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© Usuario Flickr James Gordon
Fuente: plataformaarquitectura.cl | 13 de mayo de 2015
Los arcos fueron ampliamente utilizados por la civilización romana para conmemorar sus grandes logros y hazañas. Constantino, Tito, y Septimio Severo los construyeron para conmemorar sus victorias militares. Ingenieros en Segovia y Nîmes las incorporaron a sus revolucionarios acueductos. Y 1.500 años después de la caída romana, Rafael Moneo le dio un toque moderno a esta antigua estructura en el impresionante Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, ubicado en la antigua ciudad romana de Augusta Emerita en la Península Ibérica. Los altos soportales de sencillos arcos semicirculares fusionan la historicidad y el diseño contemporáneo, creando un llamativo pero delicado acceso a las ruinas de una de las más grandiosas ciudades del Imperio Romano.
En 1979 se comisionó a Moneo para la construcción del museo como parte de las celebraciones del gobierno español del segundo milenario de la fundación de Emerita Augusta. El museo remplazó a otro de 1838 construido en el mismo sitio, en el centro de una de las más grandes y mejor conservadas ciudades romanas de Europa Occidental, justo al lado de uno de los anfiteatros más antiguos y espectaculares que sobreviven en el mundo: el Teatro Romano de Mérida.
Moneo, un arquitecto español, que en ese momento estaba disfrutando de un gran protagonismo tras la realización del Ayuntamiento de Logroño y el edificio Bankinter en Madrid; fue la elección obvia para el proyecto de Mérida, que se inauguró en 1986.
Ocupando el sitio enfrente del teatro, la mayor parte del museo está contenida dentro de un amplio edificio donde el espacio se ve articulado por una serie de elevados arcos de ladrillo. Esta parte del edificio se presenta como una versión moderna de una basílica, con un piso superior de espacios expositivos que sustituyen los balcones del clerestorio situados en torno a un amplificado espacio central tipo "nave". La luz natural ingresa al interior a través de claraboyas situadas encima de los delgados arcos, inundando el espacio con un cálido resplandor. En el subsuelo, una "cripta" subterránea, sumerge a los visitantes en una prístina excavación romana de la antigua ciudad, permitiendo al museo simultáneamente conservar y exhibir la arqueología del sitio, mientras que interpretativamente replica su arquitectura.
Delgados y alargados ladrillos, claramente no romanos en su forma y perfecta uniformidad, otorgan al museo su apariencia característica. Las paredes, columnas y arcos están hechos del mismo material, pero la apariencia está lejos de ser monótona; mosaicos dorados con tonalidades rojizas pintan las paredes en racimos pixelados de color, iluminados con la dramática iluminación cenital. Para Moneo, cuya obra exhibe una notable variación estilística, es tal vez el cuidadoso y deliberado control de la luz natural lo que hace que este edificio sea característicamente suyo.
Robert Campbell escribió, en una retrospectiva Pritzker del arquitecto, "el manejo de la luz natural en el interior es magistral; aquí, un siempre cambiante lavado dorado. La luz contrasta con la palidez fantasmal, por lo tanto con el pasado de las antigüedades que se exhiben". [1]
En este espectacular tejido de elementos verticales, Moneo articula una fuerte polémica sobre la historicidad y la modernidad, libremente tomando prestado motivos antiguos y contemporizándolos de una forma que no es ni ciegamente imitativa ni satíricamente reductiva. Las tres bandas de arcos son alusiones a la mampostería del teatro romano situado enfrente, envolviendo la totalidad de la zona arqueológica en un diálogo continuo, mientras que afirma un carácter propio.
Los ladrillos son precisos, rítmicos y bien escalados logrando evocar una sensación de refinamiento que sólo es concebible en un proyecto moderno, sobre todo cuando se acompañan con delicadas barandillas de hierro y placas flotantes de cemento de los pisos superiores. Sin embargo, hay algo fundamentalmente intemporal sobre la simplicidad de las estructuras y su clara invocación del precedente romano. La forma y los materiales no pertenecen ni al presente ni al pasado, lo que permite que el diseño unifique la brecha entre los dos, de un modo singular, digno de un museo arqueológico de hoy en día.
La interacción de lo moderno y lo antiguo existe incluso al nivel más conceptual de la arquitectura del museo, creando un equilibrio entre las piezas curatoriales de la exposición con la inmersión física en la arqueología intacta. En la "cripta" del museo, la excavación de la antigua ciudad está rítmicamente marcada por el sistema de columnas que soportan la estructura superior, una superposición audaz pero a la vez sensible de las dos condiciones históricas dispares. En las inmediaciones se encuentra una calzada romana que sigue su curso irregular por el centro del museo, rompiendo la ortogonalidad regimentada por el diseño de Moneo, afirmando su autenticidad y presencia inamovible de cara a la civilización moderna. Un túnel subterráneo conduce a los visitantes a conocer los hitos de Emerita Augusta, conduciéndolos directamente al anfiteatro romano al otro lado de la calle. Estos son elementos de diseño impulsados totalmente por las condiciones particulares del sitio, demostrando un compromiso por priorizar el programa e integridad temática sobre el ruido arquitectónico innecesario.
Los abovedados espacios expositivos apelan a la historia de otra forma, pero aún así apropiándose del poder perdurable de la ruina arquitectónica. La imagen icónica del abandono -un campo de columnas independientes que han sobrevivido durante mucho más tiempo que el techo que una vez soportaron- se evoca inquietantemente en las principales galerías. Los masivos arcos estructurales que parecen capaces de soportar un pesado techo, están en cambio debajo de una transparente y ligera cubierta, creando una condición interior que se siente totalmente expuesta al mundo exterior, como si el tiempo se hubiera desgastado lentamente a través de la cubierta protectora de la arquitectura. Como resultado, el espacio no está agobiado por el peso del tradicional techo y la inmersión del visitante a este sitio arqueológico resulta una experiencia mucho más auténtica.
En una era en la que las comisiones para museos a menudo representan oportunidades para que los arquitectos sigan sus agendas personales, con poca sensibilidad y consideración hacia los objetos que están exhibiendo, el museo de Mérida de Moneo es refrescantemente consciente de su propósito como un espacio de exposición para la antigua historia de la ciudad. La arquitectura, independientemente de lo espectacular que es, no sirve para promoverse descaradamente a sí misma, sino que para dramatizar los logros de la cultura romana, sin eclipsarlos. Es una magistral negociación entre lo antiguo y lo moderno, lo innovador y lo referencial; un exitoso replanteamiento de la tipología de museo a través de una reflexiva contextualización.
[1] Campbell, Robert. "Thoughts on José Rafael Moneo." The Pritzker Architecture Prize Website. Consultado el 28 Oct. 2014 en
http://www.pritzkerprize.com/1996/essay.
Ubicación para ser utilizado sólo como referencia. Podría indicar ciudad / país, pero la dirección no exacta.Cita:Langdon, David. "Clásicos de Arquitectura: Museo Nacional de Arte Romano / Rafael Moneo" [AD Classics: National Museum of Roman Art / Rafael Moneo] 13 May 2015. Plataforma Arquitectura. (Trad. Natalia Yunis) Accedido el 13 May 2015. a href="http://www.plataformaarquitectura.cl/cl/766772/clasicos-de-arquitectura-museo-nacional-de-arte-romano-rafael-moneo>">http://www.plataformaarquitectura.cl/cl/766772/clasicos-de-arquitec...;
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Añado un vídeo que hice hace unos años sobre este maravilloso museo.
Buen complemento, José Luis. Un vídeo muy bien hecho. Muy agradable de ver (y escuchar) en su realización.
Saludos
Muchas gracias, Guillermo :)
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