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El Proyecto Djehuty, liderado desde el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha descubierto en la colina de Dra Abu el-Naga, en Luxor (antigua Tebas), los enterramientos de cuatro personajes pertenecientes a la élite de la dinastía XVII del antiguo Egipto, que vivieron hace unos 3.550 años. Estos hallazgos, realizados durante la XII campaña de excavaciones arqueológicas, arrojan luz sobre un periodo histórico poco conocido en el que la ciudad de Tebas se convierte en capital del reino y se asientan las bases del imperio, del dominio egipcio sobre Palestina y Siria, al norte, y Nubia, al sur.
Fuente: CSIC | DICYT.com, 3 de abril de 2013. Fotos por gentileza del CSIC.
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El proyecto está dirigido por el investigador del CSIC José Manuel Galán, del Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo, y está financiado por Unión Fenosa Gas y por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
La dinastía XVII se enmarca dentro del periodo histórico denominado Segundo Periodo Intermedio (entre 1800 y 1550 antes de nuestra era), caracterizado por la hegemonía de gobernantes de origen siro-palestino asentados en el Delta oriental. Se trata de una época de gran complejidad política, en la que la monarquía no controlaba todo el territorio y el poder efectivo se hallaba en manos de los gobernadores locales.
Intefmose y Ahhotep
El propietario de una de las tumbas descubiertas fue un personaje llamado Intefmose, a quien las tres inscripciones halladas en su interior, una de ellas acompañada de un retrato en relieve, denominan “hijo del rey”. “Creemos que Intefmose podría ser hijo de Sobekemsaf, uno de los primeros reyes de la dinastía XVII, del que apenas tenemos información histórica”, explica Galán.
La tumba de Intefmose consiste en una pequeña capilla construida con ladrillos de adobe, levantada frente a un pozo funerario de unos siete metros de profundidad que conduce a una cámara sepulcral. A través de un agujero abierto al fondo de esta estancia, se accede a la cámara sepulcral de una segunda tumba descubierta durante esta campaña.
La segunda tumba pertenece al dignatario Ahhotep, calificado también como “portavoz de Nejen” (ciudad más conocida por el topónimo griego Hieracómpolis). En la cámara sepulcral los arqueólogos encontraron, como parte del ajuar, tres estatuillas funerarias (shabtis) de barro, pintadas y con el nombre del difunto escrito en la parte frontal.
“Dos de estos shabtis se encontraban dentro de sendos pequeños sarcófagos de barro, decorados con una inscripción en los laterales y en la tapa. La tercera estaba envuelta en nueve telas de lino, como si se tratara de una verdadera momia, y cada una de las telas tenía restos de escritura en tinta negra. Estas figurillas son de un estilo muy original y naïf, lo que les da un encanto especial y un carácter único”, añade Galán.
Además, durante esta campaña arqueológica, Galán y su equipo desenterraron el ataúd intacto de un niño que vivió hace unos 3.550 años, así como un conjunto de shabtis y linos funerarios de otro niño, el príncipe Ahmose-sapair, que vivió en la transición de la dinastía XVII a la XVIII.
Homenaje de Djehuty a la dinastía XVII
Esta serie de hallazgos confirman, según Galán y su equipo, que la colina de Dra Abu el-Naga, en el extremo norte de la necrópolis de la antigua Tebas, era el cementerio de la familia real de la dinastía XVII y de comienzos de la XVIII, así como de sus principales cortesanos. Los recientes descubrimientos ayudan a poner en contexto el trabajo realizado en las campañas previas en las tumbas de Djehuty, supervisor del Tesoro de la reina Hatshepsut (ca 1470 a. C.), y Hery, cortesano que vivió unos 50 años antes que dicho escriba real.
“A diferencia de lo que hicieron el resto de cortesanos de su época, en torno a 1470 antes de nuestra era, Djehuty no ubicó su tumba en las inmediaciones de Deir el-Bahari, donde se levantó el templo funerario de la reina Hatshepsut, sino que eligió para su descanso eterno la colina de Dra Abu el-Naga, medio kilómetro más al norte, porque allí estaban enterrados los miembros de la dinastía XVII”, concluye el director del Proyecto Djehuty.
En un contexto político fragmentado, la dinastía XVII, originaria de Tebas, la ciudad meridional más importante, lideró la reconquista y la expulsión de los gobernantes del norte (denominados hicsos). Además, unificó el país y propició el germen de una nueva etapa histórica en Egipto, el Imperio Nuevo, la época de los grandes reyes que forjarían el imperio egipcio desde su nueva capital, Tebas.
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Fuente: INFORMADOR.COM.MX | 7 de abril de 2013
Tres siglos de excavaciones y muchas preguntas sin respuesta en la Tebas faraónica. Mediante un innovador mapa, una arqueóloga española trata ahora de reconstruir el paisaje ritual de la necrópolis y arrojar luz sobre sus secretos mejor guardados.
¿Los nobles se enterraban junto a sus familiares o en gremios? ¿Los templos y rutas procesionales influyeron en la organización de la necrópolis? ¿Existe una relación entre la calidad de la roca y la clase social del enterrado?
A estas y otras preguntas quiere responder la egiptóloga María de los Ángeles Jiménez (izquierda), con un proyecto multidisciplinar que estudia el territorio y diseña una cartografía con un sistema de coordenadas UTM para ubicar las tumbas, algo que aún no existe en la ciudad arqueológica de Luxor, donde se ubicaba la antigua Tebas.
En las colinas desérticas de la necrópolis tebana, Jiménez ha tomado más de 10 mil puntos de referencia con un equipo de GPS diferencial que, junto a mapas históricos e imágenes de satélite, procesará con el Sistema de Información Geográfica (SIG).
Esta fase inicial del proyecto, que terminó esta semana en Luxor, será la base para un posterior estudio sobre el significado de la tumba como monumento funerario y del aspecto de la necrópolis como espacio sagrado, explica Jiménez.
Las innumerables misiones que han excavado en esta necrópolis se han centrado principalmente en el estudio de las tumbas de forma aislada y han usado su propia planimetría, lo que obliga a "partir de cero", apunta.
La arqueóloga, que ha trabajado en varias campañas en Luxor del proyecto español Djehuty, destaca la importancia de establecer una cartografía con un sistema común que sirva tanto a las actuales como a las futuras generaciones de egiptólogos.
Este tipo de plano evitará por un lado "la pérdida de tumbas", como ha ocurrido con algunas descubiertas hace años cuya entrada es imposible ahora de localizar ante la ausencia de sus coordenadas.
Y, sobre todo, permitirá tener una visión más amplia sobre las razones que influyeron en la organización del territorio de la necrópolis y en la elección del emplazamiento de las tumbas.
"La necrópolis es un espacio sagrado y simbólico en el que todo está relacionado", afirma Jiménez, que insiste en la importancia de estudiar como un todo las tumbas, los templos mortuorios y los caminos procesionales.
La arqueóloga confía en que el estudio del terreno desvele las incógnitas que todavía esconde Tebas en este proyecto de la Universidad de Liverpool (Reino Unido), que cuenta con apoyo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España.
Ante las grandes dimensiones de la necrópolis, la experta se ha centrado en el sur de la zona denominada Dra Abul Naga y en las tumbas del reino Nuevo, de la dinastía XVIII a la XX (1550 a.C. a 1069 a.C.).
De Dra Abul Naga, situada entre el templo de Deir el Bahari (erigido por la reina Hatshepsut) y el camino que conduce al Valle de los Reyes, Jiménez y su equipo de arqueólogos, geólogos y geógrafos realizarán una cartografía detallada que incluirá referencias al resto de zonas.
Para ello han contactado con el resto de misiones que operan en Luxor, que les han facilitado datos de los Valles de los Reyes y las Reinas, del templo de Hatshepsut, del Ramesseum y de los Colosos de Memnón.
El primer objetivo es reconstruir la línea original del terreno mediante un estudio geomorfológico y estudiar la roca madre en la que se construyeron las tumbas para determinar si desde los enterramientos se visualizaban los templos mortuorios.
Jiménez parte de la hipótesis de que existe una conexión entre las tumbas privadas y estos templos, y considera que la distribución de la necrópolis depende de factores políticos, religiosos y culturales.
La arqueóloga española efectuará un estudio prosopográfico y genealógico de los propietarios de las tumbas con el fin de verificar si los lazos familiares o el estatus social influyeron en el lugar elegido para construir la tumba.
En esta misma línea, profundizará también en las asociaciones profesionales de la época para concluir si ciertos agrupamientos de tumbas dependen de las relaciones laborales de sus dueños.
Esos estudios apuntan a reconstruir el paisaje físico y religioso de la necrópolis, cuyo simbolismo nace de su misma ubicación en la orilla oeste del río Nilo.
Para los egipcios antiguos, el difunto se reunía con el dios sol en occidente para recorrer la tierra y renacer al día siguiente por oriente, lo que convierte a la necrópolis, según Jiménez, en "lugar de descanso eterno e instrumento de resurrección".
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