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Vista aérea del yacimiento del Cerro de la Merced (Córdoba) - J.Arroyo
Los primeros rayos del amanecer que se cuelan por el puerto cordobés del Mojón iluminan la cumbre del Cerro de la Merced antes que cualquier otro lugar de los alrededores. Sobre esa redondeada colina, tan simétrica que algunos la creyeron artificial, refulgió en otro tiempo un santuario ibérico y, siglos después, un complejo aristocrático que se veía, como un faro, desde cualquier punto de su entorno aún en sombras. Aquel imponente edificio de piedra de planta cuadrada de veinte metros de lado y unos cinco o seis de altura, que dominaba el espacio y brillaba al alba bajo la luz del sol naciente.
«Estaba pensado para ser visto desde el llano y desde los caminos que suben hacia Priego o de Carcabuey llevan a Lucena o hacia Cabra", explica Fernando Quesada (izquierda), catedrático de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, que añade: «Es un sitio representativo, diría que un poco escenográfico".
El proyecto de investigación sobre 'Ciudades y complejos aristocráticos ibéricos en la conquista romana...' que dirige Quesada lleva una década desentrañando los secretos de este singular enclave ibérico, el cual no tiene parangón con cuanto se conoce hasta ahora. Antes de su llegada se pensaba que los restos correspondían a una antigua atalaya de vigilancia, pero sus excavaciones han sacado a la luz un complejo central de dos alturas, con 10 habitaciones en su planta baja, con muros de hasta 4,5 metros de espesor, con terrazas alrededor contenidas por muros también ciclópeos y al que se accedía por una escalinata construida con lajas de piedra de 1,5 metros de largo. No, aquel complejo no era uno de tantos que hay en la zona, conocidos como 'recintos torre'. Tampoco fue edificado solo para vigilar el entorno ya que no cuenta con buen control visual del territorio que le rodea. Ni siquiera la cercana localidad de Cabra, situada a unos cinco kilómetros, se divisa desde allí. Aquel formidable cubo geométrico de dos alturas fue concebido para ser admirado desde la llanura.
Fotografías de la manilla del escudo que se encontró embutida en un muro del Cerro de la Merced - F. Quesada y Grupo Polemos.
Los arqueólogos han descubierto que se levantó aprovechando la planta original de una construcción ibérica más antigua, posiblemente del siglo V o principios del IV a.C., que creen que pudo haber sido un santuario, con un monumento asociado o una gran puerta monumental decorada con relieves y policromada. Han encontrado al menos tres sillares con cornisa de gola de remoto origen egipcio, esquirlas de relieves de otros que fueron retallados y un espectacular sillar decorado con motivos vegetales que fue reutilizado en un muro que ha sido llevado al Museo Arqueológico de Cabra y cuyos análisis han determinado que tuvo policromía roja y blanca. «Ese sillar indica que el complejo antiguo debía ser muy espectacular. Estamos todavía trabajando para ver si formaba parte de una puerta con un dintel grande o de un monumento turriforme cuadrado con cornisas y molduras en varias caras», relata Quesada.
En el siglo IV a.C., en un periodo de transformaciones en el mundo ibérico, el santuario sufrió una remodelación total y se convirtió en un complejo aristocrático. El gran patio enlosado se compartimentó en estancias menores, se levantó un piso superior y se dispuso un vestíbulo que hacía de distribuidor. Los arqueólogos han hallado al menos tres molinos que estarían en uso al mismo tiempo y que dan fe de una producción de alimentos, así como pesas de telar y fusayolas que indican una actividad textil, restos de armamento como puntas de flecha y de lanza y cerámicas de lujo, incluyendo importaciones griegas. «Cuenta con todos los elementos que caracterizarían un complejo de tipo aristocrático palacial: evidencias de producción, armamento, productos de lujo, una monumentalidad evidente, un carácter aislado y con cierta capacidad defensiva y una masiva técnica de construcción inhabitual en la arquitectura doméstica», resume el director de las investigaciones. Incluso han descubierto una sala recóndita en el fondo del complejo, pavimentada, sin ventanas, que podría ser una capilla. Unas hachas neolíticas, como antiguas piedras de rayo, halladas en la zona así parecen indicarlo.
Dibujo de un escudo ibérico - Carlos Fernandez del Castillo y Fernando Quesada.
En uno de los muros de adobe del vestíbulo, erosionado por el paso de los siglos y los derrumbes, asomaba una esquina que el ojo experto de Fernando Quesada rápidamente identificó con la manilla de hierro de un escudo ibérico. No se equivocaba. Alguien ocultó deliberadamente la empuñadura del arma en aquella pared durante la segunda fase de construcción, justo enfrente de quien accediera al complejo aristocrático por su única puerta oriental. «Un escudo es un arma defensiva, que protege. Nuestra interpretación es que se trata de un elemento apotropaico, un componente protector que defiende el edificio de manera simbólica», explica el catedrático. En un artículo recientemente publicado en Abantos, un homenaje que le rinden sus colegas a Paloma Cabrera Bonet, quien fue conservadora del Museo Arqueológico Nacional, Quesada expone los resultados de su investigación sobre este escudo junto a su colega de la UAM, Eduardo Kavanagh de Prado y a Antonio Moreno Rosa, del Museo Arqueológico de Cabra.
«Se trata de una manilla del tipo de aletas triangulares, el más característico del ibérico Pleno en adelante, desde mediados del siglo V a. C. y hasta mediados del siglo I a. C. o más allá», describen en su estudio. Aunque estaba fragmentada en varios trozos y doblada por la presión, conserva el extremo doblado sobre sí mismo para abrazar la madera, por lo que han podido determinar tanto sus medidas como las del diámetro del escudo (64,8 cm). «En comparación con un escudo hoplita griego, de hasta 120 cm de diámetro, es menor, pero un escudo de 65 cm te cubre desde la barbilla hasta la ingle y de sobra desde un hombro a otro. Existe la idea de que los escudos ibéricos eran como platos soperos, extremadamente pequeños, pero no es correcta, la media de los escudos ibéricos estaba en los 50-60 cm», afirma Quesada, «y los había bastante mayores, de 70 y 80 cm de diámetro».
Lugar donde fue hallada la manilla del escudo embutida en el muro - F. Quesada y Grupo Polemos.
Aunque no es habitual encontrar un arma embutida intencionadamente en un muro, éste no es un caso único. En el yacimiento vacceo de Pintia (Valladolid), Carlos Sanz Mínguez encontró la vaina de un puñal del siglo IV a.C. en un rebanco del siglo I d.C. La ocultación de esta reliquia durante la ampliación de la vivienda también se cree que tuvo un «sentido protector» o de vinculación a un antiguo linaje. Existen más ejemplos. En la Bastida de Moixent, en Valencia, una serie de ofrendas quemadas y enterradas, que incluyen muchas armas, aparecieron bajo la puerta principal de acceso al poblado. Y en Cerdeña parece que se han encontrado espadas embutidas en muros de piedra de la cultura nurágica, mucho más antigua que la ibérica, según apunta Giovanna Fundoni, de la Universidad de Sassari. Quesada no alberga dudas de que «esto tiene un contenido simbólico y ritual».
El escudo no logró impedir, sin embargo, que este complejo aristocrático ibérico del Cerro de la Merced, el primero de este tipo que se excava en la Alta Andalucía, fuera concienzudamente demolido hacia la época de Aníbal o en las primeras etapas de la conquista romana, a principios del siglo II a.C. Fue vaciado por completo de cuanto fue considerado valioso y las esquinas del edificio fueron derribadas para asegurarse de que no se pudiera reconstruir. No fue objeto de un ataque militar violento, por sorpresa. «En el Cerro de la Merced fue una destrucción más deliberada, más sistemática, más pausada, que va acompañada de un saqueo», sostiene el director de las investigaciones.
Excavaciones en el Cerro de la Merced. Cabra, Córdoba.
Aunque no se sabe con certeza qué motivó esa inquina, su demolición pudo coincidir en el tiempo con la última gran sublevación de los iberos contra Roma que se da en torno al año 192 a.C. Tito Livio relata la conquista romana del oppidum ibérico (la ciudad fortificada) de Licabrum (Cabra) por Cayo Flaminio y habla de un señor de la guerra, Corribilo, que fue capturado por los romanos. Aunque los arqueólogos no pueden vincular a Corribilo con el Cerro de la Merced, porque no disponen de ningún escrito que demuestre esa relación, «aquella fue una época casi de apocalipsis para los iberos».
Quesada explica que tras siglos de tranquila existencia, la península ibérica se convirtió en escenario de las luchas entre romanos y cartagineses y los iberos se vieron envueltos en una especie de guerra mundial de la época. Unos y otros contendientes procuraban aliarse con príncipes iberos para el aprovisionamiento de sus tropas, la recluta de mercenarios o para abastecerse de plata para acuñar moneda y atacaban a los aliados de los otros.
«Pudo ocurrir que el señor del Cerro de la Merced fuera aliado de los cartagineses y los romanos le castigaran, o que años después hubiera intentado desafiar al poder de Roma y los romanos lo castigaran… no lo podemos saber. El mundo de finales del siglo III a.C. y principios del II es un mundo convulso de guerra, catástrofes, destrucciones… y también de oportunidades para señores de la guerra, gente lista que con sus pequeños ejércitos se aliaban con unos o con otros y aprovechaban el río revuelto. En este contexto es cuando desaparece el complejo del Cerro de la Merced», añade Quesada. Entre los arruinados muros quedó el simbólico escudo protector, incapaz ante quien quiso borrar todo recuerdo de aquel conjunto palaciego que refulgía al sol.
Hoy destaca sobre el horizonte la elegante cubierta que guarece el yacimiento, llamando la atención sobre el lugar como antes lo hiciera el antiguo edificio. A iniciativa del Ayuntamiento de Cabra, que financia el grueso de los gastos, se está trabajando para su puesta en valor, consolidando y restaurando los muros para hacerlo visitable. El estudio del Cerro de la Merced se enmarca en un gran proyecto de investigación de ciudades y complejos aristocráticos ibéricos en la Alta Andalucía, que abarca desde Almedinilla a Montemayor, donde en 2018 se descubrió un carro depositado como ofrenda en la tumba de un personaje de alt.... «Se ha restaurado ya y ahora estamos en la fase de dibujo y de estudio. Va a haber novedades, pero no de inmediato», comenta Quesada. Las investigaciones avanzan.
Fuente: abc.es | 4 de diciembre de 2021
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