Fuente: quo.es | 5 de julio de 2016

La cueva del Mirador, situada en la ladera sur de la sierra de Atapuerca, pudo ser uno de los mayores santuarios para los humanos del Pleistoceno Superior de esta región de la península Ibérica. El techo de la entrada de la cueva se derrumbó en un momento no bien conocido, quizá cuando finalizó la última fase glacial y llegó la bonanza del Holoceno. Un conglomerado de caliza de enormes dimensiones tapa una parte de la actual entrada, como testigo mudo de aquel acontecimiento. Pero antes de ese momento, la entrada de la cueva podría verse a muchos kilómetros de distancia. Seguramente un atractivo para los habitantes del valle del río Arlanzón. Poco a poco, el suelo de la cueva se fue rellenado de sedimentos depositados durante el Holoceno. Una parte de esos sedimentos se formó gracias a la estabulación de animales. La entrada de la cueva fue un abrigo perfecto para los animales ya domesticados, al mismo tiempo que sirvió de santuario para enterrar a los muertos.

La retirada de los sedimentos en la pared del fondo de la cueva ha llevado a localizar, por el momento, dos cementerios de los primeros agricultores y ganaderos de la meseta. Los esqueletos se iban desarticulando y apilando de manera ordenada, para dejar espacio a los nuevos difuntos. A medida que la excavación de las cámaras va progresando, los investigadores se encuentran con nuevos esqueletos. La información sobre su ADN está siendo una de las referencias para conocer la dinámica de las poblaciones que llegaron a Europa desde el Creciente Fértil aportando la cultura neolítica.

Excavación de una de las dos cámaras de la cueva del Mirador. Foto realizada por el autor.

Pero las excavaciones en la cueva del Mirador siguen su curso. Poco a poco los excavadores van dejando atrás tiempos más recientes y se adentran en épocas más remotas. Es posible que se topen con el suelo de la cueva y todo termine. Pero esta posibilidad no se contempla. La entrada actual de la cueva del Mirador parece ser solo la ventana de una cavidad muy profunda, cuya génesis puede estar relacionada con una de las muchas surgencias de las profundidades de la sierra de Atapuerca. Puede ser que los humanos del Pleistoceno Superior no tuvieran posibilidad de conocer sus entrañas, pero esa posibilidad solo puede ser descartada con la perseverancia de las excavaciones ¿Y si esa constancia nos lleva hacia el interior de galerías una vez utilizadas por los primeros representantes de nuestra especie o por los neandertales? ¿Qué podemos encontrar? ¿Quizá grabados y pinturas en las paredes?, ¿tal vez algún enterramiento de aquella época? Todo es posible y nuestra curiosidad por lo desconocido no tiene límites.

Aspecto de la cueva del Mirador en 2000, cuando comenzaron se realizó el primer sondeo arqueológico. Una gran roca tapona parcialmente la entrada actual de la cueva. Foto Javier Trueba.

El frio de las glaciaciones pudo ser extremo en la Meseta. Sus 1.000 metros de altitud sobre el nivel del mar pudieron hacer de estas tierra un lugar inhóspito. Sin embargo, la cultura de los humanos del Pleistoceno Superior (neandertales y humanos modernos) ya estaba suficientemente desarrollada como para afrontar la duras condiciones climáticas. Los neandertales dejaron una huella muy marcada en toda la península Ibérica y sus restos ya se han encontrado en la provincia de Burgos (cueva de Valdegoba). Así que las posibilidades de localizar a los primeros Homo sapiens en alguna de la cuevas de la sierra de Atapuerca no es una quimera. Con perseverancia aparecerán las evidencias de su paso por Atapuerca.

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