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Las cerámicas fabricadas desde el Neolítico contienen pruebas de cómo y cuándo cambió nuestra forma de mirar. Analizando la decoración de las vasijas, un equipo de investigadores españoles ha extraído información muy valiosa sobre cómo comprendían el mundo nuestros antepasados. En la imagen: puntos de calor registrados mediante 'eye tracking' en vasijas de diferentes periodos. Criado, Martínez Otero et al.
¿De qué hablarían un arqueólogo y un neurocientífico en el ascensor? Estos dos campos de investigación raramente se tocan, pero quizá no están tan distanciados como parece. En el caso del arqueólogo Felipe Criado-Boado (izquierda) y el experto en el funcionamiento del sistema visual Luis Martínez Otero (derecha), la mezcla de estas dos perspectivas científicas ha conducido a una serie de preguntas interesantes. ¿Y si los objetos y estructuras construidas por nuestros antepasados contienen información sobre su forma de mirar y entender la realidad? ¿Y si la neurociencia pudiera ayudar a desentrañar la mente de los primeros humanos a partir de estos objetos?
Criado-Boado lleva años investigando sobre “arqueología del paisaje”, analizando la orientación y disposición de construcciones como las megalíticas y su posible relación con los esquemas mentales de los antiguos humanos. Y lo que ha visto es que en las primeras etapas el modelo espacial era esencialmente horizontal y circular, en consonancia con las relaciones sociales de los grupos pequeños, pero a medida que las poblaciones crecían y se volvieron más jerárquicas, las representaciones se hicieron más verticales y predominaba la línea y el ángulo recto. “El círculo es sustituido por el cuadrado”, explica. “Esa es la diferencia que vemos entre Stonehenge y las pirámides”. Para Martínez Otero, investigador del Instituto de Neurociencias de Alicante, este cambio en la forma de representar el mundo y mirar la realidad tiene un gran interés. ”Nuestros ojos están lateralizados y nuestro campo visuales predominantemente horizontal”, explica. “Mover los ojos de arriba a abajo es mucho más costoso porque se mueven contra la gravedad. Para ver en vertical tienes que mover la cabeza”.
Criado-Boado y Martínez Otero no coincidieron en un ascensor, sino que contactaron a través de colegas científicos. “En un momento determinado pensé: si esas formas de entender y construir los modelos espaciales era algo tan arraigado tendrá que dejar algún tipo de huella cognitiva. Y eso me condujo a Luis”, asegura el arqueólogo, que también dirige Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit) del CSIC. “Le comenté que, desde mi perspectiva, esas diferentes formas de entender el espacio habrían dado lugar cada una a una forma específica de mirar”, recuerda. “En aquel momento a Luis se le iluminó la cara y dijo 'pero si es así, eso es muy fácil de comprobar con ‘eye tracking’”, algo de lo que yo no había oído hablar hasta entonces”.
Registro de la mirada en distintos estilos cerámicos Criado-Boado et al.
A partir de aquel momento, ambos se pusieron a trabajar en la posibilidad de medir estos cambios en las representaciones, y encontraron en la cerámica prehistórica (desde el Neolítico a la Edad del Hierro) un campo perfecto para poner a prueba su hipótesis. “Escogimos analizar los patrones de decoración de cinco grandes estilos cerámicos que ocupan 4.000 años de la historia de Galicia”, indica Criado-Boado. “Cinco momentos cronológicos diferentes en cinco sociedades muy distintas, partiendo de sociedades con rasgos más igualitarios y comunitarios hasta llegar a las sociedades anteriores a la llegada de los romanos, jerarquizadas y aristocráticas”. Y para comprobar cómo se leen visualmente las decoraciones de estas cerámicas, y si existe un cambio de organización, seleccionaron a más de 100 sujetos a los que estudiaron el movimiento de los ojos mediante la técnica de eye tracking mientras las observaban.
El resultado de este experimento se publica este viernes en la revista Scientific Reports y aporta las primeras pruebas empíricas en el campo de la “arqueología cognitiva” o “neuroarqueología”. “En general vimos que los resultados claramente mostraban que la hipótesis se confirmaba, que cada estilo cerámico generaba un patrón de conducta visual específico y distinto a los demás y lo que ocurría en el tiempo era que pasaban de un patrón horizontal a uno vertical, lo cual es muy fácil de correlacionar con el desarrollo de la complejidad social”, asegura Criado-Boado. En otras palabras, cuando los voluntarios observaban la cerámica de los tipos 1 y 2 -de entre 2500 y 4000 años de antigüedad en sociedades basadas en valores comunitarios y con grupos de población de alrededor de 100 individuos-, el patrón de movimiento de los ojos era claramente horizontal. Cuando observaban las cerámicas de tipo 3, 4 y 5 -desde la cultura campaniforme en adelante, basada en poblaciones mas grandes y sociedades guerreras más altamente jerarquizadas- lo que vieron fue que en el patrón de movimiento ocular predominan los movimientos verticales.
Para comprobar que no estaban ante un resultado engañoso, los autores intercambiaron las formas y los patrones de las cerámicas (ponían el patrón de un tipo 1 en una vasija de tipo 5, por ejemplo) para observar qué pasaba con la mirada de los individuos. “El resultado es muy interesante”, revela Martínez Otero, “porque lo que vimos es que predomina la decoración sobre los artefactos. Es decir, puedes tener delante algo con aspecto vertical, pero le pones una decoración de los periodos 1 y 2 y el patrón de movimiento de tus ojos pasa a ser de visualización horizontal”.
Todos estos elementos les llevan a concluir que el comportamiento visual es una clave subyacente que puede contribuir a explicar de otro modo los cambios en los estilos materiales y cambios socioculturales. “Es fascinante ver esta evolución en los objetos elaborados desde el Neolítico hasta la Edad de Hierro”, indica Criado-Boado. “A medida que el desarrollo social se jerarquiza también lo hace la mirada y la representación, y vas subiendo peldaños en un avance hacia lo vertical”.
Para Martínez Otero el resultado nos recuerda que “somos animales totalmente culturizados”, es decir, que aprendemos socialmente cómo se distribuye el espacio. Lo que aporta este estudio es el conocimiento de que todas las sociedades, a partir de un nivel de complejidad elevado, han producido estímulos visuales donde se complementan relaciones horizontales y verticales. Y, según el contexto, priman unas u otras.
“Nosotros nos hemos criado toda la vida bajo un patrón vertical, pero variamos el esquema en función del contexto social”, recalca Martínez Otero. “Por eso tu actitud es distinta cuando estás en una fiesta entre amigos charlando, con relaciones horizontales, que cuando estás en un besamanos”.
Esta organización de la mirada deja su huella en muchos aspectos de la vida cotidiana, como cuando preferimos los vídeos horizontales frente a los verticales en internet o cuando un realizador de televisión hace un plano contrapicado de una persona poderosa. “Y es que uno de los factores de cohesión mayor para los seres humanos es la mirada”, insiste el neurocientífico. “Sabemos cómo nos miran y viendo la mirada del otro entiendes el mundo en el que estás; si todo el mundo mira en vertical, estás en un contexto jerarquizado”.
“Por eso cuando estás en el Valle de los Caídos todos miran para arriba, un patrón muy distinto de cuando estás en Stonehenge o en un paisaje neolítico”, añade Criado-Boado. También podría ser un factor para explicar por qué en algunas sociedades actuales de cazadores recolectores prima el círculo sobre la línea recta, que a veces les cuesta interpretar. “Lo que muestra nuestro estudio es que antes de un cierto momento, que además es muy reciente, sobre todo dominaban los ambientes horizontales y en particular era así al tratar el ambiente construido por los seres humanos. En esas sociedades los estímulos verticales eran principalmente naturales (las montañas, los árboles o el cielo). Pero en cuanto la complejidad social aumentó, nuestra mirada también se jerarquizó".
Extensión de la cultura del vaso campaniforme y lugares donde se han hallado vasosWikimedia Commons
El trabajo presentado ahora señala un instante muy concreto de la historia en el que se pudo producir este cambio y que coincide con la introducción de la cultura del vaso campaniforme (entre el 2500 hasta el 1800 a.C.). Se trata de una cerámica muy homogénea que se extiende con rapidez por toda Europa y que algunos estudios recientes atribuyen a la llegada de una etnia que se extendió por el norte y cuyas sociedades estaban basadas en cierta jerarquización. “Un tipo de sociedad guerrera con señores de la guerra que se hacen sistemáticamente la guerra unos contra otros y en la que se empiezan a romper los valores igualitaristas de otro tiempo”, señala el Criado-Boado.
El campo que se abre ahora es muy interesante, según estos investigadores, puesto que se podría trabajar en desarrollar algoritmos que analicen los patrones visuales e interpreten a qué modelo pertenecen sin necesidad de hacer un seguimiento de ojos. “También podríamos estudiar estadísticamente cómo reaccionan visualmente las personas ante una iglesia románica, una fachada barroca, etc.”, afirma. “En teoría, los movimientos visuales que una persona hace ante una fachada barroca deben ser los mismos para un retablo barroco. Nuestra conjetura es que el estilo debería dejar una firma cognitiva”. E incluso podríamos ir más allá y estudiar si estas interpretaciones formales del mundo influyen en la toma de decisiones morales. “Estoy seguro de que con los patrones de movimientos oculares cambiará el modo en que se toman decisiones, porque el cerebro está haciendo el mismo proceso, está muy relacionado”, concluye Martínez Otero.
Fuente: vozpopuli.com | 8 de marzo de 2019
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