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Fuente: La Vanguardia.com | 23 de febrero de 2016
Las pinturas paleocristianas que decoran las catacumbas romanas de los santos Marcelino y Pedro, pueden ser admiradas desde hoy por el público, después haber sido restauradas durante más un año.
Los frescos de estas catacumbas, que constituyen una auténtica pinacoteca subterránea, conforman un vasto enclave arqueológico de dos hectáreas que vuelve lucir en todo su esplendor, gracias a un proyecto de restauración con técnicas láser financiado por la Fundación "Heydar Aliyev" de Azerbaiyán.
Esta iniciativa es resultado de un acuerdo firmado en junio de 2012 entre esa fundación y la Comisión Pontificia de Arqueología Sagrada del Vaticano.
El recorrido por esta galería subterránea discurre en forma de laberinto por pasillos muy estrechos formados por rocas viejas, el olor a tierra que desprende el suelo y un ambiente claustrofóbico con luz tenue intensificada en los mausoleos con frescos en sus paredes y techos reservados a familias.
Entre los espacios restaurados con los 300.000 euros aportados por la fundación azerbaiyana se encuentran el arco de Sabina y Orfeo, el nicho de Daniele y los cubículos de Susanna y de la Virgen con dos magos.
Uno de los espacios más amplios y valorados de estas catacumbas es la cripta de los mártires Marcelino y Pedro, donde se puede apreciar un espacio que fue excavado alrededor de sus tumbas para permitir las visitas de los peregrinos que acudían a venerarles.
Sus reliquias, sin embargo, no se encuentran en la cripta desde el siglo VIII, como dijo a Efe la catedrática Raffaella Giuliani.
En las paredes de roca de la estancia que custodia los nichos de san Marcelino y san Pedro hay inscripciones realizadas por peregrinos que ahora se pueden ver gracias a la restauración, afirmó la catedrática.
Las catacumbas de san Marcelino y san Pedro pertenecen al complejo arqueológico "Ad duas lauros", emplazado en la Vía Casilina 461, una zona suroriental de Roma donde vivían en la antigüedad familias de clase baja y comerciantes.
Esta obra de arte fue realizada entre los años 100 y 200 d.C y que ahora ha sido limpiada con técnicas láser que han retirado la capa de cal negra y la suciedad que cubría los frescos, los cuales se encontraban en "un estado de deterioro avanzado", subrayó Giuliani.
Explicó que las catacumbas "muestran el color original de los frescos", puesto que la intervención "se ha limitado a hacer una limpieza con láser en la superficie".
Además, aclaró que en un espacio con características de humedad y temperatura tan particulares como estas catacumbas "no ha sido posible aplicar ninguna pintura porque podría provocar la aparición de moho".
Al acto de presentación asistió el presidente de la Comisión Pontificia de Arqueología Sagrada, cardenal Gianfranco Ravasi, que denominó estas catacumbas como las de "la tolerancia y el diálogo" porque, señaló, son un tesoro cristiano que ha sido "puesto en valor" gracias a una fundación musulmana.
En la misma línea se expresó el superintendente de Arqueología de estas catacumbas, Fabrizio Bisconti, quien lamentó que "ningún país de tradición cristiana haya querido financiar este proyecto y haya tenido que ser un país musulmán chií el que contribuya a la revalorización de un monumento cristiano".
Según Bisconti, detrás de este hecho subyace una intención simbólica: "Un diálogo intercultural que dirige a un sucesivo diálogo religioso".
La presidenta de la fundación y esposa del presidente de Azerbaiyán, Mehriban Aliyeva, destacó "las relaciones excelentes" que existen entre su país y el Vaticano y subrayó su intención de "devolver a los visitantes un espacio arqueológico cristiano prestigioso y poco conocido".
Las catacumbas de san Marcelino y san Pedro constituyeron una zona importante durante el Imperio Romano cuyo nombre fue citado por primera vez en el "Liber Pontificalis" o Libro de los Papas, un manuscrito que incluye reseñas biográficas de los primeros pontífices.
El primer uso funerario de esta zona por parte de los miembros de la comunidad cristiana de Roma se concentró sobre todo en el subsuelo, con creación y evolución de los primeros núcleos de una de las que sería más tarde una de las más grandes catacumbas de la capital italiana. EFE
Prueba de esta transición son frescos como este. Una mujer, Sabina, ofrece vino a sus invitados recostados en un triclinium. No hay ningún tipo de referencia religiosa. No es más que una escena de la vida cotidiana en la antigua Roma.
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