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Feto guanche momificado de 5-6 meses, expuesto en el Museo de Naturaleza y Arqueología, en Santa Cruz de Tenerife. EFE.
"Bañaban los muertos en el mar, los secaban a la sombra y los liaban después con correas pequeñitas de cabras, y así duraban mucho sin corromperse". Este es uno de los relatos etnohistóricos sobre los variados usos funerarios de los indígenas canarios, que incluían desde la desecación a inhumaciones específicas para adultos, jóvenes y recién nacidos.
El texto es de 1552, su autor es Francisco López de Gómara y es uno de los que ha divulgado el conservador del Museo Arqueológico de Tenerife, José Juan Jiménez González, en la página web y redes sociales de Museos de Tenerife como "ejemplo de las fuentes etnohistóricas que describen el mundo funerario de los indígenas canarios contrastándolos luego con la información arqueológica disponible".
José Juan Jiménez explica en una entrevista a EFE que estas prácticas funerarias se caracterizaron globalmente "por su heterogeneidad" a lo largo del tiempo.
En los yacimientos arqueológicos de las islas aparecen unos individuos que fueron inhumados y otros desecados o "mirlados", cuyas mortajas se realizaban con esteras vegetales y cueros curtidos de animales, explica el arqueólogo, que también es doctor en Prehistoria por la Universidad de La Laguna.
Tanto en su forma individual como colectiva se promovía el depósito de los cadáveres en el interior de cuevas cuya entrada era tapiada con muros de piedra seca o bien en fosas, oquedades y construcciones funerarias como cistas y túmulos de piedra.
También se han descubierto inhumaciones y desecaciones específicas de neonatos, lo que ya citan las fuentes etnohistóricas, como la que redactó Francisco López de Gómara en 1552.
Anteriormente, en 1528, Antonio Cedeño había escrito que a unos los ponían en ataúd de cuatro tablones, y alrededor hacían un paredón alto y redondo como un torreón, y por dentro lo llenaban de piedra menuda y lo remataban en pirámide. A la gente más pobre y común la enterraban solamente en tierra y alrededor disponían piedras grandes.
Pero a otros difuntos los "encerraban" dentro de cuevas, puestos unos en pie arrimados y otros sentados, y había mujeres con niños a los pechos, en un relato que concluye Cedeño hablando de "cuevas llenas de estas osamentas" que le causan "admiración".
También Leonardo Torriani en 1592 escribió sobre la costumbre de los canarios de sepultar a sus muertos preparando los cadáveres con yerbas y manteca al sol "para que, a modo de cosas aromáticas, se defendiesen lo más que fuese posible contra la corrupción".
"Después los envolvían con muchas pieles preparadas para el mismo objeto, y los apoyaban a las paredes, al interior de las cuevas de los montes. Los nobles también usaban otro modo de sepultura, bajo tierra, la cual se hacía en un foso, entre las piedras volcánicas quemadas: con las más largas formaban encima del cuerpo una pirámide, cuidando siempre de extender el cadáver; después llenaban todo el alrededor con piedras menudas, hasta que todo el túmulo quedaba cubierto", según el relato del ingeniero cremonés que recoge José Juan Jiménez.
Para Alonso de Espinosa (1594), después de lavar el cadáver le echaban por la boca "ciertas confecciones hechas de manteca de ganado derretida, polvos de brezo y de piedra tosca, cáscara de pino y de otras no sé qué yerbas, y embutíanle con esto cada día, poniéndolo al sol, cuando de un lado, cuando de otro, por espacio de quince días, hasta que quedaba seco y mirlado, que llamaban xaxo".
Juan de Abreu Galindo en 1602 refiere cómo al ver el crecimiento de la población y la falta de alimento para sustentarla acordaron "matar a todas las hembras que de allí en adelante naciesen, con tal que no fuesen los primeros partos que las mujeres hacían".
Asimismo, en 1646 Francisco López de Ulloa indica que la gente noble no se enterraba con la villana, pues "cada especie tenía su lugar señalado" y José de Sosa en 1688 también alude a cómo se untaban los cuerpos con manteca de ganado cabrio "poniéndolos al sol para que se secasen, que era como a manera de embalsamarla y así se conservaban sin corrupción secos y mirlados", como lo cita el conservador del Museo Arqueológico.
A López de Ulloa también le causa admiración "hallar algunos dentro de cuevas conservados tantos siglos sin corrupción", lo que hacían comúnmente "con los más principales de la casa y la familia del Rey, así varones como hembras", porque a otros nobles les hacían "ataúd o semejante a ello de tablones gruesos y le ponían multitud de tierra encima".
Thomás Arias Marín de Cubas en 1694 vuelve a relatar cómo al difunto lo lavaban con agua caliente, hierbas cocidas y con ellas llenaban los huecos de mezclas de arena, cáscaras de pino molidas y borujo de yoya o mocanes, y "muy curiosamente, lo ungían con manteca y ponían al sol de día y de noche al humo".
Además, durante quince días le lloraban haciendo exequias y cuando ya estaba "enjuto" le ponían en las cuevas con otros mirlados, a otros le hacían "torreoncillos de piedras en los malpaíses" y bóvedas y le llevaban de comer a las sepulturas, "el marido a la mujer y ella a él".
Fuente: eldiario.es | 10 de junio de 2019
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