Christian Jacq: “En las pirámides la muerte se transformaba en vida”

El egiptólogo Christian Jacq. / ERIC FOUGERE

Fuente: EL PAIS.com | Jacinto Antón | 18 de noviembre de 2015

“Busco a Jacq”. No me resisto a pronunciar la frase ante el conserje, que pone cara de perplejidad. “Perdone, Christian Jacq, el famoso escritor de Egipto”. Ahora sí, su rostro se ilumina. “Christian Jacq, bien sûr, por supuesto”. El célebre autor no ha llegado aún, así que le espero en el bar del hotel, que se abre a una terraza con una maravillosa vista sobre el lago Leman. El Trois Couronnes de Vevey no es el Winter Palace de Luxor, pero comparten cierta atmósfera de vetusta y romántica grandeza. No sería raro encontrarse aquí sentado a Howard Carter fumando una shisha.

La deslumbrante luminosidad de este día radiante aumenta la sensación de estar junto al Nilo y permite confundir la blancura de los cisnes en la distancia, junto a la orilla del lago, con la de los sagrados ibis. Estoy absorto en el paisaje cuando aparece Jacq. El escritor, autor de 150 libros, en su mayoría sobre Egipto (aunque también novelas policiacas), de los que se han vendido 35 millones de ejemplares en más de 30 países, se muestra cordial, de excelente humor y jovial. Ahora es noticia la aparición en España de su nueva novela La tumba maldita (Planeta), un thriller faraónico que mezcla intriga y magia y que protagoniza un hijo de Ramsés II. Al novelista, con un buen número de best sellers, no le importa que algunos le descalifiquen por su escritura sencilla y por poner invención en sus novelas –cosas como a Ramsés II domando un elefante o departiendo con Moisés, Homero y Helena de Troya–.

"Escribo novelas, soy un contador de historias, pero sé muy bien de qué hablo”. Jacq (París, 1947) pide una cerveza, lo que me sorprende porque es sabido que es un gran amante y connoisseur de los mejores vinos. Un rasgo que le une a los antiguos egipcios, que apreciaban mucho los buenos caldos. Hablaremos de ello. Durante la conversación, Jacq ríe a mandíbula batiente en varias ocasiones, con carcajadas estentóreas, lo que permite observar que el esmalte de sus dientes está algo gastado, como el de las momias. El escritor tiene la gentileza de asentir vivamente al preguntarle si se acuerda de que nos conocimos en Luxor hace 15 años cuando presentó allí Nefer el silencioso, la primera novela de su tetralogía La piedra de luz, sobre los obreros del Valle de los Reyes. Las autoridades egipcias le trataron como a un jefe de Estado y hasta se le organizó una cena de homenaje ¡dentro del templo de Luxor! No en balde le llaman el faraón Jacq (¿será lo de las tres coronas del hotel de la cita un guiño a las coronas faraónicas Hedyet, Desheret y Sejmty?). Al escritor le encantan los secretos y misterios.

¿Qué hacemos aquí y no en Egipto? 

Vivo en Suiza desde hace 20 años, es un país que amo. Su sistema político me recuerda el del Antiguo Egipto, un Estado federal; creo en él. Hay un poder central y cada cantón dispone de una grandísima autonomía. El faraón en Egipto no era el tirano que se nos muestra a menudo en las películas, para nada, no lo decidía todo. La diversidad de las provincias era tenida muy en cuenta. El gran riesgo hoy es que todo se uniformice: lo que yo llamo la americanización de las sociedades multiculturales. La belleza es la diversidad.

¿Sigue viajando a Egipto? 

Están las cosas complicadas. Viajo muy frecuentemente. Estuve hace poco. Fui a Asuán, y al norte, fuera de las rutas turísticas. Los amigos de allí me recomiendan que no vaya. Siento inquietud por Egipto y por lo que los fanáticos puedan hacerle. ¿Ha visto lo de Palmira? He llorado al saber que la están destruyendo. Es nuestra propia memoria, como las pirámides, los templos y las tumbas de Egipto. No debemos dejar que los egipcios se aíslen por el extremismo. Volveré lo más pronto que pueda.

Christian Jacq, fotografiado en el asentamiento egipcio de Deir el Medina (Luxor, Egipto). /ERIC FOUGERE.

¿Por las novedades de Tutankamón? 

Ah, Tutankamón. Desde luego. Estoy siguiendo apasionadamente el tema de la posibilidad de que haya cámaras sin descubrir en su tumba, como ha propuesto Nicholas Reeves. La cuestión es que Akenatón y Nefertiti no están enterrados en su capital de Amarna, la tumba que se hicieron allí está vacía. Así que ¿dónde están? Probablemente tenemos a Akenatón: hay muchas posibilidades de que fuera el ocupante del sarcófago real hallado en la tumba KV55 y que ahora se exhibe en el Museo de El Cairo. A Nefertiti, en cambio, no la tenemos, se la ha buscado mucho, hay muchas hipótesis. Ahora ha salido esa teoría de que la tumba de Tutankamón es un cache, un escondite, y que la reina estaría ahí, tras un muro disimulado. No es ninguna idiotez. El Valle de los Reyes no está para nada agotado, queda mucho por descubrir, los egipcios realizaban un trabajo de disimulación de algunas tumbas extraordinario. Podría perfectamente haber otra tumba secreta comunicada con la de Tutankamón, es una idea muy egipcia, en Deir el Medina todas las tumbas se comunican. Tengo una pequeña esperanza de que demos con Nefertiti. No estaría mal, ¿eh?, ¡Nefertiti!

Hablando de Tutankamón, es usted un gran admirador de Carter, el descubridor de su tumba. 

Y no era un egiptólogo de carrera. Llegó a Egipto de jovencito como dibujante. Nunca tuvo estudios académicos.

Uno de mis libros suyos favoritos es la novelaTutankamón, ese thriller en el que, precisamente, se buscan unos supuestos papiros esotéricos ocultos en la tumba. Me encanta que el protagonista sea un hijo secreto de Carter. 

Me halaga. Ese libro también me gusta mucho.

Siempre ha parecido raro que no hubiera papiros en la tumba de Tutankamón. A Carter le decepcionó mucho.

Quizá sí los hubiera. Acaso escondidos en los faldellines de las dos famosas estatuas de madera de los guardianes de la tumba.

El propio Reeves sugirió eso hace años. Parece que hay un espacio hueco. 

Yo he pedido que se escaneen. Es más fácil que lo de buscar las cámaras secretas. En todo caso, que no hubiera papiros no quiere decir que no hubiera textos, los había en muchos objetos. En las capillas doradas en torno al sarcófago y en este se inscribieron numerosas fórmulas de los libros sagrados. En la segunda capilla hay un precioso texto funerario criptográfico que tiene como tema el triunfo de la luz, es un texto de una calidad alquímica. Sobre la transformación del cuerpo en luz.

El misterio de Carter en realidad es su propia personalidad. 

Se sintió muy humillado en un medio que entonces estaba reservado para ricos y aristócratas. Tenía muy mal carácter. Y estaba enamorado de la hija de su patrón Lord Carnarvon, una relación imposible en aquella época. Ese fue su drama.

¿No es raro que Carter y su equipo no descubrieran las salas de las que se habla ahora? 

Piense que durante bastante tiempo, al entrar en conflicto con los egipcios, a Carter se le prohibió entrar en la tumba. Y él buscaba a Tutankamón, no a Nefertiti. A veces, si no tienes la idea de que pueda haber algo más, no lo buscas.

Usted está ahora más bien en otro asunto. 

Así es, acabo de publicar J’ai construit la Grande Pyramide. No, no es que me haya vuelto loco. Es una novela protagonizada por un personaje nacido hace 5.000 años que empieza a trabajar de jovencito en la pirámide de Keops, luego pasa a ser jefe de equipo… durante los 20 años de la construcción. El objetivo es explicar cómo se construyó esa maravilla. Hace medio siglo que confecciono un dossier sobre la pirámide. Me faltaban algunos detalles técnicos, pero en los últimos tiempos se han descubierto evidencias muy claras: la clave es la rampa interior, tan indispensable como la exterior para izar las enormes piedras. Una cosa muy bonita del libro es que muestro que el chico construye la pirámide y a la vez esta lo construye a él como ser humano. Lo que tú haces, te hace a ti.

Napoleón estuvo dentro y le impresionó mucho. 

Le dio la idea de eternidad.

A mí siempre me ha producido mucha claustrofobia. 

Mucha gente es incapaz de ascender hasta la cámara del rey. En un día con muchas aglomeraciones, con el calor, la angustia, te puedes desmayar. Hay otro miedo que es cuando te haces consciente del impresionante poder emocional de la pirámide, cuando lo percibes. Los egipcios la construyeron pensando que se podía vencer a la muerte, la Gran Pirámide es una encarnación de esa idea. Dentro te puedes sentir aplastado, agobiado, reducido a la insignificancia, y a la vez elevado. Hay algo allí dentro que te inspira, que te hace subir. Como bien sabes, hay tres cámaras. ¿Has estado en la de abajo del todo? ¿Sí?, pues has debido pasarlo mal. Ahí percibes el peso de la pirámide encima. En la Gran Galería, sin embargo, subiendo hacia la cámara del rey, te sientes como un pájaro. Cuanto más subes, más te recuperas. Y en la cámara del rey la sensación es de profunda paz.

Usted no cree que haya nada inexplicable en la construcción de la Gran Pirámide. Es una cuestión de cómo se organizaron las canteras, las cuadrillas de trabajadores; había cuatro grandes equipos, uno por cada lado de la pirámide. Existían rivalidades por cuál avanzaba más rápido. Es fascinante entender cómo se organizó toda una ciudad de trabajadores –de los que hemos encontrado las casas y los cementerios– en torno a la pirámide. Y, por supuesto, aunque cuesta tanto que la gente lo entienda de una vez, no eran esclavos.

¿Hay espacios desconocidos aún dentro de la Gran Pirámide? Es la gran cuestión. Hay toda una escuela de piramidólogos, que no son egiptólogos, persuadidos de que la verdadera cámara del faraón Keops está aún por encontrar, con todo su mobiliario funerario. Yo no lo creo. Se halló una cámara con arena, pero era una cámara de amortiguación; posiblemente habrá otras. Pero ¿cámara ceremonial oculta? En una estructura tan perfecta como la pirámide no me lo parece. Aunque, ojo, hay que ser muy cauto, en Egipto puede pasar de todo. Nunca puedes decir del todo “yo sé”. Sería formidable que hubiera un secreto allí dentro.

Pero harto improbable. 

Eso me parece.

Dice usted que las pirámides no son tumbas. En realidad sí lo son. No en el exacto sentido nuestro. Son… el horno del alquimista, por decirlo así, un lugar donde la muerte se transformaba en vida. Los Textos de las Pirámides, aunque no los hay en las de Guiza, nos permiten acercarnos a esos conceptos. Los de la pirámide de Unas, en Saqqara, son mi biblia, un libro de piedra. La pirámide es Osiris, una plasmación del cuerpo de Osiris. No es una tumba, es lo contrario. Si comprendes eso, lo comprendes todo. Si le interesa el tema de Osiris y sus escatologías, hay ahora una exposición muy interesante en el Instituto del Mundo Árabe de París.

En sus libros sobre Egipto aparece recurrentemente la importancia sagrada de la luz. Es algo que le obsesiona al parecer y que ha alentado la idea de que es usted algo masón. También se me hace pasar por gurú, lo que desde luego no soy. La luz es algo fundamental en la civilización egipcia. El origen de todo es la luz. Lo que explica la preeminencia de Ra, símbolo de la luz solar, dios demiurgo, dador de la vida. La luz es la materia primera del universo. El número de textos sagrados que hablan de la luz es enorme. De hecho, lo que nosotros llamamos Libro de los Muertos, ellos lo denominaban Libro de la Salida al Día o Libro de la Emergencia de la Luz. La Biblia ha recogido eso en las palabras de Yahvé en el Génesis, “Hágase la luz”. Las propias pirámides, que estaban recubiertas de blanca piedra calcárea, eran un flas luminoso que inundaba la tierra, un deslumbramiento que significaba y apuntalaba la vida.

Christian Jacq

París, 1947. Su deslumbramiento con Egipto comenzó a los 13 años, cuando le regalaron los tres tomos de la Historia de la civilización del Antiguo Egipto, de Jacques Pirenne. Pero el gran encuentro fue a los 17 años, cuando visitó por primera vez el país del Nilo. Fue ¡en viaje de novios!, con su mujer, Françoise (la pareja tuvo que pedir una dispensa para la boda), su gran amor. Autor de cerca de 150 libros (novelas, ensayos, obras para niños y un buen número de relatos policiacos firmados con distintos seudónimos), destacan en su producción las series El juez de Egipto, La piedra de luz, Los misterios de Osiris y, sobre todo, su gran éxito, Ramsés. Su primer best seller, en 1987, fue El egiptólogo, una novela sobre Champollion.

Toda esa intensidad con la que vive usted el Antiguo Egipto, ¿acaso cree que no está muerto? 

Para mí no. Históricamente sí, claro, está muerto. Como está muerto su concepto de monarquía enterrado con la revolución. La institución faraónica nunca fue abolida oficialmente en Egipto, ¿sabe?, al menos de manera formal. En fin, es obvio que hoy no hay faraones, pero el Egipto Antiguo, su esencia, no ha muerto por dos razones: porque el arte no muere jamás y sigue hablando a todo el mundo, y persisten unos valores que nos podrían ser muy útiles hoy.

¿No está usted idealizando a los antiguos egipcios? 

No. Hubo muchos problemas entonces, hambre, grandes crisis, guerras, gobernantes criminales. Pero en cierta manera, en sus épocas de esplendor, la era de las pirámides o el Imperio Nuevo, la espiritualidad, el arte, la economía se juntaron para producir altas realizaciones humanas. Me emociona su fundamental concepto de Maat, la justicia, el equilibrio, la armonía. Lograr la Maat, restaurarla, era un empeño cotidiano, una aspiración diaria. En Egipto, el mal jamás podía justificarse. La justicia era un valor absoluto y fundamental. Por eso Egipto no ha muerto. Y ahí tiene el papel de la mujer, asombroso por su igualitarismo. La mujer podía ser jefe de Estado, ¡faraón!, primer ministro, sacerdotisa. Tenía la decisión de su matrimonio, divorcio, contraconcepción. No le hablo de asuntos esotéricos, sino eminentemente prácticos.

En sus novelas ha tenido como protagonistas, a menudo en primera persona, a Ramsés II, Nefertiti, Cleopatra, Champollion… ¿Cuál es su favorito? 

¡Todos! La escritura para mí es la vida, cuando escribo de Ramsés soy él, y Nefertiti. Incluso soy la Gran Pirámide cuando escribo de ella.

Me parece, si me perdona, de una soberbia muy francesa. Lo que me lleva a preguntarle por madame Christiane Desroches Noblecourt, la gran faraona de la egiptología, a la que pone usted a caldo en muchos de sus libros. “La pequeña, ambiciosa y sobreexcitada egiptóloga francesa que lo sabía todo sobre todo”, escribe, “y habría merecido la medalla de oro en las olimpiadas de la vanidad”. La conocí, era una mujer de armas tomar, murió en 2011. Ella también le tenía atravesado a usted. 

El problema a menudo son los maestros. Si tenías uno, entonces eras enemigo de los que tenían otro. Aparte, ella creía que Egipto le pertenecía y se tomó como un intrusismo mi serie de novelas sobre Ramsés II. No le gustó que funcionara tan bien [vendió 13 millones de ejemplares].

Se le conoce como el Escriba, pero no le desentonaría que le dieran el título de Gran Copero del Rey vista la proliferación de caldos faraónicos en sus novelas, toda una vinacoteca. 

¿Sabe que el primer objeto arqueológico que se halló era una jarra de vino? A un gran vino se le daba la denominación de 14 veces Nefer. Nefer, nfr, escrito con el jeroglífico de la tráquea y el corazón, es buena fortuna, hermosura, felicidad.

La guapa cortesana de Sinuhé el egipcio, novela de Waltari, es Nefernefer. Catorce veces Nefer no sería un Beaujolais… 

[Risas]. No.

En sus novelas aparece mucho la magia. 

Su papel en el Antiguo Egipto lo he comprendido bien gracias a mi maestro Jean Yoyotte. No era un asunto de ilusionismo, sino una verdadera ciencia reservada a cierto número de personas. Ser mago era entender que hay fuerzas invisibles igual que hay otras visibles.

Apenas ha dicho esto Christian Jacq y mi vaso de cocacola se vuelca y se derrama sobre los papeles de la entrevista, convirtiéndolos en un amasijo similar a viejos papiros. Jacq esboza una sonrisa. “El viento no lo ves, pero observa su efecto”. Para no quedarme atrás, saco del bolsillo mi viejo escarabajo de madera adquirido en un anticuario de Luxor y lo pongo sobre la mesa. “Bonita pieza, observe la corona de rayos solares…”.

No se ha hecho ninguna película de sus novelas. 

Jean Jacques Annaud, del que soy amigo y al que le interesa mucho Egipto, quería hacer una de mi Ramsés, el hijo de la luz, pero resultaba muy caro.

No hemos hablado de sexo. 

Había una gran libertad en Egipto. ¿Conoce el papiro erótico de Turín? Entonces ya sabrá que no hay nada nuevo bajo el sol. Para ellos la desnudez no era ningún problema. Y no tenían ningún tabú, a excepción de la infidelidad, eso tan de moda hoy. Como no estaba bien vista la mentira…

¡Me olvidaba de preguntarle por las momias! 

Nuestra atracción por ellas se debe a nuestro interés por la muerte. No son cuerpos normales, sino el cuerpo osiriaco, al que se le ha extraído todo lo que se va a pudrir. La momia es lo contrario a la muerte: huele bien, es un dispositivo para un viaje a la eternidad.

¿Qué opinión tiene de la egiptología española? 

Han despegado completamente. Lo que hace Galán con la tumba de Djehuty y las demás que está descubriendo es formidable.

La tumba maldita es la primera de su nueva serie de novelas protagonizada por Sema, segundo hijo de Ramsés II e Iset la Bella, un chico sensible y superdotado intelectualmente, devoto de Ptah, que investiga el robo por un mago negro del jarrón sellado de Osiris y sus terribles secretos. 

Sí, es un personaje real, el príncipe Jaemuaset, conocido en la literatura egipcia como Setna. Se le considera el primer egiptólogo, pues excavó y restauró muchos monumentos. La serie consta de cuatro novelas, que ya están todas publicadas en francés. Me encanta el personaje. Tengo aquí una foto de su máscara funeraria, hallada por Mariette en Saqqara. ¿Quiere verla? Va, se la dedico.

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