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Imagen de una de las lápidas descubiertas en el cubo de la muralla. A la estela se le ha realizado una medición tridimensional de carácter selectivo con barredores laser que permite ver la epigrafía, sus defectos, erosiones, y colores reales
Cristina Fanjul / Diario de León
No es una simple frase. La muralla de León alberga los restos del imperio, las ruinas de uno de los emblemas más importantes que Roma tuvo, la Legio VII, la legión que permitió a Galba convertirse en emperador, que colaboró en la construcción del sistema defensivo del limes y de las vías de comunicación de los campos decumanos, en Germania, que participó en las guerras dacias, colaboró en la construcción del muro de Adriano y en África combatió a los mauri, los habitantes de la actual Marruecos.
Una parte fundamental de ese momento histórico se encuentra adosado a la muralla romana de León y sus capas están a punto de desvelar rasgos desconocidos de la fisionomía campamental. El responsable del Plan Director de la Muralla, Melquiades Ranilla (aquí se puede leer una entrevista de 2009, con más información), ha revelado que en el proceso de extracción de las lápidas en el cubo del lienzo aparecieron numerosos elementos constructivos que debieron pertenecer a edificaciones de gran importancia. Entre las estructuras halladas hay frisos, columnas, basas, fustes, sillares o ladrillos. Estos elementos se utilizaron para reforzar la muralla a finales del siglo III y principios del IV y pueden dar pistas acerca de cómo eran algunos de los inmuebles, tanto del campamento como de las poblaciones extramuros, que nunca fueron desenterradas.
Y es que este periodo histórico resulta un enigma para históriadores y arqueólogos. El imperio se encontraba en un momento de crisis profunda y se desconoce de manera cierta hasta qué punto el campamento legionario seguía siendo tal o se había convertido —a pesar de que seguía habiendo militares— en un asentamiento más permeable, en el que la convivencia de la población que vivía extramuros y los integrantes de la legión era habitual.
Fue en ese momento, y debido a la inestabilidad que se vivía en el seno del imperio cuando comenzó el proceso de reforzamiento de la muralla. Hay que recordar que a partir de este momento el Bajo Imperio cambió su estructura política y administrativa e Hispania quedó bajo la Prefectura de las Galias (que englobaba Hispania, la Galia, Germania y Britannia). En esta división Hispania se convertía en uno de los graneros de este sector occidental y León (que seguía siendo la capital militar de Hispania) fue el centro logístico, el puerto seco donde se almacenaban los productos de abituallamiento de las tropas que guardaban las fronteras septentrionales. Para ello, Roma se servía de dos rutas: la que conectaba Mérida con Astorga y la que desde allí partía —bordeando la vertiente meridional de la cordillera cantábrica— hasta los Pirineos y, atravesando la Galia, hasta Tréveris, la capital de esta gran región. Esta última era la conocida como Vía de Hispania in Aquitania y es a lo largo de ella que se produce la gran concentración de las murallas del noroeste que hoy conocemos: Legio VII, Lucus Augusti, Bracara Augusta, Veleia o Gijon (como apoyo martítimo).
Para el fortalecimiento de las defensas se utilizaron materiales de la mayoría de los edificios campamentales y, por supuesto, de aquellos que, como templos o el anfiteatro se encontraban extramuros. Los arqueólogos incluso aseguran que pudieron utilizarse elementos constructivos de los Principia para este fin.
Melquiades Ranilla no ha querido desvelar más detalles y ha asegurado que los estudios sobre los materiales lapidarios que fueron retirados de la muralla entre enero y febrero del 2010 continúan y con ellos se elaborará una monografía realizada por especialistas de distintos campos: epigrafía, arqueología militar y urbanismo antiguo de Regio. «Incluso la misma operación extractiva de las lapidas pretende erigirse metodológicamente en modélica para acometer operaciones similares», asegura.
Entre las inscripciones figuran una veintena de placas de mármol de diversas procedencias. Cabe destacar que el aprovisionamiento para la realización de las estelas se realizó a partir de canteras locales. Muchas de las piezas arrancadas a la muralla tienen vetas de color vinoso sobre fondo blanco de gran belleza y proceden de afloramientos calizos próximos a la ciudad de León. El grupo mas numeroso lo forman mármoles blancos con vetas grises que ofrecen distintas procedencias mas difíciles de definir. Es destacable además sobre una de estas placas un caso de marca de cantería sobre su reverso.
Además, la investigación también ha realizado el estudio de diversos materiales arquitectónicos que fueron extraídos en todo ese proceso de consolidación del lienzo. Ranilla asegura que la arqueología futura agradecerá el estudio individualizado de esos restos arquitectónicos y una primera estimación sobre las características de los edificios a los que pudieron pertenecer. Además, destaca que buena parte de esos materiales se han reintegrado de nuevo en la muralla.
Los resultados de esta investigación interdisciplinar, en la que han colaborado arqueólogos, historiadores, geólogos y arquitectos, será publicado en breve y contará con prólogo de Luis Grau.
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Hay que celebrar que haya noticias sobre las inscripciones recuperadas en la muralla de León. Después de dos años desde su extracción, sin ningún dato al respecto, empezaba a creer que el asunto había entrado en estado comatoso por mor, quizás, de los consabidos recortes económicos que se están llevando a cabo por doquier.
Menos mal que se anuncia la publicación de la investigación en breve. También se había prometido una exposición particular de los materiales lapidarios. Esperemos que no se les haya olvidado y se realice junto con la presentación de los resultados investigados.
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