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A estas y otras preguntas podría responder una reciente investigación que sostiene que la clave de todo fue un paso de gigante en lo que se refiere al uso del fuego por parte del hombre prehistórico, quien empezó aquí a utilizar cera de abeja como combustible de las primitivas lámparas de la época. Así lo afirma un estudio científico de Pedro Cantalejo y María del Mar Espejo, miembros de la Red de Patrimonio Guadalteba, que presentó recientemente estas conclusiones en el prestigioso Ciclo de Conferencias de la Sociedad Prehistórica de Cantabria que se celebra anualmente en aquella comunidad autónoma.
Para reforzar la teoría, los investigadores realizaron pruebas de campo con las que demostraron que las lámparas con cera de abeja aseguraban una iluminación mucho más eficaz y duradera que las antorchas que se valían de grasa animal, la sustancia que los estudios anteriores señalaban como el combustible más probable. «Teníamos interés en conocer cómo se hicieron las necesarias exploraciones para realizar o visitar este arte en el interior oscuro de las grandes cuevas, porque su situación, en zonas de difícil progresión, necesitaba de una iluminación segura. Cuando probábamos con lámparas de grasa no funcionaban y nos ponían en peligro porque se apagaban al más mínimo desnivel del recipiente», explica Pedro Cantalejo.
Por el contrario, el trabajo de la Red de Patrimonio Guadalteba subraya las cualidades de la cera, que se sacaba apretando las colmenillas y colocándola sobre una roca en forma de cuenco o sobre conchas marinas, ya que se cree que este mismo método se empleó en la cueva del Cantal de Rincón de la Victoria, más cercana a la costa.
Respecto a la mecha, se ha comprobado la eficiencia de las liadas con pelo de animal (lana) y fibra vegetal (musgo, ramitas de enebros u hojas de matagallo). El estudio es tan detallado que hasta se ha comprobado la duración del fuego con este tipo de ingenio. En concreto, una cantidad aproximada de 20 gramos (equivalente a un panal de 10 por 10 centímetros) con una mecha de siete centímetros impregnada en la misma cera dura una hora aproximadamente. Además, la recarga tanto de cera como de mecha podía realizarse sin complicaciones.
Este hallazgo viene así a reforzar la teoría de que fue en la Cueva de Ardales donde se realizó el primer arte rupestre del sur de la Península Ibérica, coincidiendo con la llegada a estos lares de los primeros homo sapiens, quienes, a diferencia del hombre de neandertal, osaron alcanzar las grutas más oscuras gracias a este tipo de combustible.
No en vano, esta cueva, también conocida como la de Trinidad Grund (quien financió en su día su acondicionamiento para su uso turístico) es la única que data del Paleolítico del conjunto de las nueve cavidades de Andalucía incluidas dentro del Itinerario Cultural Europeo Caminos de Arte Rupestre Prehistórico, que agrupa a yacimientos de siete países.
Este último trabajo se encuadra pues dentro de un ambicioso programa que ha dejado atrás el enfoque de la cueva únicamente como atractivo turístico en favor del estudio científico, aunque todavía se pueden hacer visitas previa cita con el Centro de Interpretación de la Prehistoria de Ardales.
Entre los motivos artísticos más llamativos de sus paredes destacan las huellas de manos, marcas de exploradores y los dibujos de animales y mujeres.
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