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Uno de los yacimientos en los que se han encontrado más restos es el de las dos colinas artificiales de Konar Sandal. Estas estructuras acogen los restos de lo que parece ser un edificio de culto y una ciudadela fortificada. En la foto, imagen de los trabajos arqueológicos que se están realizando en el yacimiento. Foto: Mohamad Eslami Rad / Getty Images.
En el año 2001 miles de misteriosos objetos arqueológicos invadieron el mercadoue parecían internacional de antigüedades y sorprendieron a la comunidad científica. Se trataba de vasos, copas, recipientes, tableros de juego y pesos con asas realizados en clorita –un mineral semiprecioso– o en alabastro, decorados con magníficas incrustaciones de cornalina y lapislázuli. También aparecieron fíbulas (broches), armas, joyas y obras maestras de cerámica. Pero lo que hacía verdaderamente únicos a estos objetos (que aparecieron en mayor número a comienzos de 2002) era la compleja simbología que decoraba su superficie: animales salvajes y domésticos como cebúes, felinos, escorpiones, aves rapaces... que luchaban entre ellos o con figuras humanas que parecíanf someterlos.
Eran representaciones naturalistas y bucólicas, con animales pastando en vastos palmerales, y reproducciones arquitectónicas de templos palacios. Los pocos datos que proporcionaban los sitios de internet que vendían estas piezas, o las casas de subastas que las ofrecían a un precio muy alto, eran más bien lacónicos, como, por ejemplo, «procedentes de Asia central». Al principio se supuso que las piezas eran obra de expertos falsificadores, pero con el paso de los meses, y a medida que su número aumentaba, se pensó que provenían de excavaciones clandestinas de grandes dimensiones, aunque no se podía precisar su lugar exacto de procedencia.
La policía iraní desveló el enigma a finales de 2002. Una operación coordinada llevó a la detención de varios traficantes y permitió confiscar grandes cantidades de objetos listos para ser enviados al resto del mundo desde las ciudades de Teherán, Bandar Abbas y Kermán. Se averiguó que en su mayor parte provenían de necrópolis situadas entre 28 y 50 kilómetros al sur de Jiroft, una remota y apacible ciudad del sudeste de Irán, no muy lejos del golfo Pérsico.
¿Pero cómo era posible que, de repente, apareciera tal cantidad de piezas arqueológicas? La explicación era tan simple como asombrosa. A principios de 2001, tras años de relativa sequía, unas terribles inundaciones provocaron el desbordamiento del río Halil; el agua erosionó sus orillas, sacando a la luz, tras milenios de olvido, los restos de una enigmática cultura. Los arqueólogos no advirtieron el alcance del descubrimiento hasta que se hicieron las primeras prospecciones. Para entonces, la destrucción de miles de sepulturas y el saqueo de sus tesoros había comportado una terrible pérdida de información científica. Empezó, por tanto, una carrera contrarreloj para salvar todo lo que fuera posible y arrojar algo de luz sobre el pueblo que fue capaz de realizar esas obras de arte.
Yousef Madjidzadeh es un hombre feliz. Cree que ha encontrado la propia cultura de la Edad del Bronce de Irán. Foto de Newsha Tavolakia
Las excavaciones en Jiroft se iniciaron en febrero de 2003 bajo la dirección del arqueólogo iraní Youssef Madjidzadeh, y se prolongaron durante varias temporadas. Se identificó una de las necrópolis principales, llamada Mahtoutabad, de la cual procedía la mayoría de los hallazgos. Casi a un kilómetro y medio al oeste, dos imponentes tepe o colinas artificiales que se alzaban sobre la llanura atrajeron la atención de los investigadores. Llamadas Konar Sandal Sur y Konar Sandal Norte, distaban poco menos de dos mil metros una de otra. Se trataba de los restos de dos complejos arquitectónicos de notables dimensiones que custodiaban, respectivamente, un edificio de culto y una ciudadela fortificada. A sus pies, enterrados bajo metros de sedimentos, yacían los restos de edificios menores. Los dos yacimientos, pues, formaban parte de un único y vasto centro urbano que se extendía a lo largo de muchas hectáreas, a unos 28 kilómetros de la moderna localidad de Jiroft.
Las conclusiones preliminares de Madjidzadeh a partir de datos aún parciales tuvieron un increíble impacto sobre la comunidad científica, y suscitaron acalorados debates y furiosas polémicas que a menudo, y de manera incomprensible, subestimaban la importancia del descubrimiento. Así lo puso de manifiesto el arqueólogo italiano Massimo Vidale (izquierda), que trabajó en el yacimiento: «Mientras algunos estudiosos, dando muestras de escasa perspicacia, no perdían la ocasión de manifestar su escepticismo, salía a la luz una nueva gran civilización urbana. Las excavaciones de Konar Sandal Sur, que se encuentra rodeado por un gran complejo urbano del que aún no se conocen ni su extensión ni su historia, y de la necrópolis saqueada de Mahtoutabad van construyendo una imagen coherente de manera gradual».
En la actualidad, después de numerosas campañas de excavación en las que han intervenido diversas universidades extranjeras coordinadas por arqueólogos iraníes, el cuadro inicial se ha consolidado poco a poco, y podemos trazar una interesante panorámica. Al parecer, el centro urbano nació a finales del V milenio a.C. y se desarrolló hasta finales del III milenio a.C., lo que evidencia una comunidad muy avanzada, que tallaba con gran maestría piedras semipreciosas –calcita, clorita, obsidiana, lapislázuli– y que mantenía estrechos contactos con las lejanas ciudades de Mesopotamia, la región iraquí situada entre los ríos Tigris y Éufrates.
Vidale explica: "Mientras que los estratos de la primera mitad del III milenio aún están por explorar, la ciudad parece 'dispararse' hacia 2500 a.C. y llenarse de casas de adobe". Además, las cuidadosas excavaciones de Konar Sandal Sur permitieron determinar que se trataba de una ciudadela rodeada por un muro monumental de ladrillo, y que contaba con diversas salas destinadas a actividades administrativas que los análisis de radiocarbono permitieron datar entre 2500 y 2200 a.C.
Una de las tablillas con caracteres de escritura geométricos del III milenio a.C. hallada en Jiroft y que aún no ha sido descifrada por los estudiosos. Foto: AKG / Album.
Las sorpresas no habían acabado: en uno de los accesos a la ciudadela y en otro lugar situado a unos 150 metros hacia el norte se encontraron, respectivamente, un fragmento de tablilla de barro cocido y otras tres tablillas completas con textos en dos sistemas de escritura distintos. Uno era similar al llamado "elamita lineal" (una escritura utilizada en las ciudades del reino de Elam, en la frontera con Mesopotamia), mientras que el otro era de un tipo geométrico desconocido. Todo ello sugiere que la civilización de Jiroft era letrada.
En la imagen, vista de una zona desértica en las proximidades de la ciudad de Kermán, al norte de Jiroft, lugar del descubrimiento. Foto: José Fuste Raga / AGE Fotostock.
Después de examinar la enorme colección de hallazgos arqueológicos confiscados, en 2003, Madjidzadeh, apoyándose en las primeras impresiones de las excavaciones y en la lectura de los antiguos textos cuneiformes mesopotámicos, consideró que la civilización que se acababa de descubrir en Jiroft no era otra que la de Aratta, una tierra legendaria ensalzada en numerosos poemas sumerios por su proverbial riqueza. Según él, había numerosos indicios que permitían suponerlo: su posición geográfica rodeada de montañas, la abundancia de piedras semipreciosas y el alto grado de civilización que había alcanzado. Esta fascinante teoría no tardó en tomar forma en el imaginario popular, pero enseguida fue criticada por la comunidad científica ante la ausencia de pruebas históricas. En efecto, no existen documentos que confirmen la realidad de los hechos que se mencionan en los poemas citados. De manera que, por ahora, la propuesta del arqueólogo iraní no puede ser demostrada.
Jarrón encontrado en el área de Jiroft, pero tal vez de la cultura Warahshe. Wikipedia.
Para otros estudiosos, esta civilización correspondería al reino de Marhashi. En este caso sí existen algunos elementos históricos que podrían corroborarlo: las inscripciones de los reyes del imperio mesopotámico de Akad, que recuerdan sus gloriosas hazañas durante la lucha contra un poderoso Estado del altiplano iraní. En uno de esos textos se narra con gran lujo de detalles el epílogo del conflicto: «Rimush [rey de Akad] derrotó en la batalla a Abalgamash, rey de Marhashi [...] Cuando conquistó Elam y Marhashi se llevó 30 minas de oro, 3.600 minas de plata y 300 esclavos y esclavas». Puesto que está confirmado que Akad se sitúa cronológicamente en la segunda mitad del III milenio a.C., exactamente entre 2350 y 2200 a.C., y dado que Marhashi es contemporánea suya, esta ciudad también se podría datar entre esas fechas. A diferencia de Marhashi, Aratta no puede ser situada cronológicamente.
Artefacto de clorita donde escorpiones flanquean a un maestro de los animales con pezuñas que ha atrapado a dos guepardos por la cola. c. 2500 a. C.
Sin embargo, es el análisis de la iconografía presente en cientos de recipientes lo que muestra, más que cualquier otra cosa, la complejidad de la civilización de Jiroft. Se trata de un repertorio decorativo que resulta desconcertante tanto por la habilidad artística que denota como por su simbolismo. Si la comparamos con la tradición mesopotámica observaremos similitudes sorprendentes; tanto, que se diría que estas dos tierras tan alejadas entre sí compartían incluso un bagaje cultural común. Basta con pensar en los hombres-escorpión representados con gran lujo de detalles en la necrópolis real sumeria de Ur, fechada hacia mediados del III milenio a.C., o en los hombres-toro que se pueden relacionar con el famoso mito de Gilgamesh.
En este vaso de clorita de Jiroft se representa un tema que también fue muy importante en Mesopotamia: el señor de los animales, un ser capaz de controlar las fuerzas de la Naturaleza. Museo Nacional de Irán, Teherán. Foto: AKG / Album
Pero son las imágenes de un toro boca abajo y de un águila que revolotea sobre él, o las de combates entre águilas y serpientes –elementos muy frecuentes en los vasos de Jiroft–, lo que evoca de manera increíble uno de los mitos mesopotámicos más famosos: el de Etana, el rey-pastor citado en la Lista real sumeria como el primer soberano después del diluvio universal. Se trata de uno de los cuentos más complejos y emocionantes que nos ha legado la Antigüedad: su tema principal es la búsqueda de la inmortalidad y tiene como preámbulo justamente la masacre de los hijos de la serpiente a manos de un águila. También el motivo del diluvio universal, muy importante para los sumeriosy babilonios, puede tener cabida en algunas representaciones. Y hay que recordar una interesante hipótesis propuesta por el propio Vidale: «En un vaso, un personaje arrodillado sujeta a dos cebúes cuyas cabezas engendran olas. De las olas surge una montaña; otro personaje con los divinos símbolos astrales del Sol y la Luna levanta algo que parece un arcoíris, más allá del cual podemos ver cadenas de montañas que emergen [...]. A quien escribe le cuesta dejar de lado la impresión de que la imagen narra un antiguo mito sobre una gran inundación, pero es imprescindible ser cauteloso».
Durante dos años de excavaciones ilegales, muchos traficantes sacaron de forma clandestina miles de valiosos objetos del país. Se calcula que menos del uno por ciento ha sido recuperado. En la imagen, una trabajadora del nuevo museo de Jiroft cataloga y estudia algunos de los objetos que van apareciendo en el valle del río Halil. Foto: Mohamad Eslami Rad / Getty Images.
Nadie hubiera soñado nunca que de las arenas de una región tan remota y árida, considerada por muchos poco apropiada para el desarrollo de una civilización compleja, pudiera surgir una cultura tan refinada. En poco más de un decenio se han realizado numerosos avances para comprenderla y, sin duda, se harán muchos más para situarla en la perspectiva histórica que le corresponde.
Los animales eran un elemento muy frecuente en los vasos de Jiroft. Muchas escenas muestran combates entre serpientes o serpientes y águilas. En la imagen de arriba, un complejo entramado con dos serpientes entrelazadas. Museo del Louvre, París. Foto: Erich Lessing / Album.
En todo caso, el increíble material descubierto en Jiroft sugiere que en el III milenio a.C. esta región había alcanzado un desarrollo similar al de la lejana Mesopotamia, considerada hasta hoy como la auténtica cuna de la civilización; una primacía que nadie le ha podido arrebatar durante más de un siglo, desde que en 1869 se descubrió la cultura sumeria. Los hallazgos de Jiroft nos invitan a reescribir la historia –o, al menos, a releerla– desde una perspectiva más amplia, según la cual las culturas de otras regiones del mundo habrían alcanzado niveles de desarrollo tan sofisticados como los de Mesopotamia.
Fuentes: nationalgeographic.com.es | ngm. typepad.com | 8 de marzo de 2021
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