Sertorio contra Metelo: la gran batalla entre romanos sale a la luz en un pueblo de Teruel

Moneda celtíbera de la ceca Bolskan (Huesca) localizada a los pies de la ciudad de Cabezo de Alcalá, Azaila, Teruel. FRANCISCO ROMEO

Hispania estaba en llamas. Los ejércitos romanos de Sertorio contra los también romanos de Pompeyo y Metelo. Cruentas batallas en los más diversos lugares de la provincia Citerior durante las llamadas guerras sertorianas (82 a 72 a. C). Los pueblos hispanos ―obligados― se ponían de uno u otro bando. El íbero que habitaba el oppidum (ciudad fortificada) de Cabezo de Alcalá (Azaila, Teruel) lo hizo a favor de Sertorio. Metelo, en consecuencia, lo asedió. Los habitantes huyeron despavoridos ante la llegada de los soldados: no había piedad con los enemigos. Solo quedaron romanos contra romanos. Profesionales contra profesionales. Las mismas técnicas, la misma preparación, idéntico armamento. Los arqueólogos creen que se trataba de las tropas de Sertorio, encerradas en una ciudad con murallas de hasta 12 metros de altura, combatiendo frente a las de Metelo, desplazadas desde Marsella y encargadas del cerco.

Cabezo de Alcalá - Archivo fotográfico del Consorcio Iberos en el Bajo Aragón.

La única solución para tomar la ciudad consistía, por tanto, en crear un auténtico cuartel general bajo la ciudadela e intentar doblegarla mediante una técnica denominada obsidio (bloqueo). ¿Pero cómo asaltarla? La solución fue crear un camino en pendiente (agger), una especie de gigantesca escalera de tierra y piedras, de unos cinco metros de anchura, desde el acuartelamiento hasta el oppidum. Por él subirían soldados y máquinas de guerra encabezando el ataque. Se han hallado hasta las barricadas que levantaron en las calles los defensores para evitar el avance.

El estudio "El sistema ofensivo y campo de batalla del entorno de la ciudad antigua del Cabezo de Alcalá de Azaila (Teruel). Primeros resultados", que va a aparecer próximamente en la revista Gladius, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), firmado por  Francisco Romeo Marugán (izquierda), arqueólogo del Gobierno de Aragón, da así una respuesta a un enigma que comenzó en 1868, cuando el experto Pablo Gil y Gil se preguntó, por primera vez, qué significaban todas aquellas estructuras pétreas dispersas a los pies del oppidum en el pequeño municipio de Azaila.

La primera pista para completar el puzle la halló el arqueólogo Juan Cabré cuando en 1942 encontró “una zanja que se excavó parcialmente y cuya naturaleza no pudo precisar”, dice el estudio. Se trataba de un foso de 130 centímetros de anchura y 190 de profundidad y que en realidad, ahora se ha sabido, era parte de un sistema de siete pequeños fosos consecutivos que defendían un gran recinto de planta cuadrada.

En 2017 se realizaron campañas de prospección y teledetección en el entorno de la acrópolis utilizando la última tecnología existente. Los trabajos de investigación magnética desvelaron así “la presencia de un campo de batalla a sus pies; un complejo horizonte en el que destaca la construcción de un recinto de importantes dimensiones [el centro de mando del asedio], y un combate que, dada la conservación de los restos localizados, necesariamente tuvo que suponer la destrucción del asentamiento”, aproximadamente entre el 75 y el 74 a. C.

Excavación de la acrópolis de la ciudad de Azaila hacia 1941. J. CABRÉ

Además, al analizar los archivos topográficos del Instituto Geográfico Nacional (IGN), se confirmó que de la “estructura cuadrada”, de unas 2,2 hectáreas de extensión, partía una rampa de unos cinco metros de anchura que se dirigía directamente a la parte sur del oppidum, la zona con peores defensas. Las imágenes de los drones desvelaron también que la ciudad estaba rodeada por un muro y un foso con una anchura de entre 160 y 230 centímetros.

El estudio calcula que la rampa artificial de acceso tenía una inclinación del 3,21%. Su construcción no resultó sencilla, ya que los soldados de Sertorio dispararon todo lo que tenían a su alcance contra quienes la estaban construyendo. “La concentración de proyectiles de honda, 'pila  catapultaria' [artillería] y 'pila' [jabalinas de los legionarios] es igualmente reveladora, pese a lo limitado del terreno inspeccionado; los proyectiles aparecen concentrados en el arranque de la rampa y en el frente de la línea que parece cercar la acrópolis por el este”, indica Romeo.

Excavación en 1942 de la rampa de arranque del asedio a la ciudad íbera de Azaila. J. CABRÉ.

La posterior prospección magnética realizada con detectores ha permitido, se lee en el estudio, “la localización de un repertorio relevante de armas desechables, piezas que suelen quedar en el campo de batalla tanto por su escaso valor como por su producción masiva, así como glandes de honda, dardos y acuñaciones relacionadas con el ejército y otras piezas habituales en la impedimenta”.

En concreto, en solo cuatro hectáreas, los arqueólogos han recuperado 639 piezas metálicas, pese a que la zona ha sido saqueada por los furtivos durante décadas. De estos objetos, 23 son prerromanos, 275 romanorrepublicanos, uno medieval, cuatro modernos, 23 contemporáneas, 46 de la Guerra Civil y otros 266 de cronología y función indeterminadas.

Dos arqueólogos durante las labores de detección y ubicacion de los restos en Azaila con GPS submétrico. FRANCISCO ROMEO

Fuentes: elpais.com | elperiodicodearagon.com| 7 de abril de 2021

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