Alfred Percival Maudslay: de la bronquitis a las pirámides mayas

Foto: Alfred Percival Maudslay en Chichen Itzá, 1889

Fuente: EL Correo.com | Julio Arrieta | 28 de marzo de 2014

Alfred Percival Maudslay no llegó a Guatemala para descubrir ciudades perdidas, sino para visitarlas por placer y para huir del invierno inglés. Sin embargo, acabó convertido en un pionero de la arqueología maya, famoso por sus registros fotográficos y la meticulosidad de sus reproducciones a molde de esculturas e inscripciones. Como afirman los célebres arqueólogos Colin Renfrew y Paul G. Bahn, "Maudslay sentó las auténticas bases científicas de la arqueología maya".

Los historiadores y arqueólogos especializados en Centroamérica "deben estar contentos porque Maudslay no escogió la carrera en el Servicio Colonial ni optó por las investigaciones arqueológicas en Sri Lanka... porque, de haber ocurrido cualquiera de estas dos cosas, no solo el estudio de Centroamérica habría sufrido un serio retraso cuando estaba en sus inicios, sino que además el registro de inscripciones mayas del que disponemos hoy, más de un siglo después, sería mucho más incompleto", escribe el especialista británico en escritura maya Ian Graham, autor de la biografía 'Alfred Maudslay and the Maya'.

Un perfil básico del personaje, como el que por ejemplo presenta Brian Fagan en 'Archaeologists: Explorers of the Human Past', puede ofrecer una imagen distorsionada del personaje. Detalla Fagan que Alfred Percival Maudslay (1850-1931) fue un arqueólogo educado en Cambridge cuya imaginación se vio inspirada por los descubrimientos mayas de John Lloyd Stephens. Viajó repetidamente a Guatemala entre 1881 y 1894, registrando y fotografiando inscripciones y edificios con una precisión rara vez superada hasta la era electrónica actual. Todo esto es cierto, pero en realidad el interés científico de Maudslay por el pasado precolombino de América fue algo tardío e imprevisto.

Maudslay se formó en Cambridge, pero su primer interés fue trabajar para el Servicio Colonial. Pertenecía a una familia adinerada, propietaria de la firma Maudslay, Sons & Field, que debía su fortuna a la fabricación de motores para barcos y cuyo principal cliente era el Almirantazgo. Nacido en Londres el 18 de marzo de 1850, Alfred creció en un entorno acomodado. No fue un buen estudiante y él mismo contaba que cuando lo enviaron a Harrow School, a los trece años, "en el examen de ingreso me colocaron en el penúltimo sitio de la escuela pues, por extraño que parezca, se halló un chico más ignorante que yo". En todo caso, se esforzó lo suficiente para ingresar en Trinity Hall (Cambridge), donde estudió Ciencias Naturales de 1868 a 1872, un amplio campo al que sabía que no iba a dedicarse profesionalmente. A pesar de todo, decidió ampliar su currículo estudiando Medicina, carrera que tuvo que abandonar al contraer la bronquitis. Esta enfermedad le obligó a cambiar de aires y optó por los muy cálidos de Trinidad, donde trabajó como secretario del gobernador William Cairns, al que acompañó en su siguiente destino en Queensland, Australia. De ahí pasó a Fiji y Samoa, donde sirvió como cónsul británico. Su carrera parecía encauzada cuando decidió renunciar a la diplomacia y dedicarse a ver mundo.

La gran tortuga esculpida de Quiriguá

En diciembre de 1880 embarcó en el vapor 'Bernard Hall' con destino a Guatemala vía Belize, entonces Honduras Británica, con intención de conocer las ruinas de las ciudades mayas, aunque su interés no era científico, sino turístico. Alfred ya había estado en Guatemala con su hermano Charles en 1872, pero su conocimiento del país seguía siendo básico. "El objeto principal de mi visita no era la investigación geográfica ni de antigüedades -recordaría el entonces simple viajero-, sino el deseo de pasar el invierno en un clima cálido. Anteriormente no había hecho estudio alguno de arqueología americana, pero había despertado mi interés la lectura del relato que hizo Stephens de sus viajes, y salí hacia Guateamala con la esperanza de llegar a algunas de las ruinas que tan admirablemente él había descrito" (citado por Bruce Norman en 'La arqueología romántica', editado por Destino). Maudslay se refería a los libros que recogen las expediciones de John Lloyd Stephens, ilustrados por Frederick Catherwood, 'Incidentes de viaje en América Central, Chiapas y Yucatán, Vols. 1 y 2' (1841), e 'Incidentes de viaje en Yucatán, Vols. 1 y 2' (1843), que animaron a una generación de exploradores y buscadores de ciudades perdidas, sobre todo gracias a las evocadoras y detalladísimas ilustraciones de Catherwood, la mejor fuente para conocer el arte maya hasta la llegada de la fotografía.

Fotógrafos exploradores

Al principio, Maudslay no pretendía ser mucho más que un aventurero. Pero llevaba una cámara fotográfica con la que quería fotografíar las ruinas y eso le convirtió, casi sin querer, en parte de un nuevao grupo de investigadores del mundo maya: los fotógrafos exploradores, los que optaban por aquella nueva técnica que garantizaba, en teoría, la reproducción más fiel de la realidad. En su segundo viaje con Stephens, Catherwood había llevado una cámara de daguerrotipo, pero apenas la usó para realizar algunas tomas de las ruinas de Uxmal, y la utilizó para obtener imágenes de las personas que le llamaban la atención por su exotismo o para halagar a sus anfitriones haciéndoles retratos. El primer fotógrafo de las ruinas mayas fue el arqueólogo francés Désiré Charnay (1828-1915), que publicó su primer libro ilustrado en 1863 y acabaría topándose con Maudslay.

El viajero inglés llegó en enero de 1881 a las ruinas de Quiriguá (Izabal, Guatemala) como un turista y salió de ellas como un arqueólogo. Solo estuvo tres días allí, pero la impresión le marcaría de por vida. "Por encima de nosotros y en todo nuestro alrededor existía una espesa jungla tropical; la maleza era tan densa que tuvimos dificultades para hallar algún monumento, incluso cuando los teníamos delante", escribió. Le llamaron la atención los monolitos y los grandes animales tallados en piedra, cubiertos de glifos que "ciertamente no ofrecen la idea de que se trate de escrituras, pero su orden y su disposición son de tal manera que difícilmente se los puede considerar un adorno puramente caprichoso, y creo que deben tener algún significado simbólico". Todo estaba cubierto por la vegetación. "La maleza era tan densa que, aunque habíamos acampado alrededor de la base de uno de los monumentos que estaban en posición vertical, solo al tercer día me percaté de otro monumento que estaba recostado a unos poco metros de mi hamaca, enterrado bajo el tronco caído de un alto árbol". Regresaría en otras tres ocasiones -la última en 1894-, durante las que despejaría las ruinas de vegetación, las fotografiaría y abriría pequeñas excavaciones.

La pirámide I del complejo de Tikal, a medio desbrozar

Cuando se dirigió a Tikal (El Petén, Guatemala), Maudslay ya había dejado de ser un turista aventurero. Sin embargo, su relato del viaje es propio del periodo romántico de la arqueología y está plagado de anécdotas. No faltan las descripciones de animales e insectos más o menos temibles y las anécdotas 'etnográficas'. Una noche, la expedición no pudo alojarse en el 'rancho público', una cabaña habilitada por el gobierno como refugio para viajeros: alguien había dejado el cadáver de un indio dentro. "Nos albergamos en casa del alcalde. Después de anochecer, los amigos del indio muerto se reunieron, la música empezó y bailaron y festejaron hasta la mañana siguiente". La comida era de supervivencia: "Sigo una dieta de harina de maíz y huevos crudos, pero no me siento mucho mejor". La descripción del agua que consumía el grupo por lo menos tiene cierto tono de humor: estaba "llena de renacuajos y de insectos innumerables. La herví y dejé la porquería dentro. Probablemente me tragué los gérmenes de varias fiebres". En resumen, "diarrea todo el día".

Pero Tikal mereció la pena. Maudslay entró en la famosa ciudad maya el domingo de Pascua de 1881. Era el segundo extranjero que llegaba allí. O quizá el tercero, o puede que el cuarto, porque la lista de sus exploradores no parece estar nada clara. Parece claro que el sitio fue descubierto en 1848 por una expedición gubernamental dirigida por Modesto Méndez y Ambrosio Tut. La ciudad fue explorada después por el suizo Carl Gustav Bernouilli en 1877, pero las primeras investigaciones científicas se debieron a Maudslay, que trazó mapas y sacó fotografías de los principales edificios.

La casa Colorada en Chichén Itzá 

"Todo estaba cubierto por la jungla"

Tikal es un asentamiento enorme, cuya secuencia de ocupación abarca del 600 a.C. al 900, y cuyo núcleo cubre 16 kilómetros cuadrados en los que se concentran unos 3.000 monumentos. Pero al inglés le llamaron la atención las pirámides, cubiertas por la maleza, y se lanzó a escalar una nada más llegar a la ciudad. "Como es de suponer, todo estaba cubierto por la jungla y grandes árboles crecían en los costados empinados de la pirámide". Maulsday trepó por la construcción, una temeridad si se tiene en cuenta su inclinación, los bloques sueltos y la maleza. Una vez arriba, "entré en la casa de la parte superior y vi a lo lejos, a unos cuatrocientos o quinientos metros, otras dos pirámides aún más altas que aquella en la que estaba". Maudslay se mostró prudente sobre el sentido que tenían aquellos edificios: "No hay ni rastro de ídolo ni objeto de adoración alguno en esos edificios, pero no me cabe la menor duda de que son templos como los que mencionan los conquistadores españoles".

Maudslay aparece arriba, en la torre, en esta foto de Chichén Itzá

Tras fotografiar la ciudad, despejada parcialmente de vegetación por sus hombres, Maudslay dejó Tikal el 23 de abril de 1881 y regresó a Inglaterra. Volvió a Guatemala en diciembre de ese mismo año. Pasó una semana en Tikal y cinco días en Quiriguá. En marzo de 1882 emprendió una de sus expediciones más importantes. Edwin Rockstroh, del Colegio Nacional de Guatemala, le había hablado de una ciudad perdida que había explorado en la orilla izquierda del río Usumacinta, en el interior de la jungla. Maudslay se lanzó en su busca con una cuadrilla de mozos, un guía y dos canoas, río abajo en un curso plagado de caimanes y animado por muchos rápidos peligrosos. No sabía que había otro arqueólogo-fotógrafo en camino.

En efecto, Désiré Charnay estaba buscando la misma ciudad. Había oído rumores sobre ella y estaba convencido de que ningún explorador había puesto pie en ella. Quería ser su descubridor y llevaba 15 días atravesando penosamente la selva cuando Maudslay llegó hasta las ruinas mayas, que se mostraban entre la selva como una serie de plataformas comunicadas por escaleras. "La vista desde el río, en los viejos tiempos -escribió-, de las terrazas blancas y las casas de colores brillantes con sus hileras de figuras esculpidas, debía de haber sido a la vez pintoresca e imponente". Mientras el inglés empezaba a trabajar en las construcciones de la que hoy es conocida como Yaxchilán (Chiapas, México), Charnay se enteraba a través de los nativos de que era el segundo en llegar. Su sueño de descubridor se desvaneció. A pesar de la decepción, fue cortés y envió su tarjeta de visita a Maudslay a través de un indio lacandón (es decir, un maya). Al día siguiente los dos exploradores se encontraron. El inglés se presentó al francés diciendo "Alfred Maudslay, St. James Club, Piccadilly, Londres". Charnay, en todo momento cordial, no pudo ocultar su tristeza por no ser el primero. Maudslay le tranquilizó: "Yo no soy más que un aficionado, viajando por placer; usted es un sabio, la ciudad le pertenece". Ambos trabajaron juntos, mano a mano, durante varios días en la que resultó ser una ciudad maya muy importante durante el periodo clásico, que dominó la cuenca del Usumacinta, fue aliada de Tikal y enemiga de Palenque, con la que mantuvo una guerra en 654.

Plano del centro de Tikal, realizado por Maudslay

Charnay enseñó a Maudslay la técnica de obtener moldes de los relieves con papel maché. En cuanto a la fotografía, el inglés llevaba ventaja: trabajaba con negativo de gelatina seca, una novedad. Como explican Claude Baudez y Sydney Picasso en 'Las ciudades perdidas de los mayas' (editado por Aguilar), con este sistema "las placas de vidrio se preparan previamente (no hay, pues, que manipularlas con precipitación, como con el colodio) y no hay que revelarlas inmediatamente después de la exposición. Este gran progreso aligera el equipaje de los fotógrafos exploradores y les ahorra muchos disgustos". Las fotografías de Maudslay siguen siendo una buena información para los especialistas todavía hoy, pero su mayor contribución son sus moldes. El explorador inglés desarrolló a la perfección la técnica del moldeado, hasta el punto de que sus reproducciones se hicieron famosas por su fidelidad y hoy en día todavía son válidas para leer inscripciones que han desaparecido por la erosión o el pillaje. El trabajo de Maudslay en Yaxchilán fue importante, pero también tiene puntos oscuros: en 1883 ordenó que se retiraran cinco dinteles labrados de tres edificios, que fueron enviados al Museo Británico.

Preguntas sin respuesta

Maudslay no conoció el desciframiento de la escritura maya, pero sí llegó a definir algunas de sus características: "Uno de los puntos más interesantes que he podido observar es que todas las inscripciones de las que tenía razones para creer que eran completas -escribió- están encabezadas por lo que podría llamar una rúbrica inicial, y comienzan con la misma fórmula, generalmente de una extensión de seis cuadrados de escritura jeroglífica. El sexto cuadrado es una cara humana, generalmente de perfil, encerrada en un marco o recuadro". Como todos los estudiosos de la civilización maya, también se preocupó por su famoso colapso. ¿Por qué abandonaron los mayas sus grandes ciudades? No encontró la respuesta. "El hambre y las epidemias, la contienda civil y los ataques de los vecinos guerreros han sido propuesto como causas; todo ello puede haber contribuido al resultado"; pero, a su juicio, debía existir alguna razón fundamental que se le escapaba.

Alfred Maudslay llevó a cabo ocho expediciones a las ciudades mayas entre 1881 y 1894, acompañado en dos de ellas por su esposa, Ann Cary Morris, con la que se había casado en Roma el 31 de marzo de 1892. Además de en Quiriguá, Tikal y Yaxchilán, realizó sus principales trabajos en Copán (Honduras), Chichén Itzá (México) y Palenque (México). Su obra cumbre, 'Biologia Centrali-Americana: Contributions to the Knowledge of the Fauna and Flora of Mexico and Central America', abarca ocho volúmenes. Cuatro de ellos, dedicados a la arqueología, son una valiosa obra de consulta. En cuanto a sus famosos moldes, la colección del Museo Británico que lleva su nombre incluye 400 ejemplares.

Templo de las inscripciones de Palenque, fotografiado en la expedición de 1890

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