Red social de Arqueologos e Historiadores
La caída de Troya, por Johann Georg Trautmann. Wikipedia.
Uno de los episodios históricos que mas ha apasionado a investigadores y eruditos a lo largo del tiempo ha sido la ciudad de Troya y la guerra a la que se vio abocada fruto del rapto de Helena por el hermoso Paris, según los textos homéricos. Para los griegos antiguos, el episodio de la guerra de Troya formaba parte de su propia realidad histórica, y por tanto de su devenir cronológico. Dicho de otra forma, para ellos, la guerra de Troya fue un acontecimiento real ocurrido en el 1184 a.C., del que además se sentían orgullosos.
Si nos posicionamos desde un prisma histórico moderno, la cuestión “troyana” cambia de forma radical, puesto que si bien el enclave de la antigua ciudad de Troya, entendida como la Troya homérica, ha sido geográficamente ubicada y confirmada por la arqueología, convirtiéndose en una realidad tangible, no ocurre lo mismo con la supuesta guerra que allí tuvo lugar y que Homero relata con todo lujo de detalles en sus textos homéricos, principalmente en la Iliada.
El rapto de Helena, una historia mitológica
Si dirigimos nuestra mirada a la mitología griega, enseguida tomamos nota del trágico destino que le esperaba a la ciudad hitita de Troya en forma de presagio. Paris (al que la Iliada se refiere a él como Alejandro), era uno de los hijos de Priamo, rey de Troya, y de su esposa Hécuba. Estando esperando el nacimiento de Paris, Hécuba tuvo un sueño premonitorio. En esa visión inquietante y desesperanzadora, la reina soñó como portaba en su vientre una brasa ardiente que haría arder toda la ciudad de Troya, incluidos edificios y palacio, trayendo consigo la desgracia de sus gentes. Francamente airada, Hécuba se dirigió a consultar el oráculo, y la respuesta, lejos de reconfortarla, le desesperó aun más, puesto que el oráculo le confirmó que su próximo hijo causaría, nada más y nada menos, que la destrucción de su patria.
Tras llegar lo sucedido a los oídos de Priamo, este ordenó a un oficial de su mayor confianza, de nombre Arquelao, que sin perder tiempo se deshiciera del neonato. Arquelao, aunque decidido a obedecer a su rey en un principio, no pudo soportar las desesperadas suplicas de Hécuba, siendo incapaz de cumplir la orden. Con el mayor de los sigilos entregó el recién nacido a un grupo de pastores que halló en el monte Ida, quienes se ocuparon de su crianza y educación, siempre con el debido cuidado de ocultar su identidad y procedencia. Pero tanta ocultación no iba a durar mucho, puesto que el joven Paris pronto se reveló como el mas bello, valiente y aguerrido de los pastores frigios, hasta el punto que trascendió su precoz celebridad llegando noticias de él hasta el propio palacio, tras su éxito logrado en los Juegos Troyanos en los que se impuso con facilidad a sus rivales. Este hecho fue lo que hizo que Priamo le identificara como su hijo y le llamó a su lado. Fue tal la fama que alcanzó el joven, que hasta los dioses se percataron de su presencia y lo tuvieron en la mas alta estima, siendo esto lo que le complicó su vida y la de su pueblo.
De acontecimiento extraordinario se podía calificar la boda de Tetis y Peleo, hasta el punto que fueron invitados a tan magnifico evento todos los dioses, salvo la diosa Discordia, excluida por todos ante el temor de que estropeara la ceremonia causando desacuerdos y desavenencias entre los muchos y prestigiosos invitados. Pero Discordia no se tomo nada bien la exclusión de la que había sido objeto, y se presentó de improviso en el banquete con el propósito de vengarse de tal agravio. Su venganza tomó forma de manzana de oro, ya que la diosa, desairada, la arrojó sobre la mesa y en la dorada fruta se podía leer “a la mas hermosa”. Las diosas que se creían mas bellas, Juno, Venus, y Minerva, comenzaron a porfiar entre ellas quién era la mas bella y por tanto la propietaria de la manzana, sin ponerse de acuerdo como era de esperar.
Con el propósito de dilucidar el asunto llamaron a Paris, para que actuando como juez, decidiera cuál era la más bella de las tres. Paris fue agasajado con todo tipo de ofrecimientos por parte de cada una de las diosas, con el fin de que inclinara la balanza a su favor. Juno no dudó en ofrecerle toda aquella clase de riquezas que Paris pudiera ambicionar. Minerva, por su parte, le ofreció en convertirle en el más invencible y glorioso guerrero. Mientras que Venus acabó por prometerle que le conseguiría la mujer más bella del mundo. Tras pensarlo mucho, Paris acabó por decantarse en favor de Venus y esperó paciente su premio, convencido de la honradez de la diosa. Las diosas perdedoras se vieron humilladas y se concertaron para causar todo el mal posible a Paris, su estirpe y su pueblo.
Venus, como diosa de palabra que era, al menos en esto, se dispuso a entregar al joven rey su premio, eligiendo para Paris a Helena, una princesa espartana hija de Tíndaro, y además, para desesperación de Paris, casada con Menelao. Y aun peor para Paris, la pareja vivía feliz ajenos a lo que iba a ocurrir. Pero Paris contaba con una importante aliada, dispuesta a cumplir su palabra. Eso, y la firme determinación del príncipe troyano por conseguir a Helena, hizo que este se plantara en la corte espartana con un importante séquito real, desplegando todo su encanto, siendo recibido con honores de jefe de estado y con un respetuoso afecto. Los espartanos se desviven con su invitado ofreciéndole todo tipo de presentes y recibiendo un trato esquisto, donde sus deseos se convirtieron en ordenes, especialmente para los veinte esclavos encargados de servirle. Pero Paris no se aleja de su propósito ni por un momento, y a pesar de su esposo, comienza a cautivar a Helena, fascinándola con sus modales y sus gestos, hechizándola con sus palabras y logrando cautivarla de tal forma, que aprovechando una ausencia del país de su esposo Menelao, Helena sucumbe a los encantos de Paris y decide renunciar a su patria y huir con él a Troya.
Como era de esperar, el regreso de Menelao de Creta se torna en furia y rabia cuando se entera de tan fatal suceso, y apoyado por los reyes vecinos deciden conjurarse con el único fin de vengar la humillación y traición de Paris, y con ello la ruin ofensa de la que Menelao había sido objeto. Para lograrlo consiguen reunir en Beocia, en el puerto de Aulis una poderosa flota con destino a Troya. Tal maquinaria de guerra estaría dirigida a arrasar y saquear la ciudad hitita de Troya. Al frente de tan poderoso ejercito figuraba Agamenón, rey de Argos y Micenas y por si fuera poco hermano de Menelao.
Todo lo relatado hasta ahora está más próximo a la literatura épica que a una realidad histórica, aunque no es tan simple como parece, sino más bien se trata de algo realmente complejo que merece la pena analizar más pormenorizadamente.
El redescubrimiento de Troya
Podemos empezar afirmando, que si hoy conocemos la existencia real de Troya y algo de su historia, es gracias al poeta griego Homero y sus poemas, la Iliada y la Odisea. Tras siglos de oscuridad, hoy sabemos que Troya existió realmente, y que se encuentra en la actual Turquía, concretamente en la Península de Anatolia, en la provincia de Canakkale al norte del país, en el estrecho de los Dardanelos, siendo un acceso estratégico al Mar Negro. Además está rodeada por la cordillera del Ida, constituyendo en la antigüedad un enclave decisivo desde el punto de vista comercial y militar. En cuanto a su emplazamiento concreto, Troya se halla en la Colina de Hissarlik, que se traduce como 'lugar de la fortaleza', a unos 6,5 km del mar Egeo y equidistante de los Dardanelos.
Si es cierto que no conocemos de esta cultura todo lo que nos gustaría, también es evidente que el conocimiento sobre el desarrollo histórico de este enclave ha avanzado mucho en los últimos años, sobre todo gracias a la arqueología y a la interpretación los textos antiguos.
Para sacar a Troya del oscurantismo histórico tenemos escasas herramientas: textos literarios griegos (principalmente los textos homéricos), textos históricos hititas (mucho mas útiles), un puñado de nombres propios de personas y topónimos, y los resultados que nos ofrecen los estudios arqueológicos.
La historia de Troya, fue muy dilatada en el tiempo, se extiende a unos dos mil años, siendo el principal problema para el conocimiento profundo de su historia la total ausencia de fuentes escritas propias, no porque fuera un pueblo ágrafo, sino simplemente porque a día de hoy no se ha hallado un mas que posible archivo real.
Como se dijo en párrafos anteriores, hoy conocemos la existencia de Troya, simplemente porque dicha ciudad fue elegida por Homero como escenario en el que se desarrollan los acontecimientos narrados en su obra la Iliada. El poeta pudo haber elegido otro enclave cualquiera, pero no, eligió Troya para contar su historia. Debemos tener en cuenta que Homero compuso esta obra literaria en torno al año 700 a.C., narrando unos acontecimientos que tuvieron lugar en tiempos remotos, como el mismo poeta dice al comienzo de la obra. De dichos acontecimientos, el poeta tuvo conocimiento mucho antes de componerla, de forma oral, por medio de los rapsodas, ya que si tenemos en cuenta que los griegos adoptaron el alfabeto en el año 800 a.C, eso quiere decir que antes de esa fecha no hubo ningún texto literario escrito.
Cuando Homero compuso la Iliada, lo hizo sin título, al menos que nosotros sepamos. Con el transcurrir del tiempo, la obra la encontramos con el título de Ilias, o lo que es lo mismo, “el poema referido a la ciudad de Ilios” (Troya). Este detalle toponímico en principio puede despistar al lector, que pronto lo entenderá si tenemos en cuenta que Homero menciona el lugar del desarrollo de su acción indistintamente con ambos nombres, luego Troya e Ilios son un mismo lugar.
Otra cosa a tener en cuenta son las diferentes fases por las que pasa la obra de Homero hasta llegar hasta nosotros. La Iliada está considerada como la obra de carácter literario mas antigua de Europa. Tan dilatado lapso de tiempo ha hecho, que tanto la Iliada como la Odisea, desde sus orígenes, hayan pasado por una serie de etapas. Primero, al no conocer los griegos la escritura, se transmitió oralmente por medio de los aedos, o lo que es lo mismo, rapsodas, que con sus relatos amenizaban al pueblo. Por lógica hay que entender que esta, al ser una etapa “viva” del discurso de estos aedos, la historia transmitida era cambiante de unos relatos a otros de la misma obra, ya que aunque se pudieran perder en la transmisión oral algunos detalles, por lo general se iba enriqueciendo la historia con nuevos personajes o nuevos atributos que adornaban a los protagonistas.
Una segunda etapa en la que ya se fija algo más la historia relatada, tiene lugar por medio de los copistas que durante los diversos periodos históricos, y hasta el año 1450, fecha de la invención de la imprenta, iban copiando sucesivamente. Con la invención de la imprenta se cierra una etapa de inseguridad literaria, representada por las dos etapas anteriores, donde el riesgo de pérdida de información, incluso de pérdida completa de importantes obras, había llegado a su fin, y los poemas homéricos fueron plasmados en forma de libro, perviviendo así hasta nuestros días.
Estructuralmente, la Iliada es una extensa epopeya compuesta por dieciséis mil versos, o, para ser exacto, hexametros, o sea, un verso largo de seis pies. La Odisea, a diferencia de la Iliada no transcurre en Ilios (Troya), sino que relata la vuelta a casa tras la guerra de Troya del héroe Odiseo, y sus aventuras y desventuras por el Mediterráneo, un mar en ocasiones hostil. Cuenta con más de doce mil hexametros, lo cual siendo una obra extensa, lo es menos que la Iliada.
Respondamos ahora a una simple cuestión. ¿Existió realmente Troya y la guerra que allí tuvo lugar, o simplemente es fruto de la imaginación de un poeta? Lejos de parecer fácil responder a ello, resulta realmente complicado. Debemos empezar por el principio. Cuando Homero escribe su obra, sus contemporáneos identificaban la Troya de su relato con un antiguo y abandonado emplazamiento ruinoso, ubicado en la región de la Tróade, situada en la Península de Anatolia (actual Turquía), y así se creyó por griegos y romanos hasta el siglo VI d.C. Nadie dudaba que aquellos restos de una antigua fortaleza en ruinas era la Ilios de Homero.
Dado el tono nacionalista de la Iliada, ya que no debemos olvidar que en ella se relata la unión de todos los griegos contra un enemigo común extranjero (hitita), con la consiguiente victoria, Troya se convirtió en un símbolo digno de veneración y peregrinaje.
En el 300 a.C., sobre los restos de la arrasada Ilios/Troya, los propios griegos levantaron una nueva ciudad que llamaron Ilion, y posteriormente, ya bajo el dominio romano, en el siglo I a.C., se volvió a reconstruir la zona con una nueva ciudad edificada sobre la anterior griega, y que llamaron Ilium. Ambas ciudades, cada una en su momento, la griega primero y la romana después, gozaron de la condición de ciudades históricas, por lo que eran frecuentemente visitadas y veneradas, incluso por personajes ilustres, como Alejandro Magno. Tras la caída del imperio romano y la venida del Cristianismo, la región va decayendo progresivamente, y en torno al siglo VI d.C., toda la zona quedó despoblada y abandonada a su suerte, convirtiéndose en un páramo ruinoso, quedando solamente, como muestra de su anterior esplendor, fragmentos de lo que pudo ser en el pasado una gran fortaleza. En 1453 con la toma de Constantinopla por los Turcos, Troya quedo bajo su dominio, pasando a designarse Hisarlik (en turco: Lugar de la fortaleza).
Durante siglos, Troya permaneció dormida, hasta el punto que muchos la tenian como un lugar creado por la fantasía de Homero, negándose incluso su existencia histórica. A pesar de ello, la Iliada había seguido leyéndose, despertando no solo la imaginación de sus lectores, sino también la curiosidad, y, por qué no, el intentar localizar su emplazamiento. El guante lo recogió los colegios de formación humanística europeos de los siglos XVIII y XIX, que aunaron esfuerzos por determinar una posible ubicación, siendo muchas las teorías y propuestas sobre dónde podía haber estado la Troya homérica.
A partir de ese momento, entraron en escena diversos personajes que, unos con mas fortuna que otros, contribuyeron a allanar el terreno para una definitiva solución del asunto.
Heinrich Schliemann, el pionero de la protohistoria de Grecia
Tras unos incipientes y torpes inicios de excavación llevada a cabo en 1863 por Frank Calvert, entró en juego la figura del arqueólogo alemán Heinrich Schiliemann (Mecklenburg-Schwerin, 1822- Nápoles, 1890). Heinrich Schliemann, era un personaje realmente peculiar, que junto a Arthur Evans fueron los pioneros en el desarrollo de los métodos científicos de excavación arqueológica allá por finales del siglo XIX. Aunque sus métodos dejaban mucho que desear, no olvidemos que en fecha tan temprana aún no había surgido la arqueología como disciplina científica. En cuanto a Schlieman se puede decir que la obsesión por Troya y los poemas homéricos le persiguió toda su vida. El historiador italiano Indro Montanelli, en su obra Historia de los griegos, hace un repaso a la trayectoria vital de Schliemann, afirmando sobre él:
“Tenía ocho años cuando anunció solemnemente en familia que se proponía redescubrir Troya, y demostrar, a los profesores de Historia que lo negaban, que esa ciudad había existido realmente. Tenía diez cuando escribió en latín un ensayo sobre este tema”. (Historia de los griegos, pág. 19).
De ser así como lo cuenta Montanelli, nos está describiendo a un menor con inquietudes muy diferentes a las de un niño de su edad y con una madurez muy superior. Siguiendo al autor italiano, nos revela cómo, a pesar de empezar a trabajar como dependiente, nunca se le fue de la cabeza la idea que manifestó a sus padres con tan solo ocho años, y decidido a buscar fortuna marchó hacia América con la mala, o buena suerte, que tras naufragar acabó en Holanda, donde se estableció como hombre de negocios dedicado a rentables operaciones comerciales, amasando una considerable fortuna, y así lo relata Indro Montanelli:
“A los veinticuatro años era ya un comerciante acomodado, y a los treinta y seis un rico capitalista, del cual nadie había sospechado jamás que entre un negocio y otro hubiese seguido estudiando a Homero. Debido a su profesión se había visto precisado a viajar mucho. Y había aprendido la lengua de todos los países donde estuvo. Sabía, además del alemán y el holandés, francés, inglés, italiano, ruso, español, portugués, polaco y árabe”. (Historia de los griegos, pág. 20).
Tras haber marchado, esta vez con éxito, a América y aprovechando la fiebre del oro, Schliemann funda un banco en Sacramento en 1851, dedicado a la compra y venta de oro, pero problemas con la justicia le obligan a regresar a Rusia, lugar en el que se había establecido debido a sus negocios. Allí se casó con Ekaterina Lyschin, que será la madre de sus tres hijos.
Llegado a ese punto de su vida, a Schliemann solo le faltaba algo por hacer, cumplir su sueño de encontrar la ciudad hitita de Troya, y que mejor forma de hacerlo que dar un vuelco a su vida y trasladarse a la propia Troya, pero pasando primero por París para perfeccionar sus conocimientos sobre el tema en la Sorbona, lo que le costó el divorcio con su mujer, que se negó a seguir las extravagantes ideas del arqueólogo alemán.
Casado en segundas nupcias con una mujer, esta vez griega, Sophia Engastromenos, varios años mas joven que él, Schliemann retoma su aventura libre de cargas, como en cierta ocasión confesó a un amigo. Schlieman se puso manos a la obra y contactó con Frank Calvert, un arqueólogo aficionado que ya había colaborado con el cónsul británico y americano en el pasado, en un tímido intento de excavación que resultó un fracaso, y este le indicó que empezara probando en el emplazamiento de Hissarlik y así lo hizo. Transcurrido aproximadamente un año, Schliemann consiguió los obligados permisos por parte del Gobierno turco para así poder comenzar los trabajos de excavación en una loma de la colina de Hisarlik. Tras muchos intentos infructuosos que se dilataron en el tiempo, parecía que el arqueólogo alemán iba a perder la paciencia, hasta que un buen día los trabajos dieron su fruto. Schliemann halló lo que parecía una caja de cobre que contenía un rico tesoro formado por diferentes piezas de plata y oro (diferentes copas de plata y oro, una jarra de oro, un florero de plata, dos diademas, 8750 anillos, numerosas pulseras etc.).
La expectación por el hallazgo fue mayúscula y tanta repercusión puso las cosas muy difíciles a Schliemann para sacar el tesoro de Turquía, ya que el gobierno turco se apresuró a solicitar su parte. Schliemann no tardó en comunicar a toda la comunidad científica que había hallado lo que el creyó que era el "Tesoro de Príamo", el personaje que Homero inmortalizó en su Iliada.
Tras enormes dificultades para sacar el "Tesoro de Príamo" de Turquía, Schliemann resolvió la cuestión pagando una elevada cifra al gobierno de Ankara. El tesoro se valoró en unas 80.000 libras esterlinas de la época, así que mereció la pena, acabando en Berlín. Tras la II Guerra Mundial, Stalin lo trasladó a Rusia. Hoy se encuentra depositado en el Museo Pushkin.
A pesar del hallazgo, Schliemann chocó con el escepticismo de algunos expertos que ponían en duda sus teorías, y para reforzarlas aún más, marchó a Micenas, en la Grecia continental para encontrar pruebas que demostraran que Troya fue asediada y destruida por una coalición griega. Schliemann no tardó en encontrar nuevos tesoros en Micenas, principalmente en las tumbas reales del palacio (Círculos A y B), destacando entre la inmensa cantidad de tesoros hallados en el rico ajuar funerario, una máscara de oro de rostro masculino, que el arqueólogo bautizó como la Máscara de Agamenón.
Para la desesperación de Schlieman, tanto el “Tesoro de Príamo” como la Máscara de Agamenón, pertenecían a un periodo más antiguo al de la famosa guerra de Troya. Aún así el arqueólogo alemán, dando muestras de una incisiva tozudez, siempre se opuso a esta afirmación, siendo frecuente el enfrentamiento dialéctico con otros colegas.
De él se puede decir que aunque sus métodos no eran los más ortodoxos para el estudio arqueológico, gracias a Schliemann se produjo un feroz impulso de la arqueología, que sirvió para reavivar el interés por el estudio de la Grecia antigua, y hoy se le puede considerar como el padre de la arqueología moderna.
Schliemann murió igual que vivió, obsesionado por Grecia y Troya. Su muerte tuvo lugar en Nápoles en 1890, y sus restos fueron trasladados a Grecia donde fue sepultado en Atenas. Su ultima morada sería un panteón decorado a la manera griega. Indro Montanelli nos relata así la importancia de Schliemann y su aportación a la arqueología:
“... Schliemann murió casi setentón en 1890, tras haber trastornado desde los fundamentos todas las tesis e hipótesis sobre las que hasta entonces se había basado la reconstrucción de la prehistoria griega, inclinada a exiliar a Homero y a Pausanias en los cielos de la pura fantasía. En el hervor de su entusiasmo, acaso demasiado apresuradamente, atribuyó a Príamo el tesoro descubierto en la colina de Hisarlik y a Agamenón el esqueleto hallado en el sarcófago de Micenas. Sus últimos años los pasó polemizando con los que dudaban de ello, y en estos litigios aportó más violencia que fuerza persuasiva. Pero el hecho es que él se consideraba contemporáneo de Agamenón y trataba a los arqueólogos de su tiempo desde la altura de tres milenios. Su vida fue una de las más bellas, afortunadas y plenas que un hombre haya vivido jamás. Y nadie podrá negarle el mérito de haber aportado la luz en la oscuridad que envolvía la historia griega antes de Licurgo...”.(Historia de los griegos, pág. 22).
Su constancia y su empecinamiento, llevó a Schliemann durante su apasionada vida a sacar de las tinieblas de la historia al mito de Troya y colocarla en el lugar que le corresponde en la historia de Grecia. Pero Schliemann, a pesar de su empeño, no descubrió la Troya homérica, sino un estrato temporalmente muy anterior a la fecha en que Homero situaba la acción de su epopeya.
El despertar arqueológico de Troya
Cuando Schliemann consigue sacar del olvido los restos arqueológicos enterrados en Hisarlik en 1872, todo llevaba a pensar que la conocida leyenda de Troya pasaría definitivamente a convertirse en realidad histórica. Pero lo cierto es que la fortaleza que Schliemann descubrió (Troya II) presentaba una cronología que se extendía entre los años 2600 al 2300 a.C., una época demasiado remota para pensar que una coalición griega hubiera protagonizado el ataque y asedio a la ciudad hitita, más aún en un tiempo donde la presencia griega en la península balcánica era prácticamente nula. De este nivel lo más destacado fue el hallazgo del "Tesoro de Príamo" en 1873, compuesto por más de doscientas cincuenta piezas únicas de orfebrería. Pero este intento fallido no descartaba que en un estrato superior pudiera existir la Troya de Homero.
Las prospecciones que siguieron a los estudios de Schliemann descubrieron que debido al reducido espacio en el que se concentraba la ciudad de Troya, una colina de unas dimensiones de 150 x 200 metros, y debido a lo relativamente perecedero del material de fábrica de sus edificaciones (ladrillos de adobe), desde época prehistórica se empleaba una técnica de renovación del asentamiento cada cincuenta años aproximadamente. De esta forma se derruía y extendía sobre el terreno las antiguas estructuras arquitectónicas, reconstruyéndose sobre el antiguo asentamiento una nueva ciudad y así sucesivamente. El resultado de esta práctica fue una elevación de 16 o 17 metros de altura aproximadamente, a la manera de tell. Resultado de todo ello fue, una vez excavadas dichas capas, la existencia de hasta nueve ciudades distintas, enumeradas desde la más antigua (Troya I) hasta la más reciente (Troya IX), y de todas ellas la descubierta por Schliemann fue Troya II. Lo difícil sería determinar cuál de esas nueve ciudades fue aquella que sufrió la ira de la coalición griega.
Tuvo que ser Wilhelm Dorpfeld (Barmen, 1853 - Leucadia, 1940), estrecho colaborador de Schlieman en el hallazgo de Troya II, el que diera, en posteriores campañas, con la Troya homérica, (Troya VI, en su fase final y Troya VII). Pero aún había muchas preguntas sin respuestas que era de obligado cumplimiento descifrar, más aún con la emoción que supuso los hallazgos de Dorpfeld. Tras el fallecimiento de Schlieman, Dorpfeld continuó las excavaciones en Hisarlik centrando todo su esfuerzo en el estrato de Troya VI, dando con una importante muralla defensiva dotada de puertas de acceso y restos de torres de defensa. De los objetos y utensilios hallados en este nivel, se dedujo que Troya VI debió ser una ciudad próspera y opulenta, muchos de estos, eran objetos de lujo orientales que apunta a un gusto por el refinamiento de las élites ciudadanas. Según los estudios de Dorpfeld, a Troya VI le llegó su ocaso tras varias centurias de ocupación. En un primer momento se pensó que pudo ser arrasada de forma violenta por algún enemigo exterior, aunque finalmente se impuso la teoría de que fue un desastre natural, probablemente un terremoto el agente causante de tal destrucción.
A los trabajos de Dorpfeld, le siguieron nuevas e ilusionantes misiones arqueológicas. En total, y hasta hoy, se ha sacado a la luz una mínima parte de todo lo que representa Troya, en definitiva, menos de una quinta parte de toda la superficie del yacimiento se ha recuperado, quedando mucho por hacer.
Entre los años 1932 y 1938 el protagonismo en los trabajos de Troya lo tuvo una expedición estadounidense dirigida por Carl Blegen (Minesota,1887 – Atenas, 1971). Lo primero que Blegen hizo, fue confirmar la ya conocida hipótesis de que Troya VI fue destruida por un terremoto. Pero su principal aportación fue dar un nuevo sentido a las diferentes fases de habitación del asentamiento, detallándolas aún más que en trabajos anteriores. Blegen, por su parte, no tardó en señalar el estrato Troya VIIa como la ciudad homérica. A pesar de que el arqueólogo norteamericano señaló indicios que le llevaban a pensar que este nivel de ocupación fue destruido de forma violenta, producto de un largo sitio, lo cierto es que Troya VIIa carecía en ese momento de cualquier riqueza u opulencia, ya que demasiado tenía la ciudad de ese periodo con recuperarse de los nocivos efectos del terremoto del nivel anterior.
Esta tesis se veía reforzada por los datos de datación arqueológica, puesto que tras analizar los restos cerámicos, la ciudad debió sucumbir hacia los años 1230 y 1190 a.C., un periodo poco favorable para que las ciudades micénicas pudieran emprender tan magna empresa.
Los trabajos continuaron en 1988, esta vez a cargo del alemán Manfred Korfmann (Colonia, 1942 - Ofterdingen, Baden-Wurtemberg, 2005), el cual empleando las nuevas técnicas de prospección le llevó a encontrar lo que denominó “barrio bajo” (Troya VI), que llevó a replantear una visión diferente de la realidad del yacimiento, tanto en extensión como en número de habitantes. Los hallazgos de Korfmann, entre ellos puntas de flechas y proyectiles para hondas, junto al descubrimiento de una gran superficie quemada producto del fuego, así como los restos óseos de un individuo de sexo femenino semienterrado, le llevaron a afirmar que la ciudad había sido destruida por la acción humana, producto de un asedio y el posterior aniquilamiento. Lo que Korfmann no fue capaz de determinar es quiénes fueron los autores de tal barbarie.
Tras la muerte de Korfmann, en el año 2005, se hizo cargo de las excavaciones el arqueólogo austriaco Ernst Pernicka, sacando a la luz en 2009 una tumba de inhumación con los restos de dos individuos que fueron datados en el 1200 a.C. (fecha de la destrucción de la Troya homérica), junto a los cuales se encontraron distintos restos cerámicos.
Finalmente en el año 2013 los trabajos arqueológicos estaban bajo el control de la universidad de Canakkale y las actividades de excavación eran dirigidas por Rüstem Aslan. En ese ultimo año, la Universidad de Wisconsin-Madison, junto con la Universidad turca de Canakkale, pusieron en marcha una nueva campaña de trabajos en Hisarlik con el objetivo de encontrar el cementerio real de Troya, así como profundizar en el análisis de las fuentes escritas, más concretamente encontrar pruebas de la escritura que se empleaba en la región, una asignatura aún pendiente.
Troya un difícil rompecabezas
En las diferentes campañas llevadas a cabo a lo largo del tiempo se han ido sucediendo extraordinarios descubrimientos que han ido respondiendo, a su vez, a muchas de las numerosas incógnitas que plantea la cuestión de Troya. Uno de estos hallazgos fue el descubrimiento del barrio bajo anexo a la ciudadela de Schliemann. Un extenso barrio de claro estilo anatolio. Desde un principio se pensó que la ciudad de Troya estaba constituida únicamente por la ciudadela, algo que ya pondría en duda el propio Schlieman en 1884, cuando consideró que no era posible que Troya tuviera una extensión reducida únicamente a la ciudadela, sino que debía de extenderse mas allá de esta. Decidido a hallar el barrio bajo, a Schliemann le sorprendió la muerte, lo cual quedó pendiente. Pero nuevamente la intuición de Schlieman era acertada.
No todos pensaban como Schliemann. Frank Kolb, en 1984, en su libro La ciudad en la antigüedad, afirmaba respecto a Troya: “... Troya VI y VIIa, que podrían coincidir cronológicamente con la Troya de Homero, eran asentamientos pequeños y pobres, que de ninguna manera merecen la denominación de ciudad...”. Pero Kolb se equivocaba como quedó constatado pocos años mas tarde.
Los descubrimientos se fueron sucediendo, y en 1992, situada a unos cuatrocientos metros al sur de la muralla de la ciudadela de Troya VI/VIIa, apareció un robusto muro de adobe, que tras su datación se hizo público que se trataba de la muralla exterior de la Troya homérica. Había aparecido el barrio bajo. Este hecho obligó a replantear de nuevo la extensión de la ciudad, ahora formada por la ciudadela y el barrio bajo, y con ello el número de habitantes que debió tener, que debía ser, sin duda, considerablemente mayor.
Hechos los cálculos, se estableció que la Troya del 1200 a.C., la ciudad de Homero debió tener una extensión de mas de cien mil metros cuadrados y mas de seis mil habitantes. Tras el descubrimiento de la muralla exterior y el barrio bajo, en 1993, y prácticamente a los pies de la muralla citada, se encontró un foso defensivo de unos dos kilómetros de longitud excavado en la propia roca, de entre tres y cuatro metros de profundidad, un nuevo elemento defensivo más que venia a confirmar que Troya debió ser una ciudad rica e importante, y como tal había que proteger. Dicho foso se dató en torno al 1200 a.C., también en el periodo de Troya VI/VIIa. Los cálculos tras el nuevo descubrimiento volvían a sorprender, y hubo quien señaló una extensión de ciento setenta mil metros cuadrados únicamente del barrio bajo, a lo que había que sumar los veintitrés mil metros cuadrados de la ciudadela.
En 1995 se halló lo que sería una empalizada que debió tener una puerta, y que serviría para dificultar la circulación de carros así como su control y el de las personas que accedían a la ciudad. También apareció en esta fecha un segundo foso de dos metros de profundidad y tres de anchura situado a unos cien metros largos del foso ya mencionado, e igualmente perteneciente a Troya VI/VIIa. El hallazgo de este segundo foso, apunta a una extensión poblacional de Troya VI/VIIa de más de cien metros más allá del primer foso. La presencia de ambos fosos se podría interpretar también como simples obstáculos que servían para dificultar la aproximación del enemigo, más aún si estos lo hacían provistos de maquinaria bélica.
Por tanto, y como señala Joachim Latacz, en su libro Troya y Homero, en Troya VI y VIIa debió haber habido una muralla con dos fosos defensivos, el primero a una distancia de cuatrocientos metros de la ciudadela y el segundo, cien metros más afuera, en el límite exterior de la colina.
Los hallazgos de especial relevancia no dejaron de sucederse a lo largo de los años, completando, poco a poco, un enorme rompecabezas que en época de Schliemann hubiera sido imposible imaginárselo. Así, en 1996, hizo su aparición una importante calzada empedrada que formó parte de Troya VI/VIIa, la cual se dirigía en su recorrido hacia la muralla de la ciudadela, terminando en la propia puerta de acceso a dicho recinto amurallado. Una puerta que debió ser de un considerable tamaño, como señaló Korfmann un año después, confirmando que la apertura de la misma era de unos cuatro metros, lo que evidenciaba lo importante del descubrimiento.
Con todos estos hallazgos los investigadores llegaron a la conclusión de que Troya VI/VIIa, o lo que es lo mismo, la ciudad homérica, debió ser una ciudad mucho más importante de lo que en un principio se había pensado, y que su ubicación tuvo que gozar de un estatus geopolítico y comercial de gran significación en la región, dada sus dimensiones, el numero de habitantes y la situación estratégica que ocupaba, más aún siendo la puerta de entrada al Mar Negro, en el Estrecho de los Dardanelos.
Troya, modelo de ciudad comercial y residencial anatolia
A medida que la antigua ciudad se iba recomponiendo, los arqueólogos y el resto de expertos, observaron que arquitectónicamente el aspecto de Troya VI/VIIa, se aproximaba en mucho al modelo de ciudad anatolia, y prácticamente en nada mostraba semejanzas, ni arquitectónicas ni estructurales, con las ciudades greco micénicas. La conclusión fue que se trataba de una ciudad Anatolia, y, como el resto de ciudades anatolias, Troya contaba con fosos defensivos (los sistemas defensivos micénicos carecían de foso), el perímetro defensivo se constituía por robustos muros de adobe (las murallas de las acrópolis micénicas no se hacían de adobe, sino de piedra), o las torres avanzadas, muy numerosas en Troya VI/VIIa, que también es un elemento característico de las ciudades anatolias, no existían en las murallas micénicas.
Hemos señalado anteriormente que la extensión urbana de Troya VI/VIIa fue fijada por Korfmann en más de doscientos mil metros cuadrados, y su población bien se podría aproximar a los ocho o nueve mil habitantes. Con estos datos es muy posible que en la Troya homérica debió existir una organización social perfectamente estructurada y jerarquizada, con una clase dirigente importante, que controlaría el gobierno y los intereses de la ciudad. Esta ciudad, con el sistema defensivo de que disponía, debía de ser un lugar extraordinariamente rico, con enormes tesoros, y consecuentemente objetivo de piratas y saqueadores, y por tanto debía existir un poder político y administrativo eficaz capaz de defenderla de eventuales ataques.
En la cúspide de esta organización social debió existir una especie de soberano o caudillo perteneciente a una de esas familias que constituían la clase dirigente. Este soberano con casi toda seguridad debió estar vinculado a la divinidad para imprimirle al cargo la legitimidad necesaria ante el pueblo. Con el tiempo esta forma de gobierno desembocaría en una dinastía hereditaria, pasando el cargo de padres a hijos.
Pero además existen otras pruebas irrefutables de la identidad anatolia de Troya, como lo demuestra la mayor parte de su producción cerámica hallada, principalmente la vajilla doméstica de clara impronta anatolia. Existen restos de cerámica micénica, muy apreciada como producto suntuoso, pero en menor medida, fruto de la importación de productos de lujo. Al igual que la cerámica, tanto los ritos de culto, los ritos funerarios y los dioses en la Troya del 1200 a.C., eran anatolios.
Una vez demostrado el origen anatolio de la Troya de Homero, es demostrable que esta ciudad era un enclave comercial de primer orden, que contaba con un puerto situado a unos ocho kilómetros de la colina de Hilsarlik, en la Bahía de Besik, que formó parte de la organización comercial troyana y que fue fundamento de su supervivencia económica. Dada su extraordinaria posición geográfica, Troya debió mantener relaciones comerciales con diferentes pueblos y culturas, ya que de ello dependía su supervivencia. Son innumerables los objetos hallados en las excavaciones que son ajenos a Troya y que no tiene otra explicación lógica de que provenga de un intercambio comercial a gran escala.
Esta riqueza comercial, tuvo su claro reflejo en las edificaciones, tanto defensivas como civiles, cada vez de mejor factura, más aún cuando se trataba de una ciudad opulenta que encerraba grandes riquezas. Sus edificaciones llegaron a tener hasta dos alturas dentro de la ciudadela, y en el barrio bajo se establecieron los artesanos destacados por ser grandes trabajadores del metal y de paños purpúreos, considerados artículos de lujo.
Pero si Troya contaba con una ventaja comercial importante, esa era que en su zona de influencia no existía ninguna otra ciudad que pudiera hacerle sombra desde el punto de vista comercial. Por ello, Troya debió ser la sede oficial de muchos delegados o intermediarios comerciales de otras zonas, los cuales permanecían en la ciudad velando por sus intereses comerciales. Su organización e importancia estratégica, económicamente hablando, debió servirle a Troya para mantener su independencia política, o al menos algún tipo de autonomía, frente a la constante amenaza de las grandes potencias del momento, ya que de este modo les era más útil, aunque es posible que pagaran algún tipo de tributo.
Las conclusiones que han sacado los investigadores, que no vamos a exponer aquí en toda su extensión, ya que no es el objeto de este artículo, es que Troya se encontraba dentro del imperio hitita, y que se trataba de una ciudad tanto residencial como comercial a la que denominaron Wilusa.
Por otro lado se demostró que Troya no era un reducto pobre y sin importancia, que no alcanzaba la categoría de ciudad, sino todo lo contrario, fue una extensa y rica ciudad ampliamente poblada, cuya base económica era el comercio a gran escala, lo que le permitía su privilegiada situación estratégica. Además como señala Joachim Latacz:
“Troya tomó el papel de un punto mediador económico y centro de organización de las regiones próximas y lejanas, no solo de Asia, sino también en la Europa que tenía en frente, con el natural aprovechamiento de las estructuras económicas concurrentes y beneficio para todos los participes”
La guerra de Troya.
Troya es una ciudad que presenta una clara dualidad, es decir, se trata de una ciudad histórica a la vez que legendaria, donde según la tradición griega se desarrolló una de las guerras mas famosas de la antigüedad, la Guerra de Troya. Es posible que en el subconsciente de los griegos perviviera el lejano recuerdo de algún hecho bélico histórico, en el que participaran diferentes reinos de la Hélade contra un enemigo extranjero común de la región de Anatolia, y así fuese transmitido de generación en generación. Lo que no deja lugar a dudas es que para los griegos, la guerra de Troya fue un acontecimiento real a partir del cual comenzaba la historia de la Hélade. Tanto para Homero como para Tucídides, el acontecimiento bélico que tuvo lugar en la región de la Troade era histórico y allí había que buscar el origen de los griegos. Así se expresó Tucídides (I,3,9):
“... Manifiéstase bien la flaqueza y poco poder que entonces tenían los griegos, en que, antes de la guerra de Troya, no había hecho la Grecia hazaña alguna en común, ni tampoco me parece que toda ella tenía este nombre de Grecia, sino alguna parte, hasta que vino Heleno hijo de Deucalión; ni aún algún tiempo después tenían este nombre, sino cada gente el suyo: poniéndose el mayor número el nombre de pelasgos. Mas después que Heleno y sus hijos se apoderaron de la región de Ftiótide, y por su interés llevaron aquellas gentes a poblar otras ciudades, cada cual de estas parcialidades, por la comunicación de la lengua, se llamaron helenos, que quiere decir griegos, nombre que no pudo durar largo tiempo, según muestra por conjeturas el poeta Homero, que vivió muchos años después de la guerra de Troya, y que no llama a todos en general helenos o griegos, sino a las gentes que vinieron en compañía de Aquileo desde aquella provincia de Ftiótide, que fueron los primeros helenos, y en sus versos los nombra dánaos, argivos y aqueos. No por eso los llamó bárbaros, pues entonces, a mi parecer, no tenían todos nombre de bárbaros. En conclusión, todos aquellos que eran como griegos, y se comunicaban entre sí, fueron después llamados con un mismo apellido. Y antes de la guerra de Troya por sus pocas fuerzas, y por no haberse juntado en contratación ni comunicación unos con otros no hicieron cosa alguna en común, salvo unirse para esta guerra, porque ya tenían de largo tiempo la costumbre de navegar...”
Fue el propio Tucídides (I,11), quien vio en la guerra de Troya una simple incursión de saqueo real, quitándole protagonismo al conflicto relatado por Homero:
“...Llegados a tierra, claro está que vencieron por combate, porque sólo así pudieron hacer un campamento amurallado, y parece que no usaron aquí en el cerco de todas sus fuerzas, sino que en el Quersoneso se dieron a la labranza de la tierra, y algunos a robar por la mar por falta de provisiones. Estando, pues, así dispersos, los troyanos les resistieron diez años, siendo iguales en fuerzas a los que habían quedado en el cerco.
Porque si todos los que vinieron sobre Troya tuvieran víveres y juntos, sin dedicarse a la agricultura ni a robar, hicieran continuamente la guerra, fácilmente vencieran, y la tomaran por combate con menor trabajo y en menos tiempo; lo cual no hicieron por no estar todos en el cerco y estar esparcidos, y pelear solamente una parte de ellos. En conclusión, es de creer que por falta de dinero fueron poco numerosos los ejércitos en las guerras que hubo antes de la de Troya.
Y la guerra de Troya, que fue más nombrada que las que antes habían ocurrido, parece por las obras que fue menor que su fama, y de lo que ahora escriben de ella los poetas...”
A pesar de ello, para los griegos fue su primera gran guerra en común. Este último texto de Tucídides explicaría porque esta supuesta guerra se extendió, según Homero, hasta diez largos años, ya que si no fuese así es difícil imaginar al ejército griego levantado en armas una década frente a Troya.
La ciudad anatolia, según se desprende de los textos hititas, debió alcanzar cierto poderío militar y por tanto debió disponer de una capacidad bélica suficiente para poder hacer frente durante largo tiempo a un asedio de la envergadura del que al parecer fue objeto. No obstante carecemos de información sobre su organización militar.
No menos poder bélico representaban sus rivales micénicos, los cuales contaban con una potente milicia producto de una sociedad seriamente jerarquizada y guerrera, al frente de la cual se alzaba su máximo dirigente, el Wanax, que era un caudillo militar que se apoyaba en el Lawagetas y los Telestai. Su gran organización militar hacía posible la movilización del resto del pueblo con suma facilidad siempre que la situación lo requería, y que de inmediato estaban dispuestos para hacer frente a cualquier conflicto. Toda esta eficaz organización se debía en gran parte a la labor del Qasieru, que gracias a sus funciones militares tenia en su mano la posibilidad de movilizar, como líder de las comunidades locales, a las gentes de él dependientes, nada más recibir la orden del Wanax.
Aunque es más lo que sabemos de la organización militar micénica que de la troyana, aún así resulta insuficiente. Sabemos a través del contenido de las tablillas micénicas halladas en los palacios, que destinaban enormes recursos económicos, no solo en armamento de todo tipo, sino también en cuestiones relacionadas con la logística (provisión, transporte etc.), lo que constata la enorme importancia de la milicia, siendo una cuestión fundamental en la vida cotidiana de los micénicos, y, como tal, ello se reflejaba en su economía e industria. Hoy, gracias a los hallazgos arqueológicos y a las representaciones iconográficas, fundamentalmente, nos podemos hacer una idea bastante aproximada de la indumentaria y equipo militar del que era portador el soldado micénico. Aunque hay ciertas similitudes con la indumentaria de los héroes homéricos, la visión anacrónica del poeta hace que no se correspondan del todo.
Si buscamos entre los numerosos versos de la Iliada, nos encontramos en el canto X una muy detallada descripción de un casco micénico reforzado con colmillos de jabalí. Casualmente en la actualidad existen dos ejemplares de este singular yelmo hallados en Micenas y Creta. ¿Se trata de una simple coincidencia que sirve para dar credibilidad histórica a este poema homérico? Así lo describe Homero en los versos 254 y ss:
“... En diciendo esto, vistieron entrambos las terribles armas. El intrépido Trasimedes dio al Tidida una espada de dos filos —la de éste había quedado en la nave— y un escudo, y le puso un morrión de piel de toro sin penacho ni cimera, que se llama catetyx y lo usan los jóvenes para proteger la cabeza.
Meriones proporcionó a Odiseo arco, carcaj y espada, y le cubrió la cabeza con un casco de piel que por dentro se sujetaba con fuertes correas y por fuera presentaba los blancos dientes de un jabalí, ingeniosamente repartidos, y tenía un mechón de lana colocado en el centro. Este casco era el que Autólico había robado en Eleón a Amintor Orménida, horadando la pared de su casa, y que luego dio en Escandia a Anfidamante de Citera; Anfidamante lo regaló, como presente de hospitalidad, a Molo; éste lo cedió a su hijo Meriones para que lo llevara, y entonces hubo de cubrir la cabeza de Odiseo...”
Pero si buscamos, podemos encontrar muchos más ejemplos, como ocurre con el carro de guerra, sobradamente conocido y mencionado en la documentación de los archivos palaciales micénicos, como podemos ver en el canto IV, 303 y seguidamente en el verso 364 del mismo canto:
“... Nadie, confiando en su pericia ecuestre o en su valor, quiera luchar solo y fuera de las filas con los troyanos; que asimismo nadie retroceda; pues con mayor facilidad seríais vencidos. El que caiga del carro y suba al de otro pelee con la lanza, pues hacerlo así es mucho mejor. Con tal prudencia y ánimo en el pecho destruyeron los antiguos muchas ciudades y murallas...” (IV, 303)
“...Esto dicho, los dejó allí, y se fue hacia otros. Halló al animoso Diomedes, hijo de Tideo, de pie entre los corceles y los sólidos carros; y a su lado a Esténelo, hijo de Capaneo...” (IV, 303)
Por tanto, es cierto que existen paralelismos o coincidencias en la obra homérica, que, si nos dejásemos llevar por ellos, pensaríamos fácilmente que lo narrado por el poeta en su Iliada, referente a la guerra de Troya, pueda ser cierto. Debemos alejarnos de todas estas presunciones, puesto que nos hará vernos tentados a hacer afirmaciones cuanto menos imprudentes. Aunque la tentación es grande, no obstante, nos resistiremos a ello.
Las tablillas hititas nos han facilitado determinados topónimos geográficos, que, a simple vista, pueden coincidir con otros procedentes de las fuentes griegas. Por ejemplo, estos documentos hacen referencia a Ahhiyawa. Se ha valorado por los expertos que este reino debió estar situado en el Mediterráneo, dándose por seguro que se refería a la Grecia micénica. Las referencias en estos textos a Ahhiyawa y sus relaciones con los hititas se hace patente en esta documentación. Ello demostraría que el Imperio Hitita (y Troya estaba dentro de este imperio), mantenía importantes relaciones comerciales con Micenas.
Las tablillas halladas en Hattusa hizo surgir del olvido para los investigadores una ciudad o región denominada Wilusa por los hititas. Esta misteriosa ciudad mantuvo durante unos trescientos años una estrecha relación con los gobernantes hititas. Pronto surgió la teoría de que la ciudad de Wilusa se correspondía con la Troya de Homero. Hoy en día está demostrado que la Wilusa hitita no es otra que la Troya homérica. Sabemos que Troya e Ilios son la misma ciudad, pero no siempre Ilios fue Ilios, ya que en el pasado se llamó Wilios, aunque el paso del tiempo hizo que la palabra Wilios perdiera la “W” inicial, acabando por pronunciarse Ilios y así lo confirma los estudios lingüísticos, que, tras el desciframiento de la escritura de los hititas, había realizado Paul Kretschmer (Berlin, 1866 – Viena,1956). Incluso si solo nos fijamos en la estructura de ambas palabras, enseguida salta a la vista su tremendo parecido (Wilios/Wilusa). Lo que en un principio pudo parecer una coincidencia gramatical, fue demostrado en 1996 por Frank Starke. Este pudo constatar, que la ubicación de la Wilusa hitita se correspondía con la región de la Tróade. No obstante esta teoría mayoritariamente reconocida contó con detractores como el arqueólogo Dieter Hertel.
Por otro lado en las fuentes hititas aparece el nombre de un dirigente troyano denominado Alaksandu. ¿Sería este Alaksandu, el Alejandro de Homero (el príncipe troyano Paris de la Iliada)? De nuevo la sincronía es enorme, aunque nos resistimos a creerlo. Pero sigamos con las coincidencias. En una carta hitita se menciona un ataque hitita contra Wilusa. El ataque tuvo lugar a comienzos del siglo XIII a.C., y fue llevado a cabo por Muwattalli II y sus hombres. No se sabe que desencadenó la furia de Muwattalli II contra Wilusa. El resultado fue un tratado que redactó el rey hitita y firmó Alaksandu de Wilusa, la fecha en torno a 1280 a.C. Si algo demuestra este tratado es la hegemonía hitita y su supremacía en la región. En esencia se trata de una alianza de corte defensivo entre el pueblo hitita y la ciudad de Wilusa. En dicho tratado, datado a comienzos del siglo XIII a.C., Muwattalli, con un tono autoritario y con reproches, se dirige a Alaksandu de la siguiente forma:
“Tú, Alaksandu, protege con benevolencia a mi Majestad. Y después protege a mi hijo y a mi nieto, hasta la primera y la segunda generación. Y así como yo, mi Majestad, te protegí, Alaksandu, de buen grado a causa de la palabra de tu padre, y acudí en tu ayuda, y maté a tu enemigo por ti, en el futuro mis hijos y mis nietos protegerán ciertamente a tu descendencia para ti, hasta la primera y la segunda generación. Si te surgen algún enemigo, no te abandonaré, igual que ahora no te he abandonado. Mataré a tu enemigo para ti”.
De dicho escrito se deduce que Muwattalli y Alaksandu fueron aliados en el pasado, y que gracias a la ayuda de Muwattalli, Alaksandu derrotó al enemigo, un enemigo para nosotros hoy desconocido. Este episodio histórico ocurre aproximadamente en tiempos de la guerra de Troya ¿Pudo ser este enemigo desconocido los micénicos? Pues ya nos gustaría afirmarlo, pero a día de hoy nos faltan datos para concluir que así fuera.
Pero los textos hititas no solo hacen mención a Troya, sino también a Micenas. En la capital del imperio hitita, Hattusa, aparecieron una gran cantidad de textos que trataban aspectos de un poderoso pueblo al que se refería como Ahhiyawa. ¿Quién era este pueblo del que tanto se hablaba en las fuentes escritas hititas?
Emil Forrer, identificó al pueblo Ahhiyawa con los micénicos de la Edad de Bronce, dicho de otra forma con los aqueos de Homero. Esto fue aceptado por la comunidad científica como lo demuestran las fuentes escritas que revelan que los micénicos fueron protagonistas de numerosos conflictos en la costa occidental de la península de Anatolia a lo largo del siglo XV a.C. En relación a esto contamos con la carta de Tawagalawa al parecer escrita por un rey de Hatti, (Hattusili III o Muwattalli II). Tan solo se conserva la última parte de la carta, pero aún así resulta interesante ya que de ella se desprende que existió un conflicto entre Hatti y el país de Ahhiyawa (micénicos). Desgraciadamente, en el texto no se hace referencia en ningún momento el nombre del rey de Ahhiyawa:
“... Oh, hermano mío, escríbele esto, al menos: “el rey de Hatti me ha convencido acerca de la cuestión de la tierra de Wilusa respecto a la cual él y yo estábamos enfrentados el uno contra el otro, y hemos hecho la paz. Ahora la hostilidad no es apropiada entre nosotros”. Continuando: Y por lo que concierne a la cuestión de Wilusa respecto a la que éramos hostiles, porque hemos hecho la paz, ¿Qué hay entonces?”
A lo largo de los textos hititas existen también otros topónimos que una vez analizados podrían corresponder con lugares coincidentes con las fuentes griegas. Es el caso del topónimo hitita Taruisa, que bien podría corresponder con el topónimo homérico de Troya, o el Milawata hitita, que podría equivaler al Mileto griego.
A nuestro entender, a día de hoy no existen argumentos de peso, a falta de nuevos datos arqueológicos, para poder mantener una teoría seria que demuestre que existió la famosa guerra de Troya. Hemos intentado razonar, con los conocimientos de los que disponemos, si el conflicto relatado por Homero, que pudo ocurrir según la tradición griega en el 1184 a.C, es un episodio histórico o por el contrario producto de su imaginación.
Si tenemos en cuenta que en torno a la fecha facilitada el mundo micénico estaba inmerso en un periodo de conflictos internos, no parece un momento propicio para aventurarse en una campaña militar de tal magnitud.
Por otro lado, el tema central de la obra de Homero, el rapto de la princesa espartana Helena, resulta un recurso literario muy recurrido en la literatura de la antigüedad, tomado como pretexto y desencadenante de una posterior historia, por lo que apunta a pensar que se trata de eso, de un recurso literario.
Además, los textos hititas analizados no relatan ninguna expedición griega de tal magnitud contra Troya como se describe en la Iliada, y desgraciadamente los resultados arqueológicos no son determinantes, ya que si bien existen señales que nos indica que la Troya homérica fue objeto de frecuentes saqueos, resulta imposible determinar el origen del enemigo.
A todo ello hay que unir lo frágil del discurso, pues la historia de Troya que relata Homero en la Iliada proviene de una tradición oral, por lo que la historia, de ser real, se puede haber desvirtuado con toda seguridad con el devenir del tiempo, con lo cual no gozaría de total credibilidad.
Por ultimo, la narración de Homero muestra una realidad muy distinta de la descrita en las tablillas, ya que la cultura micénica poco o nada tiene que ver con la visión que nos presenta el poeta griego.
Con todo ello, y teniendo en cuenta que Troya era una rica ciudad comercial, opulenta en lo económico y estratégicamente situada, con toda seguridad fue objetivo de sus enemigos. El hecho de tener robustas murallas y un sistema defensivo de primer orden, demuestra que tras sus muros poseía riquezas que tenían que defender, y esas mismas riquezas era objeto de deseo de otros pueblos. Por ello es seguro que fueran frecuentes los ataques de piratas y de otras culturas que se afanaban por vencer la resistencia troyana y saquear la ciudad despojándola de tales tesoros.
Por otro lado, los pueblos micénicos, allá por el 1200 a.C., tenían una poderosa flota y era muy frecuente que llevaran a cabo actos de pillaje, no solo en Troya, sino por toda la costa occidental del Asia Menor, siendo frecuentes los conflictos entre troyanos y griegos micénicos.
Teniendo en cuenta todos estos factores, nos inclinamos por pensar que es muy posible que todas esas incursiones y actos de saqueo quedara en el imaginario popular de los griegos, acabando por inventarse el episodio de la guerra de Troya como un acontecimiento singular que los aedos ya se ocuparon de difundir y su publico acabó por considerarlo un hecho real.
Por lo tanto, desde nuestro punto de vista, la guerra de Troya no se la puede considerar como un hecho histórico, sino todo lo contrario, se trata de una reconfección de una tradición épica de años atrás que, en el siglo VIII a.C., Homero utilizó para componer sus poemas homéricos. Lo que el poeta griego hizo fue reelaborar una historia desarrollando los acontecimientos en el trasfondo de la guerra de Troya. La intención de esta composición es difícil de definir, pero si consideramos que nos movemos en un momento cronológico difícil para los griegos, y que anhelaban potenciar un sentimiento panahelenico, de unidad, qué mejor que una expedición conjunta de todos los griegos contra un enemigo común extranjero.
BIBLIOGRAFÍA.
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BREMMER, Jan N. La religión griega. Dioses y hombres: santuarios, rituales y mitos. Córdoba, El Almendro, 1999.
BITTEL, Kurt. (1976). Los hititas. Madrid: Aguilar.
CLINE, Eric H. (2014). La Guerra de Troya. Madrid: Alianza Editorial, S.A.
LATACZ, Joachim. (2003). Troya y Homero: hacia la resolución de un enigma. Barcelona: Destino
SIEBLER, Michael. (2005). La Guerra de Troya: mito y realidad. Barcelona: Ariel.
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