Ilustración de Paul Lauchine

 

 

Artículo de Chris Stringer (debajo), investigador de los orígenes de la humanidad en el Museo de Historia Natural de Londres, director del proyecto "La ocupación humana de Gran Bretaña en la antigüedad", y miembro de la "Royal Society".

 

Por cortesía de Proyect Syndicat | 6 de febrero de 2013 (Traducción: G.C.C. para Terrae Antiqvae)

 

 

¿Qué define a un ser humano moderno? La respuesta biológica es sencilla: un miembro de la especie Homo sapiens que se caracteriza, entre otras cosas, por tener un cerebro relativamente grande en una cavidad craneana globular, pequeños arcos superciliares encima de los ojos, un rostro plano y pequeño, un mentón en la mandibula inferior y un esqueleto de estructura ligera. Muchas de las características biológicas de los humanos modernos –al menos las que se pueden conservar en forma fósil– ya estaban presentes en África e Israel hace más de 100.000 años.

 

Sin embargo, otros factores –como las sociedades complejas, las ceremonias, las creencias espirituales, el arte, la música, la tecnología y el lenguaje– también caracterizan a los grupos humanos modernos. ¿Qué rasgos son esenciales para la definición de un “humano moderno” y desde cuándo puede ser aplicada esa clasificación?

 

Puesto que las características morfológicas y conductuales del ser humano evolucionaron a ritmos distintos, esta cuestión es fuente de controversia. De hecho, los paleontólogos que estudian los orígenes físicos del Homo sapiens inevitablemente disentirán de los arqueólogos al reconstruir las conductas antiguas en cuanto a qué es lo que constituye el primer ser humano moderno.

 

Descubrimientos recientes en los campos de la paleontología, la arqueología, y particularmente de la genética, sobre semejanzas notables entre los humanos actuales y algunas poblaciones arcaicas, complican aún más las valoraciones sobre los orígenes del ser humano moderno. Una idea preponderante era que el Homo erectus, un antecesor primitivo de los humanos modernos, había salido de África hace casi dos millones de años y se había dispersado hacia otras zonas del mundo. Posteriormente, grupos regionales habrían evolucionado de modo constante hacia al Homo sapiens, emergiendo las primeras conductas humanas modernas en Europa hace aproximadamente 40.000 años.

 

Pero las nuevas evidencias sugieren que los humanos modernos evolucionaron relativamente hace poco en África, y que la transformación que sufrieron tras su salida hace unos 60.000 años estuvo lejos de ser perfecta. Específicamente, los estudios sobre los parientes cercanos, pero extintos, del Homo sapiens, los neandertales, están revelando nuevas facetas del desarrollo de los seres humanos modernos, al tiempo que se intensifican los debates de larga tradición sobre las diferencias entre las capacidades conductuales de ambas especies.

Crecientes evidencias arqueológicas, que tienen más de 60.000 años,  sobre elementos clave que se asocian con el Homo sapiens, están surgiendo en determinados lugares de África. Estas incluyen herramientas complejas (requieren varias etapas de elaboración), simbolismo (por ejemplo, pigmentos rojos de hematites para decorar y cuentas para exhibir hechas de conchas marinas y cascarones de huevos de avestruz) así como redes de contacto e intercambio a larga distancia. Estos descubrimientos apoyan la opinión de algunos arqueólogos de que únicamente el Homo sapiens era lo suficientemente avanzado como para ser considerado un verdadero humano moderno, mientras que otros grupos no modernos como los neandertales presentaban, en el mejor de los casos, solo incipientes indicios de tal complejidad.

 

Además, pruebas genéticas basadas en códigos definidos de ADN, que se sabe están relacionados con las funciones cerebrales en los humanos modernos, indican al menos algunos contrastes cognitivos entre los neandertales y el Homo sapiens. Y las diferencias demográficas (pequeñas poblaciones de baja densidad) pueden haber obstaculizado la evolución cultural de los neandertales, en comparación con las redes más extendidas que establecieron los primeros grupos de humanos modernos, inicialmente en África y posteriormente en todo el mundo.

Pero las evidencias también sugieren que algunos neandertales enterraban a sus muertos con bienes funerarios (objetos presumiblemente destinados a ayudar al difunto en el más allá), que producían herramientas complejas (como armazones de piedra montados con masilla), y que desarrollaron símbolos personales (incluidos pigmentos de óxido de manganeso y colgantes hechos de dientes de animales). Aparentemente también utilizaban plantas con propiedades medicinales.

Por lo demás, el incremento de estudios sofisticados de ADN sobre poblaciones extintas, han demostrado que, a pesar de su clasificación general como una especie aparte, es decir, Homo neanderthalensis, los neandertales hibridaron con grupos humanos modernos a medida que estos salían de África. Como resultado, los genomas de muchas gentes contienen aproximadamente un 1% de ADN neandertal.

 

Dada esta hibridación, algunos investigadores sostienen que se debe reconsiderar el límite del concepto de especie entre los humanos modernos y los neandertales, y que ambos deben ser clasificados como Homo sapiens. Sin embargo, yo creo que una distinción de especie basada en la morfología sigue estando justificada. De hecho, la controversia científica refleja las limitaciones en el mundo real del concepto de especies biológicas distintas, en las que no cabe la hibridación.

 

La situación se complica, además, con casos adicionales de antiguas hibridaciones entre poblaciones nativas de África y Australasia (por ejemplo, Australia, Nueva Guinea y Bougainville). En el último caso, la hibridación procede de una población conocida hasta hasta ahora en un solo sitio: la cueva de Denisova en el sur de Siberia. Los fósiles de este lugar contienen ADN relacionado con el de los neandertales, si bien es distinto.

 

Actualmente vestigios de este ADN –que constituyen aproximadamente el 3% del genoma de algunos individuos- está presente en Australasia. Esto indica que los denisovanos pudieron haber existido no solo en Siberia, sino también a lo largo de la ruta sureste de Asia que los primeros humanos modernos utilizaron para llegar a Australasia, donde la hipotética hibridación ocurrió.


Incluso los africanos subsaharianos de hoy en día presentan vestigios de un distintivo episodio de hibridación en los últimos 50.000 años. En este caso, la fuente puede haber sido un grupo remanente desconocido de la especie arcaica Homo heidelbergensis –un antecesor directo del Homo neanderthalensis y del Homo sapiens– que sobrevivió en algún lugar del sur de África.

 

No obstante, las implicaciones para el mundo real de la persistencia de ADN de esa hibridación no deben malinterpretarse. El hecho de que los paleoantropólogos se refieran a menudo a los neandertales como humanos “arcaicos”, debido a sus primitivas características, podría conducir a la trampa semántica de considerar a los seres humanos con mayores proporciones de ADN provenientes de hibridaciones antiguas como menos “evolucionados” que el resto de la humanidad. En realidad, dado que gran parte del ADN humano comparte unos orígenes recientes africanos, todos los humanos actuales deben ser considerados como igualmente “modernos”.

Sin embargo, descubrimientos recientes no pueden ser ignorados. La disponibilidad de pruebas comerciales genéticas, que revelan aproximadamente cuánto ADN neandertal posee un individuo, proporcionan una oportunidad de valorar los complejos orígenes de los humanos modernos. Si bien debemos continuar poniendo de relieve la modernidad y el origen africano del género humano, también debemos empezar a aceptar y entender la emergente naturaleza en mosaico de nuestra historia biológica.

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