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Cráneo de neandertal que muestra un traumatismo craneal debido a una acción violenta. Museo Nacional Smithsoniano de Historia Natural
Por Nick Longrich, profesor titular de Paleontología y Biología Evolutiva en la Universidad de Bath (Gran Bretaña).
Nueve especies humanas caminaron en la Tierra hace 300.000 años. Ahora solo hay una. Los neandertales, Homo neanderthalensis, eran cazadores fornidos adaptados a las frías estepas de Europa. Los denisovanos, relacionados con los neandertales, habitaban Asia, mientras que el Homo erectus, más primitivo, vivía en Indonesia, y el Homo rhodesiensis en África central.
Varias especies de pequeño tamaño y cerebro sobrevivieron junto a ellas: Homo naledi en Sudáfrica, Homo luzonensis en Filipinas, Homo floresiensis ("hobbit") en Indonesia, y la misteriosa gente de la cueva del ciervo rojo en China. Dada la rapidez con la que estamos descubriendo nuevas especies, es probable que haya más esperando a ser encontradas.
Hace 10.000 años, todas estas especies ya no estaban. La desaparición de las mismas se asemeja a una extinción masiva. Pero no hubo una catástrofe ambiental obvia -erupciones volcánicas, cambio climático, impacto de asteroides- que la impulsara. En cambio, el momento en que ocurrieron estas extinciones sugiere que fueron causadas por la propagación de una nueva especie que evolucionó hace entre 350.000 y 260.000 años en el sur de África: el Homo sapiens.
La propagación de los humanos modernos fuera de África provocó una sexta extinción masiva, un evento de más de 40.000 años que se extiende desde la desaparición de los mamíferos de la Edad del Hielo hasta la destrucción de las selvas tropicales por la civilización actual. ¿Pero fueron otros humanos los primeros damnificados?
Somos una especie singularmente peligrosa. Hemos cazado mamuts lanudos, perezosos y moas hasta la extinción. Hemos destruido llanuras y bosques para la agricultura, modificando más de la mitad de la superficie terrestre del planeta. Hemos alterado el clima. Pero somos más peligrosos para otras poblaciones humanas, dado que competimos por los recursos y la tierra.
La historia está llena de ejemplos de pueblos en guerra, desplazando y eliminando a otros grupos de sus territorios, desde la destrucción de Cartago por Roma hasta la conquista americana del oeste (Far West) y la colonización británica de Australia. También ha habido genocidios y limpiezas étnicas recientes en Bosnia, Ruanda, Irak, Darfur y Myanmar. Al igual que en el uso del lenguaje o de las herramientas, la capacidad y tendencia a participar en genocidios podría decirse que es una parte intrínseca e instintiva de la naturaleza humana. Hay pocas razones para pensar que los primeros Homo sapiens fueran menos territoriales, menos violentos, menos intolerantes, menos humanos.
Los optimistas han pintado a los primeros cazadores-recolectores como salvajes pacíficos y nobles, y han argumentado que nuestra cultura, no nuestra naturaleza, crea la violencia. Pero los estudios de campo, los relatos históricos y la arqueología muestran que la guerra en las culturas primitivas fue intensa, generalizada y letal. Las armas neolíticas como garrotes, lanzas, hachas y arcos, combinadas con tácticas de guerrilla, como incursiones y emboscadas, fueron devastadoramente efectivas. La violencia fue la principal causa de muerte entre los hombres de estas sociedades, y las guerras registraron niveles más altos de víctimas que las derivadas de la I y II Guerras Mundiales.
Los huesos y los artefactos del pasado muestran que esta violencia es antigua. El Hombre de Kennewick (derecha), en América del Norte, de 9.000 años de antigüedad, tiene una punta de lanza incrustada en su pelvis. El enclave de Nataruk, en Kenia, de 10.000 años de antigüedad, documenta una brutal masacre de al menos 27 hombres, mujeres y niños.
Es poco probable que las otras especies humanas fueran mucho más pacíficas. La existencia de violencia cooperativa entre los chimpancés machos sugiere que la guerra es anterior a la evolución de los humanos. Los esqueletos de neandertal muestran patrones de traumas consistentes con la guerra. Pero las armas sofisticadas probablemente le dieron al Homo sapiens una ventaja militar. El arsenal de los primeros Homo sapiens probablemente incluía armas de proyectiles como jabalinas y lanzas, palos y garrotes.
Las herramientas y la cultura complejas también nos habrían ayudado a cosechar eficientemente una gama más amplia de animales y plantas, alimentando a tribus más grandes y dando a nuestra especie una ventaja estratégica en número.
El arma definitiva
Pero las pinturas rupestres, los grabados y los instrumentos musicales, insinúan algo mucho más peligroso: una capacidad sofisticada para el pensamiento abstracto y la comunicación. La capacidad de cooperar, planificar, elaborar estrategias, manipular y engañar, puede haber sido nuestra arma definitiva.
El escaso registro fósil hace que sea difícil probar estas ideas. Pero en Europa, el único lugar con un registro arqueológico relativamente completo, los fósiles muestran que a los pocos miles de años de nuestra llegada, los neandertales desaparecieron. Los rastros de ADN neandertal en gentes de Eurasia demuestran que no solo los reemplazamos después de que se extinguieran. Los conocimos y nos apareamos con ellos.
En otras partes el ADN nos habla de otros encuentros con humanos arcaicos. Grupos de Asia oriental, Polinesia y Australia tienen ADN de los denisovanos. El ADN de otras especies, posiblemente de Homo erectus, se verifica en muchas personas asiáticas. Los genomas africanos muestran rastros de ADN de otras especies arcaicas. El hecho de que nos hayamos cruzado con estas especies distintas prueba que las mismas desaparecieron solo después de haberse encontrarse con nosotros.
Chip Clark, Institución Smithsonian
Pero, ¿por qué nuestros antepasados eliminaron a sus parientes, causando una extinción masiva o, quizás con mayor precisión, un genocidio en masa?
La respuesta está en el crecimiento de la población. Los humanos nos reproducimos exponencialmente, como todas las especies. Históricamente, hemos duplicado nuestro número cada 25 años. Y, una vez que los humanos se convirtieron en cazadores cooperativos, no tuvimos depredadores. Sin una depredación que controlara nuestro número y con una escasa planificación familiar, que no va más allá del matrimonio retrasado y el infanticidio, la población crece y explota los recursos disponibles.
Un mayor crecimiento, o la escasez de alimentos causadas por sequías, inviernos severos o sobreexplotación de recursos, condujo inevitablemente a las tribus al conflicto por la comida y el territorio. La guerra se convirtió en un control del crecimiento de la población, quizás el más importante.
Nuestra eliminación de otras especies probablemente no fue un esfuerzo planificado y coordinado del tipo practicado por las civilizaciones, sino una guerra de desgaste. El resultado final, sin embargo, fue igual de definitivo. Asalto tras asalto, emboscada tras emboscada, valle tras valle, los humanos modernos habrían desgastado a sus enemigos y tomado su tierra.
Sin embargo, la extinción de los neandertales llevó mucho tiempo, miles de años. Esto se debió en parte a que los primeros Homo sapiens carecieron de las ventajas de conquista de las civilizaciones posteriores: grandes cantidades de gentes apoyadas por la agricultura y enfermedades epidémicas como la viruela, la gripe y el sarampión, que devastaban a sus oponentes. Pero aunque los neandertales perdieron la guerra, el haber aguantado tanto tiempo implica que debieron haber luchado y ganado muchas batallas contra nosotros, lo que sugiere un nivel de inteligencia cercano al nuestro.
Hoy miramos las estrellas y nos preguntamos si estamos solos en el universo. En nuestra fantasía y en la ciencia ficción nos preguntamos cómo sería conocer otras especies inteligentes como nosotros, pero no sobre las que hubo como nosotros. Es profundamente triste pensar que una vez pudimos hacerlo, y ahora, debido a todo lo anterior, ya se han ido.
Fuente: theconversation.com | 21 de noviembre de 2019
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