Cráneos encontrados cerca de Templo Mayor, Ciudad de México. Henry Romero / Reuters

Una torre de cráneos humanos desenterrada recientemente bajo el corazón de Ciudad de México ha planteado nuevas preguntas sobre la cultura del sacrificio en el Imperio azteca, informa Reuters. Entre cientos de cráneos incrustados en esta estructura siniestra había muchos ejemplares de mujeres y niños.

Arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH) encontraron más de 650 cráneos cubiertos de cal y miles de fragmentos en un edificio cilíndrico cerca del sitio del Templo Mayor, uno de los principales de la capital azteca Tenochtitlán, que más tarde se convirtió en la Ciudad de México.

El Huey Tzompantli

Se cree que la torre forma parte del famoso Huey Tzompantli, descrito en las crónicas de los conquistadores. Se trata de un enorme altar compuesto de calaveras, que causó espanto en los españoles cuando, bajo el mando de Hernán Cortés, capturaron la ciudad.

De acuerdo con diversos historiadores, este tipo de construcciones, adornadas con cabezas de guerreros capturados, aparecen en distintas culturas mesoamericanas antes de la conquista española. Pero la excavación arqueológica en las entrañas de la vieja Ciudad de México que comenzó en 2015 sugiere que la imagen no estaba completa.

Sacrificios humanos

Cráneos encontrados cerca de Templo Mayor, Ciudad de México. Henry Romero / Reuters

Según explicó a la agencia el antropólogo biólogo Rodrigo Bolaños, los registros hasta la fecha indicaban que los aztecas solo sacrificaban a jóvenes guerreros a los que capturaban, por lo que los científicos no esperaban encontrar cráneos de mujeres y niños en esta torre.

"Los niños y mujeres no iban a la guerra. Está pasando algo que no está registrado y esto es muy nuevo, una primicia en el Huey Tzompantli", subrayo Bolaños.

Raúl Barrera, uno de los arqueólogos que trabaja en el sitio junto a la enorme catedral metropolitana construida sobre el Templo Mayor, apuntó que los cráneos se habrían puesto en la torre después de haber estado en exhibición pública en la estructura llamada tzompantli.

Raul Barrera, arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), habla durante una entrevista con Reuters en un sitio donde más de 650 cráneos tarta de lima y miles de fragmentos fueron encontrados en el edificio cilíndrico cerca de Templo Mayor, una de las los principales templos de la capital azteca Tenochtitlán, que más tarde se convirtió en la Ciudad de México, México 30 de junio de 2017. REUTERS / Henry Romero.

La conquista de México

Lorena Vazquez, arqueóloga del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), trabaja en un sitio donde más de 650 cráneos tarta de lima y se encontraron miles de fragmentos en el edificio cilíndrico cerca de Templo Mayor, uno de los principales templos de la capital azteca Tenochtitlán. REUTERS / Henry Romero

De aproximadamente 6 metros de diámetro, la torre se encontraba en la esquina de la capilla de Huitzilopochtli, dios azteca del sol, la guerra y el sacrificio humano. Su base aún no ha sido desenterrada.

No hay duda de que la torre era una de las estructuras con cráneos mencionadas por Andrés De Tapia, un soldado español que acompañó a Cortés en la conquista de México en 1521, insistió Barrera. En su relato de la campaña, De Tapia reveló que había contado decenas de miles de cráneos en lo que se conoció como el Huey Tzompantli.

Fuente: RT.com | 2 de julio de 2017

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Las pruebas que confirman el Holocausto azteca

Por María Elvira Roca Barea. Doctora en Filología Clásica, profesora de lengua y autora de Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (Siruela, 2016).

La primera descripción de la torre de los cráneos de Tenochtitlan la hace en 1521 Andrés de Tapia, que acompañó a Hernán Cortés y a los totonacas, tlaxcaltecas y otras tribus en el asalto a la ciudad. Luego la repetirán Bernal Díaz del Castillo y Gomara. Después será mil veces negada, y con ella, aquel sistema de sacrificios humanos de los aztecas, porque el Imperio azteca tenía que pertenecer al edén indígena que los españoles bárbaros habían destruido cuando arrasaron América. En consecuencia, estas descripciones del terror azteca no podían ser más que mentiras para justificar la conquista de México. Los propios mexicanos cuentan que su historia -y contra este disparate escribió Octavio Paz- comienza con la fundación del dios Quetzalcóatl, para verse luego interrumpida con la llegada destructiva de los españoles, y continuada por su cauce natural tras la independencia. Hace ya mucho tiempo que se sabe -si se quiere saber- que los cronistas españoles no mentían.

Pero, naturalmente, esto no era suficiente. Nunca es suficiente. Ahora tampoco lo será. El espectacular descubrimiento por varios arqueólogos de la torre de los cráneos de Tenochtitlán será olvidado y los mitos de la leyenda negra seguirán vivos porque ¿cómo vamos a explicar los problemas presentes de Hispanoamérica sin el horrible Imperio español? Todo lo que nos pasa ahora es porque fuimos entonces colonizados por los malos. ¿Y si no eran tan malos, qué hacemos? ¿Autocrítica? Jamás.

Hace pocos días, una noticia de agencia desveló que en las excavaciones arqueológicas que desde 2015 se hacen junto a la catedral metropolitana de México se ha encontrado una torre de cráneos que responde punto por punto a la descripción de los cronistas españoles. La exactitud es asombrosa. Talmente se dibuja con palabras lo que los arqueólogos han encontrado ahora: «Un osario de cabezas de hombres presos en guerra y sacrificados a cuchillo, el cual era a manera de teatro más largo que ancho, de cal y canto con sus gradas, en que estaban ingeridas entre piedra y piedra calaveras con los dientes hacia afuera». Cortés no mentía. Con el agravante de que no son sólo guerreros sacrificados, como dijeron los aztecas, sino también mujeres y niños.

La negación de los sacrificios ha tenido distintas versiones, plenamente vigentes. El 25 de abril de este año Jason Suárez, del History Department de El Camino College de California, explica en su conferencia Questions of ritual human sacrifice que la idea de los sacrificios humanos es errónea y fruto de haber interpretado torticeramente las imágenes en que estos sacrificios se representan, para justificar la conquista. Arguye que cualquiera que viera a Cristo clavado en la cruz podría concluir que también los cristianos hacían sacrificios humanos, tergiversando una representación simbólica que no remite a esa realidad. Otro modo, más sofisticado, que no niega pero sí justifica, es el de la argumentación alimenticia. Para Marvin Harris es la falta de proteínas la que explica los sacrificios humanos. Todo ello va encaminado a reforzar la idea de que los españoles no llegaron a México y acabaron con un horror institucionalizado, porque el horror debía estar encarnado por ellos mismos, por Cortés y sus hombres -como canta con absoluto desconocimiento Neil Young en su Cortez the Killer- y, por tanto, nada beneficioso podía venir de ahí.

Pero ahora el descubrimiento de la torre de los cráneos de Tenochtitlán, tan verazmente descrita por los cronistas, obliga a mirar a Cortés y a su gente de otra manera. Si esto tendrá consecuencias en el futuro no lo sabemos, pero es poco probable. Pronto caerá otro manto de silencio sobre esta realidad como ha caído sobre tantas otras que no necesitaban de un equipo de arqueólogos. Como, por ejemplo, que el gobernador nombrado por Cortés que tuvo México en el nuevo orden cristiano se llamó Andrés de Tapia Motelchiuh (1526-1530) y era un azteca que se bautizó tomando precisamente el nombre del cronista y conservando también el suyo, y que era un plebeyo casi esclavo a quien el anquilosado sistema social azteca nunca le hubiera permitido prosperar. Acompañó a Cortés durante tres años en sus expediciones. Pero podríamos nombrar también a otro plebeyo, don Pablo Xochiquenzin, que también fue gobernador cinco años. O a don Diego de Alvarado Huanitzin, que acompañó a Cortés en la expedición a Honduras y fue nombrado gobernador de Ecatepec, cargo que ocupó 14 años. Después el virrey Antonio de Mendoza le nombró gobernador de Tenochtitlán. O a don Diego de San Francisco Tehuetzquititzin o a don Alonso Tezcatl Popocatzin, o a don Pedro Xiconocatzin. ¿Hay que seguir? Todos indios, todos gobernantes del virreinato de la Nueva España.


Fuente: elmundo.es| 10 de juliio de 2017


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