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A pesar de que nuestros cerebros han evolucionado para volverse más grandes, lo cual es un rasgo obvio de los seres humanos, estos han reducido su volumen en al menos 10 por ciento desde hace 40.000 años.
Para llegar a esta conclusión, los investigadores se han dedicado a estudiar el volumen endocraneal de los cráneos fosilizados, puesto que el cerebro es un órgano que no dura demasiado tiempo después de la muerte. A modo de comparación, los científicos destacan que el volumen endocraneal de los homínidos era de aproximadamente 350 cm3 –similar al de los chimpancés–, mientras que, con la evolución, el cerebro del Australopithecus alcanzó las 450 cm3, seguido del Homo erectus, con unos 900-1000 cm3 de volumen endocraneal.
Desde entonces, los cerebros de los neandertales y del Homo sapiens alcanzaron unos 1600 cm3 de volumen endocraneal. Sin embargo, al alcanzar este pico, los cerebros de los humanos recientes tienen un promedio de 1450 cm3 de volumen endocraneal, un número igual al de sus predecesores desde la Edad de Piedra.
Desde hace décadas, se han barajado muchas hipótesis que buscan explicar esta reducción cerebral en el ser humano, entre las que se manejan una reducción del volumen corporal como consecuencia del cambio climático durante la época del Holoceno, que trajo temperaturas más calientes. Otras apuntan a una optimización del uso de la energía con la ayuda de la tecnología, lo cual permitió reducir el tamaño del cerebro y su capacidad de consumo energético.
No obstante, una de las hipótesis que más ha convencido al mundo científico es la de la “autodomesticación” del ser humano. Siguiendo la ciencia detrás de los procesos de domesticación de animales, estos son ahora más dóciles en comparación con sus antecesores. Incluso sus características físicas también cambian, como el tamaño de sus cerebros, extremidades y dientes.
Esta hipótesis, también conocida como “la supervivencia del más amigable”, acuñada por el antropólogo Brian Hare, apunta a que, desde la Edad de Piedra, los seres humanos que tenían más probabilidades de sobrevivir eran aquellos que podían cooperar con sus pares, en lugar de aquellos que eran más agresivos. Esto explica por qué ahora tendemos a socializar y a cooperar con nuestros vecinos y no a pelear con ellos.
Dentro de esta misma hipótesis existe una explicación que destaca que, al haber alcanzado volúmenes endocraneales más altos, el ser humano se volvió menos agresivo. Igualmente, la influencia de los genes que nos hacen más o menos sociables también afectan nuestras hormonas y otros aspectos físicos, como el tamaño de nuestro cuerpo y de nuestro cerebro.
Fuente: tekcrispy.com | 9 de abril de 2019
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