo de esta investigación ha sido buscar evidencia biológica de la autodomesticación humana estudiando un nuevo tipo de datos: los genomas de nuestros ancestros ya extinguidos, como los Neandertales o el hombre de Denisova.
«Uno de los motivos que llevó a los científicos a decir que los humanos se domesticaron ellos mismos reside en nuestro comportamiento: los humanos modernos son más dóciles y tolerantes, como las especies domésticas, y nuestras capacidades de cooperación y la conducta social son rasgos esenciales de la cognición moderna», explica Cedric Boeckx. «El otro motivo es que los humanos, comparados con los neandertales, presentan un fenotipo más grácil que se parece a lo que vemos en los animales domésticos en comparación con sus primos salvajes», añade el experto.
Para identificar indicadores del proceso de la autodomesticación en humanos, los investigadores crearon una lista de genes relacionados con rasgos domésticos en humanos, a partir de la comparación con el genoma de los Neandertales y los homínidos de Denisova, especies humanas ya extinguidas. Después, compararon esta lista de genes con el genoma de algunos animales domésticos y el de sus parientes salvajes, como por ejemplo los perros respecto a los lobos y los bueyes respecto a los bisontes.
Los resultados mostraron que el número de genes que coincidían solo era relevante entre los humanos y las especies domesticadas. «Los genes de humanos modernos seleccionados podrían ser esenciales en el proceso de domesticación, ya que estas interacciones aportan datos sobre rasgos fenotípicos relevantes», explica Cedric Boeckx.
Representaciones gráficas de genes superpuestos que muestran firmas de selección positiva en Humanos Anatómicamente Modernos (HAM) especies domesticadas.
Intersección entre humanos modernos y especies domesticadas
Los investigadores también utilizaron otras medidas estadísticas, como por ejemplo grupos control, para confirmar los resultados. La idea era descartar que la coincidencia de los genes de los humanos modernos con los de las especies domésticas fuera aleatoria, así que se compararon también con el genoma de los grandes simios. «Los resultados muestran que los genes relacionados con la domesticación de los animales domésticos no coinciden en chimpancés, orangutanes y gorilas. Por lo tanto, parece que hay una interacción “especial” entre los humanos y los animales domésticos, lo cual vemos como evidencia de la autodomesticación», asegura Boeckx.
Los investigadores señalan que aún se necesitan más experimentos para saber qué rasgos anatómicos, cognitivos y conductuales están relacionados con estos genes. «Suponemos que incluirán las características anatómicas, cognitivas y de conducta que motivaron la idea de la autodomesticación entre los investigadores. Creemos que las coincidencias que hemos encontrado nos permiten explicar nuestra cognición especial y también por qué somos notablemente cooperativos, pero aún se debe estudiar el tema más a fondo. En cierto modo, lo que hemos hecho es reducir el conjunto de genes que se deben analizar experimentalmente», concluye Cedric Boeckx.
Fuente: Universidad de Barcelona | 15 de febrero de 2018
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Constantina Theofanopoulou y Simone Gastaldon, investigadores de la Universidad de Barcelona, han liderado un artículo en la revista PLoS ONE en el que defienden la hipótesis de la auto-domesticación de nuestra especie. Esta hipótesis no es nueva, por supuesto. Ya fue esbozada por Charles Darwin y ha sido tratada por otros autores de manera teórica. En su introducción al asunto del trabajo, estos autores nos recuerdan en primer lugar su concepto de domesticación, que no es precisamente el que cualquiera de nosotros entendemos de manera coloquial. Para estos autores, la domesticación se debe comprender como una suerte de características fenotípicas (aspecto de cualquiera de los rasgos de una especie), que tienen base genética y cuya presencia define el llamado “síndrome de la domesticación”. Según estos autores, muchos de los animales domésticos y nosotros mismos compartiríamos esos caracteres, regulados por una familia concreta de genes. En este trabajo se relaciona la lista de genes implicados. Más abajo me refiero a esos caracteres.
No deseo entrar en detalles técnicos, incomprensibles para quienes no nos dedicamos a estas cuestiones. Así que reflexionemos ahora sobre lo que significa para la gran mayoría de nosotros el concepto de domesticación. Por razones que no conocemos, ciertas especies salvajes se fueron asociando con las poblaciones de nuestra especie hace miles de años. Esa sociedad fue mutuamente beneficiosa por algún motivo, seguramente relacionado con el alimento. A partir de ese momento, fuimos muy proactivos en la selección artificial de los caracteres de algunas de esas especies. En muy pocas generaciones conseguimos seleccionar y fijar determinados rasgos que nos beneficiaban. Podíamos estar interesados en lograr animales con mayor cantidad de carne, leche, huevos…, además de determinados aspectos de la conducta. Y no solo nos centramos en los animales, sino que conseguimos cultivar plantas con mayor cantidad de energía para satisfacer nuestras necesidades. De genética no sabíamos nada, pero la lógica y el razonamiento nos permitió lograr lo que deseábamos y necesitábamos. En algunos casos no hemos podido eliminar al 100% la parte más “silvestre” de ciertas especies animales (los gatos, por ejemplo), mientras que en otros casos hemos buscado potenciarla, como es el caso de los toros de lidia.
Siguiendo con este concepto, nos preguntamos si las poblaciones humanas hemos actuado de la misma manera con nuestros semejantes buscando, por ejemplo, determinados rasgos de comportamiento, como la docilidad. Es evidente que la respuesta es un rotundo NO. En muchas culturas se fuerzan los llamados matrimonios de conveniencia, en los que los padres obligan a sus hijas a contraer nupcias. Es evidente que la pareja elegida no será el hombre más dócil del grupo, sino el más rico. Con la excepción de las costumbres de esas culturas, la elección de pareja para la reproducción ha estado ligada desde siempre a la cercanía y disponibilidad y, en el mejor de los casos, a la atracción mutua, sin importar el aspecto físico o los caracteres propios de la personalidad. Como es bien sabido, el amor es ciego.
Ahora bien, y centrándonos en las especies animales, parece que ciertos caracteres de nuestro interés pueden estar asociados a cambios fenotípicos, en ocasiones muy llamativos. Por ejemplo, parece increíble que a base de cruzamientos hayamos conseguido transformar a los cánidos de otros tiempos en animales enanos, diríamos que deformes (al menos a mi juicio), simplemente por buscar formas exóticas y precios para el consumidor no menos exuberantes.
La cuestión que plantean Theofanopoulou, Gastaldon y sus colaboradores del artículo de PLoS ONE es que muchos caracteres fenotípicos, como la reducción del tamaño del cráneo, de los dientes o del hocico, quedan seleccionados por su ligamiento genético con los genes que regulan los rasgos que deseamos para las especies domésticas. Es más, muchas especies se habrían auto-domesticado, consiguiendo un aspecto paralelo al de las especies domesticadas de manera proactiva por nuestra especie. Nosotros seríamos uno de esos casos. De ese modo, habríamos conseguido tener un fenotipo propio de las especies domésticas, que nos diferencia (por ejemplo) de los Neandertales o de especies humanas anteriores. Nuestro aspecto más grácil y juvenil estaría relacionado con nuestra auto-domesticación, de acuerdo con los criterios de Theofanopoulou, Gastaldon y sus colaboradores. Si estos investigadores están en lo cierto, el proceso habría tenido lugar desde el momento en el que aparecen los primeros homininos de aspecto “moderno”; es decir, nos habríamos auto-domesticado hace unos 200.000 años en África, cuando se tiene constancia de la aparición de Homo sapiens.
Con independencia del debate que se plantea en este trabajo de PLoS ONE me pregunto si el hecho de presentar el aspecto actual, supuestamente neoténico (retención de caracteres juveniles), con un cráneo grande, redondo y sin resaltes llamativos, cara acortada y dientes pequeños, nos ha hecho más dóciles, tolerantes o altruistas. Por fortuna, podemos constatar que esos caracteres abundan en las sociedades actuales. Pero no es menos cierto que desde siempre hemos peleado entre nosotros por una pizca de territorio o por los recursos disponibles en guerras terribles, con resultados de una crueldad y atrocidad inimaginables. Mantenemos cierto orden gracias a las leyes y a quienes las hacen cumplir. ¿Dónde queda pues nuestra hipotética auto-domesticación, en la que predominaría un carácter pacífico y tolerante? ¿Por qué no vivimos en un mundo feliz, sin guerras, sin terrorismo, sin corrupción, tolerante con el diferente, sin violencia de género, etc.? Necesito más datos y más convincentes para admitir a trámite la hipótesis de auto-domesticación.
Fuente: quo.es | 13 de marzo de 2018
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