Busto de Augusto encontrado en Sudán y expuesto en el Museo Británico. / LIONEL DERIMAIS

Fuente: EL PAIS.com | Guillermo Altares | 8 de noviembre de 2014

Shakespeare dedicó tragedias a Julio César y a Cleopatra y Marco Antonio, pero no a Augusto. Es un personaje importante, pero también secundario, en Yo, Claudio, de Robert Graves, así como en la versión de Cleopatra que protagonizó Elizabeth Taylor. Sin embargo, el primer emperador de Roma, el hombre que acabó con la República aunque conservó hábilmente sus instituciones vacías de poder, fue cualquier cosa menos un personaje secundario de la historia: Cayo Octavio (63 antes de Cristo-14 después de Cristo), bajo el nombre de César Augusto, es una figura ineludible para entender lo que fue Roma y, por tanto, lo que somos nosotros y, a la vez, absolutamente contemporánea, porque su biografía plantea cuestiones cruciales como el naufragio que puede sufrir una democracia cuando sus instituciones dejan de funcionar o la tragedia de tener que elegir entre el caos o la dictadura (libios, iraquíes y sirios tendrían mucho que decir sobre este tema).

Su vida no estuvo formada sólo de política: tenía un enorme sentido del humor; durante su reinado vivieron los tres poetas latinos más importantes, Horacio, Ovidio y Virgilio, de hecho, tuvo con este último el mismo papel que Max Brod con Kafka: se negó a cumplir su última voluntad de quemar sus obras y gracias a eso la Eneida ha llegado hasta nosotros. Fue un lúcido planificador urbano y un excelente administrador. También, y es algo que no se debe olvidar, un tirano despiadado y sangriento en su camino hacia el poder: organizó junto a sus entonces compañeros de triunvirato, Marco Antonio y Lépido, las llamadas proscripciones, las listas negras de ciudadanos condenados a morir (y a perder todos sus bienes). Shakespeare resumió su crueldad en un par de frases: "Todos estos entonces deben morir. Sus nombres quedan anotados". Así lo describe Suetonio en su Vida del divino Augusto (Gredos, en traducción de Rosa María Agudo Cubas): "Cuando dieron comienzo, las puso en práctica con más saña que los otros dos. De hecho, mientras que aquellos se dejaron a menudo ganar por la recomendación y las súplicas, él sólo puso todo su empeño en que no se perdonara a nadie". Una de las víctimas de este gran terror fue un personaje crucial: el gran orador y político Cicerón.

Bajo el título de Augusto. De revolucionario a emperador, el escritor británico Adrian Goldsworthy, acaba de publicar una monumental biografía en La Esfera de los Libros, que fue recibida este verano con buenas críticas en el mundo anglosajón. Impecable historiador militar, autor de libros como La caída de Cartago o Los hombres que forjaron un imperio (ambas en Ariel), ha publicado también una biografía de Julio César, el hombre que nombró a Octavio su hijo adoptivo y le donó en su testamento sus bienes y su nombre (por eso primero pasó a llamarse Cayo Julio César y luego César Augusto). El asesinato de César en los idus de marzo del año 44 antes de Cristo precipitó la entrada en política de este joven patricio que fue capaz de formar un Ejército con solo 19 años. La publicación de la biografía ha coincidido con la conmemoración del segundo milenario de su muerte con exposiciones en París y Roma. Sin embargo, su huella más importante está en las piedras de la propia Roma y su sombra, en muchos rincones de nuestro presente.

El segundo milenario de su nacimiento se celebró en 1938, en pleno auge de los totalitarismos, y apareció entonces un libro definitivo para entender a Augusto, La revolución romana (Crítica), del gran latinista de Oxford, Ronald Syme (1903-1989). Hasta entonces, la mayoría de los historiadores veían el vaso medio lleno (Augusto como gran estadista, que forjó durante sus 41 años en el poder no sólo un imperio, sino un sistema administrativo perdurable) y no como un tirano. Aunque no lo menciona expresamente, Syme hablaba también del tiempo que le tocó vivir. En una entrevista la semana pasada en Cardiff, Goldsworthy reconoce que es inevitable trazar paralelismos entre el pasado y el presente.

Adrian Goldsworthy, ante el castillo de Cardiff. / LIONEL DERIMAIS

PREGUNTA. ¿Cree que Augusto es una advertencia universal sobre los peligros que pueden correr las democracias?

RESPUESTA. Lo es, pero el error es verle a él como la causa. Nació en el año 63 antes de Cristo. Ya se había producido un intento de golpe de Estado, la conspiración de Catilina, y una guerra civil. La República romana estaba rota cuando César o Pompeyo comienzan a combatir. Y, sin duda, cuando Augusto alcanza el poder, el sistema ya estaba sentenciado, el pueblo estaba desesperado por lograr paz y estabilidad, habría aceptado cualquier líder que se las proporcionase. Eso explica en parte el éxito de Augusto. Pero tampoco tenemos que minusvalorarlo, porque realmente les dio paz y estabilidad, algo que no había logrado el sistema republicano. No hay que olvidar que la libertad que defendían era el Gobierno de la aristocracia senatorial, basado en extorsionar a las provincias, en sobornarse los unos a los otros. Creo que la lección es que, cuando una democracia está rota, aparece gente como César y Augusto; lo que no ocurre cuando el Estado funciona relativamente bien.

En el corazón de la biografía de Goldsworthy late la profunda contradicción que marcó la vida de Augusto: el tirano que fue a la vez un buen gobernante. La catedrática de latín de la Universidad de Cambridge Mary Beard, autora de libros tan importantes como El triunfo romano (Crítica), lo planteó así en un artículo de The New York Review of Books: "¿Cómo podemos entender la transición de un violento caudillo militar en los conflictos civiles que padeció Roma entre los años 44 y 31 antes de Cristo al venerable hombre de Estado que murió plácidamente en su cama en el 14 después de Cristo? ¿Cómo explicamos la metamorfosis de un joven matón, al que se le atribuye haber arrancado los ojos a un prisionero con sus propias manos, en un legislador preocupado por elevar la moral en Roma, por revivir las antiguas tradiciones religiosas y por transformar la capital de una ciudad de barro a una ciudad de mármol?".

"Es extraño porque no puedes pensar en ningún otro dictador o líder militar que se haga menos violento cuando toma el poder", responde Goldsworthy, de 45 años, que logra desplegar con cordialidad, y sin pedantería, sus inmensos conocimientos sobre Roma. Dejó la enseñanza hace años para dedicarse sólo a la escritura, y ahora vive en una casa junto al mar, a pocos kilómetros de la capital galesa, entre sus libros sobre la antigüedad y una serie de novelas ambientadas en la Guerra de la Independencia española. "Algunos estudiosos creen que se fijó en lo que le ocurrió a Julio César, así que tenía que dar la impresión de que respetaba el Senado. Pero, en mi opinión, es él quien evita comportarse como un tirano sangriento porque ya no lo necesita. Y sabe que, si quiere, siempre podría volver a matar. Creo que, además, se mantuvo fiel a una idea: así es como un servidor público debe comportarse", prosigue. Una historia resume perfectamente su sentido del Estado: cuando ordenó construir el foro, los propietarios de unos terrenos se negaron a vender y él no quiso ni expropiar, ni quitárselos por la fuerza, por eso el foro no es un rectángulo, sino que le falta una esquina. Prefirió que su gran proyecto arquitectónico fuese imperfecto a saltarse su propia ley.

Así describe esta contradicción el historiador español Javier Arce, profesor de Arqueología Romana de la Universidad Charles de Gaulle Lille 3 y autor de obras como El último siglo de la Hispania romana (Alianza): "A pesar de las acciones sanguinarias que caracterizaron su consecución del poder y su Gobierno despótico, aunque él pretendía y se proclamaba 'restaurador de la república', Augusto fue un gran administrador. Organizó los servicios públicos, dividió los territorios provinciales para poderlos controlar más fácilmente por sus legados, creó provincias para que fueran gobernadas por el Senado; organizó la justicia, creó vías y caminos, fundó colonias con los veteranos de sus legiones, reorganizó el censo de ciudadanos con fines fiscales".

Goldsworthy tuvo que lidiar con esta contradicción para construir su biografía, pero también con la escasez de fuentes y con las leyendas que circulan sobre Augusto.

P. ¿Tuvo que luchar mucho contra la ficción en su biografía, contra Shakespeare o Robert Graves?

R. Lo difícil es luchar contra las expectativas, incluso contra lo que hemos aprendido como estudiantes, y enseñado luego. Pero porque hayamos contado la historia de una forma, no significa que sea cierta. Hay que ir a las fuentes y el primer sorprendido por algunas cosas fui yo.

P. ¿Fue el papel de su esposa, Livia, una de esas sorpresas? En su libro Livia es mucho menos importante que en Yo, Claudio donde asesina a todos los pretendientes hasta que solo queda su hijo Tiberio, e incluso mata al propio Augusto cuando empezaba a tener dudas sobre la capacidad de éste. Sin embargo, usted defiende que nada de eso es cierto.

R. Livia fue sobre todo su compañera. Nos olvidamos muchas veces de que viajó con él a lo largo de todo el Imperio. A Iberia, va por lo menos tres veces. Al Rin, al Danubio, al Este, a Grecia... Pasó años viajando y Livia estaba con él la mayoría de las veces. El personaje de Robert Graves que manipula y asesina no aparece en las fuentes. Pudo haber sido así, pero no hay evidencias de que ocurriese.

P. Usted explica en su libro que murió de anciano, que su corazón falló, frente a la explicación de Graves de que, como sólo comía higos que cogía de un árbol, Livia los embadurnó con veneno.

R. Tenía casi tenía 77 años, había estado gravemente enfermo varias veces; sus grandes amigos, Mecenas o Agripa, ya habían muerto. No debería sorprendernos que un hombre a esa edad en el siglo I después de Cristo muera. Muy pocos romanos llegaron a una edad tan avanzada. La teoría de Graves es muy atractiva, pero insisto, no está en las fuentes. Más bien, parece que realmente escogió a Tiberio como heredero.

P. Supongo que en una biografía de la antigüedad tiene que resignarse a que habrá cosas que nunca llegarán a saberse, porque incluso las fuentes principales, como Suetonio, no son totalmente fiables. ¿Es así? ¿Es eso lo más difícil de su trabajo?

R. Totalmente. Porque incluso cuando rechazas una fuente porque no es fiable, normalmente no hay nada para poner en su lugar. Hay tantas cosas que no sabemos, tantas cosas que se han perdido... Incluso el historiador griego Dion Casio, que es un senador romano de origen griego que escribe al principio del siglo III, dice que una vez que Augusto asume el poder se toman tantas decisiones entre bambalinas, fuera de la mirada pública, que no hay constancia de cómo se tomaron, a diferencia de lo que ocurría en el Senado donde los debates eran públicos. Utilicé a Casio, que escribió 200 años después de la muerte de Augusto; a Suetonio, que escribe casi un siglo después y que utiliza muchas habladurías. Lo interesante es que también se conservan muchas cosas que son negativas sobre Augusto, algunas se remontan a la guerra civil y a la propaganda de Marco Antonio; pero también están todas estas historias sobre sus aventuras sexuales, todas las intrigas. Con esto quiero decir que los historiadores no tienen solamente la versión oficial y nada más. Pero eso tampoco quiere decir que la versión hostil tenga que ser cierta. Hay que evaluar cada dato y reconocer que existen aspectos que nunca conoceremos.

P. ¿Es cierto que era un hombre que tenía un gran sentido del humor?

R. Creo que le era muy útil políticamente, porque si puedes hacer reír a la gente rompes la tensión. Una situación que puede acabar muy mal puede desactivarse con un chiste. Cuando está a punto de producirse un motín porque el pueblo quiere un reparto gratuito de vino, Augusto responde que Agripa hizo construir un acueducto y que tienen agua de sobra para calmar la sed. Es mejor que decir que no se lo va a dar. Augusto le gustaba al pueblo, no el tirano que llegó al poder a través de la guerra, pero sí el hombre que se comportaba de esa forma, accesible, amigable, que siempre quiere sugerir que está al servicio del Estado. El humor forma parte de su éxito. Hay muchas historias sobre él, como el viejo chiste romano de que va por la calle y se encuentra a un hombre que se le parece mucho y le pregunta si su madre estuvo en Roma hace unos años, a lo que responde: "Mi madre no estuvo, pero mi padre sí". Seguramente es inventado, pero el hecho de que se riese dice mucho de su régimen, la gente podía reírse, incluso a su costa, siempre que las cosas no fuesen más lejos.

La conversación sobrevuela muchos aspectos de la inabarcable influencia de Augusto. Fue un gran moralista, que mandó a su hija y a su nieta a un exilio nada dorado por su vida disoluta (Suetonio asegura que en su testamento prohibió incluso que fuesen enterradas con él). Para muchos estudiosos la férrea moral cristiana es un reflejo ante todo de las imposiciones de Augusto. Tampoco se puede soslayar la referencia más famosa a Augusto, en los Evangelios (Lucas 2,1-2: "Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado"); aunque no fue consciente (ni pudo serlo) del acontecimiento más importante que ocurrió bajo su reinado: el nacimiento del que se convertiría años más tarde en un profeta revolucionario, Jesús de Nazaret.

El novelista Robert Harris, autor de dos estupendas novelas sobre Roma y uno de los narradores que mejor ha sabido explicar las implicaciones contemporáneas de una antigüedad que no resulta nada remota, resumió así la figura del emperador en una elogiosa crítica de la biografía de Goldsworthy: "César Augusto puede ser considerado el líder más importante que haya conocido el mundo, superando de lejos la longevidad, el control político y el impacto histórico de Napoleón, Stalin o Hitler. Fue el fundador del Imperio Romano y su gobernante durante 40 años hasta su muerte en el 14 después de Cristo; el comandante de 60 legiones; aclamado como imperator —vencedor en el campo de batalla— por sus soldados en más de 21 ocasiones; el patrocinador de las artes, amigo de Horacio, y que salvó la Eneida para la posteridad; el urbanista que heredó una ciudad de barro y la convirtió en una ciudad de mármol (según sus propias palabras); el filántropo (y cleptómano) que donó 43 millones de sestercios al tesoro romano; el dios que fue venerado en Oriente desde que tenía apenas 30 años. Sin embargo, el hombre dentro del coloso nos elude". Quizá hay algo que siempre se escapa en su figura porque Augusto encarna como nadie el misterio y el abismo del poder. Y por eso será siempre nuestro contemporáneo.

Augusto. De revolucionario a emperador. Adrian Goldsworthy. Traducción de José Miguel Parra. La Esfera de los Libros. Madrid, 2014. 627 páginas. 34,90 euros (electrónico: 8,99).

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Comentario por Filomena Barata el noviembre 9, 2014 a las 10:53pm

Gracias por esta entrevista, por tentar fazer luz entre o mito e a realidade!

Comentario por Guillermo Caso de los Cobos el enero 2, 2015 a las 12:12pm

La importancia de llamarse Augusto

Adrian Goldsworthy, autor de la última biografía sobre el emperador

Fuente: EL MUNDO.es | Julio Martín Alarcón| 31 de diciembre de 2014

El historiador británico Adrian Goldsworthy (1969) autor de Augusto, de revolucionario a emperador -La Esfera de los Libros, 2014- no quiere que la Historia sea aburrida, defiende con vehemencia lo contrario cuando afirma que es interesante, porque narra las vidas de personas extraordinarias, y reivindica una forma tradicional de narrar los acontecimientos a través de esos relatos humanos vivos y que reflejan personas de otras culturas y épocas pero que en esencia son iguales a nosotros. Pero no es un ejercicio de ficción narrativa, debate sobre el problema de las fuentes en el mundo antiguo y asevera la necesidad de ser honestos: explicar qué es lo que se sabe y por qué medios y qué es lo que se presupone o se interpreta en función de otras pruebas. Es una delicia conversar con uno de los historiadores con mejor pulso narrativo y comprometido con la divulgación de la Historia.

-¿Cómo es la tarea de documentar un personaje de la antigüedad? Aunque existen historiadores antiguos no eran contemporáneos del emperador…


-Es difícil abordar la figura de Augusto o cualquier otro personaje de la antigüedad porque hay muchas cosas del mundo antiguo que desconocemos, aunque en ocasiones se disponga de fuentes contemporáneas al personaje como en este caso las cartas de Cicerón al joven Augusto, escritas apenas unas horas o días después de un encuentro entre ambos. Pero Cicerón es asesinado en el 43 a. C. por orden de Marco Antonio y el joven Augusto así que tenemos algunos extractos de las cartas enviadas por Augusto y algunas otras piezas de la correspondencia privada pero la mayor parte está escrito mucho después, como la obra de Suetonio al final del siglo I que tuvo acceso a documentos anteriores pero que no deja de ser en un periodo muy posterior. Apiano y Plutarco, el historiador y biógrafo griego, también escribieron en esa época. Por su parte Dión Casio, que brinda la más completa narración de los hechos era romano, senador con educación griega, pero escribe alrededor de 200 años después,por lo que es difícil saber cómo de fieles son todas estas crónicas. Incluso, aunque creyésemos que lo son, aún nos encontraríamos con lagunas. En definitiva existen problemas pero también se dispone de información adicional como la que se encuentra en nobles de la época que se han preservado en inscripciones que constituyen una valiosa evidencia así que al final hay que sopesar ambas para identificar las versiones más probables.

-¿Es Augusto una figura de referencia del modelo de dictador? ¿Cómo se ha tratado en la historiografía?


-Es claramente un contexto distinto y hay un contraste como ocurrió también con la obra de Syme La revolución romana cuya influencia desde su publicación en 1939 ha sido enorme. Entonces, el relato del ascenso de Augusto coincidió con el de Mussolini y Hitler y el fascismo en Europa, de forma que funcionó como acicate para estos fuertes líderes que dominaron la sociedad y la propaganda de su tiempo, aclamando la gloria de una nueva época. Es un poco injusto con la figura de Augusto, porque no era como ellos en mucho aspectos, de hecho, tuvo éxito mientras que Hitler o Mussolini fracasaron. Nadie se puede liberar absolutamente del sustrato de la época en la que vive, la mejor manera es afrontarlo con honestidad y mostrar cuál es la evidencia tomar ese camino, pero respecto a la pregunta si la historia está dictada por ideas o conceptos modernos supongo que como vivimos en democracias tratamos de respondernos cómo de bien está resultando, los problemas que tienen, la falta de confianza en nuestros líderes así que miras atrás y ves en Roma una lejanísima democracia occidental y cómo puede morir.

-A menudo los acontecimientos contemporáneos a un estudio histórico pueden contaminar la Historia…¿Esto ocurre ahora?


-Tratas de no reflejar los condicionantes de tu época hasta donde te es posible pero es evidente ahora, por ejemplo que Mommsen estaba muy influido por la unificación de Alemania en su época y otras ideas del momento pero no sé si hay unas fronteras claras en nuestros días que encajen en un contexto como el del XIX pero si hay alguna, sería probablemente la idea en las potencias occidentales de declive frente a países emergentes de otras partes del mundo que van a jugar un papel dominante y en ese sentido quizás la lección de Roma es la de mirar atrás en busca de una gloria pasada. En cualquier caso será más fácil para alguien dentro de 30 años decir sí, Goldsworthy estaba obsesionado con esto que es lo que pensaba todo el mundo en ese momento pero nosotros nunca llegamos a percibirlo.

-¿En qué se diferencia Augusto de otros hombres poderosos de la Historia?


-Augusto no es especial en el aspecto de ser uno de esos hombres ambiciosos pero sí en cuanto a su éxito, que no ha sido igualado: fue el que consiguió ser el único gobernante del mayor imperio jamás conocido que estaba en expansión. Una gran parte del éxito del imperio romano es el del propio Augusto algo muy relevante en la historia posterior porque el imperio romano tuvo un impacto capital en la cultura occidental que se debe a la forma en la que definió Augusto el imperio. No hay ningún otro dictador cuyo legado haya durado tanto tiempo. Eso es lo que diferencia pero claro en cuanto a la ambición por el poder supremo ha habido muchos otros. En cualquier caso la democracia o más bien el sistema de la República romana estaba ya prácticamente liquidada cuando Augusto nació, de hecho 25 años antes Sula había marchado con sus legiones sobre Roma, la política ya había tomado el camino de la violencia. Una vez que se cruza esa línea es muy difícil para cualquier sociedad volver atrás. Así que volviendo de nuevo a Augusto, en ese contexto al menos él trajo la paz y no hubo ningún otro líder que lo cuestionara, no sufrió ninguna amenaza seria después de la muerte de Marco Antonio. Tuvo la suerte y la oportunidad en su momento necesarias que le permitieron alcanzar sus metas, otros líderes las han tenido pero para el estándar de dictador el suyo fue uno de los mejores porque aunque llegó de una forma salvaje lo uso para el bien común según su propio concepto.

-Es la importancia de llamarse César…


-Es importante porque el mismo enfatiza el término de Princeps, su nombre es Imperator, nosotros deducimos de ahí el título de Emperador, pero no significa lo mismo para los antiguos romanos. Él prefiere usar el concepto de primer tribuno que el de cónsul para marcar su reinado que es un término más amable que así que las palabras son importantes pero nadie en ese momento podía dudar de la verdadera magnitud de su poder y la seguridad de que nadie se lo podía arrebatar a menos que él quisiera ya que controlaba al ejército, es de nuevo el envoltorio, él no quería pasar por un tirano sino por un servidor del estado. Creo que era la forma que él creía que era la correcta. Es una combinación de su personalidad y el dominio de su conducta, tenía tacto para agradar a la gente y prestaba respeto al senado y otras clases romanas especialmente a la vieja aristocracia, pero no tenía por qué. Lo hacía porque como hábil político era consciente de que era la mejor manera pero también porque realmente pensaba que era lo correcto y lo que trasladaba la imagen de un estado que funciona como es debido. Sí, las palabras son muy importantes, son poder.

-¿Qué imagen se ha popularizado en novelas, series, películas y cuáles son sus errores?


-Augusto no ha sido muy retratado en la ficción en profundidad, Respecto al joven Augusto y su ascenso al poder, las guerras civiles con Bruto, Casio, Marco Antonio etc aparece en Shakespeare, en la Cleopatra de Richard Burton y Liz Taylor, la serie de HBO Roma, y se muestra siempre como ese joven calculador, violento pero comedido, disciplinado…el problema está en que en que siempre se le contrapone a Marco Antonio que por contraste es el hombre pasional, de acción, no el cerebro mientras que Augusto es el débil, probablemente cobarde, un poco cruel, no es muy justo porque si acudes a las fuentes se muestra claramente como un apasionado no tienes más que ver su matrimonio con Livia, la obliga a divorciarse de su marido cuando está embarazada por segunda vez, la toma por esposa en cuestión de días tras dar a luz y parta al ex marido, no corresponde con ese arquetipo de frío calculador, no hay ninguna buena razón o artimaña política en esto. Es lo propio de alguien que se encarna en un Apolo, un comportamiento muy emocional lejos de comedido, lo que puedes esperar de un adolescente veinteañero que se convierte de la noche a la mañana en un señor de la Guerra, no un comportamiento muy disciplinado se hace más sobrio con los años, así que el contraste con Marco Antonio no encaja. Una buena parte de su vida nunca ha sido tratada en la ficción, En la obra de Robert Graves Yo, Claudio, se muestra al anciano empequeñecido por la ambiciosa y manipuladora Livia pero nunca en su mejor momento el del hombre que crea un imperio de la nada y es raro porque aparece como si fuera demasiado éxito, sin componente dramático que atraiga a los guionistas o novelistas, lo que es una pena porque es una historia muy interesante de cómo levanta el sistema que duraría siglos.

-Su mujer, Livia, surge como un gigante en la sombra en muchos de los relatos sobre el emperador ¿Fue realmente tan esencial en la vida de Augusto?


-Livia era realmente inteligente, muy capaz, y sabemos por algunos de las cartas que se conservan que Augusto le pedía consejo en muchos asuntos. La mayor parte de la mala prensa provienen del reinado de su hijo Tiberio que heredó el poder de su padre adoptivo Augusto. Cuando comenzó a ser cada vez menos querido la gente culpó a Livia de haber impuesto a su hijo en el poder, al que no debía haber accedido nunca, que Augusto tenía en mente a otro, todas las historias sobre los asesinatos, los complots… no hay evidencia de la época sobre nada de eso y de hecho es muy poco probable pero lo interesante de Livia es que si piensas en Julio César que se casó tres veces o Pompeyo que lo hizo cuatro… el divorcio era muy fácil y común en la Antigua Roma, Augusto quería claramente un hijo fruto de lo cual adoptó a muchos de ellos, el hijo que engendró con Livia nació muerto y ella no se volvería a quedar embarazada, es muy extraño que no se divorciara de ella, que siguieran casado por más de 40 años. Livia era de familia aristocrática, era guapa y era lista pero había otras muchas como ella, pudo divorciarse pero no lo hizo, irónicamente el gran romance de este periodo no habría sido el de Marco Antonio y Cleopatra sino el de Augusto y Livia. Un matrimonio que perduró y les mantuvo unidos, ella fue muy importante para él pero al mismo tiempo con un extraordinario tacto, siempre en la sombra lo que permitió a Suetonio y mucho más tarde a Graves elaborar el relato del poder detrás del trono, Un aspecto que se enfatiza en el libro y del que no se ha escrito apenas nada es la gran cantidad de tiempo que pasó fuera de Roma e Italia viajando por las provincias.

-¿Cuál será su próximo trabajo?


-Lo siguiente que quiero hacer se aparta de la biografía, será algo más temático con el título de Pax Romana y cuyo punto de partida es cómo de pacífico fue el imperio romano ya que se considera uno de los grande éxitos del imperio, cuánto hay de verdad en ello y cómo cambió la vida en otros lugares cuando llegaron los romanos. Del periodo de conquista, que fue muy brutal, al de comercio, cómo se alteró la forma de vida la adaptación de la población a los nuevos cambios y a partir de ahí investigar más allá de esos límites tratando de responder cómo vivían en cambio los que estaban fuera del imperio. Hasta qué punto penetraron las ideas y modelo social y económico de Roma fuera de sus fronteras cambiando las del resto teniendo en cuenta su enorme dimensión y prosperidad. Sobre esto habría que compararlo cómo era respecto a los inicios del imperio cuando se abandonó la República y cómo se desarrollo en esos dos siglos.

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