Fuente: diariodeavila.es |CSIC | 24 de julio de 2013

Un estudio liderado por investigadores del Consejo Superior de Investigaciones  Científicas (CSIC) asegura que los usos medicinales de los escarabajos conocidos popularmente como aceiteras (coleópteros del género Berberomeloe) permitieron su integración en la cultura de los primeros pobladores de la Península Ibérica.

El trabajo, que aparece publicado en la revista Journal of Ethnopharmacology, demuestra que estos insectos ya formaban parte del paisaje mucho antes de la llegada del hombre moderno.

Este coleóptero, uno de los más grandes de Europa, es reconocible por su abdomen alargado de color negro atravesado por bandas anaranjadas o rojas. Presenta en sus tejidos cantaridina, un compuesto orgánico muy tóxico que es expelido ante cualquier amenaza. Históricamente, esta sustancia se ha empleado en medicina y veterinaria en el tratamiento de afecciones de la piel, pero también como afrodisiáco e, incluso, como un potente veneno.

“Nuestro estudio demuestra que el uso de estos insectos con fines medicinales en humanos y en el ganado se ha venido realizando en la Península a lo largo de toda la historia. El trabajo tiene una relevancia especial, ya que realizamos una aproximación novedosa al combinar metodologías procedentes de disciplinas tan dispares como la sistemática molecular y la etnología”, explica el investigador del CSIC, en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, Mario García París (izquierda).


Matahombres, cura y carraleja, son algunos de los nombres vernáculos de este insecto en la actualidad, de acuerdo con la recopilación realizada por los investigadores tras recorrer varios pueblos del centro y el sur de la Península preguntando a sus habitantes por el insecto. El trabajo también interpreta dichos populares de cariz religioso. En muchos pueblos, haciendo un juego de palabras con cura, recuerdan pronunciar esta frase cuando aparecía uno: “Cura, curato, si no me das misa, te mato”.

“La investigación tiene implicaciones desde un punto de vista etnológico, pero también biológico. El reconocimiento de la relevancia de este grupo de insectos en el desarrollo cultural de los pueblos nativos pone de manifiesto la existencia de un conocimiento de la naturaleza mucho más profundo de lo que habitualmente se considera. Este legado, parte del patrimonio cultural europeo, está desapareciendo demasiado rápido, en paralelo a la pérdida de las técnicas agrícolas tradicionales”, señala García París.

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