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Fuente:EL MUNDO.es | José Miguel Parra | 03 de marzo de 2015
Es una de esas cosas que resulta imposible ver en templos o tumbas: un faraón acosado por el enemigo o, peor aún, muerto a sus pies. La ideología faraónica no lo permitía. Al soberano de las Dos Tierras sólo era posible representarlo en una posición victoriosa: o bien sujetando por el pelo a un enemigo arrodillado a sus pies al que se dispone a rematar brazo en alto con una maza de combate, o bien cargando en su carro contra una masa desordena de soldados enemigos mientras abre entre ellos un camino de orden del que son mensajeras las flechas de su aljaba. Por eso, encontrarse el cuerpo de un monarca egipcio y, al estudiarlo, comprobar que en realidad falleció de forma violenta en combate es toda una noticia.
No se trata de uno de los grandes monarcas que todos conocemos, como pudieran ser Khufu (el constructor de la Gran Pirámide) o Tutmosis III (conquistador de Siria y Canaán), sino del recientemente descubierto, hace apenas un año, Senebkay. Se trata de un soberano de la efímera dinastía de Abydos, que gobernó en esta región al mismo tiempo que los hyksos en el tercio norte de Egipto y los príncipes de Tebas apenas cien kilómetros al sur.
El hallazgo lo realizó el equipo de la Universidad de Pensilvania dirigido por el Dr. Josef Wegner (izquierda), y los resultados preliminares del estudio osteológico son impactantes.
Senebkay, nos dicen sus huesos, murió cuando tenía entre 35 y 42 años de edad y medía entre 1,72 y 1,82 m, es decir, todo un gigante para la época, el cual falleció cuando acaba de alcanzar la esperanza media de vida de sus súbditos. El cuerpo del monarca presenta un total de 18 heridas, además de cortes verticales en pies, tobillos y el tren inferior, a las que se suman todas las que presenta su cráneo. La primera constatación importante es que el ángulo y la dirección de las heridas indican que el rey las recibió cuando se encontraba elevado con respecto a sus atacantes.
Esto implica que estaba montado a caballo en medio de una melé de enemigos con intenciones aviesas. Una suposición corroborada por la deformación presente en su pelvis y sus huesos largos, que nos hablan de que el soberano era una persona que no se bajaba de su montura. Parece entonces que el caballo, importado a Egipto por los hyksos, fue adoptado por los egipcios con bastante rapidez e incorporado de inmediato como arma de prestigio a los ejércitos faraónicos.
Los huesos de Senebjay, pues esto es lo que se conserva de su cuerpo, nos dicen que gente más bajita que él se lanzó contra sus piernas, causándole heridas no mortales con la clara intención de desmontarlo y hacerlo caer al suelo. Perdida la ventaja del punto elevado, y atacado por varias personas a la vez, la envergadura de Senebkay no pudo hacer mucho. Quizá se llevara consigo por delante a varios de ellos, pero las diversas fracturas de su cráneo, realizadas por lo que parecen hachas de algún tipo, colocan al soberano en el suelo, con sus enemigos golpeándolo hacia abajo hasta acabar con su vida. Así terminaron sus cortos cuatro años y medio de reinado, que aparecen mencionados en el Papiro de Turín.
No se sabe cuál fue el resultado de la batalla, pero sí que ésta tuvo lugar a cierta distancia de Abydos, porque los huesos presentan indicios de que el cuerpo fue momificado tiempo después del fallecimiento del monarca.
Una época violenta, sin duda, porque no muchos años después otro faraón egipcio moriría también en combate. Se trata de Seqnenre (derecha), originario de Tebas, y su momia presenta en la cabeza unas heridas más brutales si cabe que las de Senebkay. Los egipcios terminaron expulsado a los hyksos del país, pero es evidente que éstos pelearon duro para impedirlo.
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