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Fotografías: SERGIO GÓMEZ / PROYECTO TLAOLCAN
Fue una casualidad, un 2 de octubre de 2003, la que descubrió la entrada al inframundo de Teotihuacán y su hasta ahora más importante secreto. Tres pasos: primero la lluvia, luego el agua provocando un agujero en el suelo de 83 centímetros de diámetro y, después, la aparición de un arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Sergio Gómez, que trabajaba en ese momento en la conservación del Templo de Quetzalcóatl.
Gómez descendió con una cuerda hasta las entrañas de la tierra que se abrieron. «Cuando vi el agujero, delimitamos el agua, conseguí una cuerda y me bajaron con ella. Y ahí es cuando vi que existía el túnel. No se podía pasar porque estaba totalmente bloqueado con tierra y piedra. Y entonces es cuando inicié esta investigación que años después ya denominé proyecto Tlalocan, que significa camino bajo la tierra».
EL MUNDO desciende hasta ese inframundo teotihuacano cuyo paso está prohibido al público a través de un túnel cavado que ha requerido ocho años de trabajo: la planificación, la retirada de 1.000 toneladas de piedra y tierra y el empleo de pequeños robots que se fueron adentrando por ese universo secreto desde el que se intenta desvelar una enigmática civilización que colapsó en el siglo VIII dejando un fabuloso mundo de piedras abandonado.
El arqueólogo Sergio Gómez. Fotografías: SERGIO GÓMEZ / PROYECTO TLAOLCAN.
Hace dos semanas se anunció la posibilidad de que bajo la Pirámide de La Luna pudiera haber un tercer pasillo enterrado en el recinto arqueológico, algo que Sergio pone en duda: hasta ahora sólo se había encontrado el «fallido» túnel de la Pirámide del Sol.
La cavidad, de 83 centímetros, es hoy una escalera estrecha e iluminada que conduce al centro mismo de la cosmología teotihuacana. «Lo curioso es que los teotihuacanos rellenaron este túnel con todo tipo de cosas, incluso con cosas que ellos habían usado y ya no les servían como collares o ropa. Entonces nuestra labor se complicaba, ya que no se trataba sólo de retirar lo que había, sino ir explorando poco a poco el relleno con el que ellos sellaron el túnel», dice el arqueólogo.
Hubo ayudas: la tecnología electromagnética y láser permitió medirlo antes de recorrerlo y comprobar que el sellado había dejado todo ese ayer inalterado.
La excitación y responsabilidad era enorme. Gómez llegó a plantear la opción de que se encontraran por fin las tumbas nunca halladas de los señores de Teotihuacán. El mundo arqueológico internacional puso sus ojos en un descubrimiento histórico. Se usaron dos robots diseñados especialmente para introducirse por cavidades estrechas con sus cámaras antes de comenzar el lento trabajo manual de desescombro. «Hemos usado instrumentos muy pequeños para no destruir nada. Hemos recuperado más de 100.000 objetos».
El final del trayecto iba enseñando cada vez más ofrendas en las que hallaban cantidad de objetos. «Era un avance casi de centímetros. Hubo dos derrumbes y era peligroso. El túnel tiene 103 metros y quedaban los últimos 36. Allí había ofrendas de caracolas provenientes del mar Caribe traídas por los mayas como regalos, restos de grandes felinos, el jade, inexistente en México y llevado desde Guatemala, y cerámicas con la imagen de Tlaloc, la deidad principal del inframundo», explica el investigador del Instituto de Antropología e Historia. «Sabíamos que había algo importante al final», recuerda.
También se hallaron semillas, más de 19.000, la mayor cantidad nunca encontrada en un sitio arqueológico. Están en excelente estado de conservación y se han pretendido germinar sin éxito: calabaza, maíz, frijol... Milagrosamente se ha encontrado también, en un ejercicio de ciencia milimétrica, un trozo de piel con pelo que se está investigando y parece humana.
Los teotihuacanos desollaban hombres y luego se cubrían con su piel. El sellado del túnel hizo que no hubiera cambios en sus condiciones meteorológicas y todo se ha conservado casi intacto.
Fotografías: SERGIO GÓMEZ / PROYECTO TLAOLCAN
La excavación tuvo semanas en las que se avanzaba sólo 10 centímetros. «Al final avanzamos otro metro y una nueva ofrenda. Estábamos en el último tramo y había glifos mayas. La cabecita tenía una escritura maya que sabemos qué dice: 'El señor, el que manda'». La relación comercial y guerrera entre ambos pueblos tiene ahí otra importante señal. «Yo planteo que el túnel es una representación, una metáfora del inframundo. Todos los pueblos mesoamericanos conciben el cosmos en tres niveles. La región celeste, arriba; el plano, donde vivimos nosotros; y, debajo, el mundo subterráneo. En lengua náhuatl se llama Mictlán. Es el lugar no de la muerte, sino de la creación, la vida se genera ahí abajo», dice Gómez mientras avanzamos por el túnel.
«Muchos investigadores dicen que los teotihuacanos querían difundir su ideología y establecer relaciones, pero no, ellos andaban en busca de algo. ¿El qué? El jade de allá, las plumas... las cosas valiosas que necesitaba la élite de aquí para ostentar su poder. Por eso iban allá. Eran expediciones militares y políticas», dice el arqueólogo mexicano. Llegaron hasta las ciudades mayas de Tikal en Guatemala o de Copán en la actual Honduras.
«Llegamos al final del túnel y encontramos dos esculturas. Son una mujer y un hombre. Detrás, decenas de conchas y 14 pelotas de hule (juego de pelota), muchos fragmentos de huesos de grandes felinos traídos de la zona maya a los que cortan la cara. Tenemos grandes colmillos que indican que eran animales enormes. Hay dos mujeres más a los lados. Son, en total, tres mujeres idénticas y un hombre. Ellas son más altas y van vestidas con falda. El hombre va desnudo. Las dos esculturas están de pie, mirando a un punto que es el eje que comunica la cúspide de la pirámide con el inframundo: inframundo, tierra y plano celestial», advierte Gómez.
El inframundo del que habla tiene una expresión muy real en sus restos. En este punto el suelo parece una representación del imaginario moldeado del infierno. La tierra y la piedra se arruga. En las paredes, encima de nuestras cabezas, se observa aún el brillo de pirita espolvoreada y pegada a los muros con la que se pretendía simular el firmamento, las estrellas.
Fotografías: SERGIO GÓMEZ / PROYECTO TLAOLCAN
«Cuando levantamos las esculturas vemos que llevan algo cargando. Son espejos de pirita y jade. Esto me llevó a plantear la hipótesis de que estos señores son la representación en piedra de los fundadores de Teotihuacán. ¿Por qué? Porque lo que cargan son objetos que sirven para hacer la magia y la adivinación. El espejo sirve para ver el pasado y el futuro. Son los chamanes», explica Gómez.
Por unas cajas de madera que encontraron pudieron datar que las ofrendas son de entre el año 100 y 250 de nuestra era. «Mi idea es que estas imágenes eran objetos de culto y de pronto deciden enterrarlas y rellenar todo el túnel para guardarlas allí abajo. Se trata de resguardar el secreto de la creación. El que tiene el secreto de la creación puede destruir, porque tiene los elementos para volver a crear. Por eso rellenan el túnel, para que nadie toque esto», explica el descubridor de todo este mundo oculto bajo la pirámide de La Serpiente Emplumada de Teotihuacán.
Pero el descubrimiento arqueológico más importante de las últimas décadas en la vieja ciudad ceremonial teotihuacana no es suficiente para responder las interrogantes de una civilización envuelta en un halo de misterio. Hace poco se anunció la posible aparición de otro nuevo túnel bajo la Pirámide de La Luna. Pronto se sabrá si es verdad su existencia. «No sabemos hasta que no se explore. Los arqueólogos no somos magos, trabajamos con hipótesis. No debería haber túnel por la orientación. Los túneles deben tener orientación este-oeste. El español Fray Bernardino Sahagún preguntó en el siglo XVI a los nobles indígenas:'¿Cómo entendéis el inframundo?'. Entonces le narraron: 'La entrada al inframundo es desde el oeste y la parte más rica y llena de abundancia está en el este'. Lo que corresponde con la orientación del túnel. El sol, cuando se pone, va al inframundo y recorre el camino del inframundo para volver a surgir», señala Sergio. La Pirámide de la Luna no tiene esa orientación.
Entre esas interrogantes en suspenso está también el no haber encontrado las tumbas de los gobernantes de Teotihuacán. «No hemos encontrado el lugar donde deben estar. Yo pensé que podía ser aquí. En todo caso, sabemos que a los gobernantes se les incineraba y quizá sus cenizas las pusieron allí abajo y no las hemos podido detectar. Yo tengo una hipótesis, los teotihuacanos sacaron algo muy pesado del túnel. Tenemos evidencias de que con varias cuerdas sacaron algo muy pesado de adentro hacía fuera. Si había una caja con los restos no lo sabemos, es caer en la especulación».
¿Qué más queda por saber? «Sólo se ha explorado el 5% de lo que fue la ciudad. Visitamos la parte cívico ceremonial, pero fuera están los barrios que habitaba la gente. Allí están las evidencias de la vida teotihuacana», responde Sergio. Ese fuera del que habla el arqueólogo es en 2017 un mundo superpuesto de viviendas y poblaciones modernas.
La última gran duda es el colapso de una civilización que, alrededor del siglo VIII, abandona y destruye en parte una ciudad que dominó, lo que hoy es el actual México, y dejó un mundo de piedra que tapó la naturaleza y no se redescubrió hasta muchos siglos después. Los aztecas, cuando llegaron al Valle de México en el siglo XIV, vieron las ruinas, renombraron algunos lugares y pasaron de largo antes de fundar Tenochtitlán (actual Ciudad de México), mientras que los españoles, dos siglos después, lo que encontraron ya fueron pirámides y edificios ocultos totalmente por la tierra y la vegetación.
«El colapso de Teotihuacán se explica con muchos factores. Había poco desarrollo tecnológico y una población que alcanzó las 200.000 personas. La ciudad abandonó pronto sus obras hidráulicas y se abastecía de los alimentos que le mandaban otras ciudades que quizá dejaron de enviarles esos abastos. Hubo una extrema desigualdad social que se acrecentó con los siglos y que generó mucha inseguridad y conflictos. Hay evidencias de que se cerraron calles y se instalaron casetas de vigilancia en las esquinas alrededor del año 650. Los numerosos drenajes de agua se taparon por la basura arrojada y el agua entró en las casas. El estado dejó de funcionar. Ya no se podía vivir aquí y la gente abandonó el lugar, enfadada e incendiando edificios públicos. Marcharon a otras ciudades».
Así quedó Teotihuacán, la ciudad de los dioses, oculta durante siglos al ser humano. El México moderno la redescubrió a finales del siglo XIX y ha intentado explicarla desde entonces. Ese agujero de 83 centímetros de diámetro provocado por la lluvia tiene algunas de las respuestas. Ahora se está ordenando y estudiando todo el material hallado, del enigmático inframundo teotihuacano que dejamos atrás para regresar al universo de los vivos, del presente, el del hombre.
Fuente: elmundo.es | 16 de agosto de 2017
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