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Fuente: EL MUNDO.es | Teresa Guerrero | 6 de mayo de 2014

La corneta suena a las 6 de la mañana. En pocos minutos, el amplio y colorido patio de la casa nubia de Asuán que cada año alquilan los miembros de la expedición arqueológica de la Universidad de Jaén en el sur de Egipto, es un hervidero de gente. Tras un rápido desayuno se guarda el material en grandes arcones y, antes de las siete, partimos hacia el yacimiento de Qubbet el-Hawa (en árabe, cúpula del viento).

Está cerca de la casa, a unos diez minutos a pie, así que subimos andando, rodeados de desierto, con la Luna todavía en el horizonte y el río Nilo a nuestros pies. Es el primer día de la campaña de 2014, la sexta que el equipo andaluz liderado por Alejandro Jiménez Serrano y Juan Luis Martínez de Dios lleva a cabo en la necrópolis de Qubbet el-Hawa, el lugar elegido por los gobernadores del sur de Egipto para pasar la eternidad.

Juan Luis Martínez de Dios (I) y Alejandro Jiménez, en la tumba QH33 CRISTINA LECHUGA

El complejo funerario alberga casi un centenar de tumbas talladas en la roca de la colina, la mayoría pertenecientes a nobles del Reino Antiguo y el Reino Medio (2600-1750 a. C.) aunque también las hay posteriores. Muchas fueron reutilizadas en otras épocas. La necrópolis está situada a unos 130 metros de altura, enfrente de la moderna ciudad de Asuán, a la que se accede cruzando el Nilo en un breve trayecto en barco.

Los trabajos del equipo español se centran sobre todo en la tumba QH33 y en los numerosos enterramientos que allí han descubierto de finales de la Dinastía XII.

"Cuando llegamos en 2008, a la entrada había cinco metros de arena que hubo que retirar", recuerda el arquitecto Juan Luis Martínez de Dios. Lo normal es comenzar la campaña a finales de enero, aunque este año han empezado más tarde de lo habitual, a finales de febrero, debido al nacimiento de la segunda hija de Alejandro Jiménez, que ya se perdió el primer parto por estar precisamente en Egipto.

La restauradora Teresa López-Obregón y la egiptóloga Yolanda de la Torre analizan una vasija. R. FERNÁNDEZ

Cada campaña dura unas seis semanas, durante las cuales se contrata a obreros egipcios para la parte más dura de la excavación, que es supervisada por un inspector que las autoridades asignan a cada equipo para comprobar que el plan se desarrolla según lo previsto y vigilar que no se roben piezas. Tal ha sido la cantidad de material arqueológico encontrado que han tardado cinco temporadas en acceder a la cámara funeraria intacta que descubrieron en 2008 y que este año va a ser restaurada.

También excavan varios pozos, uno de ellos de más de diez metros de profundidad, y van cribando cuidadosamente todo el material que va saliendo en los capazos buscando pequeñas piezas. Una tarea para la que hace falta paciencia y que, según confiesa la arqueóloga Yolanda de la Torre, es la parte más aburrida.

Las restauradoras Catalina Calero y Teresa López-Obregón no dan abasto para reparar los ataúdes hallados y las piezas que van sacando del yacimiento. Algunas están muy deterioradas por la acción de las termitas y los ratones.

Ángel Rubio, en uno de los pozos del yacimiento. R. FERNÁNDEZ

La tumba 33 fue construida en el 1800 a. C, probablemente, por el hermano de Ameny-Seneb, un gobernador del sur de Egipto, para albergar un mausoleo familiar: "Originalmente pudo haber enterradas diez personas. Después fue saqueada y reutilizada.  El gran periodo de ocupación, durante el cual enterraron a personas de todos los estratos sociales, fue entre el 850 a.C y el 550 a.C", relata Jiménez.

Enclave comercial y fronterizo

Vista de la necrópolis de Qubbet el-Hawa, en Asuán. RAÚL FERNÁNDEZ

Aquí no hay grandes tesoros como los que se han hallado en las tumbas de los faraones, pero el estudio de estos enterramientos y su entorno tiene una gran importancia para comprender la sociedad egipcia. Fue un enclave muy importante durante el Antiguo Egipto desde el punto de vista estratégico y comercial: "Era la frontera con la vecina Nubia (actual Sudán), pues era la última ciudad de Egipto. Era un lugar muy importante para el comercio con África y las poblaciones del desierto, pues por aquí entraba incienso, mirra, oro, marfil, maderas nobles como la caoba, plumas de avestruz, pieles de leopardo, aceites, perfumes. Y también personas", repasa el historiador.

De la mezcla de etnias que convivieron en esta zona dan testimonio las inscripciones, como la que decora la tumba del gobernador Herjuf (2200 a. C.). En ellas se relatan los tres viajes que hizo al centro de África, en uno de los cuales trajo a un pigmeo (es la primera mención a este grupo étnico). Pero la mejor prueba de esta diversidad son los cientos de cuerpos encontrados en esta tumba, de cuyo análisis se encargan Miguel Botella, Inmaculada Alemán y Ángel Rubio.

La investigación forense

"En este yacimiento hemos sacado ya más de 200 sujetos de distintas épocas, tanto viejos de 80 años como muchos niños. Hemos encontrado grupos étnicos muy curiosos. En Luxor los restos humanos son más homogéneos", relata Miguel Botella, que lleva 43 años trabajando como antropólogo físico forense. Para este doctor de la Universidad de Granada, que también estudió Arqueología y Medicina, se trata de su quinta campaña en Asuán, una cita a la que cada año hace un hueco entre los viajes que con frecuencia realiza a países de América Latina para ayudar a las fuerzas de seguridad a esclarecer matanzas. Su trabajo en Egipto, en realidad, no es muy distinto al que hace con la policía.

Cristina Lechuga y Raúl Fernández fotografían los objetos hallados. T.G.

"Aquí estudiamos las causas de la muerte y las patologías que sufrían. Hemos visto una gran cantidad de enfermedades infecciosas, sobre todo de niños. El Nilo era una maravilla y permitía que la población sobreviviera, pero al mismo tiempo tenía una contaminación tremenda y causaba muchas infecciones", relata. "En los adultos hay pocas fracturas y traumatismos, y muchas enfermedades degenerativas, por trabajos duros o procesos infecciosos y malnutrición. Su dieta era poco variada. También sufrían malaria", enumera mientras muestra el hueso de la cadera de un sujeto "en el que se ve perfectamente el proceso infeccioso. Era un hombre y debía tener unos 20 o 21 años. Probablemente murió de una anemia producida por parásitos o por el agua, que fue minando su salud", diagnostica.

Máscara de cartonaje del gobernador Heqaib III (1800 a.C) CRISTINA LECHUGA

La vida que uno lleva deja huellas en los huesos y en esta zona había canteras de las que se extraía el granito rosa o la sienita para construir los templos egipcios y que hicieron mella en muchos ciudadanos que trabajaban en ellas.

Sonia Romón, encargada de catalogar y archivar el material. R. FERNÁNDEZ

De vez en cuando encuentran sorpresas, como una preciosa daga de marfil, madera, plata y bronce colocada entre las vendas de una de las momias. Las autoridades egipcias son muy estrictas y está prohibido tomar cualquier muestra o sacar los restos del yacimiento, así que los estudios forenses que pueden hacer son limitados aunque a veces se pueden hacer radiografías. ¿Qué haría Botella con estas momias en el laboratorio de Antropología de la Universidad de Granada que dirige?: "Uf, haría maravillas, identificaciones en 3D. Podríamos reconstruir con un escáner la cara del individuo con unos parámetros bastante precisos", afirma.

La semana pasada, la apertura de una réplica de la tumba de Tutankamón para preservar la original y el anuncio del descubrimiento por parte de un equipo suizo de medio centenar de mo... en el Valle de los Reyes ha vuelto a poner de manifiesto lo mucho que queda por descubrir y conservar en Egipto. Es algo que resulta evidente cuando se pasa unos días en una excavación y se comprueba la enorme cantidad de material que extraen. Que se lo digan a Sonia Romón, encargada de catalogar y guardar en otra tumba habilitada como almacén los materiales excavados en Qubbet el-Hawa.

Los arqueólogos calculan que apenas ha salido a la luz entre el 20% y el 30% de los restos del Antiguo Egipto. Pero para los especialistas extranjeros también es prioritario restaurar y conservar el patrimonio ya conocido para prevenir su deterioro.

La arquitecta Mari Paz Sáez Pérez muestra un testigo colocado en una tumba para vigilar su estado de conservación. T.G.

Por ejemplo, la arquitecta de la Universidad de Granada, Mari Paz Sáez Pérez, ha colocado testigos (una especie de rectángulos de yeso) en las tumbas excavadas en la roca en Asuán para vigilar año tras año su estado de conservación y planear estrategias para preservarlas. Además, investiga el urbanismo de la necrópolis estudiando la disposición de las tumbas.

De la Alhambra de Granada al sur de Egipto

Las químicas María José Áyora y Ana Domínguez, por su parte, se han traído de la Universidad de Jaén un espectrómetro Raman portátil con el que se disponen a investigar los pigmentos usados por los egipcios para ejecutar sus bellas pinturas. Se trata de una especie de láser que permite hacer análisis químicos no invasivos, es decir, no hay necesidad de tomar muestras ni de tocar la superficie. "Este equipo lo usamos en la Alhambra de Granada en un estudio para identificar los pigmentos y materiales de la Sala de los Reyes", relata Áyora. Su principal enemigo son las termitas, que producen compuestos orgánicos que pueden ocultar la señal que recibe el láser y complicar la identificación de los materiales.

Oliva Rodríguez, especialista en maderas, analiza muestras con su microscopio petrográfico. CRISTINA LECHUGA

En otra tumba ha instalado su microscopio petrográfico Oliva Rodríguez, especialista en maderas. Con este instrumento investigará qué árboles usaban para fabricar sus ataúdes y estatuillas. La antracología, como se denomina su rama, permite también reconstruir el clima y la biodiversidad que había en el Antiguo Egipto, determinando así si había especies diferentes a las actuales. Al lado, los fotógrafos Cristina Lechuga y Raúl Fernández han colocado su improvisado estudio, desde el que fotografían los objetos que van saliendo de los pozos.

A mediodía el calor aprieta. Aunque el termómetro marca 32ºC, con la humedad la sensación de calor es de unos 40ºC. Junto a la tumba de Sarenput II, famosa por sus pinturas, el egiptólogo José Manuel Alba Gómez y Ana Belén Jiménez, licenciada en Bellas Artes, se refugian del calor bajo una jaima mientras, respectivamente, van examinando y dibujando las piezas de cerámica.

Por la tarde el trabajo continúa en la casa, en una habitación habilitada como oficina. A última hora todos se reúnen para poner en común los avances que ha hecho cada uno, discutir los hallazgos y preparar la jornada siguiente. Participar en una campaña arqueológica en Egipto es un privilegio para ellos, aunque no reciben remuneración por su trabajo. El proyecto de Qubbet el-Hawa cuenta en 2014 con 30.000 euros de presupuesto, que aporta la Universidad de Jaén y la Asociación Española de Egiptología (AEDE). La situación de algunos egiptólogos no es mejor el resto del año pues, o bien están en paro, o tienen trabajos sin relación con la ciencia. En anteriores campañas, incluso han tenido que pagar de su bolsillo los billetes de avión.

José Manuel Alba Gómez y Ana Belén Jiménez examinan y dibujan objetos de la excavación. RAÚL FERNÁNDEZ

Para Miguel Botella, su hallazgo más importante durante sus campañas en el país del Nilo es haber demostrado que "el mito de que la civilización egipcia era rica y opulenta y vivía bien en todos los estratos sociales no es cierto. Excepto aquellos que gobernaban, la gente en general vivía en el límite de la supervivencia y muchos morían", asegura. "Si añadimos el exceso y la dureza de trabajo, tenemos estos monumentos maravillosos pero a costa del malestar de la gente".

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