Si pudiéramos obtener ADN de todos los fósiles humanos se produciría un avance extraordinario en el conocimiento de nuestra genealogía. Pero esta molécula tiene una vida máxima, que hasta el momento no supera los 400.000 años de antigüedad. Es más, dependiendo de las condiciones ambientales en las que vivieron y murieron los humanos del pasado, el ADN puede desaparecer con extrema rapidez. Sucede, por ejemplo, en las regiones tropicales, en las que el calor y la humedad reducen la resistencia de las moléculas de ADN. Lamentablemente,  Homo floresiensis -la especie que vivió en la isla de Flores hasta hace unos 50.000 años- parece que no ha conservado tan preciada información.

Los dientes acuden en nuestra ayuda cuando resulta imposible recuperar las moléculas que llevan toda la información genómica. Los dientes son como una “caja negra” del organismo, que recoge gran cantidad de información de cuanto sucede a lo largo del desarrollo de los individuos. Además, los dientes reflejan mucho mejor que cualquier otra parte esquelética la información contenida en el genoma. Esto se sabe desde hace tiempo gracias al estudio de la variabilidad de los dientes de gemelos idénticos, frente a la de los mellizos. Los estudios pormenorizados y detallados de las características dentales se correlacionan muy bien con los estudios genéticos de las poblaciones recientes, según nos han mostrado numerosas investigaciones publicadas en los últimos años.

 

Mandíbula del individuo LB1 de Homo floresiensis del yacimiento de Liang Bua. Fuente: Peter Brown.

Sobre el origen y naturaleza de Homo florensiensis se han escrito docenas de trabajos científicos. Algunos han pretendido mostrar la imposibilidad de una evolución natural de los pequeños seres que habitaron la isla de Flores a partir de otras especies bien conocidas, como Homo habilis y Homo erectus, o tal vez de alguna especie del género Autralopithecus. Quizá aquellos seres padecieron alguna rara enfermedad, similar a las que se conocen en la actualidad y que provocan enanismo y disminución de la masa encefálica (ver post de 3 de julio de 2014 en este mismo blog). Sin embargo y por el momento, se mantiene la hipótesis de una evolución local en aislamiento a partir de alguna de esas especies. Los individuos adultos de Homo floresiensis medían unos 100 centímetros de estatura, pesaban unos 25 kilogramos y su cerebro apenas superaba los 400 centímetros cúbicos. Todo un reto para los expertos en evolución.

 

Yousuke Kaifu (Department of Anthropology, National Museum of Nature and Science, Tokyo, Japón) y varios colegas han publicado recientemente un artículo en la revista PLOS ONE, en la que revisan con todo lujo de detalles el tamaño, las proporciones y los caracteres morfológicos de los dientes de Homo floresiensis. Como curiosidad, el último firmante del artículo, Rokus Due Awe, falleció recientemente y su nombre figura entre los autores de la investigación, como homenaje póstumo a su trabajo en la isla de Flores.

 

A falta de ADN, el estudio comparado de las piezas dentales es la mejor manera de aproximarse a la realidad evolutiva de esta especie tan exótica de nuestra genealogía. La investigación se ha beneficiado de las últimas técnicas de obtención de imágenes radiológicas de manera seriada (micro-CT). Esta técnica permite reconstruir con enorme precisión todo el interior de los dientes y observar caracteres de la dentina escondidos bajo el esmalte. Cuando los dientes están gastados y el esmalte ha perdido la mayor parte de la información todavía quedan muchos secretos que ver gracias a esta técnica, de uso ya generalizado en este tipo de investigaciones.

 

Kaifu y sus colegas se han encontrado con una constelación de caracteres totalmente novedosos para el registro fósil humano. Los dientes anteriores, incisivos y caninos, así como los premolares, conservan rasgos primitivos propios de la especie Homo habilis y Homo erectus. Este resultado aleja a los ejemplares de Homo floresiensis de nuestra especie. Sin embargo, el primer premolar (un diente clave en términos de su morfología) presenta rasgos inéditos, que nunca antes se habían observado en ningún humano, ni fósil ni reciente. Los molares tampoco se libran de la rareza. El primer molar, que es un diente muy estable desde el punto de vista evolutivo, redujo su tamaño acorde con el del maxilar y la mandíbula, alterando una morfología que ha permanecido con muy pocos cambios a lo largo de toda nuestra evolución. Estas rarezas podrían utilizarse como una evidencia de que los enanos de Flores eran seres patológicos. Aunque también es cierto que la propia reducción de los huesos (maxilar y mandíbula) podría haber producido caracteres dentales extraños. Nunca antes se había podido estudiar un caso similar al de la isla de Flores.

 

Para Kaifu y sus colegas, los resultados de su estudio se correlacionan con el aislamiento de grupos de Homo erectus, que llegaron al extremo oriental de Eurasia hace al menos un millón y medio de años. Si alguno de estos grupos quedó aislado en la isla de Flores, su evolución podría haber seguido los mismos derroteros que otras especies, como sucedió con los elefantes enanos del género Stegodon. Sin duda, todavía nos queda un mundo por descubrir sobre la genealogía humana en la que, presumiblemente, aún encontraremos algunos linajes extinguidos. Estoy convencido de que el tiempo nos reserva todavía muchas sorpresas.

 

Fuente: quo.es| 3 de mayo de 2018

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