Algunos de los animales que vivían en el norte de España durante la última edad de hielo y que ya se han extinguido / MAURICIO ANTÓN

Fuente: EL PAIS.com | 12 de diciembre de 2015

Hay una lectura sobre el mito de la expulsión del paraíso que lo considera una metáfora sobre el origen de la civilización. Los humanos, que vivían en armonía con la naturaleza y disfrutando sin mayores pretensiones de lo que les ofrecía, se pasaron de listos inventando la agricultura y acabaron trabajando de sol a sol para vivir mucho peor que antes. En aquel mundo paradisíaco, donde según algunos investigadores aún no habían prendido el machismo, la codicia o la monogamia, los hombres tampoco eran una amenaza para los animales con los que compartían la creación. Algunos hallazgos paleontológicos, sin embargo, cuestionan la imagen cándida de aquellos buenos salvajes.

Después de su aparición en África, hace algo más de 100.000 años, los Homo sapiens se lanzaron a la colonización del planeta con un éxito sin precedentes. Junto a su tecnología o a los vestigios de su cultura, los humanos dejaron tras de sí un rastro distintivo de la especie. Hace unos 11.000 años, la llegada de los sapiens a Norteamérica coincide con la desaparición de los mamuts, lo mismo que había sucedido 20.000 años antes con los canguros gigantes cuando nuestros antepasados comenzaron a poblar Australia. En las islas Baleares, la cabra Myotragus balearicus, había sobrevivido a todo tipo de visicitudes durante millones de años hasta que hace 5.000 llegaron los humanos, y la pauta se repite en otra isla del Mediterráneo, Chipre, donde había hipopótamos y elefantes enanos hasta hace 11.000 años, fecha de aparición de los sapiens.

“No niego que pueda haber una influencia del clima, pero la intervención humana es un factor decisivo en muchos casos”, apunta Jesús Rodríguez (izquierda), investigador en paleoecología del CENIEH (Centro Nacional de Investigación de la Evolución Humana), en Burgos. “Lo más probable es que sea una concatenación de ambos”, añade. Según el científico, si las extinciones de grandes animales hubiesen sido provocadas por cambios globales en el medio se habrían producido en la misma fecha y hay muchas oleadas de extinción que coinciden con la llegada de los humanos.

“Las especies que hemos visto extinguirse con la llegada de los humanos existían desde hacía cientos de miles de años y habían sobrevivido a muchos cambios climáticos fuertes”, afirma Jan Van der Made (derecha), investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC en Madrid. Sin embargo, “de golpe y en poco tiempo empiezan a extinguirse sin que otros animales entren a ocupar su lugar”, continúa. “Es posible que haya un rinoceronte, por ejemplo, que desaparezca y sea sustituido por un competidor, pero en este caso no viene nada, y eso ha de tener alguna explicación”.

Varias especies de homínidos, algunos con una inteligencia notable, habían poblado el mundo desde hacía cientos de miles de años, pero no se observa el mismo impacto con la llegada de los Homo erectus o incluso los neandertales. La especie que iba a desarrollar el arte y a la postre la civilización, resultó ser más letal que ninguno de sus ancestros.

“Probablemente, aquellas especies no eran tan eficaces cazando, y también es probable que viviesen en menores densidades de población”, sugiere Van der Made.


Junto al desarrollo de nuevas tecnologías de caza, se debieron sumar otras habilidades. Los Homo heidelbergensis, por ejemplo, ya disponían de jabalinas hace alrededor de 400.000 años, y eso les daría la capacidad de matar a distancia que compartían con los sapiens, pero no provocaron extinciones similares, recuerda el científico del CSIC. La capacidad de organización proporcionada por un cerebro que evolucionó para la comunicación con los congéneres y el lenguaje debieron desempeñar un papel clave.


Uno de los datos que cuestionan el papel de los humanos modernos en la aniquilación de grandes animales es que en África y Eurasia, donde más tiempo vivieron los humanos, es precisamente donde sobrevivan los mayores mamíferos del planeta y nunca se hayan producido estas extinciones. Sin embargo, Rodríguez explica que precisamente esa convivencia puede estar detrás de esa singularidad. “En África se produce una coevolución entre estos animales y los homínidos durante millones de años. Se habían adaptado a sobrevivir a estos depredadores”, asevera.

Además, puede existir un segundo factor. “En áreas tropicales, la producción de vegetación es mayor y eso permite que haya poblaciones más abundantes”, cuenta el científico del CENIEH. Sin embargo, en el Ártico o en Norteamérica, al no ser la productividad tan elevada, los tamaños de población son menores y los animales son más vulnerables. Por último, remacha, “en África, el cambio climático también afecta a las poblaciones, pero es de menor intensidad”.

La llegada de la industria ha multiplicado la capacidad de los humanos para transformar su entorno, pero muchos indicios sugieren que los daños colaterales de la inteligencia sapiens no son nuevos. Algunos de los pueblos que sirven hoy como modelo para tener una idea sobre el modo de vida de los humanos prehistóricos sí viven en considerable equilibrio con su entorno. En opinión de Rodríguez, esto no significa que los pueblos primitivos viviesen todos así, sino más bien que esa adaptación les permitió mantener su estilo de vida como cazadores recolectores hasta ahora. “Si no, se habrían extinguido o se habrían hecho agricultores”, plantea.

La posibilidad de que la inteligencia de aquellos humanos les convirtiese ya en una amenaza para otros animales de su entorno, puede tener una interpretación pesimista, pero algunos científicos especializados en el estudio de la naturaleza humana lo ven de un modo diferente. Para ellos, como dijo el director del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Lepizig, Michael Tomasello (izquierda), en una entrevista reciente, mejorar la sociedad requiere que no olvidemos "lo negativo de nuestra biología".



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