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Momia del niño inca de 7 años cuyo ADN mitocondrial han analizado científicos españoles
Fuente: ABC.es | 12 de noviembre de 20015
Tenía siete años y una salud de hierro, pero hace cerca de 500 años decidieron sacrificarlo porque en la cultura inca imperaba la máxima de «sembrar muertos para cosechar vivos». Su momia, la más antigua de su ámbito, apareció congelada y semienterrada en la montaña argentina de Aconcagua en 1985. Los análisis antropológicos permitieron establecer el origen de este niño. Pero desde el punto de vista biológico no se sabía nada. Hasta ahora.
Foto: Momento en que dos investigadores preparan la momia del niño del Aconcagua para su traslado cuando fue descubierta (1985).
Un grupo de científicos gallegos acaba de secuenciar parte de su ADN, en concreto el denominado genoma mitocondrial, transmitido solo a través de la madre, con una reveladora conclusión: el cuerpo posee un linaje de unos 14.300 años de antigüedad, lo que lo sitúa en el origen de los primeros pobladores americanos, cuya llegada se estima hace 15.000 años. El descubrimiento no solo tiene relevancia histórica, sino que desde el punto de vista de la investigación biomédica tiene futuro.
Al teléfono con ABC, los líderes del proyecto explican sus claves. Se trata de Federico Martinón-Torres (izquierda) y Antonio Salas (derecha) miembros del Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago de Compostela. Sus conclusiones refrendan la valoración de los antropólogos y lo hacen por primera vez con un hecho irrefutable: el rastro de su ADN. «Constatamos que, en efecto, ese niño tiene un material genético inca», explica Salas. Y a mayores, se podría incluso especular sobre la idea de que estos resultados podrían indicar una larga peregrinación de los incas para ofrecer el niño en sacrificio, desde el núcleo de la civilización en Cuzco por ejemplo hacia un lugar tan simbólico y meridional como es la base del Aconcagua.
Y no sólo eso. «Nos dice también algo sobre la demografía: este linaje -que han llamado C1bi- nos cuenta una historia sobre su evolución». Ese «algo» es, en realidad, mucho. Ese relato señala que su ADN, extraído de una biopsia del pulmón, apenas ha pervivido en la población actual. Diversas comparaciones con ingentes bases de datos mundiales indican que «existen sólo un puñado de secuencias con afinidad a esta momia, ubicadas en Perú y en la zona andina de Bolivia». Lo emparenta, además, con otra civilización anterior a la inca, la wari. Ambas llegaron a convivir. Un fragmento de genoma de los restos óseos de un miembro de la cultura wari, el único material de su antigüedad secuenciado, coincide bastante bien con el linaje del niño sacrificado hace cinco siglos. El linaje de la momia inca, como el del individuo wari, pudieron entrar en el continente americano «durante los primeros asentamientos de los nativo americanos en el continente y siguiendo una ruta costera a través del Pacífico; pero probablemente este linaje se extinguió después de la llegada de los europeos».
Foto: Otro ejemplo de momia infantil (llamada "La Doncella") hallada en el volcán Llullaillaco, entre Chile y Argentina.
Este no era el objetivo principal de la investigación, pero es un dato más extraído de este trabajo con sello español y publicado en la prestigiosa revista Scientific Reports del grupo Nature. De las consecuencias que tiene para saber más de las enfermedades actuales habla Martinón, que se fija una ambiciosa meta, el estudio del microbioma, una cuestión puntera en investigación médica.
«Nadie ha descrito hasta el momento el microbioma de una momia inca», expone. Se trata de conocer más sobre «la dotación genética del ecosistema de microorganismos que conviven en nosotros» para aplicarlo en cuestiones como enfermedades en niños prematuros o trasplantes de microbiomas intestinales. Salas añade que el resultado de estas indagaciones podría ser «espectacular. Ver la evolución y composición de un microbioma ancestral es fascinante». «La investigación ha de ser traslacional y servir para el paciente de hoy», enfatiza Martinón.
También señala Salas que «lo más inmediato será analizar el genoma entero, que nos puede dar información muy valiosa desde el punto de vista de la patología humana. No existen poblaciones indígenas que no hayan sido mestizadas en algún momento. Será como mirar a través de una ventana 500 años atrás».
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Un día alrededor del año 1500, un grupo de personas debió de ascender por las faldas de la cumbre más elevada de América, el Aconcagua, en la actual Argentina. Eran incas y llevaban consigo a un niño de 7 años elegido por su belleza y su buen estado de salud. La comitiva, por una ruta escarpada, alcanzó los 5.300 metros de altura. Y allí, rodeados de hielo y riscos, presumiblemente acabaron con la vida del niño de un golpe en la cabeza.
Casi cinco siglos después, el 8 de enero de 1985, cinco montañeros argentinos se toparon con un montón de huesos y plumas asomando en los hielos del Aconcagua. Pensaron que era el cadáver de un cóndor, pero era aquel niño inca. Estaba vestido, con adornos de plumas, y enterrado con seis estatuillas de hombres y de llamas talladas en oro y conchas de moluscos.
Tres décadas después de su hallazgo, el niño sacrificado a los dioses incas vuelve a hablar. Un equipo dirigido por el genetista Antonio Salas, de la Universidad de Santiago de Compostela, ha leído su ADN y lo ha comparado con una base de datos de 28.000 genomas. Sus resultados muestran que el niño perteneció a un linaje humano que se formó hace unos 14.300 años y que ya no existe sobre la faz de la Tierra. La investigación respalda los últimos estudios genéticos con americanos actuales y esqueletos ancestrales, que sostienen que los primeros humanos que pisaron América lo hicieron hace 15.000 años desde Siberia.
El grupo de Salas no ha leído el genoma nuclear, el libro de instrucciones presente en el núcleo de cada una de nuestras células, sino el ADN residual que existe en las mitocondrias, las pilas que dan energía a las células. El ADN mitocondrial se hereda de madres a hijos y es muy útil para averiguar si dos personas están emparentadas. “El linaje de este niño entró por el norte de América, evolucionó y desapareció, lo cual no es sorprendente, porque la mayoría de los incas murió tras su contacto con los europeos, por enfermedades como el sarampión, la gripe, la viruela o la difteria”, explica Salas.
Los científicos pueden reconstruir el pasado comparando genomas, de la misma manera que es posible ordenar cientos de biblias manuscritas por orden cronológico fijándose en sus erratas acumuladas. En julio, otro equipo liderado por el genetista Eske Willerslev, de la Universidad de Copenhague (Dinamarca), concluyó que los primeros americanos proceden de un grupo que partió hace 23.000 años de Siberia y se quedó aislado durante 8.000 años en Beringia, una lengua de tierra hoy inundada entre Rusia y la punta noroccidental de América.
“Toda la variedad genética americana surge de la incubación en el estrecho de Bering [la antigua Beringia] y entró en varias oleadas. El linaje madre del niño inca data de hace 18.300 años y el de la momia es una rama”, detalla Salas. Es la primera vez que se lee el genoma mitocondrial entero de una momia americana, según afirman los autores en su estudio, publicado hoy en la revista Scientific Reports.
Los investigadores, entre los que también se encuentra el pediatra Federico Martinón Torres, del Hospital Clínico Universitario de Santiago, han utilizado una pequeña muestra tomada en su momento del pulmón del niño. La momia completa “sigue custodiada por la Universidad Nacional de Cuyo, congelada a -20 grados, pero su lugar concreto es un secreto”, señala Salas.
El siguiente objetivo de los investigadores es analizar el genoma entero de la momia y, sobre todo, su microbioma: el ADN de los microorganismos que vivían en el interior del niño y que pudieron modificarse con la llegada de los europeos y sus enfermedades.
El niño inca, conocido en Argentina como “la momia del Aconcagua”, fue sacrificado en la Capacocha, una ceremonia inca que consistía en hacer ofrendas al Sol en la época de las cosechas o al soberano del Imperio en caso de enfermedad. En el ritual se podían ofrecer objetos o sacrificios humanos, de niños sanos y bellos destinados a transmitir su energía al Inca.
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