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El gran templo de Ramsés II en Abu Simbel, cubierto por la arena. Grabado por David Roberts realizado en el año 1838 para el volumen I de la obra Egipto y Nubia.
Por José Miguel Parra. Egiptólogo. Miembro del equipo del Proyecto Djehuty, Historia NG nº 123
En 1816, Giovanni Belzoni (izquierda), un antiguo artista de circo reconvertido en buscador de antigüedades, descendió en barco por el Nilo hasta Abu Simbel. Allí, en dos campañas sucesivas, rescató de las arenas del desierto el gran templo funerario de Ramsés II.
Apesar de su excepcional tamaño y majestuosidad, lo cierto es que el mundo occidental desconoció por completo la existencia de los templos de Abu Simbel hasta principios del siglo XIX. No resulta extraño, pues al contrario que las pirámides de Gizeh, no muy lejos del puerto de Alejandría, estas obras maestras de la arquitectura faraónica se hallan situadas en una región cercana a la segunda catarata nubia.
El primer occidental en visitarlos fue un intrépido viajero suizo llamado Johann Ludwig Burckhardt, en 1813, que recorrió los países musulmanes bajo el nombre de Ibrahim Ibn Abdallah o «jeque Ibrahim». De haber sido descubierta, esta superchería le habría costado la vida, pero pudo permitírsela por su excepcional conocimiento del árabe y del Corán y su perfecta aclimatación a la cultura oriental.
La formación arábiga de Burckhardt dio comienzo en Cambridge, donde estudió árabe tras la ruina de su familia en las guerras napoleónicas. Al terminar sus estudios consiguió que la Asociación Africana le pagara un mínimo estipendio para pasar dos años perfeccionando su árabe en Siria antes de embarcarse en la exploración del África Central. En 1812 estaba en El Cairo, desde donde descendió por el Nilo hasta Dongola, y desde allí pasó al mar Rojo y luego a La Meca y a Medina, siendo el primer occidental que lograba visitar los lugares santos musulmanes. De regreso a El Cairo, en 1815, coincidió con Henry Salt, a la sazón cónsul británico en Egipto, y con Giovanni Belzoni, que trabajaba para él. Les comentó la existencia de los templos de Abu Simbel y les sugirió que fueran a desenterrarlos. Porque, la verdad sea dicha, Burckhardt sólo pudo verlos por fuera. En cierto modo es comprensible porque, tapados por las arenas como estaban, hubiera sido sospechoso que un «árabe» como él mostrara demasiado interés por los mismos.
De hecho, Burckhardt, al ver los templos por primera vez desde lo alto del farallón rocoso en el que estaban excavados, no quedó demasiado impresionado. Fue al verlos con perspectiva desde el río, cuando se alejaba en su barco hacia el sur, cuando se dio cuenta de su magnificencia. Más tade escribió en su diario: «Si la arena pudiera limpiarse, se descubriría un vasto templo». Ésta fue la tarea de la que se encargaría Belzoni cuatro años después.
Foto: Belzoni aparece vestido a la usanza otomana en una ilustración para su libro Viajes por Egipto
y Nubia. Milán, 1825.
Giovanni Battista Belzoni era un italiano, originario de Padua, que en los años de las guerras napoleónicas había recorrido diversos países de Europa viviendo a salto de mata. En 1815, cuando tenía 37 años, recaló en Egipto para ofrecerle al bajá (gobernador otomano) Mohamed Alí una noria hidráulica. Tras el fracaso de la iniciativa, Belzoni se convirtió en el principal «conseguidor» de antigüedades del cónsul británico Henry Salt, ocupación a la que se dedicó antes de poder dirigirse hacia Nubia en 1816. En su viaje le acompañaba como siempre su esposa, la intrépida Sarah, un perfecto ejemplo de las corajudas mujeres que ayudaron a engrandecer el Imperio británico.
Llegados a la región mencionada por Burckhardt, Belzoni identificó sin muchos problemas los templos. Su primer movimiento fue trepar por la inmensa colina de arena que cubría su fachada y calcular más o menos cuántos metros por debajo podría encontrarse la entrada. Como hombre práctico que era, sólo así pudo estimar el esfuerzo que requeriría la tarea.
Terminadas las estimaciones, Belzoni y su esposa hicieron la inevitable visita de buena voluntad al jefe del poblado cercano para solicitar su ayuda en la ardua tarea que les esperaba. Lo hallaron descansando a la sombra de unos árboles, rodeado de un grupo de hombres armados. A Belzoni le costó hacerles comprender que su único interés era limpiar la arena que cubría el templo, pero al final consiguió convencerlos y llegar a un acuerdo sobre la paga que recibiría cada trabajador: dos piastras diarias por hombre. Arreglada la cuestión –o eso creía– con el cabecilla local, se embarcó río arriba durante día y medio para llegar a Ashkit y allí alcanzar un acuerdo con la verdadera autoridad de la región, el bey Hussein Kachif. Éste, interesado tan sólo en sacar beneficio de la llegada del occidental, le dio permiso para entrar en el templo a cambio de la promesa de recibir la mitad de los tesoros que hallara. Belzoni accedió de inmediato, sospechando, con razón, que dentro no habría nada de valor.
Los verdaderos problemas del Sansón Patagonio –tal había sido el nombre artístico de Belzoni– comenzaron al volver a Abu Simbel, pues se encontró con que nadie quería trabajar con él. Todo respondía a las maquinaciones del jefe del poblado para sacarle todas las piastras posibles a quién, según pensaba, no era sino un ingenuo occidental. No tuvo éxito, pues Belzoni llevaba años sorteando este tipo de situaciones. Finalmente, tras un duro tira y afloja, prometió al italiano que al día siguiente acudirían cuarenta hombres a sacar arena; pero como ninguno se presentó, Belzoni obligó al jefe a ir a buscarlos con sus matones. La excavación comenzó al fin y progresó a buen ritmo, en especial cuando, al día siguiente, al creer que estaban buscando tesoros, se presentaron cuarenta trabajadores más por su propia cuenta. Por desgracia para ellos, el hermano del jefe del poblado se quedó con todos sus salarios al terminar la jornada.
Un par de rufianes del grupo de trabajadores intentaron lograr beneficios a cualquier coste, y mientras Belzoni y los demás estaban excavando fueron al barco a robar lo que pudieran. Allí sólo estaban Sarah y una muchacha que la ayudaba. A pesar de sus malos modos e impertinencia, los osados nubios se marcharon pitando cuando la señora Belzoni perdió la paciencia y sacó una pistola. El italiano comprendió entonces que el único interés que tenían todos era retrasar los trabajos con el fin de sacarle hasta la última piastra posible. En eso andaban un poco equivocados, porque los cálculos del italiano se habían quedado cortos en cuanto al trabajo a realizar y al dinero necesario para sufragarlo. Tanto, que al final decidió abandonar la empresa y volver con nuevas energías y más piastras. Tras marcar el punto en el que se habían quedado y acordar con el jefe del poblado que éste impediría que nadie más excavara allí, los Belzoni abandonaron el lugar y regresaron a El Cairo.
Foto: El primer trabajo de Belzoni en Egipto fue el traslado de un colosal busto caído del faraón Ramsés II, bautizado como el joven Memnón, desde su emplazamiento original en el Ramesseum, en la actual Luxor, al Museo Británico en Londres.
La puerta, al fin despejada
Giovanni y Sarah regresaron a Abu Simbel el verano siguiente, en 1817. Tuvieron que esperar varios días al jefe del poblado, a quien los regalos enviados desde El Cairo habían mantenido convenientemente interesado en el proyecto. Tras entregarle algunos obsequios más, los trabajos se reanudaron, pero con la misma insoportable lentitud y retrasos que el año anterior, por lo que Belzoni decidió excavar él mismo ayudado por los europeos que lo acompañaban: Charles Irby y James Mangles, dos capitanes en la reserva con quienes se había encontrado navegando Nilo arriba. Era el 3 de julio a las tres de la tarde. Al día siguiente, los trabajos continuaron desde la salida del sol hasta las 9 de la mañana, cuando el calor se volvía insoportable, para seguir seis horas después hasta la puesta del sol. Entre intentos de robarles sus armas y equipo por parte del jefe local y sus hombres, más las veladas amenazas y ofertas de seguridad ofrecidas por los jefes de otros poblados y algunos incidentes entre los trabajadores en los que casi se derramó sangre, Belzoni y los europeos continuaron sin descanso sacando arena, en ocasiones ayudados por su díscola tripulación y en otras por algunos trabajadores locales. Por fin, el último día de julio lograron descubrir la entrada y cavar un agujero lo bastante grande como para que pasara un hombre. Al desconocer las condiciones del interior y sospechando que podría ser peligroso respirar el aire viciado, decidieron esperar al día siguiente.
Foto: Estatuas osiríacas. Reciben este nombre por la postura que adoptan, emulando al dios del Más Allá, Osiris. Interior del gran templo de Abu Simbel.
Al amanecer, Belzoni y su grupo estaban listos para entrar en el templo bien provistos de velas. La tripulación del barco, encabezada por su líder, Hassan (bautizado como el «Diablo Azul» por los europeos), les vino con las quejas de siempre: bajos salarios y falta de comida, entre otras muchas. Belzoni, harto, no les hizo caso y marchó al templo, donde los marineros le siguieron y le amenazaron con sus herrumbrosas armas. Mientras todos discutían, Giovanni Finati, el intérprete armenio que los acompañaba, aprovechó para colarse en el interior del templo sin que nadie lo viera. Al final, alguien se percató de su ausencia y, abandonando la discusión, todos se apresuraron a seguir su ejemplo.
Por primera vez en más de mil años, los asombrados ojos de unos visitantes se maravillaban con la majestuosidad del vestíbulo del gran templo de Abu Simbel, decorado con ocho gigantescas estatuas osiríacas de Ramsés II y los relieves con las gloriosas gestas del faraón durante la batalla de Qadesh en los muros. Los capitanes ingleses hicieron un mapa a escala y una detallada descripción de los relieves, y Bel-zoni recogió los pocos objetos que allí había: «Dos leones con cabeza de halcón, el cuerpo a tamaño natural, una pequeña figura sentada y algún bronce perteneciente a la puerta».
Los exploradores volvieron al barco y pusieron rumbo a El Cairo. Esta visita apresurada fue suficiente para convertir Abu Simbel en un punto de referencia para futuros viajeros. Un año y medio después, los británicos Bankes y Beechey y el francés Linant visitaron el templo e hicieron la primera descripción detallada de su interior. La leyenda de Abu Simbel acababa de empezar, sobre todo porque una copia de los relieves de la fachada, donde se repetía hasta la saciedad el nombre de Ramsés II, serviría a Champollion para descifrar el misterioso mecanismo que regía la lectura de los jeroglíficos.
El saqueo del Nilo. Brian Fagan. Crítica, Barcelona, 2005.
Viajes por Egipto y Nubia. Giovanni Belzoni. Confluencias, Almería, 2012.
Fuente: lainformación.com | 1 de abril de 2014
A punto estuvieron los templos de Abu Simbel de quedar sumergidos bajo las aguas del río Nilo, si no fuera por las obras que comenzaron hace ahora medio siglo para salvar esos monumentos, reflejo presente del poderío que tuvo el faraón Ramsés II en el antiguo Egipto.
Las edificios que en su día fueron redescubiertos entre la arena ofrecen hoy una vista apacible, incrustadas en una colina sobre el lago Naser, como si todos esos elementos hubieran siempre estado allí.
Pero lo cierto es que los dos templos que componen el complejo arqueológico, de más de 3.200 años de antigüedad, tuvieron que ser reubicados a doscientos metros de distancia de su enclave original y sesenta metros más elevados.
Técnicos extranjeros y egipcios iniciaron esa faraónica tarea para trasladarlos en abril de 1964. Muchos de ellos han fallecido o difícilmente pueden recuperar, a su avanzada edad, la memoria de aquella época. Otros, como la egiptóloga Fayza Heikal (izquierda), recuerdan el trabajo "excelente" y "entusiasta" que desempeñaron profesionales de las más variadas especialidades.
Heikal fue una de las afortunadas en embarcarse en esa aventura cuando tenía solo 22 años, y en su primer empleo, recién licenciada, se dedicó por unos meses a describir concienzudamente las piezas de Abu Simbel para completar una documentación de todo lo que sería rescatado.
"Fui la primera mujer egipcia que trabajó (de arqueóloga) en Nubia", exclama orgullosa la experta, que agrega que hace cincuenta años los jóvenes tenían menos libertad y no era costumbre mezclar a hombres y mujeres en esos ambientes.
Las condiciones de vida tampoco resultaron fáciles, mucho menos viviendo en barcos en el Nilo y obteniendo la comida de donde se podía, según Heikal. "Aquello no era un hotel de cinco estrellas. A veces no había ni pan", destaca.
Tales sacrificios no fueron en balde. La campaña, auspiciada por la Unesco, logró salvar monumentos nubios en Egipto y Sudán que, de otro modo, hubieran quedado anclados en el fondo del lago Naser tras la construcción de la gran presa de Asuán.
Solo así se entiende que Abu Simbel siga conservando el espectacular templo dedicado a la inmortalidad de los dioses y de Ramsés II, faraón de la XIX dinastía del Imperio Nuevo (1539-1075 a.C.), y otro menor concebido en honor de su esposa Nefertari.
Pese a lo que se pensó en un principio, no hubo que levantar diques alrededor de los monumentos ni aislarlos en una especie de futurista burbuja de cristal con ascensores hacia la superficie. Al final se impuso la idea de cortar la roca de los templos en más de mil bloques de arriba a abajo y numerarlos para poder recolocarlos uno a uno en la nueva ubicación, a salvo del agua, explica el director del sitio, Ahmed Saleh.
Con grandes dosis de paciencia y delicadeza, se utilizaron máquinas especiales para su transporte y después se construyó encima de los monumentos una bóveda de hormigón, sobre la cual se colocaron rocas de la montaña original.
Los ingenieros quisieron, además, emular a los arquitectos de la antigüedad y mantener un fenómeno que hace que dos veces al año la luz del sol penetre en el fondo del mayor templo y alumbre las caras del faraón y de los dioses Ra y Amón.
Durante meses se hicieron pruebas de simulación para mantener la misma orientación. El resultado final apenas varió por un día de diferencia, de forma que cada año el espectáculo se observa el 22 de febrero y el 22 de octubre, en vez de los días 21 de esos dos meses, como ocurría antes.
Los trabajos en el sitio duraron cuatro años y medio, recuerda Saleh, que ahora vive pendiente de los "chequeos médicos" que habitualmente se hacen a los templos para evitar fisuras y otras deformaciones. Mientras, espera que el turismo en el país se recupere para que miles de visitantes (y no solo cientos) vuelvan a diario a disfrutar de esa maravilla arqueológica.
Junto a Abu Simbel se rescataron hasta 1980 una veintena de templos, cuatro de los cuales se donaron a varios países -incluido el templo de Debod, a España- por su especial colaboración.
Esa campaña, financiada con 42 millones de dólares de más de cuarenta países, fue "única en sus logros" y "el primer gran ejemplo de movilización internacional para los monumentos de valor universal y no solo nacional", apunta la especialista del programa cultural de la Unesco en Egipto, Tamar Teneishvili.
Antes y después de Abu Simbel se llevaron a cabo otros muchos proyectos de conservación cultural, pero ese caso concreto refleja -según la responsable- un momento "excepcional del siglo XX" por esa solidaridad entre países capaz incluso de mover montañas.
Reportaje fotográfico por José Luis Santos.
El Gran Templo de Abu Simbel, que tomó unos veinte años construir, fue completado alrededor del año 24 del reinado de Ramsés II (que corresponde a 1265 a.C.). Fue dedicado a los dioses Amón, Ra-Horajti y Ptah, así como al Ramsés deificado. Generalmente, es considerado como uno de los más bellos de todos los edificados durante el reinado de Ramsés II y uno de los más monumentales de Egipto.
La fachada del templo tiene 33 metros de altura por 38 metros de ancho y está custodiado por cuatro estatuas sedentes. Todas las estatuas representan a Ramsés II, sentado en un trono con la doble corona del Alto y Bajo Egipto. Cada una de ellas mide unos veinte metros de altura y están encabezadas por un friso de 22 babuinos, adoradores del sol y que flanquean la entrada. Las estatuas y el templo fueron esculpidos en una colina rocosa. La estatua situada a la izquierda de la entrada se partió durante un terremoto y solo quedó intacta su parte inferior. Más información en Wikipedia:http://es.wikipedia.org/wiki/Abu_Simbel
Foto: © José Luis Santos Fernández.
El Templo de Nefertari, también conocido como "Templo de Hathor", fue construido bajo el mandato del tercer faraón egipcio de la Dinastía XIX Ramsés II, como homenaje a su esposa, la reina Nefertari, siendo unos de los escasos ejemplos de grandes templos dedicados a una mujer en el Antiguo Egipto y que forma parte junto con el Templo de Ramsés II, del complejo de Abu Simbel. Más información en Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Templo_de_Nefertari_(Abu_Simbel)
Foto: © José Luis Santos Fernández.
Ramsés II como Osiris. Templo de Abu Simbel. La sala hipóstila tiene 18 metros de largo y 16,7 metros de ancho y está sostenida por ocho grandes pilares osiríacos que representan a Ramsés deificado vinculado al dios Osiris, el dios del inframundo, para indicar la naturaleza imperecedera del faraón. Las estatuas colosales a lo largo del muro de la mano izquierda llevan la corona blanca del Alto Egipto, mientras que las ubicadas en el lado opuesto cargan la corona doble del Alto y el Bajo Egipto. Los bajorrelieves de las paredes de la sala hipóstila presentan escenas de batallas en campañas militares peleadas durante el reinado de Ramsés II. Muchas de ellas se refieren a la batalla de Qadesh, en el río Orontes en la actual Siria, en donde el faraón peleó contra los hititas. El relieve más famoso muestra al rey en su carro lanzando flechas contra sus enemigos en retirada, que están siendo tomados prisioneros. Otras escenas muestras victorias egipcias en Libia y Nubia. Más información en Wikipedia:http://es.wikipedia.org/wiki/Abu_Simbel
Foto: © José Luis Santos Fernández.
Templo de Abu Simbel. Sala hipóstila. En primer plano, pilares con la representación de la diosa Hathor, al fondo, la capilla con un relieve de Ramsés II protegido por los dioses Seth (izda.) y Horus (dcha.). Foto: © José Luis Santos Fernández.
Templo de Abu Simbel. Sala hipóstila. A la izquierda, pilar con representación de la diosa Hathor. Al fondo, relieve de la capilla interior representando a la reina Nefertari haciendo ofrendas a la diosa Hathor. Foto: © José Luis Santos Fernández.
El relato de la aventura de Belzoni es una delicia. ¡Vaya personaje! Un buen recordatorio del caracter aventurero y romántico de los primeros "arqueólogos".
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