Fallece Juan Ignacio Ruiz de la Peña, catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Oviedo

Juan Ignacio Ruiz de la Peña, en su domicilio de Oviedo, con un ejemplar de LA NUEVA ESPAÑA, en una imagen tomada en 2011.

 

Fuente: LNE.es | 11 de mayo de 2016

El catedrático de Historia Medieval Juan Ignacio Ruiz de la Peña Solar, asturiano a fuer de carbayón, hizo ciudad y país como pocos en el último siglo, con dos virtudes capitales y en su caso acusadísimas: inteligencia y pasión. Y ejerció desde una patria sublime y al tiempo humana, demasiado humana, como lo es la Universidad de Valdés Salas y de Leopoldo Alas que, a veces madrastra, no le concedió el honor de ser catedrático emérito.

Liberal por convicción y práctica, católico de familia y creencias, sabio por esfuerzo y saga, progresista de resultas de la conciencia y los conocimientos y paisano a cuenta de su bonhomía y sentido común, Ruiz de la Peña, fallecido ayer a los 75 años tras una larga enfermedad respiratoria, fue discípulo y maestro de forma simultánea a lo largo de toda su vida, que resultó corta quizá porque, estoico, nunca cuidó la salud lo suficiente.

Los Ruiz de la Peña llegaron a Asturias desde Burgos a partir de don Ignacio, canónigo organista de la Catedral. Una doble condición que aparece a lo largo y ancho de la extensa familia y de la biografía personal del profesor recién fallecido. Músicos de gran nivel artístico y creyentes con sólidos fundamentos doctrinales.

Estudió con doña Ramonina, en una escuela que estaba al inicio de la cuesta de la Vega, y después hizo el ingreso de Bachillerato en 1951 en el colegio Hispania -un centro privado que no dependía de una orden religiosa-, en la entonces calle del Matadero, según la denominación popular, ahora marqués de Gastañaga. Cursó Derecho en la Facultad de la calle San Francisco, logró el premio extraordinario de Licenciatura, se doctoró en 1967 también con las máximas calificaciones -dio clases de Historia del Derecho durante tres años-, y con esa formación -estudió después Filosofía y Letras- se convirtió en un gran medievalista, una verdadera referencia nacional, de la mano de su maestro don Juan Uría.

Al modo anglosajón, la formación académica específica no condicionó el desarrollo posterior. Lo mismo vale para otros jóvenes condiscípulos, muy destacados, de su misma generación, como Vidal Peña, que también hizo Derecho y después siguió por el mundo de la filosofía con Gustavo Bueno o Juan Cueto, igualmente jurista y con el tiempo periodista y comunicólogo.

Todo dependía de los maestros y de planteamientos abiertos tanto en las instituciones como en la sociedad. La formación de Ruiz de la Peña al lado de Uría fue plena, al modo universitario tradicional, hasta tal punto que calificar su relación de paterno filial no sería exagerado. Vivían en Valentín Masip, en el mismo edificio. Don Juan se proyectó en un amplísimo abanico de inquietudes, materias y temas, y ahí aprendió Ruiz de la Peña que la historia es infinita sin por eso despreciar las especializaciones.

La música siempre estuvo presente en el hogar de los Ruiz de la Peña, en un edificio racionalista que hacía esquina entre Gascona y Víctor Chávarri. Don Luis, su padre, era un destacado músico, compositor y profesor, de rectos valores y fuerte carácter que heredaron sus hijos. El mayor, Juan Luis, sacerdote, pudo desarrollar una brillante carrera como organista pero la hizo, muy destacada, como teólogo. El pequeño, Álvaro, también profesor en la Facultad de Letras, tuvo también la suerte de contar con un gran maestro, el rector y jovellanista, José Miguel Caso. Es fundamental recordar las sagas familiares y profesorales a la hora de abordar la personalidad y la obra de Juan Ignacio Ruiz de la Peña.

El grupo de Uría se reunía en la tertulia de Casa Noriega, en los bajos del palacio de Valdecarzana, en la plaza de la Catedral. Allí nació un movimiento de protesta frente al derribo del convento de Santa Clara, ahora Delegación de Hacienda. No era una pugna más. Los grupos modernistas -la Falange lo era a su modo- querían derribar ese enclave de ecos clericales; los sectores asturianistas valoraban la historia y el arte en sí mismos, por mal que estuviese un edificio. Los modernistas vencieron, pero no convencieron. Los clarisos, así fueron motejados, mantuvieron encendida la llama del arte y de la asturianía. Tras la muerte de Ruiz de la Peña, sólo queda uno de aquel grupo ilustrado y valiente, Emilio Marcos Vallaure, durante décadas director del Museo de Bellas Artes de Asturias. Una lección de ciudadanía, nunca suficientemente reconocida, que siempre recordaron con orgullo, con el tiempo bajo la dirección de Joaquín Manzanares, cronista oficial de Asturias.

Eloy Benito Ruano, creador de la sección de Historia de la Universidad de Oviedo, fue el maestro más caracterizadamente académico de Ruiz de la Peña. Se tenían devoción mutua. Años después, ya secretario perpetuo de la Real Academia de la Historia, siguió enlazado con Oviedo a través de Ruiz de la Peña y de los vínculos realmente familiares que mantenían por encima incluso de los profesionales.

En los años ochenta fue vicerrector con el rector Alberto Marcos Vallaure. Protagonizó en ese tiempo un movimiento renovador en la Universidad de Oviedo, masificada y con graves carencias. Aquellos jóvenes profesores, idealistas y al tiempo con los pies en el suelo, respondían al perfil del propio medievalista. El alma mater crecía de forma exponencial, fue un tiempo de dificultades e ilusiones.

Las clases de Ruiz de la Peña eran intensas y redondas. La claridad de exposición del maestro respondía a una inteligencia privilegiada y a una sólida formación, ya que presentaba saberes sobre los que había investigado personalmente, no como hacían otros profesores, lamentablemente, con tendencia a hablar de oídas. En el año 2008 fue nombrado director del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA), que tanto había denostado por el veto implícito que desde esa casa siempre le habían dedicado a Uría. Quizá ese paso le distanció de alguno de sus compañeros de aventura asturianista. Y más allá de las letras le entusiasmaba el ciclismo hasta la locura.

Estudió las polas, el comercio medieval y las peregrinaciones, entre otros muchos temas. Siempre original y fiable. Detestaba a los arribistas y tenía en la punta de la lengua el término badulaque para tachar a las personas sin peso específico. Juan Ignacio Ruiz de la Peña estaba casado con Isabel González. Tenía tres hijas de las que estaba muy orgulloso: una, profesora en la misma Facultad que su padre y las otras dos, registradoras de la propiedad. Admiraba a Alfonso II el Casto.

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El maestro univeristario que dio una lección antes de morirse

Fuente: lne.es | 11 de mayo de 2016

Juan Ignacio Ruiz de la Peña Solar (Oviedo, 1941-2016), medievalista, asturianista y maestro universitario -en el sentido completo de la palabra, es decir, con numeroso discipulado-, se despidió de este mundo también como un maestro, rodeado de familia y discípulos, pues con plena conciencia de que se acercaba el final quiso recibir uno por uno a aquellos alumnos predilectos y a sus amigos, dos categorías que en su caso se mezclaban bajo el principio vital de que "la Universidad es una tradición, una transmisión en la que las personas nos ayudamos mutuamente". Tal principio lo evocaba ayer, emocionada, Pilar García Cuetos, profesora de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo.

Y por supuesto, la despedida al coronar su existencia también era una cuestión familiar. Su hija, Isabel Ruiz de la Peña, también profesora de Historia del Arte, resumía ayer sus dos últimas jornadas, especialmente reseñables. Desde hace aproximadamente un mes, el maestro Ruiz de la Peña se hallaba hospitalizado al haber arrecido su insuficiencia respiratoria crónica, pero fue "al ingresar en la UCI, en la que estuvo 48 horas, cuando con total lucidez fue recibiendo a muchos amigos y discípulos de diferentes edades; quiso que pasasen por allí y lo fueron haciendo en las horas permitidas", relata Isabel Ruiz de la Peña. Juan Ignacio Ruiz de la Peña expiró a la una y media de la tarde de ayer.

Además de los sentimientos como hija -junto a su madre, María Isabel González García y a sus hermanas, Teresa y María-, Isabel Ruiz de la Peña quiso también dejar constancia de que "como profesional, a sus discípulos nos transmitió honestidad, amor por Asturias y por su historia, y una gran independencia de cualquier tipo de condicionantes ajenos a la Academia".

Un perfil similar lo ofreció ayer su cercano amigo Miguel Ángel de Blas, catedrático de Prehistoria: "Como persona era de fiar, afectuoso, divertido, siempre fiel...; muy amante de su tierra y de las tradiciones culturales y uno de los personajes más notables de la intelectualidad asturiana de los últimos lustros".

En cuanto a las despedidas de esas últimas 48 horas, Pilar García Cuetos evoca que "estaba muy tranquilo, y con mucho valor; a veces tenía dificultades para hablar y le decíamos que descansase". Sin embargo, "nos fue dando sus últimas lecciones y consejos; fue maestro hasta el final y estuvo agradeciéndonos a nosotros que hubiéramos sido sus discípulos".

García Cuetos destaca en Ruiz de la Peña "su generosidad, porque a un maestro le define que disfrute con los logros de sus discípulos". La profesora también quiso dejar constancia de un vacío anterior: "Me duele que la Universidad no le reconociera como catedrático emérito, porque él había dedicado generosamente todo su tiempo a ella y sus numerosas publicaciones habían dado prestigio a Oviedo".

Otro medievalista de la Universidad de Oviedo, el catedrático Javier Fernández Conde, destacaba elementos de la obra de Ruiz de la Peña: "Es uno de los máximos especialistas en historia urbana medieval y dentro de esa línea su libro sobre las pueblas es un estudio definitivo sobre el poblamiento bajomedieval asturiano". Los mismo cabe decir "de su tesis sobre la historia del Oviedo del siglo XIII y su urbanismo".

Y en el apartado de la monarquía asturiana "sus trabajos son punto de partida ineludible, aunque otro investigadores hayamos recorrido otros caminos, pero nunca para contradecirle".

Fernández Conde también alega que "como profesor universitario e investigador no he escuchado más que alabanzas sobre su persona".

En el plano institucional, la alcaldesa de Avilés, Mariví Monteserín, comunicó en nota de prensa el "dolor por la pérdida de nuestro medievalista", ya que "Ruiz de la Peña ha sido uno de los investigadores que ha contribuido de forma más evidente al conocimiento del pasado medieval de Avilés".

Por su parte, el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo, Roberto Sánchez Ramos, "Rivi" (IU), manifestó su "reconocimiento a este maestro de medievalistas", y al mismo tiempo anunció que "el simposio internacional del mes de julio en Oviedo sobre el Camino de Santiago hará un reconocimiento explícito a su legado".

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