Los secretos de la dieta que convertía a los gladiadores romanos en máquinas de matar

'Pollice Verso', un cuadro de 1872 de Jean-Léon Gérôme (Phoenix Art Gallery)

No hay película, serie o novela histórica basada en el Imperio romano que no haya recurrido en algún momento a las famosas luchas de gladiadores para demostrar la barbarie de la sociedad de la época. Sin embargo, los combates que aparecen en la gran y la pequeña pantalla poco tienen que ver con la realidad histórica. Y es que, se suele obviar, por ejemplo, que los luchadores no solían morir en la arena o que los enfrentamientos se correspondían más con un espectáculo en parte teatralizado, que con una salvaje pelea entre dos contendientes que se odiaban a muerte.

No obstante, de entre todas las facetas de las luchas que se han pasado por alto hay una que destaca sobre el resto: la dieta que tenían que seguir estos combatientes para poder enfrentarse al enemigo en óptimas condiciones y ofrecer un espectáculo digno a aquellos que asistían a los anfiteatros. En contra de lo que pudiera parecer, los últimos estudios afirman que estos guerreros eran alimentados con un régimen vegetariano e, incluso, con una extraña bebida energética que suplía su carencia de calcio. Tras saber esto, la duda está servida: ¿Era su alimentación adecuada? Según explica a ABC Silvia Moreno (izquierda), doctora en Ciencias de la Alimentación por la UAM (CIAL-CSIC/UAM).

Habas y cebada

Una vez que entraban a formar parte del «ludus» (la escuela de entrenamiento de gladiadores) los nuevos luchadores debían, entre otras tantas cosas, seguir una dieta que había sido perfeccionada por el médico a su cargo. Esta se basaba en habas, trigo y cebada (y no en carne, como han mostrado las películas a lo largo de las décadas). El resultado era un régimen prácticamente vegetariano que, atendiendo a la región en la que se ubicara el centro de instrucción (cerca o no del mar), podía completarse también con pescado o marisco. Con todo, que los pilares básicos fueran estos tres alimentos no implica que el resto se desecharan. Ni mucho menos. Pero si se tomaban en mucha menor cantidad.


Plinio el Viejo, el famoso etnógrafo y geógrafo del siglo I, dejó constancia de esta dieta en su obra magna, la Historia natural. Un libro en el que explicó y analizó el origen y las bondades de los alimentos más habituales en la sociedad romana. «De todos los cereales, la cebada es el primero que se siembra […]. Es el más antiguo, como lo demuestra la costumbre de los atenienses, que refiere Menandro», afirmó en su texto. En la misma obra, el estudioso desveló también un hecho bastante curioso: que el principal apodo de los gladiadores se relacionaba con esta planta. «Su sobrenombre era “hordearii” o “comedores de cebada”». No le faltaba razón, pues era tan barata y aportaba tal cantidad de energía y nutrientes a los luchadores que no podía faltar en la mesa.

Representación clásica de los gladiadores.

Otro de los estudiosos de la época que dejó constancia de la dieta de los gladiadores fue el famoso médico del siglo II, Galeno de Pérgamo. En su conocida De alimentorum facultatibus, este experto incidió en que las habas (también traducidas como alubias o frijoles, según el autor al que se recurra) eran un componente nutricional básico para estos guerreros. «Los gladiadores, conmigo, consumen una gran cantidad de este alimento cada día», escribió. El mismo estudioso explicó que las estrellas romanas de la arena comían en grandes cantidades hasta tres veces al día para tener fuerzas.

Todos estos textos y suposiciones fueron corroborados hace menos de un lustro por el investigador  Fabian Kanz (de la Medical University of Viena). En su estudio Stable Isotope and Trace Element Studies on Gladiators and Contempo..., publicado en 2014, este experto y su equipo analizaron los restos de 22 gladiadores enterrados en un cementerio de Éfeso (hoy Turquía). Tras meses de trabajo, lograron ratificar que la dieta de los guerreros se basaba, en efecto, en habas y cebada. Aunque también llegaron a la conclusión de que algunos de los combatientes también ingerían pescado (probablemente, por la cercanía de la región con el mar).

Piedra sepulcral de gladiador in situ excavada en el cementerio de Éfeso.

¿Aportaban estos dos alimentos los nutrientes necesarios a unos atletas que podían cargar durante horas con unos 20 kilogramos encima (entre armas y armadura) y hacían ejercicio durante un sin fin de horas? Según explica a ABC, Silvia Moreno, sí. Aunque con algunas salvedades. «Las habas son una fuente de proteína muy rica, mientras que la cebada supone un aporte importante de hidratos de carbono. Sin embargo, una dieta compuesta solo de estos alimentos podría suponer una aportación escasa de grasas, también necesarias, y de algunas vitaminas y minerales que se encuentran de forma mayoritaria en los productos de origen animal, como por ejemplo el calcio», afirma.

En sus palabras, «Otra de las carencias más habituales en individuos que no consumen productos de origen animal se generan debido a la falta de vitamina B12»; problema que podía aparecer también en aquellos gladiadores que no tomaran jamás carne o pescado.

En este sentido, y a pesar de que Moreno considera que es posible que un atleta obtenga de estos alimentos básicos desvelados por Kanz el «aporte energético necesario», también incide en que le haría falta una ayuda extra. «La nutrición no es solo el aporte energético. Un atleta necesita un aporte de vitaminas y minerales mucho mayor, y la ausencia de alguno de estos micronutrientes puede afectarle directamente a su rendimiento. Debido a la riqueza de minerales que aportan las habas y la cebada, probablemente la carencia se debería a la ausencia de algunas vitaminas», añade.

Por otro lado, Moreno no carga contra el uso de dietas vegetarianas por parte de los atletas (el equivalente a los gladiadores de la antigua Roma). «Hay personas que se dedican al deporte de élite que no consumen carne ni sus derivados y, gracias al consejo de nutricionistas, pueden llevar una dieta completa. Sin embargo, “a priori” creo que un profesional de la salud, como un nutricionista, no debería aconsejar un tipo de régimen basado en ideologías de ningún tipo, sino el más adecuado en base a los estudios existentes hasta la fecha», explica.

En este sentido, considera que lo más completo es tomar también alimentos de origen animal. «En caso de que un paciente desee eliminarlos de su dieta por motivos ideológicos, creo que le corresponde a él pedirlo y no a su nutricionista aconsejárselo», completa.

No obstante, y a pesar de que la mayoría de textos afirman que la dieta era en su mayor parte vegetariana, también existieron voces discordantes dentro de los autores clásicos. Uno de los principales fue el clérigo y escritor Cipriano de Cartago quien, durante el III d.C., afirmó que los gladiadores comían también carne. «El cuerpo es alimentado con comida fuerte, con manteca y carne, para que los miembros crezcan robustos y, así cebado, en el castigo (el combate) tenga una muerte aún más dura (i.e . pueda luchar más encarnizadamente)», dejó escrito en su obra Ad Donatum.

Brebaje milagroso

Moreno lleva mucha razón. De hecho, los lanistas (encargados de comprar y vender guerreros) y el médico del ludus completaron esta dieta básica con una extraña «bebida para deportistas» que buscaba suplir las posibles deficiencias nutricionales. Este brebaje era una suerte de suplementación similar a las proteínas que toman en la actualidad los atletas de élite y que se elaboraba, ni más ni menos, que con cenizas de plantas y vinagre (algunos autores afirman, incluso, que con restos de huesos). Tres ingredientes mediante los que pretendían paliar la deficiencia de calcio del régimen de sus combatientes.

En Gladiadores, el gran espectáculo de Roma, el Doctor en Historia, Alfonso Manas afirma también que «la dieta estaba suplementada con complementos nutricionales tales como infusiones de ceniza de madera y de hueso, que son muy ricas en calcio, lo que les ayudaba a tener huesos más fuertes». En sus palabras, esto reducía el riesgo de que aparecieran fracturas y aceleraba el proceso de recuperación si había algún inconveniente. «La preparación era muy sencilla, simplemente recogían del fuego la ceniza de la madera o huesos que habían quemado y la echaban en un vaso de agua caliente, para hacer más fácil el tragársela», completa. Los últimos estudios han desvelado que los guerreros que tomaban estos batidos contaban con unos niveles de calcio mucho mayores que los de la población en general.

La existencia de este extraño brebaje fue corroborada por el mismo Kanz en su estudio de 2014: «Las cenizas de las plantas sin duda fueron consumidas para fortalecer el cuerpo tras el ejercicio físico y para promover una mejor curación de los huesos». Moreno es partidaria de la efectividad de este brebaje para suplir las carencias de calcio. En sus palabras, y aunque no lo parezca a primera vista, «el cuerpo es sabio» y hace que, muchas veces, nos apetezcan alimentos que nuestro organismo necesita. «Se podría decir que el cuerpo “los pide”. Es posible que esa receta tan curiosa surgiera por la necesidad ya comentada antes de vitaminas y minerales», desvela.

Grasa protectora

Otro de los descubrimientos que hizo Kanz es que los gladiadores no eran los fornidos combatientes que pensamos hoy, sino que contaban con una considerable capa de grasa para amortiguar, por un lado, los posibles golpes que recibieran. Pero también para favorecer el espectáculo, pues de esta forma podían recibir una mayor cantidad de cortes superficiales durante el combate. Esta teoría ya fue explicada por el mismo Galeno quien, en uno de sus múltiples textos, incidió en que «Los lanistas y los entrenadores quieren que la constitución de sus cuerpos no sea de carne densa al igual que el cerdo, sino más esponjosa».

Así lo afirmó también en su Exhortación al estudio de las artes: «En la gran cantidad de carne y sangre que amasan su mente está perdida en semejante lodazal inmenso. Sin recibir estímulo alguno para desarrollarla, permanece tan estúpida como la de los brutos […]. Se fatigan a sí mismos hasta el límite y luego se atiborran [de comida] hasta el exceso, prolongándose a menudo sus cenas hasta la medianoche. Su sueño también lo guían por reglas análogas a las que rigen su ejercicio y su dieta. La gente que vive de acuerdo con las leyes de la naturaleza deja el trabajo para almorzar, ellos se levantan [...] Mientras siguen en activo sus cuerpos se mantienen en este peligroso estado [de hipertrofia]. Cuando se retiran caen todos en un estado aún más peligroso».


           Representación clásica de atletas


La grasa a la que se refiere el estudio de Kanz y sus colegas es la subcutánea. «Es aquella que se localiza justo debajo de la piel, y sobre los tejidos musculares. Los depósitos de grasa aparecen como un mecanismo de reserva energética. Cualquier aporte en exceso de energía va a favorecer su crecimiento. Si esta dieta se administraba de manera que los gladiadores consumían más energía de la que gastaban, podía aparecer perfectamente», desvela Moreno en declaraciones a ABC. A su vez, la experta considera que «Puede aportar un recubrimiento efectivo que limitaría dañar los músculos».

Por el espectáculo

Lo que está claro es que, en contra de lo que muestras las películas de Hollywood, la dieta era una de las muchas facetas que los gladiadores cuidaban para poder ofrecer un gran espectáculo a aquellos que acudían a disfrutar de un combate. Así lo señala el mismo Manas: «No nos equivocamos al sugerir que los combates gladiatorios serían en gran medida parecidos a las sobreactuadas peleas de la actual lucha profesional americana (WWE), salvo que en la gladiatura los golpes eran de verdad».

En sus palabras, el negocio de los lanistas dependía de la simpatía y antipatía que estos hombres levantaran en la audiencia. Era, en definitiva, un espectáculo de masas bien preparado y no tan sanguinario como se cree en la actualidad.


Fuente: abc.es | 15 de febrero de 2019

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