Red social de Arqueologos e Historiadores
Vía: LNE | M. S. Marqués | 20 de junio de 2012
Más de diez años ha costado ponerle imagen al hombre de El Sidrón. Por fin, los investigadores lo han conseguido al reconstruir en un alto porcentaje el esqueleto de uno de los niños del grupo familiar del concejo de Piloña, un excelente resultado que permite poner cuerpo al primer neandertal de la península ibérica tras un trabajo minucioso, casi de orfebre, que cierra con éxito uno de los proyectos más complejos a los que se han enfrentado los estudiosos de la evolución humana.
El grupo que residió en la falda del Sueve hace 49.000 años estaba formado por al menos trece individuos que los investigadores intentan perfilar hueso a hueso a partir de los más de dos mil fósiles óseos reunidos tras más de una década de excavaciones arqueológicas.
Reconstruir la imagen de un neandertal adulto entraña enormes dificultades, aunque en este caso la circunstancia de contar entre los materiales exhumados en la cueva con restos de un niño entre los 6 y los 7 años de edad ha facilitado mucho las cosas, y el equipo de El Sidrón ha conseguido poco menos que poner una pica en Flandes al acoplar uno de los pocos esqueletos neandertales del mundo.
En este caso, la edad del menor ha sido fundamental. El reducido tamaño de los huesos ha permitido diferenciarlos del resto de los fósiles, consiguiendo así dar forma al único esqueleto neandertal existente en la península Ibérica y uno de los neandertales juveniles más completos del mundo.
En el éxito tienen mucho que ver el trabajo realizado por el grupo de paleoantropología del MNCN-CSIC y, también, los hallazgos aportados por los trabajos arqueológicos y genéticos. Gracias a todos ellos sabemos algunas cosas del niño de El Sidrón, entre ellas, que era chico y que atravesó como casi todos los neandertales un período de crisis durante la etapa del destete, algo que se ha podido observar con el estudio de los dientes. Más difícil es descubrir qué fue lo que le costó la vida a edad tan temprana, aunque la suya fue una muerte ligada a la del resto del grupo, sin que hasta el momento los científicos hayan podido averiguar cuál fue el origen de tan catastrófico final.
A pesar de contar apenas con 6 o 7 años de edad, el chico de El Sidrón ya participaba en los trabajos del grupo familiar, según muestran las huellas observadas en sus dientes todavía infantiles. Como corresponde a su edad, aún conservaba algunos molares de leche y le estaban saliendo los incisivos definitivos.
Entre los trece individuos que formaban la familia neandertal de Piloña había siete adultos, de ellos tres de sexo femenino, tres de sexo masculino y uno indefinido, al que no se pudo identificar hasta el momento, ya que sólo se han conseguido reunir tres molares del mismo. El resto del grupo está formado por adolescentes, juveniles y un infantil.
Foto: De izquierda a derecha: Antonio García Tabernero, Beatriz Fernández Cascón, Antonio Rosas y Markus Bastir, con los fósiles del neandertal de El Sidrón que han conseguido reconstruir en el MNCN-CSIC.
Uno de los juveniles es el chico de El Sidrón cuya imagen acaba de ser configurada. A pesar de no estar completo el esqueleto, ha servido para aportar mucha información sobre la especie neandertal. Sabemos, por los estudios genéticos, que era hijo de una de las mujeres del grupo y que tenía un hermano de 2 o 3 años del que también se han recuperado algunos huesos.
En la reconstrucción del niño, la parte menos representada es la que correspondería a la cabeza. No hay huesos de la cara y el cráneo está muy fragmentado, mostrando algunos de los restos óseos claras señales de canibalismo, lo que indica que probablemente el interior del cráneo se utilizó tras su muerte para algún tipo de consumo, ya sea gastronómico o de índole simbólica o ritual. Sobre el canibalismo de los neandertales se ha escrito mucho, pero será difícil llegar a saber si el consumo que hacen de sus propios parientes está motivado por cuestiones de supervivencia en épocas de hambruna o si, por el contrario, tenía que ver con alguna significación vinculada al deseo de permanecer unidos después de la muerte.
Sí se ha podido reunir casi la totalidad de la dentición del maxilar y se conserva la mandíbula. El esqueleto axial está bien representado por algunas piezas de la columna vertebral, esternón y varias costillas, partes imprescindibles para conocer el desarrollo de la caja torácica y la función y la intensidad respiratoria.
Foto: Reconstrucción de un niño neandertal a partir de los restos hallados en Roc de Marsal, Francia.
Además, el esqueleto del chico de El Sidrón cuenta con casi la totalidad de los huesos del brazo izquierdo: húmero, cubito y radio y huesos de la mano, mientras que el brazo derecho está menos representado. También aparecen partes de la pelvis que, entre otras cosas, evidencian que estamos ante un cuerpo masculino. De las extremidades inferiores se conserva un fémur de la pierna izquierda, un fragmento de fémur de la derecha y un pie casi completo. A estos restos óseos que permiten acercarse a lo que fue un niño neandertal quedan por añadir algunos fragmentos del esqueleto que aún no han llegado al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), donde trabaja el equipo de Antonio Rosas. Son los procedentes de la excavación del verano de 2011, que aún permanecen en Oviedo a causa del parón sufrido por la tramitación de expedientes durante el último año.
Conocer el esqueleto del niño es, además de un éxito de los investigadores, una puerta abierta para al conocimiento de la especie que nos precedió. En la actualidad hay varias investigaciones en marcha, una de ellas es la que se desarrolla a partir de la dentición para averiguar el ritmo de crecimiento de la especie y ratificar que los neandertales tenían un desarrollo más rápido, es decir, a la misma edad estaban más desarrollados que nosotros. Se trata así de ver cómo es su patrón de desarrollo comparado con el nuestro. Los estudios de histología del hueso también nos llevarán a conocer cuál era la edad del chico en el momento de su muerte.
La reconstrucción del esqueleto ofrece posibilidades hasta ahora imposibles. Se va a poder comprobar si las distintas partes del cuerpo ofrecen los mismos datos sobre su desarrollo y se inicia así un camino que deja al descubierto la forma de crecimiento, objetivo indispensable para conocer cómo la evolución ha ido modelando el cuerpo. En este sentido, Antonio Rosas apostilla que «si creciésemos más deprisa seríamos diferentes».
Si hay algo de lo que el yacimiento de El Sidrón puede presumir es del importante trabajo disciplinar que aglutina. Una de esas líneas de investigación es la que se centra en el ámbito de la genética, cuyas aportaciones han sido cruciales para llevar a buen puerto el genoma neandertal en 2010. Con su ayuda se pudieron identificar los distintos linajes presentes en el grupo humano localizado en la cueva. Ahora, los trabajos genéticos progresan en varias direcciones. La comparación del genoma neandertal con el del hombre moderno dejó una lista de unos ochenta genes que presentan cambios funcionales entre ambas especies, una lista que los científicos consideran corta para explicar las notables diferencias morfológicas existentes.
Vía: LNE | Andrés Montes | 20 de junio de 2012
Para llegar a donde estamos hoy los estudios de El Sidrón han tenido que andar un largo camino, un recorrido que debe mucho a la autoridad científica y al empeño del catedrático de Prehistoria de la Universidad de Oviedo, Javier Fortea (izquierda), fallecido el 1 de octubre de 2009, horas después de que sus compañeros cerraran la campaña arqueológica de ese año. Figura clave para la prehistoria asturiana, Javier Fortea apostó con acierto desde el primer momento por un yacimiento que no ha dejado de dar satisfacciones a los investigadores.
Los neandertales de El Sidrón pusieron Asturias en el mapa de la evolución humana gracias a un trabajo multidisciplinar que desde la arqueología a la genética abarca toda una serie de disciplinas implicadas en hacer del proyecto todo un referente mundial. Las aportaciones científicas logradas en estos años han sido reconocidas con publicaciones en las más prestigiosas revistas internacionales, lo que este año se vio coronado con la candidatura al premio «Príncipe de Asturias» de Investigación Científica y Técnica.
En medio de los éxitos hay una asignatura pendiente: la incertidumbre por la campaña de excavaciones 2012 que dirige, desde la muerte de Fortea, el profesor Marco de la Rasilla (izquierda) trabajo arqueológico que se tenía que haber iniciado este mes y que continúa en espera, aunque los investigadores confían retomarlo cuanto antes. Si las excavaciones están expectantes, otros frentes continúan en activo. Recientemente se han obtenido nuevas dataciones en los laboratorios de Oxford que confirman los 49.000 años para los fósiles, un dato que da solidez a anteriores análisis.
El CSIC sigue trabajando en varias líneas. Están pendientes de la publicación de un estudio sobre el sarro dentario que aporta información sobre la alimentación y afianza la apuesta por una ingesta que compaginaba la alimentación carnívora y vegetal en los neandertales.
En la parte genética, y en colaboración con el Instituto Max Planck de Leipzig, se está recuperando la secuencia de todos los genes que componen el genoma de uno de los individuos del Sidrón, a una calidad de secuencia muy superior a la obtenida hace dos años con el genoma neandertal. Con estos datos será posible conocer aquellos cambios genéticos que son específicos de los neandertales y que pueden explicar sus adaptaciones propias.
Además se están comparando los datos con los neandertales de Vindija (Croacia) para conocer la diversidad genética y compararla con la nuestra. En definitiva, como apunta Carles Lalueza-Fox (izquierda): «El Sidrón seguirá dando que hablar».
La historia de los neandertales de El Sidrón, que comenzó con un intento de negación de su excepcionalidad por parte de los responsables de Cultura durante el Gobierno del recién desaparecido Sergio Marqués, corre casi en paralelo con la «rehabilitación» de la especie fósil a lo largo de la última década.
Los neandertales han perdido de forma progresiva su condición de seres hirsutos con probables limitaciones en lo cognitivo que los ponían en situación de inferioridad frente a la amenaza del Homo sapiens, menos robusto en lo físico pero con la herramienta crucial de una inteligencia que contribuiría al acabamiento de la especie de la cueva de El Sidrón. En estos años los neandertales se han aproximado al hombre moderno hasta convertirse en el hermano fósil. A ello contribuyeron revelaciones que alteraron el canon de la ciencia aceptada, como la evidencia genética de que entre sapiens y neandertales hubo un cruce provechoso del que queda presencia genética en poblaciones europeas, algo cuya defensa hace apenas diez años era poco menos que una condena a la marginalidad científica.
El paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro (izquierda) codirector de Atapuerca, resumía la situación en estas mismas páginas semanas atrás al constatar que, desde la perspectiva biológica, sapiens y neandertales son una misma especie, como prueba el hecho de que entre ellos sea posible un cruce con descendientes fértiles, pero desde la taxonomía antropológica las diferencias físicas entre ambos tipos obligan a mantener su condición de especies distintas.
En esa aproximación, el último peldaño consiste en poner la mano de los neandertales tras algunas de las pinturas rupestres de la cornisa cantábrica, según las conclusiones de un artículo que el viernes pasado publicaba la revista «Science». Es un nuevo frente de investigación muy controvertido y, por ello, más apasionante. La única evidencia que nos deja este proceso es que ni el más venerado filósofo puede recurrir ya al término neandertal con ánimo denigratorio.
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Por Antonio Rosas
Estudiar el origen del hombre es ciencia y es cultura. Es ciencia porque investiga y descubre aspectos de nuestra naturaleza. Y es cultura porque incrementa nuestro conocimiento de lo que Francisco Umbral llamó «ese saber del hombre sobre el hombre». Y ambos saberes, fusionados como en ninguna otra disciplina en el estudio de la evolución humana, nos ayudan a modelar nuestra responsabilidad sobre nosotros mismos y sobre el mundo natural al que pertenecemos. Conocer nuestro pasado, conocer las especies más próximas a los seres humanos pasadas y presentes incide en la conciencia de nosotros y en la pregunta ¿de dónde venimos? Conocer nuestro pasado nos ayuda a responder también al ¿adónde vamos? Y más aún, ¿adónde queremos ir?
Uno de los aspectos más interesantes y valiosos de la ciencia en los últimos años es el descubrimiento de la coexistencia de diferentes especies humanas en el planeta Tierra durante el último medio millón de años. La especie «Homo sapiens», como así nos autodenominamos, no ha estado sola. En este nuevo escenario, cuyas implicaciones sociales y morales aún están prácticamente inexploradas, los neandertales juegan un papel central. Desde su descubrimiento en 1856 son el referente obligado de la humanidad actual: los neandertales han sido y son el espejo en el que nos miramos.
Pero no han sido sólo ellos. En los últimos años hemos sabido de la existencia de otras especies humanas contemporáneas de sapiens y neandertales. En la isla de Flores, en Indonesia, muy cerca de Australia, fueron descubiertos en 1999 los restos de un extraño homínido al que se denominó «Homo floresiensis» y que vivió hasta hace tan sólo 30.000 años. Al principio polémico, el hombre de Flores ocupa hoy un lugar entre las variantes evolutivas humanas. En 2011 fue extraído el genoma completo de otro linaje humano inédito: los denisovanos, encontrados en Siberia y que muy posiblemente tuvieran una amplia distribución en Asia oriental, cuando los neandertales habitaban el extremo occidental de Eurasia.
En todo este proceso, en el que la definición y perfilado de las distintas «entidades humanas», desde su anatomía hasta sus perfiles genéticos, han desempeñado un interés creciente, los restos del Sidrón ocupan un lugar destacado, estando entre los estudios de vanguardia. Recordemos los estudios paleobiológicos y genéticos publicados sobre los restos de trece individuos, muchos de ellos en colaboración con científicos de reconocido prestigio. El Sidrón y los neandertales juegan un papel importante para saber caracterizar mejor nuestra naturaleza. Para acercarnos un poco más a responder la pregunta ¿qué nos hace humanos?
Es evidente que la investigación sobre estos fósiles tiene un eco internacional, y no son pocas las gentes que se interesan ya por conocer más sobre ellos y su entorno inmediato. Este interés social cada vez mayor desborda, por tanto, el simple gusto y vocación de unos cuantos científicos. Consecuentemente, aún en un momento de crisis económica, en el que diferentes sectores de la población se ven afectados por recortes, los científicos seguimos erre que erre con nuestro oficio: investigar y aportar conocimiento a la sociedad. En particular, los científicos del Sidrón seguimos estudiando todo aquello que pueda arrojar luz sobre esta impresionante colección.
Estudiar a los neandertales pone ante nosotros la existencia de otras formas de ser humano y nos ayuda a seguir el legado socrático del «conócete a ti mismo», ya que es en este ejercicio donde rastreamos las raíces de nuestra naturaleza y, poco a poco, con esfuerzo, vamos comprendiendo algo más de las bases evolutivas de nuestra posición en el universo. El estudio de la evolución humana es, pues, una responsabilidad compartida entre ciencia y sociedad. El conocimiento que surge de la ciencia es cultura, y la cultura nos suaviza los instintos, y concede a la palabra y al respeto un espacio cada vez más amplio (aunque a veces tengamos fundados motivos de duda).
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