Las murallas de Jericó caen al paso del Arca de la Alianza, en un grabado de Doré.

Fuente: elcorreo.com | Julio Arrieta | 7 de marzo de 2014

La bíblica ciudad de Jericó, situada en la actual Cisjordania, fue objeto de excavaciones arqueológicas desde mediados del siglo XX. En los años treinta, el arqueólogo John Garstang creyó identificar los muros derribados a la llegada de los israelitas liderados por Josué, tal y como se narra en el Antiguo Testamento. Con sus métodos de trabajo mucho más precisos, Kathleen Kenyon demostró que se había equivocado. Pero además descubrió que el origen de la ciudad se remontaba a la prehistoria, a una fase del neolítico en la que todavía no se había inventado la cerámica. Como ella afirmó, se trataba de la ciudad más antigua del mundo.

De Kathleen Kenyon suele decirse que estuvo destinada a practicar la arqueología porque era la hija del director del Museo Británico. Sin embargo, lo cierto es que acabó dedicándose a esta disciplina por el empeño de la directora de su 'college' en Oxford, y no por propio interés. Kathleen -o simplemente K, como la llamaban en casa- nació el 5 de enero de 1906, en Londres Su padre era Frederic G. Kenyon, un personaje notable y peculiar. Lingüista y paleógrafo de prestigio, llegó al Museo Británico en 1899 para acabar siendo su director y bibliotecario jefe en 1909, cuando K tenía apenas tres años, lo que hizo que la familia se trasladara de la casa de campo en la que vivía a la 'casa del director', adyacente al Museo. Como prácticamente vivía en el trabajo, Frederic, que era un hombre apuesto, bajaba a su despacho todas las mañanas a las 9 en batín y zapatillas. Pequeño y tímido, se empeñó en presentarse voluntario para combatir en la Gran Guerra, ocurrencia descabellada que desesperó a su esposa, Amy.

Afortunadamente, su ardor patriótico hizo que olvidara pedir permiso a los patronos del Museo, lo que facilitó que se le ordenara reincorporarse a su trabajo, eso sí, con todo reconocimiento a su actitud heroica, justo cuando los militares ya habían resuelto destinarlo a un puesto burocrático. La cordura se impuso gracias a la iniciativa de Amy, que movió todos los hilos a su alcance, incluidos los que llegaban hasta la Corona y el Arzobispo de Canterbury. Como director del Museo Británico, Frederic modernizó el centro, defendió que la entrada fuera gratis, anuló la norma que obligaba a los empleados a descubrirse a su paso e instauró las visitas guiadas, que a veces conducía él mismo, entre otras iniciativas. También puso el Museo a disposición de sus hijas, Kathleen y Nora, que lo recorrían por la noche a la luz de una linterna.

Aunque su padre no fue a la guerra, K y su hermana menor jugaron a ella en casa. Sobre todo Kathleen, una niña muy inquieta y aventurera, siempre marcada con magulladuras y arañazos, que disfrutaba trepando a los árboles, atravesando los rosales del jardín y haciendo trastadas, incapaz de estarse quieta a la hora de tomar el té con otras niñas 'bien', a las que detestaba. Fue una especie de versión femenina de Guillermo el travieso, el personaje indomable de Richmal Crompton.

En busca de las murallas de Jericó

Kathleen Kenyon observa unos fragmentos de cerámica en la excavación de Jericó.

K no asistió a ninguna escuela en su infancia. Sus padres eran partidarios de la educación en casa y contrataron a varias institutrices. Una de ellas, alemana, fue 'denunciada' por Kathleen ante sus padres como espía. Para la enseñanza secundaria, el matrimonio Kenyon decidió enviar a sus hijas a la prestigiosa St. Paul's Girls School, que se publicitaba como un centro dedicado a “formar madres y esposas perfectas”. Esto debía de ser algún tipo de añagaza comercial para contentar y atraer a los padres más conservadores, porque lo cierto es que el centro se había especializado en formar a sus alumnas para que pudieran acceder a las Universidades de Cambridge y Oxford, y de sus aulas salieron numerosas alumnas que acabaron siendo arquitectas, enfermeras, escritoras, médicas, periodistas y figuras destacadas de otras profesiones.

Vida de estudiante

Como explica Miriam Davis en la exhaustiva biografía 'Dame Kathleen Kenyon: Digging Up The Holy Land', en contra de lo que suele decirse, la joven Kathleen no fue una estudiante brillante. De hecho, era la clase de alumna que lo dejaba todo para el último momento, que no se sentaba a preparar los exámenes hasta la víspera y que se acogió con entusiasmo a la ley del mínimo esfuerzo para alcanzar el aprobado raspado. Prefería jugar al hockey, bailar e ir de excursión con los amigos. Su vida en el Somerville College de Oxford fue una extensión de la misma dinámica. Durante la primera parte de su etapa universitaria se comportó como si fuera un personaje de 'Retorno a Brideshead': muchas fiestas, reuniones sociales en su habitación, deportes, escapadas fuera de horario permitido, números rojos en el presupuesto personal y mucho baile. De hecho, durante la primera parte de su carrera su único contacto entusiasta con la arqueología fue el que mantuvo con su pareja en la pista, el arqueólogo Christopher Hawkes, un excelente bailarín, que acabaría siendo profesor de Prehistoria europea en Oxford. En cuanto a parejas sentimentales, a K no se le conoció ninguna y permaneció soltera toda su vida.

En busca de las murallas de Jericó

Vista aérea de Tell-El Sultán, la antigua Jericó.

K se apuntó a la Sociedad Arqueológica de la Universidad de Oxford, pero no por un especial interés científico -estudiaba Historia Moderna-, sino porque funcionaba como un buen club social. Su discurso de ingreso versó sobre la vida cotidiana en la Edad Media y para ilustrarlo se sirvió de diapositivas que tomó prestadas del Museo Británico. La Sociedad se había empeñado en atraer mujeres, lo que facilitó que Kathleen acabara convirtiéndose en su primera presidenta. La joven acabó licenciándose, pero con notas modestas. La directora del Somerville College, Margery Fry, decidió impulsar su carrera enviándola a África como fotógrafa de la expedición arqueológica dirigida por Gertrude Caton Thompson en 1929. Este viaje, en el que además de hacer fotos acabó excavando, fue el que despertó la vocación arqueológica de Kenyon.

A su regreso a Inglaterra Kathleen aprendió a excavar con Mortimer y Tessa Wheeler entre 1930 y 1935 en Verulamium, ciudad romana situada en St Albams (Hertfordshire). Los Wheeler habían desarrollado un método de excavación que daba gran importancia a facilitar la lectura estratigráfica y el registro de los artefactos extraídos. Se trata de dividir la superficie a excavar en una retícula de referencia formada por cuadros de cinco metros de lado. Esos cuadros se excavan dejando entre ellos unos 'testigos', unas franjas de tierra sin cavar, de una anchura de un metro, suficiente para garantizar su solidez y el tránsito de los trabajadores, y que permiten realizar cuatro lecturas estratigráficas de otros tantos cortes por cada cuadro. A modo de 'examen final', los Wheeler le encargaron que dirigiera la excavación del teatro de la ciudad, labor que realizó con eficiencia. Kenyon siguió colaborando con los Wheeler en la fundación del Instituto de Arqueología del University College de Londres, donde trabajó como secretaria de administración. También excavó en Samaria, en Palestina, entonces bajo mandato británico, y más adelante dirigió, ya por su cuenta, las excavaciones de Jewry Wall, en Leicester.

Tras servir en la Cruz Roja durante la Segunda Guerra Mundial, Kenyon se convirtió en profesora de la Universidad de Londres mientras seguía excavando yacimientos romanos en Gran Bretaña. Entre 1948 y 1951 trabajó también en la ciudad romana de Sabratha, en Libia, una de las primeras expediciones arqueológicas británicas en el extranjero después de la guerra. Pero su trabajo más destacado y el que le daría fama fue la excavación de Jericó, en la actual Cisjordania, la ciudad de la Tierra de Canaán que, según el Antiguo Testamento, conquistaron los israelitas liderados por Josué y cuyas murallas se derrumbaron cuando los sacerdotes que guardaban el Arca de la Alianza tocaron los shofarim, unos cuernos ceremoniales, por orden de Yahvé.

Arqueología bíblica en Jericó

Jericó ya había recibido las visitas de varios arqueólogos, tanto británicos como alemanes. La primera excavación formal, en 1868, se debió a Charles Warren, al que siguieron Ernst Sellin y Carl Watzinger, ya a principios del siglo XX, y, sobre todo, John Garstang, que había sido director del Departamento de Antigüedades durante el mandato británico de Palestina, entre 1920 y 1926. Garstang excavó en Tell El-Sultan, separado unos pocos kilómetros de la Jericó contemporánea, entre 1930 y 1936. Se trataba de un tell de 16 metros de altura formado por las sucesivas ocupaciones del asentamiento. En los tiempos de Garstang el objetivo de la arqueología bíblica seguía siendo encontrar los rastros materiales que confirmaran los relatos bíblicos y el arqueólogo se empeñó en localizar las murallas derribadas por los siete sacerdotes que llevaban “trompetas hechas de cuernos de carneros” (Josué, 6:4). Toda ciudad antigua -y las del Oriente Próximo muy especialmente- muestra numerosos niveles de destrucción, rastros de incendios, de inundaciones y de reconstrucciones. El excavador empeñado que quisiera encontrar las huellas del diluvio, la llegada de los israelitas o cualquier otro relato bíblico tenía todo a su favor para conseguirlo. Por lo tanto, Garstang 'encontró' las murallas derribadas por los israelitas, un hecho que fue admitido sin mayor discusión hasta la llegada de Kenyon.

Suele decirse que Kathleen no llegó a Jericó para confirmar ningún relato bíblico y que lo que le interesaba era investigar el origen de la domesticación en el Oriente Próximo. “En 1941 Gordon Childe acuñó el concepto de 'Revolución neolítica', un cambio cultural en el que el inicio de la producción de alimentos actuaba como factor decisivo”. Como explican Paul G. Bahn y Colin Renfrew en 'Arqueología' (editado por Akal), “en la posguerra, una serie de expediciones de campo multidisciplinares trataron de encontrar evidencias de las ideas apuntadas por Childe. Robert J. Braidwood en Irak, Frank Hole en Irán, Kathleen Kenyon en Palestina y James Mellaart en Turquía encabezaron lo que podríamos llamar la primera hola de investigadores”.

Es cierto, pero también es verdad que Kenyon sí que tenía interés por la faceta bíblica de la excavación de Jericó. Era creyente y asistió a la iglesia con regularidad durante toda su vida. Creía que los relatos del Antiguo Testamento tenían una base histórica. Pero de su padre había aprendido que la Biblia no debía de tomarse a pies juntillas como una crónica histórica, y que los hechos demostrados y los datos científicos debían prevalecer siempre sobre el relato legendario.

En busca de las murallas de Jericó

Kenyon, durante un descanso en la excavación.

La arqueóloga trabajó en Jericó entre 1952 y 1958, a la cabeza de un equipo internacional formado por estudiantes y arqueólogos. Aplicó dos herramientas con las que Garstang no pudo contar: el método de excavación de los Wheeler, mejorado por ella, y la datación por Carbono 14, un sistema de datación absoluta que estaba revolucionando la arqueología de medio mundo. Lo primero que descubrió Kenyon es que Garstang se había equivocado de murallas. De hecho, para la época en la que pudo haber vivido Josué, hacia el siglo XIII a.C., la ciudad hacía tiempo que había desaparecido. Como escriben Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman en 'La Biblia desenterrada' (editado por Siglo XXI), “en el caso de Jericó no existían huellas de ningún tipo de poblamiento en el siglo XIII a.C., y el asentamiento del Bronce Reciente, fechado en el XIV a.C., era pequeño y pobre, casi insignificante, y, además, no había sido fortificado. No había tampoco señales de destrucción. Así, la famosa escena de las fuerzas israelitas marchando con el Arca de la Alianza en torno a la ciudad amurallada y provocando el derrumbamiento de los poderosos muros de Jericó al son de las trompetas de guerra era, por decirlo sencillamente, un espejismo romántico”.

Y no es que faltaran murallas en el yacimiento. Gracias a sus precisas estratigrafías, Kenyon pudo demostrar que en algunos puntos las fortificaciones se habían reparado hasta 17 veces. Al igual que Schliemann en Troya, Garstang se había pasado de largo y había profundizado demasiado. “Estas dos murallas (las excavadas por Garstang) en realidad pertenecen a la primera Edad del Bronce”, escribió Kenyon (en 'Digging up Jericho', 1957).

Una ciudad del Neolítico

La arqueóloga demostró que Garstang se había equivocado, pero a cambio descubrió algo asombroso, que Jericó era mucho más antigua de lo que se pensaba. Revisar el trabajo de su predecesor no era el único fin de su trabajo, pues entre sus objetivos estaba también fechar “el comienzo y el final de Jericó”. En cuanto a este último, demostró que el lugar había sido abandonado en el siglo XIII a.C. En cuanto al principio, la ciudad era tan antigua que cuando se construyó por primera vez ni siquiera existía le cerámica. “Jericó puede presumir de ser la primera ciudad conocida de la Tierra”, resumió Kenyon, que sacó a la luz niveles y niveles de ocupación, cada vez más antiguos, hasta alcanzar una ciudad primigenia que debió de estar ocupada entre los años 8350 y 5850 a.C., a lo largo de dos fases que han sido denominadas Neolítico precerámico A y Neolítico Precerámico B, separadas por un 'hueco' de varios siglos.

La primera Jericó abarcaba unos 40.000 metros cuadrados, estaba defendida por una muralla y contaba con una torre de planta circular y de unos 9 metros de altura, que el equipo de Kenyon desenterró en 1952. Todavía se discute sobre la función de este edificio y las interpretaciones van de la defensiva a la que le da una uso como observatorio astronómico. Las casas son de planta circular y están construidas con ladrillos de adobe. La cerámica no se había inventado aún y sus habitantes se servían de cuencos trabajados en piedra. Se dedicaban a la agricultura -cultivaban cebada y legumbres- y a la caza. Enterraban a sus muertos en las casas aunque los esqueletos no están completos. Los arqueólogos encontraron varios cráneos a los que se les había retirado la mandíbula y cuyos rostros habían sido reelaborados con yeso y conchas de cauri para simular los ojos. La población ha sido estimada en unos 2.000 a 3.000 habitantes. Esta primera ciudad de Jericó se levantó sobre una aldea de chozas anterior cuyo origen se remonta hasta 9600 a.C., según las últimas estimaciones.

Jericó se convertiría en el eje de la carrera arqueológica de Kathleen Kenyon. Publicó textos técnicos y libros de divulgación sobre la ciudad prehistórica el resto de su vida. Además, excavó en Jerusalén entre 1961 y 1967, fue nombrada directora del St. Hugh's College de Londres. Poco antes de su retiro, en 1971, fue distinguida con el título de 'Dama de la Orden del Imperio Británico' por la reina Isabel II. Murió el 24 de agosto de 1978, a los 72 años, dejando numerosos informes y anotaciones sin editar, muchas de ellas indescifrables a causa de su letra impenetrable. Hoy día Kathleen Kenyon, a la que llegaron a llamar “la señora Estratigrafía”, está considerada por muchos como la arqueóloga más influyente del siglo XX.

En busca de las murallas de Jericó

La famosa torre de Jericó se alza en el fondo de la excavación.
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