El sorprendente hallazgo de los restos de una joven con sus armas en los Andes cuestiona la teoría del hombre cazador

Representación artística de una cazadora hace 9.000 años en el altiplano andino del Perú. MATTHEW VERDOLIVO / UC DAVIS IET ACADEMIC TECHNOLOGY SERVICES

La Asociación Americana para la Ciencia Avanzada (AAAS por sus siglas en inglés) publica el hallazgo de unos huesos que pueden cambiar la percepción que se tiene del papel de la mujer en la preistoria andina.

De acuerdo con la publicación, cuando los arqueólogos descubrieron los huesos de un ser humano de hace 9.000 años, en un pozo de entierro en lo alto de los Andes, quedaron impresionados por el juego de herramientas de 20 puntas de proyectiles de piedra y hojas apiladas ordenadamente al lado del cadáver. Todas las señales apuntaban al descubrimiento de un cazador de alto estatus.  “Todo el mundo hablaba de cómo este era un gran jefe, un gran hombre”, dice el arqueólogo Randy Haas (izquierda), de la Universidad de California (UC) en Davis.

Luego, el bioarqueólogo Jim Watson, de la Universidad de Arizona, notó que los huesos eran delgados y livianos. "Creo que su cazador podría ser una mujer", le dijo a Haas. 

Ahora, los investigadores informan que el entierro fue, de hecho, el de una mujer de unos 17 a 19 años, desafiando la antigua hipótesis del "hombre cazador".  Su existencia los llevó a reexaminar los informes de otras tumbas antiguas en las Américas, y encontraron 10 mujeres adicionales enterradas con puntas de proyectil que también pueden haber sido cazadoras. “El mensaje del nuevo hallazgo es que las mujeres siempre han podido cazar y de hecho han cazado”,  dice la arqueóloga Bonnie Pitblado (derecha), de la Universidad de Oklahoma, Norman, que no formó parte del estudio.

WMP6, una mujer de 17 a 19 años con un juego de herramientas de caza in situ que data de hace 9.000 años. (A) Fotografía ortorrectificada y georreferenciada. (B) Mapa de vectores que muestra las posiciones de los materiales esqueléticos y bienes funerarios asociados. (C) Artefactos in situ del piso del pozo de entierro, incluidas puntas de proyectil (1 a 7), lascas no modificadas (8 a 10), lascas retocadas (11 a 13), una posible cuchilla trasera (14), raspadores (15 y 16), raspadores / picadores (17 a 19), piedras bruñidoras (17, 20 y 21) y nódulos de ocre rojo (22 a 24). Crédito de la foto: Randall Haas, Universidad de California, Davis.

Haas y su equipo, incluidos los colegas aymaras locales, no tenían la intención de estudiar a las cazadoras. Descubrieron los restos fosilizados de seis individuos en fosas de entierro en el enclave arqueológico de Wilamaya Patjxa a 3925 metros de altitud en el altiplano azotado por el viento del sur de Perú. Dos personas fueron enterradas con herramientas de piedra. Una persona, probablemente de 17 a 19 años, estaba acompañada por cuatro puntas de proyectil que se habrían adherido a lanzas cortas para cazar, varias cuchillas de corte, un posible cuchillo y herramientas raspadoras que probablemente se usarían para procesar pieles y carne de animales. Las 20 herramientas de piedra y el ocre, que se pueden usar para curtir pieles, estaban cuidadosamente apilados junto a la parte superior del fémur de un individuo, como si los hubieran guardado en una bolsa de cuero que se hubiera desintegrado. Otra persona, que probablemente tenía entre 25 y 35 años al morir, fue enterrada con dos puntas de proyectil. Los pozos también contenían fragmentos de huesos de ciervos andinos y camélidos, como vicuña o guanaco.

WMP1, un hombre de 25 a 30 años con puntas de proyectil asociadas in situ. (A) Mapa con fotografía ortorrectificada. (B) Mapa vectorial que muestra las posiciones de materiales y artefactos esqueléticos.  (C) Puntas de proyectil in situ que incluyen una punta ígnea negra y una punta blanca de sílex. Crédito de la foto: Randall Haas, Universidad de California, Davis.

La muestra fue suficiente para “garantizar la conclusión de que la participación femenina en la caza mayor no fue trivial”, asegura Haas. El análisis sirvió, además, para confirmar que la tumba de esta joven de Wilamaya Patjxa era el entierro de cazadores más antiguo registrado en América.

Los investigadores determinaron el sexo de los huesos utilizando un nuevo método forense desarrollado por el coautor Glendon Parker (izquierda), de UC Davis. La técnica analiza si el esmalte dental de un individuo contiene una versión masculina o femenina de una proteína llamada amelogenina. La persona con la impresionante caja de herramientas era una mujer; la otra persona con herramientas de caza era un hombre. Los estudios de isótopos de carbono y nitrógeno en los dientes de la mujer mostraron que consumía la dieta típica de un cazador a base de carne y plantas animales.

Otros encuentran convincente la evidencia de una cazadora. "Es una prueba irrefutable", dice la arqueóloga Meg Conkey (derecha), de UC Berkeley, que no formó parte del estudio. "Pero los escépticos podrían decir que es algo único".

Haas anticipó esa preocupación: en una búsqueda de informes de entierros en otros 107 sitios en las Américas de más de 8000 años, encontró a otras 10 mujeres y 16 hombres también enterrados con herramientas de caza. "Este meta-análisis sugiere que la caza mayor temprana era probablemente neutral en cuanto al género", informan él y sus colegas en Science Advances.

Robert Kelly (izquierda), de la Universidad de Wyoming, aplaude el descubrimiento de la cazadora, pero muchos de los otros casos potenciales no le convencen. "Tener herramientas en la misma tumba que una persona no siempre significa que las haya usado en la vida. Dos entierros fueron niñas pequeñas encontradas con implementos de caza, por ejemplo. Las herramientas enterradas también podrían haber sido ofrendas de cazadores masculinos para expresar su dolor", dice.

Pitblado dice que, incluso, si no todos esos restos femeninos pertenecían a cazadores, el meta-análisis sugiere que las mujeres han sido capaces de cazar durante mucho tiempo y proporciona pistas sobre dónde buscar más de cerca las pruebas.

Vicuñas en la Cordillera de los Andes. Crédito: Randall Haas.

La ecóloga humana Eugenia Gayo (derecha), de la Universidad de Chile, está de acuerdo. "Dicha investigación podría ayudar a responder preguntas como ¿cuáles fueron el tipo de entornos en los que todos se involucraron en la caza?", dice.

No debería sorprender que las mujeres pudieran cazar, agrega Pitblado. “Estas mujeres vivían en lo alto de los Andes, a casi 4.000 metros, a tiempo completo”, dice. "Si puedes hacer eso, seguramente podrás derribar un ciervo".

El artículo va incluso más allá y los expertos de la Universidad de California se atreven a obtener una apreciación estadística que muestra que entre el 30 y el 50 por ciento de los cazadores en estas poblaciones eran mujeres. “Este nivel de participación contrasta fuertemente con los grupos de cazadores-recolectores recientes, e incluso con las sociedades agrícolas y capitalistas, donde la caza es una actividad decididamente masculina con bajos niveles de participación femenina”, concluye Haas.

Fuentes: diariolibre.comlavanguardia.com | nytimes.com | sciencemag.org |  5 de noviembre de 2020

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Comentario por Guillermo Caso de los Cobos el noviembre 14, 2020 a las 12:23pm

La cazadora que reescribió la prehistoria


Reconstrucción de una mujer de Neandertal en el Museo Arqueológico.SAMUEL SÁNCHEZ.

El hallazgo de los restos de una mujer de hace 8.000 años con todo un arsenal para cazar le ha dado un buen revolcón a la arqueología. Que una chica de 17 a 19 años cazara grandes animales con lanzas (venablos) en los Andes americanos viene a cuestionar la imagen de que la caza era cosa de hombres y las mujeres, en todo caso, se encargaban de limpiar y preparar las piezas. Otros trabajos recientes muestran que ese supuesto reparto de tareas no era tan universal ni tan antiguo como se pensaba. De hecho, muchos científicos apuntan que es un fenómeno más reciente.

“Nuestro estudio se limitaba a América y nos gustaría saber si se ha observado un patrón similar en otras partes”, dice el principal autor del estudio de la cazadora, el antropólogo de la Universidad de California Davis, Randy Haas. “Hay algunas evidencias de que la división sexual del trabajo también fue mucho menos pronunciada o estuvo ausente en el Paleolítico Medio europeo”, añade, y menciona los trabajos de Mary Stiner y Steve Kuhn. Estos arqueólogos sostienen que la dieta de aquellos tiempos, la era de los neandertales (hace entre 150.000 y 40.000 años), era muy reducida, destacando la carne, y no confeccionaban la ropa a medida. Así que no habría mucho margen para la división del trabajo.

Steve Kuhn (izquierda) cuenta en un correo que “la división del trabajo por género es más un producto de las normas sociales que de la biología o la psicología”. Y pone el ejemplo del hecho de la maternidad, argumento biológico de los que sostienen que el reparto diferencial de tareas es algo casi natural. “La maternidad puede inclinar la balanza en una dirección, pero no cierra por completo ninguna vía”, dice y lo razona: “Tenemos que recordar que ser un buen cazador o un buen recolector depende de adquirir muchos conocimientos y alcanzar un alto nivel de habilidad. Sería difícil y peligroso para las mujeres participar en la caza de animales grandes cuando se encuentran en las últimas etapas de la gestación o cuando tienen bebés lactantes. Tendría sentido que estas mujeres desarrollaran otras habilidades, como las relacionadas con la recolección o el procesamiento de alimentos vegetales. Por supuesto, cuando pasaba la edad de tener hijos o no los tenían por alguna otra razón, las mujeres podían convertirse en cazadoras hábiles y de hecho lo hicieron”.

Entre los antecesores de los neandertales no había división del trabajo por sexos. Al menos eso es lo que indica el estudio de sus dientes desgastados. “Los [homininos] de la Sima de los Huesos [en Atapuerca] ya usaban los dientes como herramienta hace 400.000 años”, dice la investigadora del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES) Marina Lozano  (derecha). “Los dientes dan una enorme cantidad de información, nos dicen su edad, lo que habían comido o algunas de las patologías que sufrían. Pero los usaban, los usamos, para otras cosas aparte de su función biológica y se desgastan según el uso que les demos y el tipo de desgaste indica una tarea concreta", detalla Lozano. En los dientes de los restos hallados en la Sima de los Huesos todos tenían el mismo tipo de desgaste, “es decir todo el grupo hacía lo mismo”, concluye.

“En los neandertales todos iban a cazar en grupo, otra cosa es lo que hacían después”, comenta la científica del grupo de investigación EvoAdapta de la Universidad de Cantabria Almudena Estalrrich  (izquierda). En uno de sus trabajos, también con dientes desgastados, concluye que hace unos 50.000 años ya había cierta especialización de las tareas. Tras analizar la dentadura de decenas de neandertales, en particular sus incisivos, de tres yacimientos distintos en España, Francia y Bélgica observaron que todos tenían marcas, pero su número, intensidad y forma eran diferentes. "En los dientes de las mujeres, había más estrías y más largas. Hacían algo distinto a los hombres”, sostiene.

La directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (Cenieh) María Martinón-Torres (derecha) mantiene que "la división de roles en el trabajo ha sido común a lo largo de la historia del ser humano, pero no necesariamente por razón del género, sino por capacidades necesarias para el desempeño de determinadas tareas que pueden ser físicamente más exigentes y que pueden limitar la participación de algunas mujeres pero también de niños, ancianos y algunos hombres que puedan estar físicamente menos preparados”, detalla. En cuanto a las conclusiones del estudio de la cazadora de Haas, Martinón-Torres recuerda que “la caza en nuestra especie es una caza de tipo social, es decir, se organiza y desarrolla en grupo, e implica el diseño de la estrategia, la búsqueda de pistas, el rastreo, en la creación de señuelos… la caza no es solo músculo, también es cerebro”.

“La prehistoria se ha representado en términos heroicos, masculinos, siempre con hombres jóvenes y sesgada”, afirma el paleoantropólogo y director científico del Museo de la Evolución Humana en Burgos, Juan Luis Arsuaga (izquierda). El también codirector de la Fundación Atapuerca recuerda que la caza cuerpo a cuerpo dejó paso a la tecnología, a las armas arrojadizas con las que se mataba a distancia. “Esa caza, en la que se perseguía a un uro durante un mes está ahí, pero a los niños había que darles de comer todos los días”.

Arsuaga introduce uno de los aspectos que más han distorsionado el estudio del pasado: hacerlo con los ojos del presente, idealizando unas tareas y trivializando otras. “Lo que realmente cuenta para el grupo es el número de calorías”, concreta. Para Martinón-Torres “lo principal, no es tanto atacar o no el posible estereotipo de si una labor es femenina o masculina, sino destacar que quizá el estereotipo esté también en considerar que la recolección o la caza de presas pequeñas es una labor menor frente a la caza de grandes presas”. Recientes estudios ya analizan la dieta en términos de coste. “En ese sentido la caza de grandes presas requiere mucho tiempo de inversión, de búsqueda, pero en términos de retorno se ha dedicado muchísima energía y tiempo a una actividad cuya tasa de éxito es muy impredecible”, completa la directora del Cenieh.

Vista del yacimiento de Wilamaya Patjxa, en los Andes peruanos, donde se encontraron los restos de la cazadora. RANDALL HAAS.

Muchos científicos sostienen que fue con el avance de los sapiens y, sobre todo, con su revolución neolítica y sus transformaciones, cuando se agudizó la división del trabajo por género. Por un lado, la introducción de la agricultura transformó de forma radical la obtención de los alimentos, relegando cada vez más a la caza. En 2017, un estudio con decenas de restos óseos de mujeres europeas comprobó...

La sedentarización facilitada por la agricultura generó también la aparición de núcleos de población y con ellos floreció la división por género del trabajo. Marina Lozano (mencionada más arriba por sus trabajos en la Sima de los Huesos) tuvo la ocasión de analizar con microscopio electrónico de barrido los dientes de un centenar de enterrados bajo el suelo de Castellón Alto, un poblado de la cultura de El Argar, que prosperó en el sureste ibérico hace unos 4.000 años.

“De entre todos los dientes, encontramos los de una mujer de edad avanzada, con muy pocos ya, que presentaban un desgaste y unos surcos muy grandes. Le faltaban trozos de esmalte y tenía unas estrías provocadas por una tarea muy repetitiva, como sujetar con fuerza y estirar”, explica Lozano. Ese patrón de desgaste pudo ser provocado, dice por una labor textil, en el hilado de un material vegetal o animal, como lana o lino, que son abrasivos. “Lo más revelador es que encontramos el mismo desgaste en otras cuatro dentaduras, todas de mujeres”.

La prehistoriadora Marylène Patou-Mathis (izquierda) acaba de publicar en Francia el libro L’homme prehistorique est aussi une femme. Une histoire de l’invisibilite des femmes (El hombre prehistórico también es una mujer. Una historia de la invisibilidad de las mujeres). En un correo electrónico explica cómo se acentuó la división del trabajo: “Hace unos 6.000 años antes de Cristo se produjo un cambio en la organización social”. Fue un período marcado por una explosión demográfica local vinculada a la abundancia de alimentos y la sedentarización y la aparición de la acumulación y la riqueza. Para Patou-Mathis, “estos cambios habrían remodelado las relaciones sociales, haciendo surgir élites y castas, incluida la de los guerreros, y dando como resultado una división de tareas más marcada por género”, añade.

Fuente: elpais.com | 14 de noviembre de 2020

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