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Poco tiempo después de publicar el hallazgo en la sierra de Atapuerca del resto humano fósil más antiguo de Europa los medios de comunicación preguntaban con insistencia sobre cuál sería el siguiente reto del Equipo Investigador. Mi colega Eudald Carbonell respondía enseguida que el objetivo era encontrar restos humanos de la población Neandertal del Pleistoceno Superior (o Pleistoceno Tardío, como se llama en la actualidad). Confieso mi escepticismo sobre este deseo de Eudald, puesto que los niveles más altos (y, por tanto, más recientes) de los yacimientos de la Trinchera del Ferrocarril se datan en más de 120.000 años. En esa fecha comienza precisamente el Pleistoceno Tardío, el período geológico en el que vivieron los llamados neandertales clásicos de Europa. Por descontado, estamos convencidos de que la genealogía Neandertal hunde sus raíces en épocas mucho más antiguas. Pero los neandertales más conocidos vivieron en Eurasia hace entre unos 120.000 y 50.000 años. Enterraron a sus muertos y nos dejaron un legado cultural extraordinario.
Es posible que el deseo de Eudald Carbonell fuera solo eso: un deseo romántico. O tal vez no, porque en la sierra de Atapuerca existen docenas de yacimientos sin explorar. Además, las herramientas de los neandertales han aparecido por doquier en docenas de yacimientos al aire libre. Así que solo era cuestión de dar con un yacimiento en cueva, donde se hubieran conservado los restos óseos de algún neandertal. Finalmente decidimos excavar un yacimiento que conocíamos desde hace muchos años: Cueva Fantasma. No teníamos ni idea de su potencial, puesto que el 95% del yacimiento estaba cubierto por varias toneladas de roca del techo de la cueva que rompieron los canteros durante la década de 1950. Las canteras de la sierra de Atapuerca, que cuenta con una roca caliza de primera calidad, vieron truncadas sus expectativas económicas con la llegada del ladrillo como elemento fundamental de la construcción. La que hoy denominamos Cueva Fantasma quedó olvidada y enterrada. Hasta que llegaron unos científicos extraños y tal vez un poco locos, buscando huesos fósiles y herramientas antiguas de piedra. Así se nos calificaba hace tan solo tres décadas.
Una parte mínima del enorme yacimiento de Cueva Fantasma se dejaba ver entre la hojarasca que crecía entre las rocas del antiguo techo de la cueva. Eudald y quién escribe estas líneas visitábamos todos los años el lugar, casi como un ritual. Apartábamos las ramas de carrascas y quejigos y finalmente dábamos con nuestro objetivo. Soñábamos con el día en el que se podría excavar aquel yacimiento. Era como una peregrinación en busca de un tesoro perdido. Hasta que un buen día descubrimos que no éramos los únicos visitantes de Cueva Fantasma. Alguien más había encontrado la cavidad y había realizado una excavación clandestina. Avisadas las autoridades de Cultura de la Junta de Castilla y León, la zona se cerró y el encanto de nuestro secreto mejor escondido desapareció por la ambición de los cazadores de tesoros arqueológicos.
Cuando los yacimientos de la Trinchera del Ferrocarril y de la Cueva Mayor estaban dando lo mejor de sus entrañas y la situación económica lo permitió, convencí a Eudald de la posibilidad de hacer nuestro sueño realidad: ¿por qué no explorábamos Cueva Fantasma? Así lo hicimos. Y pronto supimos que las rocas que pisábamos se correspondían con las del techo de la que un día fue una gran cavidad del karst de Atapuerca. Tras dos años de retirada de rocas apareció ante nuestros ojos el yacimiento más grande de la sierra. Y antes de que las labores de limpieza terminaran, el arqueólogo Pep Vallverdú encontró un parietal humano en un alarde de vista. Allí estaba, asomando en el nivel arqueológico más alto de la secuencia estratigráfica de Cueva Fantasma. Se habría perdido para siempre, si no es por la profesionalidad de nuestro compañero, encargado de vigilar las labores de limpieza.
Este año han comenzado las labores de cubrimiento y protección de Cueva Fantasma, que terminarán durante el mes de septiembre. Pero ya estamos realizando estudios geológicos preliminares de la secuencia estratigráfica y un sondeo arqueológico de un par de metros cuadrados. Los restos más recientes (y el propio parietal humano) apuntan a una época reciente, casi con seguridad del Pleistoceno Tardío. A primera vista, la morfología del parietal se corresponde con la de un neandertal clásico, cumpliendo así las predicciones y los deseos de Eudald. En efecto, el tesoro que buscábamos hace años estaba allí, esperando bajo toneladas de roca. Ahora, el yacimiento será explorado y estudiado por los científicos de la siguiente generación, a quienes legaremos el sueño de excavar uno de los yacimientos con más futuro de la sierra de Atapuerca.
Fuente: quo.es | 12 de julio de 2018
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