La subjetividad aumenta mucho cuando de trata de interpretaciones relacionadas con el simbolismo. Un ejemplo característico lo constituye hoy en día el bifaz encontrado en la Sima de los Huesos de Atapuerca, que sus descubridores han bautizado con el apelativo de “Excalibur”. Su situación en un lugar de posible enterramiento voluntario, como parece ser tal sima, le ofrece ciertas características de ofrenda, dentro de un desconocido e incierto ritual. La comprobación de tal hecho implica necesariamente que los humanos, de ese momento (300.000 BP) y lugar (Atapuerca en el Paleolítico Inferior), deberían tener el suficiente desarrollo cognitivo respecto de la individualidad personal, del tiempo y del espacio, como para poder elaborar las ideas abstractas relacionados con cierta espiritualidad o una vida futura de los muertos. Así, la principal duda no es que el lugar pueda ser un autentico cementerio (lo que no todos están de acuerdo), sino que el desarrollo cognitivo de ese momento y con esos precisos humanos (Homo heidelbergensis), fuera el suficiente como para justificar la existencia de tan complejos conceptos abstractos, lo que en vista de los datos arqueológicos sobre su conducta no parece que así fuera. Paralelamente, el encuentro de un solo útil no ayuda mucho en el mantenimiento de las ideas de sus descubridores.
El problema no es la incertidumbre que sus mismos descubridores indican sobre su posible simbolismo, sino la falta absoluta de datos científicos sobre los que fundamentar tal hecho. Es complejo defender la objetividad científica de cualquier disciplina cuando destacados componentes de la misma emiten interpretaciones arqueológicas con tan escaso peso científico y tanta subjetividad.
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