Una visitante observa la réplica de la cueva de Chauvet, en Francia. / JEFF PACHOUD (AFP)

Fuente: EL PAIS.com | Alex Vicente | 18 de abril de 2015

El enclave se encuentra en las gargantas del río Ardèche, unos 80 kilómetros al norte de Aviñón, en medio de un paisaje de colinas recubiertas por las frondosas garrigas del Languedoc. Fue en este lugar, declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco en 2014, donde un equipo de tres espeleólogos aficionados, encabezados por un guarda forestal llamado Jean-Marie Chauvet, descubrió hace dos décadas una de las mayores cuevas paleolíticas del planeta, depositaria de un millar de pinturas rupestres conservadas en perfecto estado gracias al aislamiento del lugar, separado del exterior tras el desplome de un peñasco. El cineasta Werner Herzog, que rodó un documental en 2010 en su interior, la bautizó como "La cueva de los sueños olvidados".

Jean Clottes (izquierda) todavía recuerda cómo aquel descubrimiento le amargó la Navidad de 1994. "Me llamaron un 28 de diciembre. El Estado me encargó el peritaje científico del lugar, para determinar si las pinturas eran auténticas. Le aseguro que mi esposa no estuvo nada contenta", recordaba hace unos días este prominente especialista en la prehistoria, hoy retirado y con 82 años cumplidos.

"Me dijeron que habían encontrado decenas de pinturas de rinocerontes en su interior, cuando por aquel entonces solo conocíamos una veintena en toda Europa. Pensé que sería un chiflado, como había pasado otras veces". Al llegar al lugar, entendió que se equivocaba. "Al descender por un túnel estrecho, apareció una sala repleta de estalactitas y estalagmitas y también las primeras pinturas, de color rojo, junto a la entrada. Luego apareció una pared llena de cabezas de caballo. Había decenas de ellos". Clottes siguió tomando notas y disparando fotografías. "Estaba haciendo mi trabajo, pero también estaba profundamente conmovido. Se trataba del impacto científico más profundo de toda mi carrera, pero también de la mayor emoción", confiesa.

Esas pinturas rupestres, realizadas hace 36.000 años en el periodo auriñaciense -18.000 antes que las de la cueva de Lascaux, descubierta en 1940 por cuatro adolescentes-, se encontraban en tan perfecto estado que se dudó que fueran auténticas. El carbono 14 no solo determinó que lo eran, sino que se trataba de las más antiguas encontradas en territorio europeo. 

Para evitar el error cometido en Lascaux, donde las pinturas se habían degradado tras acoger a miles de turistas, el Estado francés apostó desde el principio por no permitir las visitas. "Por razones de conservación, entendimos que tenía que ser un lugar cerrado y preservado. Construir una réplica era la única manera de trasmitir la emoción que uno siente al visitar el lugar, que es algo que ni las fotografías ni los documentales consiguen", reconoce Jean-Jack Queyranne (derecha), presidente de la región Ródano-Alpes y uno de los impulsores del proyecto. Tras dos décadas de debate, esa reproducción a escala real quedará abierta al público a partir del próximo viernes. La nueva atracción toma el nombre del Pont d'Arc, el puente natural vecino que millares de veraneantes cruzan en canoa en los meses estivales, y ya no Chauvet, como se la conocía hasta ahora, en honor a su descubridor.

"Lascaux, Altamira y Chauvet se encuentran en el podio del arte rupestre paleolítico. El valor añadido de esta última es la cronología. Su descubrimiento ha puesto en duda la estructura evolutiva aceptada hasta hace poco por la comunidad científica", afirma Roberto Ontañón (izquierda), director de las Cuevas Prehistóricas de Cantabria y miembro del comité científico que ha pilotado esta reproducción, en el que también figura el pintor Miquel Barceló.

¿Es preferible el modelo francés a la reapertura limitada que se ha aprobado ahora para Altamira? "No existe un criterio único. Cada cueva forma parte de un ecosistema distinto", responde Ontañón. "Descubrir el original siempre es mejor que la réplica, pero solo si está en condiciones de recibir visitas. En Chauvet no se lo plantearon, porque no existía la infraestructura necesaria".

En la mayor de las salas, distintos paneles de piedra sirven de lienzo para pinturas de la fauna del lugar: caballos salvajes y ciervos corriendo en manada, así como panteras, leones, rinocerontes y bisontes pintados en rojo y negro. En total, más de 400 pinturas tienen formas animales. La reproducción se hizo a partir de un modelado en tres dimensiones de la estructura de la caverna original, reconstruido con miles de varillas metálicas recubiertas de cemento, resina y pigmentos. Un gran edificio circular en hormigón escarpado alberga esta cueva de ficción, más pequeña que la auténtica, que ocupa 3.000 metros cuadrados, frente a los cerca de 8.500 de la original.

"El coste de reproducir la cueva en su integralidad no era asumible", confiesa el presidente del patronato que gestiona la cueva, Pascal Terrasse (derecha), que llevaba años batallando para tirarlo adelante ante la tibia iniciativa de las autoridades francesas. "La idea nunca fue copiar la realidad, sino recrear la sensación que uno tiene dentro. Podríamos haber hecho un parque de atracciones, pero hemos preferido la excelencia científica, apostando por su valor cultural y pedagógico".

Técnicas como la anamorfosis y el escáner en tres dimensiones han sido utilizadas para reproducir sus contornos, así como el trazo original de las pinturas rupestres, tras dos años y medio de laboriosa construcción y unos 55 millones de euros invertidos. "Esperamos unos 350.000 visitantes al año", señala Terrasse, que espera que la inauguración de la reproducción sitúe a la región de la Ardèche en el mapa del turismo cultural.

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