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El origen de las poblaciones pleistocenas del género Homo en el norte de África fue durante mucho tiempo un enigma. Hasta no hace muchos años se consideraba que los homininos más antiguos de esta región se habían instalado a finales del Pleistoceno Inferior. El yacimiento de Tighennif (antes Ternifine), en Argelia, parecía ser el más antiguo del Norte de África, con una cronología aproximada de 700.000 años y tecnología achelense. No obstante, la investigaciones dirigidas por Mohamed Sahnouni han puesto en valor yacimientos mucho más antiguos, como Ain Hanech y El Kherba, también en Argelia, que no tienen fósiles humanos, pero sí un registro muy rico de fauna y utensilios del Modo 1 (olduvayense). Estos dos yacimientos se acercan a los dos millones de años de antigüedad. Uno de los problemas planteados por los investigadores es el origen y la interpretación de los hallazgos en estos yacimientos, que no cuadran en absoluto con un clima tan hostil como el actual.
Si pensamos en esta región con la perspectiva del clima de hoy en día, tendríamos que postular una colonización del norte de África mediante una migración prácticamente inviable de los homininos, bordeando la costa del sur del Mediterráneo. El impresionante desierto del Sahara habría sido una barrera infranqueable para colonizar el norte de África desde regiones como las que ocupan los actuales estados de Egipto, Libia y Túnez. De haberlo conseguido, los homininos habrían permanecido aislados durante miles de años en una franja muy estrecha, donde los recursos son muy justos.
Pero éstos y otros muchos yacimientos más recientes del norte de África del Pleistoceno Medio y Superior cuentan con una fauna fósil de animales, insólita para el clima actual. Tiene que haber alguna otra explicación. Y la hay, por supuesto. Ya sabemos que el clima ha variado de manera muy notable en los últimos millones de años y existe un registro cada vez más detallado de esos cambios, gracias a los sondeos que se realizan en diversos puntos del Mediterráneo. Esos sondeos, muy bien datados, detectan alternancia de climas muy secos, como el actual, con otros de mucha humedad no tan solo en la franja de la ribera norte del Mediterráneo, sino en todo el norte de África.
Este mapa está tomado de un trabajo publicado en 2013 en la revista PLOS ONE por Juan Carlos Larraosaña, Andrews P. Roberts y Eelo Rohling.
Es fácil darse cuenta de la estrechez de la franja norte, donde apenas caen unos 50 litros por metro cuadrado durante todo el año, así como la necesidad de acceder a esta región cruzando una región desértica de miles de kilómetros. Nos atrevemos a pensar que esta aventura era imposible para nuestros ancestros del Pleistoceno. Sin embargo, las investigaciones de Larraosaña y sus colegas han detectado hasta 230 episodios de reverdecimiento del Sahara en los últimos ocho millones de años.
El segundo mapa correspondería bien al clima de finales del Pleistoceno Medio, hace unos 120.000 años, o a los inicios del Holoceno, hace unos 11.000 años.
Podría valer cualquier otro momento, pero los autores han puesto estos ejemplos, que tienen un gran interés para el curso de la evolución humana. El primero de ellos correspondería a la primera expansión de Homo sapiens fuera de África. Esa expansión habría sido imposible sin el reverdecimiento del norte del continente.
Durante estos períodos, la precipitación anual en la franja sur del Mediterráneo se duplicaba. Una parte muy extensa del Sahara recibía agua de lluvia suficiente como para transformarse en una sabana perfectamente habitable por multitud de especies vegetales y animales incluyendo, por supuesto, a los homininos. El actual desierto del Sahara se llenaba de grandes lagos, conectados por una densa red fluvial. Los monzones africanos (época de grandes lluvias) afectan hoy en día a regiones del centro-oeste de África. Durante los 230 episodios inferidos por Larraosaña y sus colegas las lluvias monzónicas ampliaban su influencia a todo el norte de África, dejando precipitaciones suficientes para transformar el continente en un lugar lleno de vida. Los cambios eran súbitos desde la perspectiva del tiempo geológico, puesto que se producían en períodos de entre 2.000 y 8.000 años. Pero también desaparecían en tiempos muy cortos.
Con estos datos se deduce que siempre existieron “ventanas temporales” para unir el este de África con el resto del continente, que explicarían hallazgos tan interesantes como el cráneo de Sahelanthropus tchadensis (6,0-7,0 millones de años, izquierda) en el actual desierto de Djurab, en el Chad, y de la mandíbula de Australopithecus bahrelghazali (3,6 millones de años), también en el Chad.
Los hallazgos del género Homo en el norte de África testimonian también esa conexión, pero asimismo dan cuenta de los largos períodos de aislamiento de las poblaciones del norte de África cuando las lluvias monzónicas se desplazaban nuevamente hacia el sur. De hecho, llama mucho la atención el aspecto tan extraño de muchos de los fósiles humanos hallados en esta región, como las conocidas mandíbulas del yacimiento de Tighennif.
Fuente: quo.es | 8 de febrero de 2017
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