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Los humanos consumen al día 635 calorías más que los gorilas. / Lincoln Park Zoo
Fuente: EL PAIS.com | Daniel Mediavilla | 4 de mayo de 2016
Los animales suelen adaptarse a unas normas en sus estrategias de supervivencia. Consumen la energía que obtienen dependiendo de su tamaño, su crecimiento, lo que dedican a la reproducción y a mantenerse con vida. Los ratones son pequeños, pero se reproducen mucho y con los elefantes sucede lo contrario. Cada uno tiene sus ventajas. Además, cuando un animal grande se reproduce más rápido de lo que debería, lo paga teniendo una vida más breve porque la energía que encomienda a la reproducción se echa en falta en el mantenimiento. Sin embargo, si comparamos a los humanos con sus parientes más cercanos, chimpancés, gorilas y orangutanes, se observa que somos unos privilegiados. Los Homo sapiens se reproducen más que estos otros homínidos y sus bebés son de mayor tamaño, y, además, viven más y son capaces de mantener un cerebro insaciable que consume hasta el 25% de la energía que necesita un cuerpo.
Esta peculiaridad humana se ha tratado de explicar a través de cambios anatómicos y también culturales. Nuestra locomoción es más eficiente que la de otros primates y nuestro intestino, de menor tamaño, consume menos energía. Además, la introducción de la cocina permite asimilar más calorías a partir de la misma cantidad de comida. Sin embargo, varios estudios han planteado que esas transformaciones no son suficientes para cubrir las necesidades de la máquina humana y otros rasgos culturales de nuestra especie, como las largas caminatas diarias de los cazadores recolectores, dilapidan el ahorro energético. Así que hay que buscar otras explicaciones.
Esta semana, en un estudio liderado por Herman Pontzer (izquierda), investigador del Hunter College de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, que se publica en la revista Nature, un grupo internacional de científicos ha ofrecido una explicación alternativa. Su punto de partida es la tasa metabólica basal (TMB), que es la energía que gasta el organismo en reposo y viene determinada por grandes órganos como el cerebro, el hígado o los intestinos. Para tratar de comprobar si ese ritmo de consumo energético básico era mayor en humanos que entre sus parientes más cercanos, analizaron el gasto total de energía de bonobos, chimpancés, gorilas y orangutanes. Sus resultados indican que consumimos de media 400 kilocalorías diarias más que los bonobos y los chimpancés, 635 más que los gorilas (aunque el mayor consumo era el de machos gorilas de más de 160 kilos) y 820 más que los orangutanes.
El aspecto más interesante de este elevado consumo de energía es que permite mantener un cerebro muy exigente, si se lo compara con el de otros homínidos. Esa máquina de alto consumo ha tenido además algunos efectos secundarios sobre nuestra anatomía. Para asegurar que no se queda sin combustible en caso de escasez, los cuerpos humanos desarrollaron una gran capacidad para acumular grasa.
Comparando con chimpancés, los investigadores observaron que los humanos tienen mayores porcentajes de grasa corporal, incluso cuando aquellos viven en cautividad y tienen una vida poco activa. Este sistema permitiría proteger a los sapiens de problemas temporales de suministro. En particular, la acumulación de grasa es un mecanismo más presente en las mujeres, que presentaron un 41,1% de grasa corporal frente al 22,9 % de los hombres. Este porcentaje, mayor en las mujeres que en los hombres por necesidades como la menstruación, la gestación o la lactancia, es más elevado entre los participantes en el estudio que la media normal, que supone alrededor del 31% para las mujeres y 24 % para los hombres, debido a que las voluntarias en este estudio pesaban 80 kilogramos de media.
Ana Mateos (derecha), responsable del Grupo de Paleofisiología y Ecología del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, especialista en este tipo de investigación, considera que estos resultados, mostrando las diferencias entre el gasto energético de humanos y otros primates, son importantes. No obstante, señala que para ella el aspecto más importante de esta distinción es la TMB, “lo que un organismo gasta solo por estar encendido, que es el 60% del total”. “Nosotros hemos visto que una persona entrenada, con más masa magra y un esqueleto potente con buenas inserciones, tiene una tasa metabólica basal, un consumo energético básico, muy elevado”, añade.
Estos resultados tienen implicaciones en dos ámbitos. En primer lugar, siguen dando información sobre el camino que llevó a la aparición del ser humano. Pontzer y sus colegas comentan en el artículo que satisfacer las elevadas necesidades energéticas de nuestra especie fue posible debido a un alto grado de cooperación, que incluía compartir comida. Esa capacidad para colaborar, junto a las reservas de grasa para cuando venían mal dadas, permitió a los humanos sobrevivir primero y convertirse después en la más exitosa de las nuevas especies de monos que poblaban África hace más de diez millones de años.
Por último, los autores del estudio sugieren que su trabajo para desentrañar las presiones evolutivas y los mecanismos fisiológicos que han moldeado las distintas estrategias metabólicas de los homínidos puede ayudar a reparar los problemas metabólicos de nuestras sociedades industrializadas, donde la capacidad para acumular grasa que nos salvó en la sabana africana se ha convertido en una amenaza para nuestra salud. “Por ejemplo, los chimpancés, nuestros parientes más cercanos, no acumulan grasa incluso cuando son muy sedentarios, en lugares como los zoos. Si podemos averiguar cómo lo hacen, podríamos utilizar ese conocimiento para reducir la acumulación de grasa en humanos”, concluye.
Fuente: quo.es | 6 de junio de 2016
Nuestras características biológicas más sobresalientes nos distinguen claramente de otros primates, y en particular de las especies vivas más próximas a nosotros desde el punto de vista filogenético, chimpancés, gorilas y orangutanes. Además de poseer un cerebro que triplica el tamaño del que alberga el cráneo de estas especies, hemos sido capaces de disminuir el intervalo de tiempo entre el nacimiento de cada uno de nuestro hijos y llegamos a vivir más años (en promedio) aún sin disponer de tecnología médica. Estas diferencias implican que Homo sapiens necesita obtener mucha más energía del medio para desarrollar y mantener un gran cerebro, incrementar la tasa de reproducción y mantener su propio organismo durante más años ¿Cómo conseguir esta proeza biológica? Pensemos, por ejemplo, que las especies que se reproducen más deprisa de lo esperado para su tamaño corporal tienen una menor longevidad, simplemente por el hecho de dedicar una gran parte de la energía en tener muchos descendientes. No es nuestro caso, a pesar de que nuestro cuerpo es sensiblemente menor que el de los gorilas. Tenemos muchos descendientes y vivimos más que los gorilas o los chimpancés.
Herman Pontzer (Universidad de Nueva York) y un buen número de colegas de diferentes instituciones de USA, Sudáfrica, Suiza y Jamaica han unido esfuerzos para responder a estas cuestiones: ¿qué nos hace ser tan especiales?, ¿cómo hemos conseguido dedicar una gran cantidad de energía para desarrollar y mantener un cerebro tan grande? Recordemos que gastamos nada menos que entre el 20 y el 25% de toda nuestra energía metabólica basal en mantener el cerebro en actividad. Es un órgano muy caro en términos energéticos ¿Por qué tenemos una mayor longevidad que los chimpancés, gorilas y orangutanes a pesar de que conseguimos una descendencia mucho mayor en el mismo tiempo? Pontzer y sus colegas han publicado la posible respuesta a todas estas preguntas en la revista Nature (19 de mayo de 2016).
Grupo de bosquimanos. Fuente: Pilar Maldonado, culturacientífica.com.
Antes de esta publicación se habían ofrecido soluciones ingeniosas, como la de Leslie Aiello y Peter Wheeler. Según estos investigadores, nuestro sistema digestivo redujo su tamaño de manera considerable cuando fuimos capaces de incluir una mayor cantidad de proteínas de origen animal en la dieta. La energía dedicada a desarrollar y mantener el sistema digestivo se habría diferido hacia el desarrollo y mantenimiento del cerebro. Además, nuestro modo de locomoción es más eficiente que el de los mamíferos cuadrúpedos y nuestra cultura social nos llevó a compartir el alimento con nuestros iguales. Todo ello podría explicar que algunas personas puedan llegar a vivir incluso más allá de los 70 años sin los recursos de la tecnología médica, a pesar de gastar una enorme cantidad de energía en sacar adelante un número elevado de descendientes. ¿Es suficiente con las explicaciones de Aiello y Wheeler?
Herman Pontzer y sus colegas consideran que la hipótesis de estos científicos, aún siendo muy coherente, no lo explica todo. Tampoco se puede recurrir al ahorro energético que supone la bipedestación. Es más, los cazadores y recolectores (como los Hadza o los bosquimanos) gastan una gran cantidad de energía en sus continuos desplazamientos para obtener alimento. Esa energía sería equiparable a la que pueden gastar los gorilas o los chimpancés en obtener su alimento. Estos primates difícilmente superan la treintena de años en condiciones de libertad. Así que ha de haber alguna explicación adicional.
Pontzer y sus colegas han realizado un enorme esfuerzo en conseguir datos sobre la energía metabólica basal y la que gastamos de manera diaria en una muestra muy elevada de seres humanos, así como en muestras de chimpancés, gorilas y orangutanes. La comparación de los datos obtenidos en las cuatro especies indica claramente que los humanos hemos acelerado de manera significativa el consumo metabólico del organismo. Esto es como decir que nuestras células son capaces de incrementar su capacidad de trabajo para proporcionar la energía extra que necesitamos para construir y mantener el cerebro operativo, así como para tener una descendencia numerosa sin comprometer la posibilidad de vivir más años que otros simios antropoideos.
Esta particular adaptación tiene sus riesgos, porque en el caso de no disponer de alimento suficiente la mortalidad de cualquier población humana se dispara de manera dramática. Soportamos peor que otras especies la falta de energía en el medio. Nos hemos transformado en verdaderos depredadores de los ecosistemas. El hecho de poder tener una descendencia mucho más numerosa y de poseer un cerebro capaz de conseguir prodigios tecnológicos nos ha llevado a crecer por encima de los 7.000 millones de individuos, y creciendo.
Por otro lado, me pregunto que relación existe entre la aceleración del metabolismo y determinadas enfermedades. Hace unos días leímos con gran interés las causas de muerte de los españoles según su edad.
Como bien sabemos, el cáncer está detrás del fallecimiento de muchos individuos, con un pico entre los tres y cuatro años y un incremento sustancial desde los 30 años, que alcanza su máximo entre los 60 y los 70 años. Esta es justo la longevidad máxima que se asume para nuestra especie en ausencia de tecnología médica. Quizá los resultados de Pontzer y sus colegas sobre la aceleración del metabolismo pueden explicar este problema tan mortífero de la salud en nuestra especie. Si es así, hemos salido ganando en algunos aspectos, pero pagamos un alto precio por ello.
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