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La investigadora Monica Arienzo con un testigo de hielo de Groenladia en el laboratorio. DRI
Para reconstruir la historia de las grandes civilizaciones, arqueólogos e historiadores estudian las huellas materiales que estos pueblos dejaron a su paso y los textos que escribieron sus contemporáneos. El trabajo de campo en yacimientos y excavaciones, el hallazgo de objetos y la verificación de fuentes escritas -la República romana ya conocía las fake news- aportan las claves necesarias en esta tarea. En los últimos años, además, la ciencia climática se ha convertido en una inesperada aliada para los investigadores, aportando una nueva pista para recomponer las vicisitudes de los grandes imperios del pasado: su huella ecológica.
Más allá del poder militar de las legiones, la grandeza de Roma se cimentó sobre su riqueza económica, con la moneda oficial -el denario- como piedra angular. Así, la mayoría de las emisiones durante este período histórico fueron el resultado de la extracción y fundición de minerales de plomo y plata, procedentes de las minas de la península ibérica. De manera que los niveles de contaminación por estos metales sirven como un excelente indicador de la salud financiera durante la República y el Imperio. Ahora, un equipo multidisciplinar -compuesto por arqueólogos, historiadores, químicos e hidrólogos- ha podido trazar el auge y la caída de Roma gracias a indicios hallados bajo el hielo de Groenlandia, a 4.600 kilómetros del monte Palatino en Roma.
La investigación abarca desde el año 1100 a.C. hasta el 800 d.C., y ha sido recientemente publicada en la revista 'Proceedings of the National Academy of Sciences'. El trabajo señala un primer aumento de la cantidad de plomo a partir del siglo IX a.C., coincidiendo con el declive de la metrópolis fenicia y la expansión de Cartago. En el 218 a.C., por ejemplo, con el final de la Segunda Guerra Púnica, la contaminación cae repentinamente para luego ver un repunte, que marca el momento en el que los soldados romanos toman el control de las minas cartaginesas de Andalucía y las ponen en funcionamiento.
Pero los yacimientos geológicos peninsulares, que aportaron la materia prima necesaria para acuñar la moneda que circulaba por todo el mundo romano, no producían plata pura, en su lugar se desenterraba un mineral que contenía plata, plomo y cobre y que necesitaba ser fundido. Todo este proceso liberaba una cierta cantidad de contaminación por metales pesados que, una vez en la atmósfera, se acumulaba en las nubes y viajaba con ellas hasta puntos tan distantes como el Ártico. "Lugares como Groenlandia son lo suficientemente fríos como para que no se produzca casi ningún derretimiento en la superficie, lo que impide que se pierda nada, una vez depositado allí", explica Andreas Stohl (izquierda), científico del Instituto Noruego para la Investigación del Aire y coautor de la investigación. "Esto permite obtener registros de muy alta resolución".
Nuevas capas de nieve y hielo fueron enterrando los restos de plomo durante milenios, ocultos hasta que en 1990 científicos climáticos daneses comenzaron a estudiar el suelo. "El hielo en ese punto es muy grueso -casi 3 km de profundidad- por lo que las capas de nieve acumuladas son espesas y antiguas", señala Joe McConnell (derecha), profesor del Instituto de Investigación del Desierto (DSI) y autor principal del trabajo, "el hielo del fondo tiene hasta 100.000 años de antigüedad".
El análisis de estos niveles de emisiones permite identificar momentos de expansión y crisis en la economía romana, confirmando eventos documentados, que incluyen guerras, conquistas y plagas. De acuerdo con los registros, los trabajos de fundición alcanzaron su punto álgido en la primera etapa del Imperio, especialmente durante la 'Pax Romana' (entre el año 27 d.C y el año 180 d.C) y registraron niveles de producción que no serían igualados hasta 500 años después. Por otra parte, los acontecimientos relacionados con la crisis de la República, marcados por ejecuciones políticas y guerras civiles, muestran un amplio período de estancamiento y desintegración económica, según el estudio.
"Durante los dos primeros siglos del Imperio las emisiones son casi cuatro veces más altas que en las últimas décadas de la República", afirma el historiador de la Universidad de Oxford, Andrew Wilson (izquierda), "lo que refleja un crecimiento económico sustancial bajo el dominio imperial".
Los arqueólogos también han hallado pruebas de acontecimientos no violentos: por ejemplo en el 64 d.C. Roma devaluó su moneda, reduciendo la cantidad de plata en denarios, lo que se refleja en un leve descenso en la contaminación en los años siguientes. Un siglo después, en el 165 d.C, una plaga se extendió desde el este por todo el mundo romano durante más de 15 años. Conocida como Peste antonina, acabó con la vida de millones de personas y devastó el ejército. Los niveles de emisiones en la atmósfera caen notablemente en este punto y ya nunca se acercarían a las cifras del primer imperio.
Emisiones de plomo
Los autores explican que un estudio con este nivel de detalle ha sido posible gracias a las mejoras en los modelos informatizados de la atmósfera, desarrollados significativamente en las últimas décadas con la monitorización del cambio climático. Además, los químicos e hidrólogos también han refinado su capacidad para descubrir restos de metales y minerales en testigos de hielo. En este caso, los investigadores han estudiado tres bloques, que fueron perforados, extraídos y almacenados en los años 90, y los han derretido mediante almohadillas calefactoras especiales. "Cada registro implica un promedio de 60 mediciones individuales realizadas en una corriente continua de agua derretida durante un período de aproximadamente 9 segundos", explica McConnell.
Durante estos últimos años, científicos de todos los campos han colaborado para elaborar amplios registros de acontecimientos climáticos importantes, lo que también permite tener en consideración momentos en los que las emisiones aumentan de forma natural, como por ejemplo como consecuencia de grandes erupciones volcánicas. Por otro lado, los científicos en este campo han dado un paso adelante en su capacidad para vincular con precisión cada uno de esos registros a una fecha específica, proporcionando, sin quererlo, una nueva herramienta para desentrañar los secretos de la Historia.
El equipo del proyecto de investigación (de izquierda a derecha): la Dra. Audrey Yau, especialista en núcleos de hielo y ex post-docente de DRI; la Dra. Mónica Arienzo, especialista en hielo; Elisabeth Thompson, estudiante de doctorado en la Universidad de Oxford; el profesor Andrew Wilson, historiador de la Universidad de Oxford; y el profesor Joe McConnell, especialista en núcleos de hielo, DRI.
Fuentes: elmundo.es | dri.edu | 5 de noviembre de 2018
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