Foto: Retrato de Thomas Jefferson pintado por Rembrand Peale.

Fuente: El Correo.com | Julio Arrieta | 4 de abril de 2014

Entre los pioneros de la arqueología en el siglo XVIII hay uno que destaca no solo porque metodológicamente fue mucho más avanzado que los demás anticuarios excavadores de su tiempo, sino también, y sobre todo, por su papel en la Historia. Thomas Jefferson, tercer presidente de Estados Unidos, tuvo la arqueología entre sus muchos y variados intereses, que incluyeron la filosofía, la horticultura, la música y la arquitectura. Jefferson dejó por escrito un informe detallado de la apertura de un túmulo funerario indio, una excavación que está considerada como la primera realizada con criterios y objetivos científicos en Norteamérica.

Thomas Jefferson (1743-1826), autor de la Declaración de Independencia de su nación (1776), gobernador de Virginia (1779-1781), secretario de Estado (1789-1793), vicepresidente (1797-1801) y presidente de Estados Unidos durante dos mandatos sucesivos (1801-1809) está considerado como uno de los gobernantes más destacados de su país, del que es considerado como uno de los Padres Fundadores. Único presidente que creó una universidad (la de Virginia, su estado natal), fue un ilustrado erudito y políglota, que completó su formación de abogado con estudios de filosofía, metafísica, matemáticas y lenguas clásicas.

Nacido en una familia adinerada, al morir su padre heredó a los 14 años una propiedad de 20 kilómetros cuadrados y numerosos esclavos. En 1768 empezó a construir en el terreno la mansión de Monticello a partir de un proyecto de riguroso estilo neoclásico trazado por él mismo. La casa se convirtió en el centro de su plantación, en la que llegarían a trabajar hasta 600 esclavos. También acabó atesorando en ella una biblioteca imponente, parte de cuyo contenido detalla Philipp Blom en 'Gente peligrosa', un ensayo sobre los ilustrados europeos más radicales, centrado en el barón D'Holbach, con los que Jefferson tuvo amistad durante su estancia en Francia como embajador de su recién nacido país en 1785.

“La biblioteca privada del tercer presidente muestra hasta qué punto la influencia de D'Holbach y sus amigos se extendió hasta el otro lado del Atlántico”, señala Blom. “En el catálogo manuscrito de Jefferson figuran no sólo obras de los empiristas británicos, como Hume, sino también títulos de Voltaire y toda la lista de libros fundamentales de la Ilustración radical: el famoso 'Del espíritu', de Helvetius (causante de la crisis de la 'Encyclopédie' en 1757); el 'Sistema de la naturaleza', de D'Holbach y su 'Teología portátil' (atribuida erróneamente a Diderot), y una colección de las 'Oeuvres philosophiques' de Diderot, varias obras anónimas o firmadas con pseudónimo, como 'El cristianismo desenmascarado', de D'Holbach, así como la 'Historia de las dos Indias', de Raynal, y 'De los delitos y las penas', de Beccaria, y una amplia selección de precursores tales como Montaigne, Francis Bacon, Baruch Spinoza y Pierre Bayle”.

¿Tumbas vikingas o galesas?

El interés de Jefferson por los nativos americanos tampoco era una rareza en su entorno intelectual. Formaba parte de una corriente antropológica desarrollada entre los nuevos americanos como respuesta a la inquietud que suponía la presencia de estas poblaciones locales. "La antropología surgió en el contexto del encuentro entre los europeos y los pueblos indígenas del nuevo mundo, y de los intentos por aquéllos de categorizar, explicar y manejar a estos últimos", explican Dan Fowler y David R. Wilcox en 'De Thomas Jefferson a la conferencia de Pecos: las cambiantes agendas antropológicas en el Suroeste de Norteamérica' (en revista 'Relaciones' nº 82, vol. XXI).

El primer debate entre los norteamericanos europeos giró en torno al grado de humanidad de los nativos. Superado éste, y a partir del marco bíblico que se daba como cierto para reconstruir el pasado de la humanidad, se intentó averiguar cuál era el vínculo de los indios con el Viejo Mundo o, por decirlo de otro modo, de qué pueblo bíblico provenían. Un debate relacionado con el del origen de los nativos era el de su relación (o no) con los numerosos túmulos funerarios descubiertos en los valles del Ohio y el Mississippi, que llegarían a ser interpretados por diversos estudiosos, algunos muy posteriores a Jefferson, como obras de vikingos, daneses, galeses, una misteriosa civilización de 'Constructores de Túmulos' e incluso indios de India, desplazados después hacia México. Cualquier cosa con tal de negar a los nativos cualquier grado de civilización. Eran salvajes, "que lo único que se merecían era la desaparición, o en raros casos, la asimilación, por el avance de la civilización europea", como aclara Bruce G. Trigger en 'Historia del pensamiento arqueológico' (Crítica).

"A Thomas Jefferson -explican Fowler y Wilcox- le interesó profundamente la cuestión de los orígenes, tanto en su aspecto lingüístico como arqueológico, y además en el campo de la antropología aplicada". Porque no se trataba de un simple afán de saber, sino de recoger información útil sobre la que basar las decisiones administrativas sobre aquellas poblaciones nativas.

Thomas Jefferson, arqueólogo
Fachada de la mansión de Monticello.

En todo caso, conocemos los detalles de las actividades arqueológicas de Jefferson gracias a la respuesta oficial a una serie de preguntas remitidas en 1780 por François Marbois, secretario de la delegación francesa en Filadelfia, a los miembros del Congreso Continental en plena Guerra de la Independencia de Estados Unidos. Por recomendación de Joseph Jones, de la delegación de Virginia, Jefferson recibió el encargo de elaborar las respuestas concernientes a este estado, del que era gobernador, que dieron forma a un libro, 'Notes on the State of Virginia'. Una de las cuestiones planteadas por Marbois, la número XI, se refería a los indios de este estado. Es en la larga y detallada réplica a esta pregunta donde Jefferson describe su incursión arqueológica.

Las fechas durante las que el político estadounidense llevó a cabo su excavación pionera no están claras y son objeto de un pequeño debate entre los estudiosos y los biógrafos del 'Sabio de Monticello'. El manuscrito original de 'Notes on the State of Virginia' no se conserva, pero se sabe que el texto, cuya primera versión se remonta a 1781, conoció varias revisiones y añadidos. En su 'Historia del pensamiento arqueológico', Trigger sitúa la apertura del montículo funerario en 1784, pero expertos en la vida y obra de Jefferson proponen fechas muy diversas, alguna tan temprana como 1773. En el artículo 'Jefferson's Excavation of an Indian Burial Mound' (recogido en la página web www.monticello.org), Gene Zechmeister discute todas las propuestas y se inclina por 1783 como el año más probable.

Nada respetable

La obra de Jefferson vio la luz por primera vez en 1785, año en el que también conoció su primera traducción al francés, justo cuando el entonces embajador vivía en París. En su respuesta a Marbois, el futuro presidente explica que “no sé de la existencia de ninguna cosa que pueda designarse como un monumento indio, porque yo no honraría con ese nombre las puntas de flecha, las hachas de piedra, las pipas de piedra y las imágenes a medio tallar. Como obra a gran escala creo que no hay restos de nada respetable, como pudiera ser una zanja común para el drenaje de las tierras. Salvo los túmulos ('barrows'), de los que se encuentran por todo el país”. Estos montículos, detalla, “son de diferentes tamaños, algunos de ellos están construidos con tierra y algunos de piedras sueltas. Que eran depósitos de los muertos ha sido evidente para todos: pero en qué momento en particular fueron construidos, es cuestión de duda. Algunos han pensado que cubren los huesos de aquellos que han caído en las batallas libradas en el mismo lugar de enterramiento. Algunos los atribuyen a la costumbre, que se dice prevalece entre los indios, de recoger, en determinados períodos, los huesos de todos los muertos, dondequiera que estuviesen depositados en el momento de la muerte. Otros han visto en los túmulos los sepulcros generales de los pueblos”.

Obras de Thomas Jefferson.

A continuación, el autor principal de la Declaración de Independencia detalla los pormenores de la excavación. Los lectores de habla castellana disponen de un generoso extracto de esta parte en la edición española de la clásica 'Historia de la arqueología', de Glyn Daniel (Alianza), de la que provienen las siguientes citas. “Existía uno de éstos (túmulos) en mi vecindad, y yo deseaba satisfacer mi curiosidad sobre cuáles y qué opiniones eran las justas” de las arriba indicadas. Jefferson se propuso “abrirlo y examinarlo detenidamente. Estaba situado en los terrenos bajos del Rivanna, dos millas aproximadamente a partir de su principal bifurcación, y opuesto a algunas colinas, en las que había existido un poblado indio”. El montículo era de planta redondeada, tenía “cerca de 40 pies de diámetro en la base y debió tener alrededor de 12 pies de altura”. El primer paso fue hacer lo que hoy en día se denominarían 'sondeos': “Excavé primeramente de manera superficial en varios puntos y recogí una colección de huesos humanos a diferentes profundidades, desde seis pulgadas a tres pies bajo la superficie...”.

A continuación, Jefferson optó por abrir una zanja, “un corte perpendicular a través del montículo que me permitiera examinar su estructura interna. Este corte pasaba cerca de tres pies de su centro, y se abrió desde la superficie actual del terreno, y era lo suficientemente ancho para que un hombre pudiera caminar por él y examinar sus lados. En el fondo, esto es, en el nivel de la llanura que lo circundaba, encontré huesos”. Estaban cubiertos con unas cuantas piedras cuya procedencia el político se tomó la molestia de investigar: habían sido traídas “de un acantilado situado a un cuarto de milla y del río distante un octavo de milla”.


Jefferson observó que el túmulo estaba formado por varias capas que se podían 'leer': su superposición, perfectamente apreciable, revelaba las fases de una secuencia cronológica. Estaba realizando un auténtico análisis estratigráfico, rudimentario pero inaudito para los usos de los excavadores de la época, en general anticuarios interesados en recuperar tesoros u objetos de colección. “Luego había un gran intervalo de tierra, un estrato de huesos, y así continuaba -describe-. En un extremo de la sección había una capa de huesos que se distinguía con bastante facilidad. En otra parte había tres. El estrato de una parte no se correspondía con el de la otra. Los huesos más cercanos a la superficie eran los menos estropeados”, de lo que dedujo que eran los más recientes.

Como una de las teorías sobre estos montículos sugería que eran enterramientos colectivos de caídos en combate, erigidos en el lugar en el que había sucedido la batalla, Jefferson examinó los huesos en busca de rastros de violencia. No los encontró: “No había agujeros en ninguno de los huesos producidos con balas, lanzas u otras armas”. Además, estimó que “en este montículo habría una cantidad aproximada de 1.000 esqueletos”. El político estadounidense subraya que las evidencias “se enfrentan a la opinión de que estos monumentos cubrían los huesos de las personas caídas en batalla, y están también en contra de la tradición de que existía una sepultura común de la ciudad, en la que los cadáveres eran amontonados en la superficie, tocándose unos a otros. Las apariencias señalaban con certeza que tanto su origen como su posterior desarrollo provenían de la costumbre de reunir los huesos y depositarlos juntos; es decir, que la primera remesa se había colocado sobre la misma superficie del terreno con unas cuantas piedras encima, y luego se habían cubierto con tierra, y así sucesivamente. Lo que sigue son las circunstancias particulares que reflejan este aspecto: 1. El número de huesos. 2. Su posición confusa. 3. Su situación en diferentes estratos. 4. El estrato en una parte no se correspondía con el estrato en otra. 5. La diferencia en el tiempo en el que se había llevado a cabo la inhumación. 6. La presencia de huesos de niño entre los restos”.

Túmulo de Grave Creek, de la cultura Adena, en Virginia.

El enfoque correcto

Para Glyn Daniel, lo que distingue claramente el trabajo de Jefferson de los demás excavadores anticuarios de su época es que el político estadounidense emprendió su tarea no con el fin de engrosar una colección de curiosidades o para buscar tesoros, sino que su objetivo era dirimir cuál de las ideas que circulaban sobre aquellos montículos era la cierta. Como destacan Colin Renfrew y Paul Bahn, “Jefferson adoptó lo que hoy llamamos un enfoque científico, es decir, contrastó las ideas relativas a los túmulos con la evidencia concreta -mediante la excavación de uno de ellos-. Sus métodos fueron lo bastante cuidadosos como para permitirle reconocer niveles diferentes en su zanja y ver que los numerosos huesos humanos presentes estaban peor conservados en las capas inferiores. De todo ello dedujo que el túmulo había sido reutilizado como lugar de enterramiento en muchas ocasiones distintas”.

Además, “no vio motivo alguno por el que no hubieran sido los antepasados de los propios indios los que hubieran levantado los túmulos” (en 'Arqueología: Teorías, métodos y práctica'). De hecho, hoy se sabe que el túmulo excavado por Jefferson forma parte de un conjunto perteneciente a un grupo tribal nativo, los indios monacan, y se construyeron entre 900 y 1700, aunque la costumbre de erigirlos fue practicada por varias culturas anteriores, como las de Adena y Hopewell, y se remonta en torno a 3400 a.C.

En 1799, siendo vicepresidente del país y presidente de la American Philosophical Society, ordenó distribuir una circular entre los miembros de esta institución en la que pedía que recogieran toda la información posible sobre fortificaciones prehistóricas, construcciones, túmulos y artefactos de los indios. Eso sí, su actitud hacia los mismos deja mucho que desear vista desde el siglo XXI: el tercer presidente de Estados Unidos fue el primero en proponer un desplazamiento forzoso de las tribus hacia el Oeste en caso de que se negaran asimilarse. Pensaba que los indios debían abandonar sus estilos de vida tradicionales, sedentarizarse y adoptar la religión cristiana y las costumbres occidentales. Si alguna tribu se resistía con violencia a la asimilación o el desplazamiento forzoso, Jefferson era partidario de su exterminio.


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