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“Siempre se había dicho que pertenecían a guerreros vencidos en la batalla o personas significadas. Aunque aún no sepamos exactamente cuál era el simbolismo que rodea estas cabezas cortadas, lo que está claro es que también había cráneos de mujeres”, explica a La Vanguardia la investigadora Eulàlia Subirà.
El trabajo de la profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), en colaboración con Carme Rovira, del Museo de Arqueologia de Cataluña (MAC), ha permitido reescribir algo que se daba por sentado desde hace más de un siglo, cuando el abogado e historiador Ferran de Sagarra y de Císcar descubrió en 1904 un asentamiento íbero fortificado en sus terrenos del Puig Castellar, en Santa Coloma de Gramenet.
Este sitio, conocido popularmente como Turó del Pollo y que estuvo ocupado por los íberos entre los siglos V y II a. C., era uno de los principales poblados del área layetana (el territorio de la costa de Barcelona entre los ríos Llobregat y Tordera). "Desde allí se controlaba una amplia, fértil y bien comunicada zona que abarcaba la desembocadura del río Besós, el llano barcelonés y partes del Maresme y el Vallés gracias a su posición privilegiada en la Cordillera Litoral”, escriben en un artículo publicado en la revista Trabajos de Prehistória.
Cráneo del individuo PC-388 de Puig Castellar (Santa Coloma de Gramanet). Arriba a la izquierda norma lateral en la que se observan las marcas en el frontal y la preparación del agujero. A la derecha norma anterior en la que se aprecia la sutura metópica. En la parte inferior, a la izquierda norma inferior del cráneo en la que se observa la rotura de la base. A la derecha, TAC donde se observa la fragmentación del clavo y la no emergencia de los caninos (en color en la versión electrónica).
Entre los restos, De Sagarra halló algo macabro: un cráneo entero con un clavo de hierro de más de 20 centímetros de largo, otro cráneo agujereado y fragmentos que el historiador asignó a cinco individuos más. Basándose en las fuentes clásicas, los clasificó como trofeos bélicos, evidencias de un ritual guerrero de las poblaciones celtas, que consistía en exponer públicamente cerca de la puerta del poblado, clavadas en una estaca, las cabezas cortadas de los enemigos caídos en la batalla. Argumento que fue apoyado tiempo después por otros arqueólogos europeos.
“Múltiples culturas han considerado a lo largo del tiempo que la cabeza humana concentra los valores esenciales del individuo. Por ello, desde el Neolítico, se constata una dualidad: las cabezas de ciertas personas destacadas han sido conservadas como reliquias protectoras, mientras que, en ocasiones, a los miembros de otros grupos se les arrebataban como trofeo y quienes las atesoraban en la antigüedad, a menudo creían estar apropiándose también de la energía vital de las víctimas”, asumen las especialistas.
Los últimos hallazgos realizados en 2012 en el poblado íbero d’Ullastret, sin embargo, estaban a punto de cambiar la historia. “Me llamaron por si podía ayudarles con nuevos análisis a estudiar las evidencias en el laboratorio, por si podíamos encontrar otro punto de vista para analizar unos objetos que acababan de salir del campo y que aún estaban envueltos en tierra”, recuerda Subirà (izquierda).
Análisis de nuevos restos
Para contextualizar los descubrimientos, pensaron en compararlos con los de Puig Castellar. Y cuando acudieron al MAC, donde están guardados, "encontramos dos cajas cerradas, que nadie había estudiado y que contenían las piezas descubiertas por Ferran de Sagarra". Cien años después de ser excavadas, ya era hora que alguien las analizara a fondo.
“El estudio antropológico lo llevamos adelante prácticamente sin financiación. Fue un empeño personal de Carme Rovira y mío. Nos pareció muy interesante y por eso continuamos. Buena parte de la investigación que se realiza hoy en día se hace sin becas, haciendo un gran esfuerzo”, apunta la profesora de la UAB a La Vanguardia.
Cráneo del individuo PC-389 de Puig Castellar (Santa Coloma de Gramanet). A la izquierda de la imagen, norma superior del cráneo en la que se observan las líneas de fractura y la fisura. A la derecha, arriba, detalle del agujero y de las marcas del elemento de soporte. Debajo, detalle del corte en el occipital (en color en la versión electrónica).
Los resultados sorprendieron a Eulàlia Subirà. Donde se creía que había solo restos de cinco personas había, en realidad, hasta 12 individuos representados. Había dos cráneos enclavados, tres con signos de desollamiento y diversos fragmentos craneales y mandibulares con evidencias de lesiones por arma blanca. “Dos de los cráneos pertenecían a mujeres – una tenía entre 30 y 40 años cuando murió y la otra, entre 17 y 25- y otro correspondía a un joven de sólo 15 años”, indica.
Todas las cabezas fueron manipuladas muy poco tiempo después de morir para poder clavarlas y evitar su rotura. Los íberos las separaron del resto del cuerpo, levantaron el cuero cabelludo, trataron las partes blandas y el hueso, fijaron el cráneo y lo perforaron, demostrando unos complejos conocimientos anatómicos.
Puig Castellar (Santa Coloma de Gramenet): A1 y A2. fragmento craneal PC 392 y mandíbula PC 397 del mismo individuo; B. fragmentos frontales PC 393 y 394 de un mismo individuo; C. mandíbula PC396; D1 y D2. mandíbula PC 398 y un detalle del corte a nivel de sínfisis mandibular; E. mandíbula quemada PC 402; F. mandíbula quemada PC 403 (en color en la versión electrónica).
En el MAC
Una de las hipótesis que barajan las investigadoras es que esos trofeos de la Edad de Hierro podrían ser fruto de “razias”, un tipo de ataque rápido, violento y por sorpresa que practicaban entre comunidades íberas para apropiarse de bienes y posiblemente también de personas. “Parece factible que se exhibieran las cabezas de los vencidos de otros poblados, sin distinción de sexo o edad, como muestra de valentía y superioridad sobre los rivales”, escriben las autoras.
Al comparar los restos con los de Ullastret se dieron cuenta que, además de que en el asentamiento de Girona no aparecían evidencias de mujeres ni adolescentes, los huesos de Puig Castellar presentaban una mayor prevalencia de una forma leve de osteoporosis en la cavidad de los ojos llamada cribra orbital y que está asociada al déficit nutricional o a algún proceso infeccioso crónico.
Fuente: lavanuguardia.com | 21 de abril de 2020
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