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Balamkú, «la cueva del dios jaguar» de la ciudad maya de Chichén Itzá, guardaba un valioso tesoro para los arqueólogos, con al menos 200 piezas que han permanecido intactas durante más de mil años. La cueva ritual subterránea fue descubierta de forma fortuita en 1966 a 2,7 kilómetros al este de la turística pirámide de El Castillo o Templo de Kukulkán, pero permaneció inalterada durante más de 50 años al ser tapiada poco después de su hallazgo. Ahora, especialistas del proyecto Gran Acuífero Maya han regresado a este lugar de laberíntico recorrido, a 24 metros bajo la superficie, y han registrado cientos de objetos arqueológicos, según informó este lunes el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH).
«Balamkú ayudará a reescribir la historia de Chichen Itzá, en Yucatán. Los cientos de artefactos arqueológicos, pertenecientes a siete ofrendas documentadas hasta ahora, se encuentran en un extraordinario estado de preservación. Debido a que el contexto se mantuvo sellado por siglos, contiene información invaluable relacionada con la formación y caída de la antigua Ciudad de los Brujos del Agua, y acerca de quiénes fueron los fundadores de este icónico sitio», afirmó Guillermo de Anda (izquierda), investigador del INAH y director del proyecto Gran Acuífero Maya.
Tanto Anda como James Brady (derecha), profesor de la Universidad Estatal de California y codirector de la iniciativa coinciden en que este es el mayor descubrimiento en la zona desde del hallazgo de la cueva de Balamkanché en la década de los 50.
«Es un lugar abrumador; creo, sin lugar a dudas, que es una de las más importantes cuevas de Yucatán, y también creo que no exagero diciendo que este es el hallazgo más importante en la zona después de la cueva de Balamkanché», dijo el arqueólogo en rueda de prensa en Ciudad de México, según recoge Efe.
Además, Anda señaló que «el mayor tesoro de Balamkú es que no está alterado, no está saqueado y tenemos toda la información aquí».
La gran mayoría de los objetos encontrados son incensarios dedicados a Tláloc, el dios mesoamericano del agua, utilizados para rituales y ofrendas en el período clásico tardío maya (600-900). La presencia de figuras de Tláloc, propias de los pueblos prehispánicos del centro de México, en Yucatán ha abierto un debate sobre cómo llegaron a esta zona.
Algunos de los objetos cerámicos hallados en la cueva de Balamkú, en Chichén Itzá - Efe
El arqueólogo explicó que las investigaciones han desechado la hipótesis inicial de una invasión tolteca sobre los mayas, y apuntó que «debe haber una influencia del centro de México hacia Chichén Itzá». Sin embargo, señaló que «no hay una datación concreta que nos hable de material importado en esta zona».
«En ese sentido, estos materiales nos ayudarán a establecer una cronología», declaró el investigador, quien desveló que prevén encontrar en Balamkú muchos más objetos de los dos centenares de figuras halladas.
Los incensarios y vasijas descubiertos en Balamkú conservan todavía restos carbonizados, alimentos, semillas, jade, concha y huesos, entre otros elementos que los mayas ofrecían durante esa época a sus deidades.
Restos hallados en la cueva - Efe.
El difícil acceso y la morfología de la cueva exacerban las cualidades sagradas de la misma, lo que hace inferir se trata de un contexto netamente ritual, según refirió el arqueólogo Pedro Francisco Sánchez Nava, coordinador nacional de Arqueología del INAH.
Guillermo de Anda sostuvo que esta cueva es «probablemente más sagrada» que el mismo Cenote Sagrado, una depresión circular de 60 metros de diámetro y 15 metros de profundidad rellena de agua y ubicada en Chichén Itzá. Balamkú tenía más importancia porque «el esfuerzo que representa entrar es mayor que en el Cenote Sagrado, que recibía ofrendas de toda Mesoamérica y había peregrinajes», consideró el arqueólogo.
Hasta el momento, el equipo del INAH ha llevado a cabo una exploración preliminar de los primeros 450 metros de la cueva, aunque se estima que este recorrido equivaldría a una tercera parte de la longitud real.
Un investigador en la cueva de Balamkú - Efe.
Los investigadores están trabajando en la elaboración de un modelo en tres dimensiones del recorrido de la cueva bajo la premisa de evitar hacer modificaciones en la galería subterránea.
Guillermo de Anda explicó que entraron en esta cueva para investigar el rumor que se ha transmitido durante generaciones de que hay un cenote importante debajo de la pirámide de Chichén Itzá. Aunque el investigador no descartó que Balamkú pueda llevar a dicho cenote, afirmó que todavía queda mucho tiempo para encontrarlo y verificar su existencia.
De acuerdo con el INAH, Balamkú significa «dios jaguar», en alusión a la cualidad divina que los antiguos mayas atribuyeron a este animal, el cual creían que tenía la capacidad de entrar y salir del inframundo.
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El arqueólogo Guillermo de Anda registra una tercera ofrenda, quizás la que más material arqueológico contiene, de las 7 encontradas hasta el momento por el GAM. FOTO KARLA ORTEGA / PROYECTO GAM
Durante varios días, los arqueólogos esperaron a que la serpiente se apartara de su camino. “Era una serpiente coralillo”, recuerda el investigador Guillermo de Anda. Un reptil de unos 60 centímetros de largo, pintada de anillos rojos, amarillos, blancos y negros. El biólogo de la expedición, Arturo Bayona, aseguraba que no era venenosa, pero los vecinos del lugar, conciencia de los arqueólogos, desaconsejaban cualquier desafío. El paso era estrecho, un túnel de 80 centímetros de ancho por 40 de alto. Debían reptar junto a la serpiente, pasarla a cinco centímetros y rezar por su ignorancia: el hastío del ofidio.
Decidieron esperar. Salieron de la cueva y volvieron al día siguiente, pero la serpiente seguía allí. Lo mismo ocurrió al otro día. Y al otro. Pero por fin, al cuarto día, la serpiente se había ido. De Anda, Bayona y otros dos investigadores siguieron reptando cueva abajo.
La arqueóloga Ana Celis, registra una de las ofrendas de Balamkú. A partir de la ofrenda 3, los pasajes de una a otra cámara son aún más estrechos, casi claustrofóbicos, además de que la falta de aire es otro factor poco favorable en la exploración de la cueva. FOTO ARTURO BAYONA / PROYECTO GAM.
Era emocionante. Los arqueólogos habían encontrado la cueva por indicaciones de los vecinos, que la conocían de hacía décadas. De hecho, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el centro gravitacional de la arqueología mexicana, había sabido de la cueva en la década de 1960. Un arqueólogo llegó a verla y alertó al Instituto de su probable importancia, pero por motivos que hoy se desconocen tapió la entrada y no dejó registro alguno. Tampoco hay registro de otra actividad por parte del Instituto. Tan extraordinario el hallazgo del equipo contemporáneo, como el ocultamiento de sus colegas cinco décadas atrás.
En cualquier caso, los arqueólogos recorrieron la cueva por primera vez hace unos meses, al menos en parte, una enorme red de cavidades subterráneas en plena península de Yucatán. Encontraron cantidad de ofrendas y otros restos de hace cientos de años. Una cueva en el corazón de una de las ciudades más famosas del viejo mundo maya, Chichén Itza, imagen de los folletos vacacionales de la Riviera Maya. La cueva de Balamkú, así la han bautizado, “ayudará a reescribir la historia de Chichén Itzá, en Yucatán”, dijo De Anda en la presentación del hallazgo esta semana en Ciudad de México.
Malacate maya registrados como parte de una de las ofrendas._FOTO KARLA ORTEGA / PROYECTO GAM.
Conforme pasan los años, los investigadores dibujan una imagen peculiar de Chichén Itza, construida sobre más de una veintena de cenotes y cuevas. Y no de cualquier manera. La pirámide de Kukulcán, la de las fotos, yace sobre un cenote y figura justo en el centro de otros cuatro, dispuestos en forma de cruz bajo el vetusto templo.
Templo de Kukulcán en la zona arqueológica de Chichén Itzá.
En entrevista con EL PAÍS, De Anda, investigador principal del proyecto Gran Acuífero Maya, que mapea el subsuelo del Yucatán, dice: “Para los mayas, el subsuelo es el nivel del inframundo, donde existen las deidades, los espíritus, de donde vienen las cosas buenas, la vida misma. La salud, la lluvia, la agricultura vienen de las cuevas. Pero también pueden venir cosas malas. Si percibimos las cuevas como el punto de inicio de la vida, tal como lo percibían los mayas, podemos entender su importancia”.
Uno de los hallazgos más interesantes de esta primera inspección de las galerías son los incensarios con forma de Tláloc, dios de la fertilidad de los pueblos del centro de México, caso por ejemplo de los mexicas. Prueba, por un lado, la influencia de estos pueblos en el área maya. Ya se sabía de la presencia de artistas y personalidades mayas en el centro de México, por ejemplo en la vieja ciudad de Teotihuacán, anterior al advenimiento de los aztecas en México-Tenochtitlan. E incluso los arqueólogos dan por válido que pueblos del centro de México llegaron a Yucatán. Pero Balamkú podría llevar ese encuentro mucho más allá, matizando las condiciones de ese encuentro, su contexto.
Hay ofrendas en otros cenotes de Chichén Itzá, pero destacan las de Balamkú. ¿Por qué llevar ofrendas a galerías tan remotas, de tal difícil acceso, si podían dejarlas en cualquier otro cenote? Para De Anda podría indicar un caso extremo de sequía. Cuanto más cerca de la tierra, más cerca de los dioses, más fácil que la ofrenda les agrade y más probable que pudiera llover.
Queda abierto el gran interrogante. ¿Por qué Tláloc y no Chaac, el dios maya de la fertilidad y la lluvia?
Los próximos años de investigaciones podrían dar una respuesta.
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