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Credito: Galdieri para The New York Times.
Lailson Camelo da Silva, el capataz de un rancho ganadero en los confines de la Amazonia brasileña, derribaba árboles para convertir el bosque tropical en pastizales, cuando se topó con una extraña estructura de torres hechas con bloques de granito.
“No tenía idea de que estaba descubriendo el Stonehenge de la Amazonia”, dijo Da Silva, de 65 años, en un caluroso día de octubre mientras miraba hacia el sitio arqueológico. “Me hace preguntarme: ¿qué otros secretos sobre nuestro pasado aún están escondidos en las selvas de Brasil?”.
Después de realizar pruebas de carbono 14 y mediciones durante el solsticio de invierno, los expertos determinaron que una cultura indígena creó un observatorio astronómico con estos megalitos hace aproximadamente 1000 años, cinco siglos antes de que comenzara la conquista europea del continente americano.
Sus hallazgos, junto con otros descubrimientos realizados en Brasil en los últimos años, como gigantescas líneas trazadas sobre la tierra, restos de asentamientos fortificados e incluso complejas redes de caminos, están modificando las opiniones de los arqueólogos que sostenían que la Amazonia había permanecido fuera del alcance de los humanos, exceptuando a algunas tribus nómadas.
Ahora algunos estudiosos afirman que el bosque tropical más grande del mundo era mucho menos parecido al Edén bíblico de lo que antes se imaginaba, y que la Amazonia tenía una población de hasta 10 millones de personas antes de las epidemias y las matanzas a gran escala ejecutadas por los colonizadores europeos.
En lo que ahora es el estado poco poblado de Amapá, al norte de Brasil, las piedras solares encontradas por Da Silva cerca de un arroyo llamado Rego Grande dan pistas sobre cómo los pueblos indígenas pudieron haber sido mucho más sofisticados de lo que suponían los arqueólogos del siglo XX.
“Estamos comenzando a formar el rompecabezas de la historia humana en la cuenca del Amazonas, y lo que estamos encontrando en Amapá es absolutamente fascinante”, dijo Mariana Cabral, una arqueóloga de la Universidad Federal de Minas Gerais, quien junto con su esposo, João Saldanha, también arqueólogo, ha estudiado el sitio de Rego Grande durante la última década.
Credito: Galdieri para The New York Times
En el siglo XIX, el zoólogo suizo Emilio Goeldi había visto megalitos (enormes piedras monumentales) en una expedición a lo largo de la frontera entre Brasil y la Guyana Francesa. Otros estudiosos, incluyendo a la arqueóloga estadounidense Betty Meggers, también se toparon con esos sitios pero argumentaron que la Amazonia era demasiado inhóspita como para que hubiera asentamientos humanos complejos.
No fue sino hasta que Da Silva se topó con las piedras de Rego Grande mientras deforestaba la selva que estaba alrededor en la década de 1990, cuando los estudiosos pusieron más atención en los descubrimientos. Da Silva dice que se encontró por primera vez con el sitio en los años sesenta cuando era adolescente y cazaba un jabalí salvaje, pero después evitó la zona.
“Al principio, el lugar se sentía como algo sagrado, como que no pertenecíamos allí”, dijo Da Silva, quien ahora es el custodio del sitio de Rego Grande. “Pero fue imposible dejar de verlo durante el auge de la deforestación en los noventa, cuando la prioridad era quemar árboles”.
Hace cerca de diez años, después de asegurar fondos públicos para acordonar las piedras, algunos arqueólogos brasileños liderados por Cabral y Saldanha, comenzaron a cavar en el sitio que tiene una burda forma de círculo. Pronto identificaron una porción de un río a unos 3.2 kilómetros de distancia, de donde pudieron haberse extraído los bloques de granito.
También encontraron urnas funerarias de cerámica que sugieren que al menos parte del sitio de Rego Grande pudo haber sido un cementerio, mientras que los colegas del Instituto de Investigación Científica y Tecnológica de Amapá descubrieron que una de las altas piedras parecía estar alineada con el recorrido del sol durante el solsticio de invierno.
Después de identificar otros puntos en el sitio donde las piedras podrían estar asociadas con el movimiento del sol durante el solsticio, los investigadores elaboraron la teoría de que Rego Grande pudo haber tenido distintas funciones ceremoniales y astronómicas vinculadas con los ciclos agrícolas o de caza.
Cabral dijo que Rego Grande y una serie de sitios megalíticos menos complejos que se encontraron en Amapá también pudieron haber sido marcas para los cazadores o pescadores en un paisaje que los pueblos amazónicos estaban transformando hace un milenio.
Lailson Camelo da Silva, el custodio del observatorio megalítico de Amapá. Credito: Galdieri para The New York Times
Otros estudiosos sostienen que quizá se necesite más información sobre Rego Grande para ubicarlo en la esfera de los lugares prehistóricos claramente concebidos como observatorios astronómicos.
“Ya hemos visto muchas declaraciones similares, pero se requiere más que un círculo de piedras para decir que se trata de un Stonehenge”, señaló Jarita Holbrook, una especialista en física y astronomía cultural de la Universidad de Western Cape, en Sudáfrica, y mencionó la necesidad de más hallazgos sobre las características de Rego Grande y cómo usaba el sitio la gente que lo construyó.
Por lo pronto Rego Grande, al que los lugareños ya llaman el Stonehenge Amazónico, sigue siendo un enigma. Fragmentos de cerámica sobresalen de la tierra como ofreciendo prometedoras pistas que dan la sensación de ser una pieza de arte conceptual contemporáneo. Los investigadores todavía tratan de determinar la manera en que Rego Grande se inscribe en las vistas evolutivas de la historia de la humanidad en el Amazonas.
Hace poco algunos representantes de los palikur, un pueblo indígena que habita en Amapá y la Guyana Francesa, dieron un paso adelante al señalar que sus ancestros frecuentaban Rego Grande. Los arqueólogos recomiendan tener cuidado al establecer vínculos de ese tipo, pues enfatizan que es mucho lo que puede cambiar en las sociedades humanas en un periodo de 1000 años.
Cabral, la arqueóloga que ha pasado años estudiando la zona, señaló que la evidencia de asentamientos grandes sigue siendo elusiva, en contraste con otros sitios de la Amazonia como Kuhikugu, en la cabecera de río Xingu, donde los investigadores han establecido paralelos con leyendas sobre la mítica Ciudad Perdida de Z que durante mucho tiempo ha sido una tentación irresistible para exploradores y aventureros.
John McKim Malville, un físico solar de la Universidad de Colorado que escribe sobre arqueoastronomía, enfatizó cómo el campo está dejando de enfocarse exclusivamente en las funciones astronómicas y se acerca a interpretaciones más holísticas al incluir las ceremonias y los rituales de las culturas antiguas.
En ese sentido, el sitio en Calçoene ofrece un encantador y críptico vistazo al pasado de la Amazonia.
“Las piedras de Rego Grande son bastante extraordinarias y en su irregularidad podrían tener su propio significado único, distinto del de otros sitios megalíticos en el mundo”, dijo Malville, sugiriendo la posibilidad de que el asentamiento refleje la importancia que en las culturas amazónicas tenía el animismo, que es la atribución de un espíritu a entidades naturales e incluso objetos inanimados.
“Solo podemos especular sobre lo que significan estas rocas”, añadió.
Artículo relacionado en Terrae Antiqvae:
Calçoene, Brasil. Descubren un observatorio astronómico precolombino en la Amazonia (14-05-06) (Aquí)
Fuente: nytimes.com | 22 de diciembre de 2016
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