Red social de Arqueologos e Historiadores
Cráneo de un hombre adulto con múltiples lesiones que pudieron ser provocadas por un objeto contundente, como un palo o garrote. MARTA MIRAZÓN LAHR
En verano de 2012, un equipo de paleoantropólogos se encontró en Kenia un escenario que dejaría helado a cualquier forense. Estaban cerca del lago Turkana, una zona clave para entender el origen del género humano, pues allí se hallaron los restos del Homo ergaster, nuestro ancestro. Lo que destapó el equipo científico era mucho más reciente, de hace unos 10.000 años. En esa época los Homo sapiens de la zona vivían en sociedades nómadas dedicadas a la caza y la recolección, un pasado anterior a la aparición de las primeras sociedades sedentarias. Algunos expertos han idealizado aquella época y a sus protagonistas, que serían buenos salvajes entre los que no existían jefes, jerarquías, violencia. Pero el hallazgo, cuyos detalles se publican en Nature, hacen que el mito se tambalee.
El árido yacimiento de Nataruk estaba entonces a la orilla del lago Turkana, llena de vegetación y grupos humanos. Allí, parcialmente enterrados por la grava, los investigadores se toparon con cráneos y otros huesos saliendo de la tierra. Tras varios años de trabajo han identificado restos de al menos 27 personas. Doce de los cadáveres están muy completos y solo dos no muestran signos de violencia, que fue tan intensa que los investigadores creen estar ante un acto de guerra, el más antiguo que se conoce.
Los cadáveres de Nataruk hablan de una “masacre” entre cazadores y recolectores. Varios murieron casi en el acto por heridas letales en el cráneo con flechas y otras armas. A algunos les partieron las rodillas o las manos. Hay cadáveres que conservan aún las puntas de piedra incrustadas en la cabeza, el tórax, las caderas. No se hicieron distinciones, entre los muertos hay hombres, mujeres y niños. De hecho, los investigadores han descubierto que una de las mujeres estaba embarazada de unos siete meses. Según sus descubridores, ninguno recibió sepultura. Las razones de esta carnicería son un completo misterio.
Foto: Muchas de las víctimas fueron encontradas boca abajo, probablemente donde habían sido asesinadas (en la foto). Los sedimentos de la laguna habían envuelto su cuerpo ayudando a su conservación. Los esqueletos mostraban múltiples roturas y fracturas en la cabeza, las manos, los brazos y las piernas, lo que sugiere que fueron brutalmente golpeados hasta la muerte
La violencia es habitual en muchas sociedades de cazadores y recolectores actuales, desde los bosquimanos de África a los nativos de Papúa Nueva Guinea. En ellos la guerra suele ser a muerte y, en contra del mito del buen salvaje, estos grupos sufren muchas más bajas por violencia que las sociedades industrializadas. Lo que no está claro es si los grupos humanos de hace 10.000 años eran comparables y apenas hay restos prehistóricos de la época que permitan aclararlo.
“Hasta ahora habíamos visto solo señales de violencia sobre individuos, pero lo que estamos viendo ahora es que, al contrario de lo que se asumía, en estas sociedades también había violencia, de hecho, pensamos que lo que estamos viendo aquí es un auténtico campo de batalla tal y como quedó tras el enfrentamiento”, explica José Manuel Maíllo (izquierda), prehistoriador de la Universidad Nacional de Educación a Distancia y coautor del estudio. La primera autora del trabajo es la argentina Marta Mirazón Lahr, que trabaja en la Universidad de Cambridge.
El estudio de los cadáveres ha requerido la participación de un equipo multidisciplinar y su trabajo parece un relato policíaco. Por ejemplo, el caso de los dos muertos sin marcas de violencia, que probablemente fallecieron atados. Uno de ellos es la mujer encinta, hallada en una postura que indica que agonizó con las muñecas y tobillos inmovilizados. “Solo podemos ver las marcas que quedan en los huesos así que no sabemos si les cortaron el cuello, estos son los únicos que no tienen traumatismos, pero ambos están con las manos juntas, lo que parece una gran casualidad”, explica Maíllo.
Maíllo ha trabajado en el estudio de las puntas de flecha y el resto de herramientas de piedras halladas en Nataruk. Algunos de los proyectiles incrustados en el hueso están hechos de obsidiana, un mineral que no abunda en Turkana, lo que podría indicar que el grupo atacante vino de lejos, explica. Pero tal y como están los restos, y sin la posibilidad de haber extraído ADN de los huesos, no se sabe si en este sitio se mataron entre sí los miembros de un mismo grupo o se trató de un ataque de forasteros.
Pequeñas hojitas de obsidiana encontradas incrustadas en el cráneo de uno de los esqueletos y en el tórax de otro muestran que las víctimas fueron apuñaladas o atacadas con flechas.
Los investigadores proponen dos posibles interpretaciones. La primera es una agresión por recursos: “territorio, comida, mujeres o niños”, detalla el trabajo. En este caso la “guerra” de Nataruk no sería muy diferente de las incontables otras que vinieron después entre sociedades sedentarias cada vez más grandes y avanzadas.
La segunda posibilidad es que este fuera un comportamiento natural y habitual cuando dos grupos diferentes se encontraban, algo parecido a lo que pasa hoy con los cazadores y recolectores. “En cualquiera de los dos casos, las muertes de Nataruk son testimonio de la antigüedad de la violencia y la guerra entre grupos”, concluye el estudio.
Juan José Ibáñez (izquierda), arqueólogo del CSIC, ha investigado en Siria casos rituales de violencia hace más de 10.000 años. El experto ofrece una opinión independiente del hallazgo. “Encuentro que es un estudio muy interesante y bien realizado, aunque no estoy de acuerdo con la interpretación”, explica.
Las pruebas de violencia en la Prehistoria son prácticamente nulas, recuerda. La clave aquí es si los cuerpos fueron enterrados, lo que diferenciaría este hallazgo de Jebel Sahaba, en Sudán, donde los muertos sí fueron sepultados. Esto es importante para saber si se trata de una matanza entre grupos rivales o de enfrentamientos más habituales y continuados. En opinión de Ibáñez, no hay pruebas suficientes de que en Nataruk no haya tumbas y puede ser que simplemente los restos no se hayan conservado. “Sería muy difícil justificar por qué se conservaron los cadáveres en posición primaria y articulados si quedaron abandonados en superficie, a merced de las alimañas y de los elementos”, resalta. “Además, la posición de los cuerpos refleja que estos se depositaron buscando una regularidad, posiciones decúbito supino o prono, piernas flexionadas, extremidades en simetría al eje del cuerpo, que no son compatibles con el abandono de los cuerpos después de una matanza”, destaca. “Por tanto”, continúa, “me parece un hallazgo de suma importancia que refleja que la violencia fue un elemento importante entre los grupos humanos en los inicios del Holoceno, pero utilizar el concepto guerra no queda claramente justificado”.
Fuente: EL PAIS.com | Materia | 20 de enero de 2016
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Marta Mirazón Lahr (izquierda) es experta en Biología Evolutiva de la Universidad de Cambridge
En el primer día de la campaña de 2012, Pedro Ebeya, uno de los fossil hunters de la tribu Turkana que trabaja en el Proyecto IN-AFRICA, me dijo que había visto fragmentos de esqueletos humanos en la superficie de un lugar llamado Nataruk. El área en que trabajamos en el Sudoeste del Lago Turkana es muy rica en fósiles, y hemos excavado varios sitios de esta época (unos 10.000 años) donde hemos encontrado fósiles humanos. Por eso no me sorprendió de entrada el hallazgo de Pedro. Fui con él a ver el lugar, donde nunca había estado antes, y realmente había muchos fragmentos de esqueletos en superficie, en pequeños grupos distribuidos por un área enorme, de unos 200 por 100 metros. Entre ellos vi un fragmento de cráneo todavía enterrado, estaba boca abajo y tenía lesiones profundas y múltiples en la cabeza. Al final de la campaña habíamos recuperado los restos de 27 personas; seis niños pequeños, una adolescente de 12 a 14 años, y 20 adultos, incluyendo 12 esqueletos in situ, en la posición en que habían muerto.
Excavar los esqueletos de la gente de Nataruk fue una experiencia extraordinaria. Tantas personas en un único yacimiento y con evidencias de violencia... Además fue chocante, e incluso triste, al desenterrar persona tras persona que había muerto de manera tan trágica. En particular, el esqueleto de una mujer (KNM-WT 71259), ya algo mayor, que estaba semisentada, reclinada sobre el codo izquierdo, con el brazo derecho cruzado y los pulsos uno sobre el otro, y quien tenía las rodillas fracturadas, dobladas en un ángulo imposible, con el pie izquierdo doblado hacia afuera, y rodeada de peces… Todo indica que, después de la herida, esta señora no se pudo levantar y eventualmente fue cubierta por el agua de la laguna. Para mí fue uno de los casos más impresionantes.
Foto: Se encontró que el esqueleto de una mujer (a la izquierda) con restos de un feto de seis a nueve meses de edad dentro de ella, lo que sugiere que estaba embarazada cuando fue asesinada. Sus restos fueron encontrados en una extraña posición sentada (ilustración a la derecha), que sugiere tenía las manos y los pies y atados y las rodillas rotas.
Me parece importante añadir que, a pesar que creo que lo que ha quedado registrado en Nataruk fue un ataque premeditado y brutal, como cualquier ataque mano a mano lo es, su importancia no es que tenga 10.000 años, ya que creo que la guerra y el conflicto entre grupos ya existía mucho antes. Pero demuestra que las condiciones para que exista el conflicto no dependen del sedentarismo, y que en momentos de gran abundancia y alta densidad poblacional valía la pena pelear por los recursos que un grupo de cazadores tenía y otro no, fueran estos agua fresca, carne o pescado seco, acceso al mejor sitio de caza, o inclusive mujeres y niños.
Por eso pienso que guerras y conflictos siempre existieron, por lo menos en nuestra especie, y ocurrían o no dependiendo de la densidad de los grupos y las condiciones ambientales. Lo sorprendente quizás es que estas condiciones emergen no cuando los recursos son pobres, sino en momentos de gran abundancia y expansión poblacional… La evolución es un proceso de competición y supervivencia, y el Homo sapiens no es diferente en este respecto. Lo interesante es pensar que sí somos diferentes en nuestra capacidad de comportamiento altruista.
Fuente: EL PAIS.com | Materia | 20 de enero de 2016
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Foto: Los investigadores dijeron que el descubrimiento fue encontrado en el sedimento de una laguna hace mucho tiempo secada.
La masacre más antigua en la historia de la Humanidad
A unos 30 kilómetros del lago Turkana, en un lugar de Kenia llamado Nataruk, yacían 27 individuos que fueron asesinados hace entre 9.500 y 10.500 años. Los ha desenterrado un equipo internacional de investigadores liderados por la argentina Marta Mirazón, que esta semana presentan en la revista Nature el informe forense de esta masacre de cazadores-recolectores, el caso de conflicto entre grupos rivales más antiguo descubierto hasta ahora.
De los 27 cuerpos hallados, 21 eran adultos (ocho hombres, ocho mujeres y cinco que no han sido identificados). Doce de los esqueletos estaban prácticamente completos y algunos se encontraban boca abajo. Una de las mujeres estaba en avanzado estado de gestación, pues se han encontrado en su cavidad abdominal restos de huesos de un feto de entre seis y nueve meses. Fue hallada sentada, con la manos cruzadas entre las piernas, lo que sugiere que habría sido atada de pies y manos.
Los otros seis cadáveres pertenecían a niños, todos ellos menores de seis años con la excepción de un adolescente que, según el análisis de su dentadura, tendría entre 12 y 15 años. Los restos de los pequeños estaban cerca de cuatro mujeres y de otros dos adultos cuyo sexo se desconoce. No aparecieron restos de infantes cerca de hombres adultos.
"Nataruk es primera evidencia de violencia intergrupal entre los cazadores-recolectores, independientemente de la fecha, en este caso unos 10.000 años. Evidencias violentas hay con anterioridad, pero se refieren a individuos, no a dos grupos enfrentados. Es cierto que a lo largo del Holoceno, con fechas más modernas, hay spruebas de violencia intergrupal, también entre los Neolíticos (ya productores) y los cazadore-recolectores. En el caso de Nataruk, los dos grupos enfrentados son cazadores-recolectores", explica a este diario EL MUNDO José Manuel Maíllo Fernández, profesor del departamento de Prehistoria y Arqueología de la UNED y coautor del estudio.
En efecto, en la Sima de los Huesos de Atapuerca (Burgos) se encontró el cráneo de un individuo que fue asesinado hace 430.000 años de antigüedad, y que constituye el crimen más antiguo que ha sido descubierto. Hace pocos meses, otro equipo halló los restos de una matanza de granjeros que tuvo lugar hace 7.000 años en el territorio que hoy es Alemania.
Foto: Este hombre, que se encuentra en decúbito prono en los sedimentos de la laguna, tenía una hoja de piedra incrustada en el lado izquierdo de su cráneo. Daños en el lado derecho del cráneo también sugieren que fue golpeado por una flecha afilada.
"Por las evidencias que hemos encontrado en el yacimiento de Nataruk y por las numerosas dataciones obtenidas podemos tener la certeza de que fue un evento único", explica Maíllo Fernández.
Diez de los cadáveres presentan heridas graves que probablemente les produjeron la muerte de forma inmediata. Hay cinco casos (y uno dudoso) de traumas asociados a heridas provocadas por flechas y otros cinco con graves daños en la cabeza, posiblemente causados por un palo o garrote de madera. Los cadáveres también presentan fracturas en rodillas, manos y costillas así como heridas de flecha en el cuello.
Los cuerpos, dispersos por una superficie de 200 por 150 metros, fueron encontrados en 2012, y junto a ellos se localizaron también tres de los artefactos que fueron usados como armas, probablemente restos de flechas o puntas de lanzas. Dos de ellas están fabricadas con obsidiana, una roca volcánica fácil de afilar que es bastante rara en esa zona del oeste de Turkana, por lo que los investigadores creen que los dos grupos que se enfrentaron en esa batalla procedían de distintos lugares.
"Además de los restos humanos, hemos encontrado restos de industria lítica, de sus herramientas, entre ellas, algunas empleadas como puntas de flecha, como la encontrada en uno de los cráneos o las dos que se hallaron en la cavidad torácica de otro individuo. Además, como la zona era un área lacustre también encontramos restos de la fauna típica de este tipo de ambientes como diversas especies de peces, moluscos o gasterópodos", detalla Maíllo.
Al estar junto a un lago, el lugar donde se produjo la masacre debía ser un sitio ideal para obtener recursos pesqueros y agua potable, y debido a que era una zona fértil, quizás era codiciada por otros grupos. Por ello, según sugiere Marta Mirazón, la causa del enfrentamiento pudo ser un intento de apoderarse de los recursos (el territorio, las mujeres, los niños o comida almacenada en vasijas), cuyo valor sería similar a aquellos que se producían en las sociedades agrícolas posteriores entre las cuales los ataques violentos en los asentamientos eran frecuentes. No obstante, los autores admiten que nunca podrán averiguar la causa por la que estas personas fueron asesinadas de forma tan violenta.
Los cuerpos no fueron enterrados. Algunos cayeron al lago que muchos años después se secó. Según explica el investigador español, Nataruk sufre un proceso geológico que causó que los individuos asesinados fueron cubiertos por sedimentos de manera natural. En la actualidad, el viento está erosionando ese sedimento y poniendo al descubierto los restos humanos. Por ello, no descartan que puedan haber más cadáveres en la zona, pues sólo pudieron intervenir en aquellos cuerpos que estaban visibles: "Cabe la posibilidad de que haya algún cuerpo aún bajo el sedimento o de que algún cuerpo se haya erosionado y desaparecido antes de nuestro descubrimiento", apunta Maíllo.
Las pruebas de esta masacre acaecida hace 10.000 años suponen una prueba de que la guerra y la violencia entre distintos grupos ha estado presente en las sociedades humanas desde la antigüedad. Robert Foley, también coautor de la investigación, no tiene dudas de que tanto la agresividad y la capacidad de matar como la de amar y ser cariñoso están en nuestra biología: "Gran parte de lo que sabemos sobre la biología evolutiva de los humanos sugiere que son dos caras de la misma moneda", asegura.
Fuente: EL MUNDO.es | 20 de enero de 2016
Fuente: Quo.es | 26 de enero de 2016
La portada de la revista Nature nos acaba de presentar el cráneo de un cazador y recolector africano de unos 10.000 años de antigüedad. El hueso frontal aparece literalmente aplastado por un golpe brutal e intencionado, que debió causar la muerte instantánea al propietario de este cráneo. Se trata de uno de los 10 individuos (de un total de 28 identificados) con lesiones traumáticas severas, recuperados en el yacimiento de Nataruk en la proximidades de la ribera oeste del lago Turkana (Kenia).
La investigadora Marta Mirazón Lahr, que trabaja en la Universidad de Cambridge y está afiliada al Instituto de la Cuenca de Turkana, en Nairobi, presentó la semana pasada junto a un numeroso grupo de colegas un estudio impresionante sobre la matanza ocurrida en los inicios del Holoceno. Los fallecidos, hombres, mujeres y niños, fueron masacrados por otro grupo y sus cuerpos abandonados en el mismo lugar de la matanza. En la actualidad el sitio de Nataruk es semidesértico, pero hace 10.000 años rebosaba de riqueza en recursos para los grupos que vivían de la pesca, la caza o la recolección.
Aspecto del cráneo KNM-WT 71264 del yacimiento de Nataruk, en el se observa aplastamiento del hueso frontal y varias lesiones en otras regiones craneales. El esqueleto perteneció a uno de los varones fallecidos en la masacre de Nataruk, hace unos 10.000 años. Fuente: revista Nature.
Doce de los individuos identificados en Nataruk aparecieron muy completos, con sus huesos articulados, mientras que el resto se reconocieron por unos pocos restos óseos. Entre los 28 individuos se cuentan seis niños, un adolescente con indudables problemas de crecimiento, cuatro mujeres y el resto son hombres. Algunos cadáveres se identificaron por unos cuantos fósiles, sin información suficiente para estimar el sexo. Los cadáveres no fueron enterrados, y aparecen distribuidos al azar en un área muy amplia de unos 200 x 200 metros.
El conjunto arqueológico que acompaña a los cadáveres está representado por unos 130 instrumentos de piedra, la mayoría concentrados en un punto concreto del área excavada. En la proximidades del hallazgo se localizó un conjunto arqueológico más rico, de unos 36 metros cuadrados. Quizá se trate del campamento provisional donde pernoctaban los infortunados miembros de aquel grupo de cazadores y recolectores africanos. En este lugar se han encontrado arpones de hueso, que sirvieron para la pesca en el lago Turkana hace 10.000 años.
Los autores del artículo de Nature describen las lesiones que dejaron su huella en el esqueleto, y que aún conservan los proyectiles de piedra que impactaron en sus cuerpos. La mayoría de las lesiones afectaron al cráneo, pero también se observan lesiones en las costillas, las rodillas, las manos o los pies. Los restos de los niños, así como los de un feto a término o un bebé recién nacido, indican que la matanza fue indiscriminada. No se observan indicios de canibalismo ni procesado alguno de los cadáveres. Los autores concluyen al final de su artículo que el objetivo del ataque pudo ser un conflicto territorial por la disputa de la riqueza del lugar, o simplemente estuvo relacionado con el robo de mujeres, niños o provisiones. Todo ello, por supuesto, muy especulativo. Pero lo que realmente importa es el hallazgo en sí mismo y su significado.
Hace ya muchos años que Raymond Dart sugirió signos muy claros de violencia entre los australopitecos hallados en la cueva de Makapansgat, en Sudáfrica, cuya antigüedad supera los tres millones de años. La hipótesis de Dart dio lugar al libro titulado “Génesis africana” publicado en 1961 por el periodista norteamericano Robert Ardrey.
Las terribles huellas de las guerras mundiales del siglo XX fueron terreno abonado para considerar que nuestros orígenes estuvieron marcados por la violencia. Los supuestos signos de matanzas entre los grupos de australopitecos de Makapansgat fueron desmentidos por otras evidencias y la pregunta sobre nuestro supuesto carácter agresivo quedó en el aire. Cierto es que los chimpancés pueden llegar a un grado de violencia extrema en casos aislados, cuando los recursos escasean. Es posible que los homininos del Plioceno tuvieran un comportamiento no muy diferente al de los chimpancés actuales. Pero no podemos extrapolar el comportamiento de estos primates al que tuvieron nuestros ancestros. Necesitamos evidencias científicas inequívocas para proponer las oportunas hipótesis.
Las claras huellas de canibalismo observadas en los restos fósiles humanos del nivel TD6 del yacimiento de la cueva de la Gran Dolina, en la sierra de Atapuerca (850.000 años), representan por el momento las evidencias de violencia intergrupal más antiguas conocidas en la larga historia de la evolución humana. Aún así, estas evidencias están mucho más cercanas a nosotros que a los orígenes de la genealogía humana y pertenecen a una especie del género Homo. Los claros signos de violencia interpersonal observados en uno de los 28 individuos identificados en el yacimiento de la Sima de los Huesos de la sierra de Atapuerca insisten en la naturaleza violenta de otra de las especies del género Homo. Quién sabe si la acumulación de los 28 cadáveres de este yacimiento, datado en 430.000 años, estuvo relacionado con algún tipo de enfrentamiento como el de Nataruk. Pero lo cierto es que 400.000 años más tarde los miembros de nuestra propia especie masacraban a los grupos rivales sin piedad y de forma indiscriminada.
Sin descartar el comportamiento violento en los ardipitecos o los australopitecos, cabe la posibilidad de especular que la agresividad intergrupal fue cada vez más frecuente en las especies del género Homo. El impresionante crecimiento demográfico de nuestra especie se ha resuelto con harta frecuencia en enfrentamientos territoriales, que tienen su culminación en lo que conocemos como “genocidios”. Sin embargo, las evidencias de Nataruk ya no permiten asumir que nuestro comportamiento violento tiene sus raíces en disputas territoriales de poblaciones demasiado numerosas y con recursos limitados. Durante el Plioceno y el Pleistoceno las poblaciones de las diferentes especies del género Homo, incluida la nuestra, siempre fueron poco numerosas. Quizá podemos argumentar que ciertas regiones ricas en recursos concentraron un mayor número de individuos y, por tanto, se incrementó la posibilidad de enfrentamientos. Esto es lo que pudo suceder en Nataruk.
Es muy probable que la violencia haya podido formar parte de nuestra conducta desde siempre, aunque de manera poco habitual y limitada a casos extremos. Todos los caracteres relacionados con la conducta han llegado hasta nosotros desde la noche de los tiempos. Pero se han refinado gracias al desarrollo del neocórtex y de las capacidades cognitivas correspondientes, como la planificación a largo plazo, la estrategia, la anticipación de los acontecimientos, etc. En otras palabras, en promedio somos mucho más inteligentes y capaces que nuestros ancestros para lo bueno, pero también para lo malo. La conducta agresiva forma parte del repertorio del comportamiento de las especies del género Homo. Nataruk nos muestra el camino y sugiere que la violencia pudo haberse “perfeccionado” en Homo sapiens en la misma medida que incrementamos nuestras capacidades cognitivas.
Vídeo: La ¿batalla? más antigua
Representación de los arqueros de la cueva del Civil (Castellón). EL PAÍS
Fuente: EL PAIS.com | Guillermo Altares | 7 de febrero de 2016
La guerra forma parte de la cultura de la humanidad. Las sociedades veneran a sus guerreros, les dedican monumentos y nombres de calles (una nomenclatura no siempre libre de polémica, como se puede comprobar en Madrid). Los textos literarios más remotos, el Antiguo Testamento, el poema de Gilgamesh y, sobre todo, la Ilíada, hablan de combates y de hazañas bélicas. Tal vez por eso, los historiadores asociaban siempre la guerra a la cultura y sostenían que, en la larga época en la que los hombres subsistían como bandas dispersas de cazadores-recolectores, se podía hablar de violencia entre individuos, pero no de guerra. Eso ha cambiado.
El reciente descubrimiento de una matanza de hace 10.000 años, cerca del lago Turkana, en Kenia, puede confirmar las sospechas que cada vez más científicos barajaban, basadas también en la evidencia de que los chimpancés organizan batidas contra otros grupos: la guerra es tan antigua como nuestra especie, antes de que hubiese propiedades y territorios que defender, ya existían conflictos. "Los neolíticos no inventaron la guerra. Los cazadores recolectores del Paleolítico o del Mesolítico ya combatían", escribe el investigador Jean Guilaine, del College de France, en su último ensayo, Caïn, Abel, Ötzi: L'héritage néolithique.
Este profesor, uno de los máximos expertos en el Neolítico —el momento en que la humanidad domesticó las plantas y los animales y comenzó la agricultura y, por lo tanto, la cultura moderna, hace unos 12.000 o 10.000 años— cita otros casos de matanzas y brutalidades en la prehistoria. El más famoso es Jebel Sahaba, en Sudán, un enterramiento del 12.000 a.C., en el que una veintena de los 59 cuerpos encontrados mostraba signos de violencia. Sin embargo, al tratarse de un cementerio es posible que fuese una cultura con algún tipo de sedentarismo. El caso de Turkana, desvelado por Nature en enero, es diferente, porque está claro que eran sociedades de cazadores nómadas con un grado de violencia organizada tremendo.
Juan M. Vicent, experto del CSIC y uno de los máximos investigadores del arte parietal, explica que "la guerra en la Prehistoria es uno de los debates fundamentales de la antropología". Se trata de una discusión que replica la diferencia crucial entre Thomas Hobbes y Jean-Jacques Rousseau, entre la idea de unos seres violentos por naturaleza —"El hombre es un lobo para el hombre", defendía el primero— y la del 'buen salvaje' del filósofo suizo.
División radical
"La historia de la guerra se inicia con la escritura, pero no podemos olvidar la prehistoria", escribe el historiador militar John Keegan, fallecido en 2012, en su clásico Historia de la guerra. "Los prehistoriadores están tan radicalmente divididos como los antropólogos respecto a la cuestión de si el hombre era o no violento con su propia especie".
Turkana puede poner fin a esta polémica y darle la razón a Hobbes. "Este hallazgo demuestra que la violencia letal entre grupos es anterior a la agricultura", explica Luke Glowacki, investigador en Biología Evolutiva Humana en la Universidad de Harvard. "Muchos antropólogos creen que las primeras sociedades humanas tenían algún tipo de enfrentamiento bélico, pero hasta ahora no existían datos que apoyasen este presentimiento", prosigue.
Vicent, en cambio, es menos rotundo: "La primera cuestión que hay que tener en cuenta es que las sociedades de cazadores-recolectores no son un tipo específico de sociedad, distinta en su organización y en sus prácticas culturales de otras organizaciones primitivas (un término también debatido) de agricultores sedentarios o móviles, ganaderos, horticultores...", asegura. "También depende de qué signifique el término. Si entendemos guerra en el sentido de violencia intercomunitaria o interpersonal como forma de solución de conflictos, entonces no hay ninguna sociedad humana en la que no se haya dado. Si entendemos guerra en el sentido de una práctica social sistemática, como continuación de la política por otros medios, entonces no. La guerra así entendida es un epifenómeno del Estado, y las sociedades primitivas son justo eso: sociedades sin Estado", agrega.
"La guerra en la humanidad siempre se ha relacionado con sociedades sedentarias. Por eso el hallazgo de Turkana es tan llamativo", explica Antonio Rosas, profesor de investigación del CSIC y paleobiólogo del Museo Nacional de Ciencias Naturales, autor de Los neandertales.
Las guerras entre grupos de chimpancés, sobre las que hay ya una amplia documentación, llevan también a muchos investigadores a pensar que es un patrón de violencia organizada que ha continuado hasta nosotros. Glowacki, sin embargo, hace otra lectura: "Los orígenes de la violencia humana son seguramente similares a los que podemos observar en esos primates. Pero no hay que olvidar que los chimpancés y los humanos son únicos también por su capacidad de solidaridad entre grupos. Los intercambios y la cooperación han sido mucho más importantes en la evolución humana que la guerra".
Una de las representaciones más antiguas de lo que parece un conflicto prehistórico se encuentra en el arte levantino (Patrimonio de la Humanidad de la Unesco), como la Cueva del Civil del barranco de la Valltorta, en Tírig, o en el Abric de les Dogues, en Ares del Maestre (Castellón), que muestra a arqueros enfrentándose (ver foto que encabeza el post). Sin embargo, es muy posible que estas pinturas hubiesen sido realizadas ya durante el Neolítico y, sobre todo, como explica Vicent, "la interpretación directa del arte prehistórico es siempre una ingenuidad". "No tenemos ni idea de qué significan las representaciones, más allá de los elementos reconocibles que intervienen en la composición de las escenas", agrega. ¿Se trata de una guerra o de una danza? ¿Fueron pintados todos los arqueros a la vez? En realidad, estas preguntas se pueden formular en casi todos los hallazgos del pasado remoto: la violencia es indiscutible, la guerra se pierde en la niebla del tiempo.
Una de las hipotesis que se han barajado sobre la desaparición de los neandertales es que hubiesen sido exterminados por los sapiens, la especie humana —la nuestra— que les remplazó. Antonio Rosas lo niega: "No hay ninguna evidencia de coexistencia entre esos dos grupos. La extinción de los neandertales no se produjo por violencia, sino por desplazamiento ecológico".
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