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Petroglifos y la montaña del Azufre desde Malpaíses.
Fuente: elapuron.com | Miguel A. Martín| 22 de julio de 2013
El azar no determina la presencia de símbolos sagrados en un lugar; todo lo contrario, son espacios pensados para representar una ideología que se repite por indicación de señales hacia los objetos estimados de culto. Después de reconocer cuidadosamente los fenómenos de la naturaleza y los movimientos de los cuerpos celestes, aplicaron la medición en sus observaciones. Esto es un distintivo universal, siendo Malpaíses un claro ejemplo. El paisaje condicionó la existencia de los grabados rupestres.
En agosto de 2009, la Asociación Iruene La Palma hizo uno de los mejores descubrimientos para el conocimiento del pensamiento antiguo. Localizó una inédita estación rupestre de petroglifos, canales y cazoletas muy particular al presentar una orientación sur, lejos de lo que estábamos acostumbrados. En las siguientes visitas que realizamos al yacimiento, nos dimos cuenta de la vinculación con La Montaña del Azufre, aunque también sospechamos que debía ocurrir algo más determinante. El resultado del trabajo fue publicado en Iruene nº 2 (2011).
La estación de arte rupestre de Malpaíses se localiza a 297 metros sobre el nivel del mar, en la cara septentrional de un promontorio rocoso áspero entre pequeñas barranqueras y bancales de antiguos campos de cultivo. La máxima altura es de unos 5 metros en la cara Norte, mientras que la ladera sur -donde se encuentran los grabados rupestres- cae suavemente en el desnivel. La vista es espectacular sobre la costa de Villa de Mazo, entre la montaña de La Cucaracha y la montaña del Azufre. Por el oeste se puede apreciar la montaña de Tirimaga y las altas cumbres del Nambroque. La vegetación predominante es la tabaiba, malva de risco, espino, tomillo, tuneras...
Los grabados rupestres fueron ejecutados mediante la técnica de picado. Se concentran en una superficie de 50 m2 y destacan por su mimetización con la roca, lo cual es un pequeño inconveniente para distinguirlos correctamente. Cuando prestamos atención al yacimiento por la noche, con luz artificial blanca rasante, adivinamos algunos glifos invisibles por el día. En cada visita descubríamos nuevos trazos. Es la estación rupestre más espectacular de La Palma en este tipo de soporte de lavas escabrosas.
Original petroglifo en Malpaíses (Villa de Mazo)
Algunos de los datos estadísticos más significativos son: la existencia de una veintena de paneles con más de treinta motivos geométricos, predominando los meandriformes, los circuliformes y los espiraliformes. Se disponen tanto aislados como en grupos, presentan tamaños variados, algunos muy pequeños. Muchos de ellos se adaptan a las formas del soporte resultando motivos extraordinarios.
Sobresale también la representación de un grupo de canales y cazoletas muy originales, únicos en la Isla, dispersos por el conjunto. Una de las cazoletas está retocada con un surco circular que la rodea. Sobre una plancha de malpaís muy rugosa se pueden apreciar huellas de algunos canales y una pequeña cazoleta de 5 x 5 cm de ancho y profundidad respectivamente. Dos metros más arriba, en la cima del dique se percibe un entramado de canales de diferentes anchuras y profundidades de surco sobre una plancha rocosa de 2 m. En el extremo Este se encuentra otra cazoleta pequeña de 5 x 4 cm. La cazoleta más grande mide 8 x 10 cm.
No hay interpretación sin motivación ni contexto. En Malpaíses descubrimos una estrategia, una construcción mental diferenciada. Por ello, tuvimos que interpretar el contexto a partir de los símbolos. El saber inconsciente estaba implícito en las rocas marcadas. Aquí los grabados rupestres representan un conocimiento que se hizo memoria, remontan una acción, en movimiento, plasmada en el espacio proyectado.
¿Qué secretos encierra Malpaíses? La solución al enigma nos la daban las orientaciones de los petroglifos. La inmensa mayoría se dirigían hacia la Montaña del Azufre, referencia terrenal que se eleva por encima de un impresionante acantilado costero en el municipio de Villa de Mazo. Se trata de un antiguo volcán que alcanza una máxima altura de 275 metros, presenta una boca principal y, al menos, dos secundarias más pequeñas hacia el oeste. Destaca por su colorido: piedras amarillas, rojas, anaranjadas, grises, negras... Son frecuentes los trozos cerámicos de diferentes fases, de los pocos lugares donde se han encontrado vestigios de la fase I, coincidiendo con la llegada de los primeros pobladores. También se descubren restos líticos y malacológicos. No es de extrañar puesto que en la base NE se encuentra un poblado troglodita importante donde algunas de las cavidades presentan una buena estratigrafía.
Foto: Ocaso de Canopo sobre el Pico Bejenao desde el dique sagrado de El Roquito de La Fortaleza
Volviendo a Malpaíses, el elevado número de petroglifos nos alertó de algo más contundente. La respuesta la encontramos por la noche, en el pedazo de cielo más cercano a la cima de la Montaña del Azufre, cuando la Madre del cielo (Canopo) y Sirio, se colocaban sobre la montaña. En la actualidad es imposible observar lo que los antiguos fijaron hace 2.000 años: la alineación perfecta de Sirio y Canopo sobre la Montaña del Azufre, con las primeras luces del amanecer los dos o tres días previos al equinoccio de otoño, una fecha bastante significativa en el calendario de los antiguos.
Asimismo, el lugar donde se origina, sobre el horizonte marino, el orto helíaco de Canopo, en su aparición crepuscular y que ocurre en los primeros días de febrero, también fue fijado con un grabado rupestre meandriforme que parte de una grieta natural en la roca y es muy irregular, mide 22 x 15 cm en el tramo más largo. Los líquenes lo han atacado presentando un mal estado de conservación.
Estos acontecimientos cósmicos nos dan la clave para suponer una cronología relativa de elaboración del sitio de Malpaíses en torno a los siglos I a.C y I d.C. Estos hechos no pasaron desapercibidos por los awara, pues los estimaron y los marcaron en la piedra. Hoy se nos están revelando valiosas nociones referentes al pensamiento y a las cosmovisiones de los canarios ancestrales.
Miguel A. Martín es profesor e historiador de la antigüedad.
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